En uno de los momentos económicos más difíciles de Argentina, Adriana Hidalgo tuvo una idea inusitada: fundar una editorial independiente. ¿Por qué? Por su adicción a la edición y a los libros.
Sólo lanza 24 novedades al año. Le gusta cuidar a los autores y los textos. Nada de relleno hay en su catálogo en el que se encuentran filósofos como Giorgio Agamben e historiadores como Philippe Ariès. Que va desde los escritores argentinos que se perfilan como clásicos —Antonio Di Benedetto—, hasta pensadores como Bertolt Brecht.
“Yo pertenezco a una familia de libreros y escritores. Mi momento de comenzar una editorial era ése: en 1998. Y los primeros libros se lanzaron en 1999, que evidentemente era una época muy mala. Pero siempre pensé que si uno en Latinoamérica va a esperar a que las cosas vengan bien, tal vez corramos el riesgo de nunca hacer nada”, relata, sonriente, en un business center del Hotel Habita en la Ciudad de México.
—¿Por qué una editorial independiente argentina, cuando prácticamente todo el mercado iberoamericano está dominado por las editoriales españolas?
—En Argentina había muchas editoriales muy emblemáticas en los años cincuenta, sesenta, setenta. Luego, a fines de los ochenta y noventa fueron compradas por editoriales internacionales. Lo que nosotros queríamos hacer era retomar ese espíritu de los editores que, me parece, era lo que estaba haciendo falta. Y, digamos, siempre hay lugar para editoriales que estén fuera de los márgenes habituales.
Retomar esa labor del editor independiente, artesanal, funcionó. Actualmente Adriana Hidalgo Editora tiene una presencia muy fuerte en España, Chile, Uruguay, Colombia, Puerto Rico; y sus libros pueden ser hallados en casi todos los países de habla hispana.
“La meta es perdurar y poder seguir dando buenos libros, y hacer conocer nuevos autores y nuevos pensamientos, y nuevas estéticas. Que es lo que nos gusta hacer”.
De relleno, ninguno
—Cuando comenzaste esta aventura, ¿cuál fue el libro que querías editar?
—En realidad no fue en términos de libros, sino de varias colecciones. Empezamos a mirar qué era lo que queríamos hacer y uno de los autores [de los] que teníamos muy claro que queríamos publicar toda la obra era Antonio Di Benedetto [Argentina 1922-1986]. Autor de Zama, Los suicidas… los cuentos…
Di Benedetto ya era un autor súper reconocido, pero seguía siendo “de culto”. Y ahora que hemos publicado toda su obra, cada vez está siendo mejor recibida por el público, y hemos logrado vender los derechos de traducción a muchas lenguas, así que estamos muy orgullosos. Lo han comprado en Alemania, en Italia; hace poco llegó un pedido de una editorial egipcia, lo han traducido en Israel…
—¿Qué otros autores te emocionó publicar?
—Como publicamos unas 24 novedades por año, cada uno de los libros que hacemos nos emociona. Seleccionamos tanto que es muy difícil decir “Nos gustó éste más que el otro”. De relleno, no hay ninguno. Una editorial que tenga 200 títulos por año pues tendrá alguno de relleno. Pero si hacés 24, evidentemente estuviste buscando, mirando y dijiste: “Éste me gusta”.
—¿Por qué editar a Bertolt Brecht en estos tiempos?
—Porque es absolutamente vigente. Y más en Latinoamérica. Igual que [Giorgio] Agamben. En Argentina es impresionante cómo se vende. No sé en el resto de Latinoamérica.
Él estuvo visitando la Argentina en 2005. Y dio tres conferencias: en la Universidad de Buenos Aires, en la Universidad de la Plata y en la Biblioteca Nacional. En la Universidad de Buenos Aires había capacidad para 800 personas y la gente estaba sentada hasta en las escaleras. ¡Era impresionante! Pura gente joven, de mediana edad.
”Él firmaba autógrafos en los libros. ¡Era como si fuera Mick Jagger! Era una cosa insólita.
Adriana hace una pausa. Busca las palabras.
—Es muy curioso. Y luego [un autor] que uno piensa que va a tener mucha más audiencia, pues no la tiene… es difícil realmente conocer el interés de los lectores. Y de la gente en general. Es tan diverso.
La última aseveración llama la atención. ¿Un editor diferencia a los lectores del público general? ¿Será que los lectores son un gremio aparte, por lo menos de aquel público que leerá tal vez un libro al año, por encargo? La pregunta queda sin respuesta.
—¿Qué otra sorpresa has tenido con tus autores?
—Bueno, el otro día me sorprendí. Vino a la Argentina Katja Lange-Müller, que es una de nuestras autoras. Estamos traduciendo su segunda novela, Ovejas feroces. Ella es de Alemania Oriental. Es una persona muy interesante; muy divertida; muy irónica; no habla español; tampoco habla inglés. Habla alemán y ruso. Hizo una presentación en el instituto Goethe… ¡estaba repleto de gente! Y la verdad es que no es una autora, digamos, hiperconocida.
Guarda silencio, como rememorando. Y sentencia: “La novela es fantástica”.
—¿Cuándo decidiste ser editora?
—Cuando se vendió la empresa familiar [La librería EL Ateneo, que era una de las empresas más importantes de Argentina], ahí decidí que me iba a poner por mi cuenta y no podía dejarlo. Porque es como un vicio. Editar y leer.
—¿Cómo un vicio?
—Es como un vicio porque es difícil de dejar. Dejar de pertenecer a ese mundo de los libros, y de las ideas y de las colecciones, es complicado.
Pero aclara, nunca, en su vida, ha tenido que pasar por ese trance: dejar el mundo editorial. ®