Salmon Fishing in the Yemen (2011), traducida en México como “Amor imposible”, es una cinta ligera, basada en la casi inverosímil empresa de poblar los riachuelos de Yemen, en medio del desierto, con salmones escoceses.
En Europa dio inicio, y eso desde hace algunos años, la tendencia de las televisoras, en particular las grandes redes nacionales, de producir no sólo documentales y series de calidad sino incluso largometrajes de ficción. Algunas veces elevando la calidad (de los argumentos, repartos, ambientaciones y efectos especiales) y otras veces, por el contrario, restringiendo hasta empobrecer los temas, los enfoques, en beneficio de unos cuantos y perjuicio de otros que resultan excluidos de los sistemas de promoción; las televisoras nacionales europeas y otras, en diversas partes del mundo, realizan esfuerzos fílmicos de variada calidad y con distintos resultados. No es un secreto que la British Broadcasting Corporation, mejor conocida como la BBC, es uno de los modelos con más éxito, mayor proyección en el mundo, con las ventajas y desventajas inherentes, que van desde que en la radio, en medio de un programa de música clásica, bombardeen al radioescucha con una serie de partes políticos, cuyo sesgo no podía ser más claro, respecto de las guerras y los conflictos que se suceden en el mundo y son promovidos por la superpotencia aliada, hasta de vez en vez —más bien en la vena del confort visual y la sana distracción— producir una cinta que, además de los nombres de los intérpretes y la impecable escenografía, deje un buen sabor de boca, y eso en varios rubros.
Un realizador sueco, Lasse Hallström (Estocolmo, 1946), con cintas en su haber como The Cider House Rules (1999) y Chocolat (2000), que no ocultan el gusto por la llamada comedia romántica de cierto nivel, un género poco socorrido en el cine de habla española, se propuso esta vez llevar a la pantalla grande la novela homónima de Paul Torday aparecida en 2006. El guión es de Simon Beaufoy. Salmon Fishing in the Yemen (2011), traducida en México como “Amor imposible”, es una cinta ligera, basada en la casi inverosímil empresa de poblar los riachuelos de Yemen, en medio del desierto, con salmones escoceses. Se trata del sueño de un pescador nato, el jeque Muhamed ibn Zaidi bani Tihama (Amr Waked), quien contrata a una coordinadora de proyectos, de nombre sonoro, Harriet Chetwode-Talbot (Emily Blunt), para que agencie ante el gobierno de Su Majestad, mediante la asistente del ministro, la echada para delante y desparpajada Patricia Maxwell (Kristin Scott Thomas), quien saca de una oscura dependencia oficial consagrada a la pesca a un experto, el doctor Alfred Jones (Ewan McGregor), cuyo bien timbrado y auténtico deje escocés resulta convincente, aunque no de las tierras altas sino más bien citadino, el cual sostiene pláticas con la representante del atractivo capitalista a fin de contemplar las posibilidades teóricas. En principio, Jones se muestra reacio al proyecto. Los salmones necesitan agua y frío, algo que —hasta donde llegan sus informes— no abunda en Yemen. La señorita Chetwode-Talbot, siempre se la nombra por su apellido compuesto que de alguna manera la ennoblece, responde que las temperaturas en las montañas de Yemen llegan a descender tanto como en Escocia y además, a diferencia de Arabia Saudita y otros países vecinos, el territorio recibe parte de la temporada de lluvias que llegan con el monzón procedente de la India.
La contradicción y el desacuerdo entre los protagonistas parecen alejarlos. Cada uno de ellos mantiene una relación amorosa con su pareja. El doctor con otra científica que conoció en sus mocedades durante sus años universitarios, quien es actualmente su legítima esposa, y la esbelta, atractiva y fresca ejecutiva acaba de iniciar una relación con un militar, joven, apuesto y pronto hasta héroe de guerra. En los rocambolescos avatares de la historia —la esposa del doctor está algo cansada por la rutina y el soldado desaparece en una misión en el Medio Oriente— ambos personajes llegarán a conocerse a fondo, gracias a la mediación del jeque, que hace las veces de Cupido. La historia se complica cuando los levantiscos súbditos del caudillo musulmán rechazan sus ideas modernizadoras. No necesitan ni presas ni agua ni mucho menos salmones. Ni siquiera se detienen en considerar lo que significaría que el desierto floreciese gracias al vital líquido. Sin más, deciden sabotear el proyecto. Tras un fallido atentado contra la vida del jeque, no les queda otra que el día de la liberación de los peces del vivero donde se hallan en un riachuelo, de aguas claras y serenas, abrir de repente las compuertas de la presa y provocar un aluvión que arrase con todo. Lo hacen pero no todos los salmones mueren y los escasos sobrevivientes, que han quedado desperdigados a gran distancia, comienzan a nadar a contracorriente y remontar el curso del río hacia la fuente del líquido.
Interesante que en el mundo árabe no hace mucho existiera un jefe de Estado que tenía interés en hacer florecer el desierto, un sueño no exclusivamente israelí, se trataba del controvertido y brutalmente despojado coronel Muamar Muhamad Abu-minyar el Gadafi. Sus planes de canalizar por debajo de la tierra ríos enteros, crear una red autosuficiente de reservorios de agua, hacer del yermo un vergel, repartir la tierra entre los campesinos, dar crédito para negocios, fomentar la vivienda de interés social, la salud pública, la gasolina prácticamente regalada y además preconizar una nueva divisa, el dinar, respaldado por oro de verdad, le valió —tras un encendido discurso ante las Naciones Unidas— la envidia incurable de los encumbrados y el encono de numerosos oportunistas. Sarkozy ya dejó el puesto de primer mandatario de Francia pero no se fue con las manos vacías (además de la flamante esposa, estrella de los medios), sino que se llevó consigo al menos un tercio del dinero y el petróleo de los libios. Fue su recompensa por promover aquella campaña sanguinaria que privó a un país entero —por generaciones— de un futuro promisorio que se dibujaba con el carácter de inminente. Extraño que entre tanta corrección política e innumerables reservas para no incomodar a los poderosos la BBC, precisamente, con un subtexto casi indescifrable para el espectador promedio, claro está, deje deslizar el tema del agua en el mundo árabe. Ahí, entre otras cosas, está la posibilidad de autonomía económica y mirar hacia el futuro, siendo incluso una esperanza para el mundo desarrollado, aliviando en parte la terrible crisis alimentaria, cuyo flagelo afecta a todos por igual. Una comedia romántica con cierto trasfondo, excelentes actuaciones, huelga decirlo, giros pertinentes de la trama y amor no sólo por los salmones sino —en última instancia— por el pueblo, quien con el agua se convierte en el principal beneficiario. ®