Luis González de Alba no solamente es escritor, poeta, periodista, divulgador de la ciencia y traductor, también es compositor. Compuso “Hiroshima” en 1968 y, con ocasión del 70 aniversario del bombardeo atómico, decidió arreglarla para concierto y grabación.
El 6 de agosto de 1945 el avión B–29 Enola Gay de la Fuerza Aérea estadounidense dejó caer sobre la ciudad de Hiroshima una bomba atómica, a la que se había bautizado como “Little Boy”. Tres días después el Bockscar arrojaría otra bomba, “Fat Man”, sobre Nagasaki. El 15 de agosto Japón anunció su rendición incondicional y la Segunda Guerra Mundial, con su inaudita cauda de atrocidades, llegaba a su fin. Como consecuencia de los bombardeos y de las secuelas de la radiación murieron unas 250 mil personas, casi todas civiles. Hay quienes argumentan que ésa era la única manera de terminar la guerra y evitar más muertes de los aliados, pero otros, como Luis González de Alba, dicen que es imperdonable asesinar civiles, como ocurrió también en los bombardeos de Hamburgo, en julio de 1943, y en Dresde, en febrero de 1945.
El 1 de agosto de 1968 el rector de la Universidad Nacional Autónoma de México, Javier Barros Sierra, encabezó una marcha de estudiantes, maestros, autoridades y trabajadores para protestar por el bazucazo del Ejército que destruyó el portón de la preparatoria de San Ildefonso la madrugada del 30 de julio. La policía ya había detenido a muchos jóvenes y tomado violentamente varias preparatorias y vocacionales. En el auditorio Che Guevara —antes Justo Sierra, pues en octubre del año anterior le habían cambiado el nombre en homenaje al guerrillero— había un piano. Por las tardes, antes de asistir a las reuniones del Consejo Nacional de Huelga en Ciencias o Medicina, el joven dirigente tocaba algo de Bach y Chopin, o improvisaba. Una melodía empezó a tomar forma y decidió llamarla “Hiroshima”, arrasada veintitrés años antes.
Después del 2 de octubre muchos dirigentes del movimiento estudiantil fueron encarcelados en el Palacio de Lecumberri. A los “mayores”, Heberto Castillo, José Revueltas, Eli de Gortari y otros, los confinaron a la crujía M; a los más jóvenes y dirigentes del Partido Comunista los enviaron a la crujía C. Ahí González de Alba escribió Los días y los años, su crónica de esos meses turbulentos —originalmente el libro se llamaría Aquellos fueron los días, como la canción rusa de los años veinte cuya versión en inglés volvió famosa a Mary Hopkin en los sesenta. Además de escribir, leer y tomar clases de idiomas y de psicología, González de Alba compuso algunas piezas que anotaba en un cuaderno pautado y valiéndose de una guitarra que le regaló una amiga. Ahí recordó la tonada que había tocado en la Universidad, a la cual había puesto letra. Eran días aciagos —la Guerra Fría, la amenaza atómica, la guerra de Vietnam— y parecía que todo podría acabar repentinamente: era como vivir al borde del fin: “Hiroshima, Hiroshima,/ en la última hora/ agito tu nombre/ que cae silencioso./ Hiroshima, Hiroshima,/ es un puente vacío,/ es la sombra de un niño/ extendida en el sol./ Mas tú y yo seguiremos igual:/ siempre al borde del fin,/ siempre juntos aquí”. Siguió escribiendo y compuso una decena de piezas más, como “Aldebarán” y “La abeja en el jardín”, ahora ya con arreglos para piano, oboe, fagot, corno francés y barítono.
Después de la cárcel vino el exilio en Santiago de Chile. A su regreso a México González de Alba comenzó a dar clases en la ya para entonces Facultad de Psicología de la UNAM. Fue por primera vez a Grecia en febrero de 1973 y conoció una Atenas fría, con viento y llovizna, y la cercana isla de Andros: “No me iba a ir sin conocer una isla con ese nombre”. En el verano de 1983, en el segundo viaje a Grecia —país al que profesa una admiración incondicional— escuchó canciones populares y se prendó del jasápiko, una danza que los hombres bailan trenzados de los brazos, las manos en los hombros de los compañeros, y en la que Luis vio una expresión espontánea de amistad masculina. Como los boleros y las rancheras mexicanas, las canciones griegas también hablan de engaños y desamores, de borracheras solitarias y lamentos de obreros y estibadores, como “El último tranvía”: “Me emborraché y se nos hizo tarde,/ pero es mi culpa, camina para que alcancemos/ el último tranvía,/ draga-drum: la campanita,/ draga–drum: en la tardecita,/ que nos lleve cojeando–cojeando hasta nuestro pobre jacalito”. En México de nuevo, fundó bares gays y restaurantes griegos.
El temperamento de Luis González de Alba es melancólico y no tiene empacho en confesar que se deshace en lágrimas cuando escucha una melodía triste, como “Stand by me” cantada por músicos callejeros de todo el mundo o un poema de Odiseas Elytis en la voz del cantante Dimitris Lagios: “Bella y extraña patria/ ah, como la que me tocó en suerte no he visto”. Lo mismo le pasa cada vez que lee el poema de Kavafis “La ciudad”, aunque después de leer una pésima versión en español a duras penas reprimió el llanto y lo tradujo de un tirón, directamente del griego. Algunos libros suyos, por cierto, llevan títulos que refieren a la obra de este poeta: El vino de los bravos y No hubo barco para mí. Otro volumen de crónicas personales, Mi último tequila, saldrá próximamente en el sello Cal y Arena.
“Hiroshima” es una pieza dulce y ciertamente melancólica, compuesta de una secuencia de notas que se repiten en cada compás. Un paisaje de armonías tersas que podría inscribirse en el minimalismo que han ensayado compositores como Henryk Górecki, Steve Reich o Gavin Bryars. Aunque sus influencias, dice González de Alba, son más bien clásicas —“Hiroshima” recuerda el coro cadencioso del “Va pensiero” del Nabucco de Verdi— y, como hemos visto, populares: de Los Beatles a sus entrañables coplas griegas.
Arreglo para piano
Arreglada por el tenor y director Allen Vladimir Gómez, “Hiroshima” se estrenaría este 6 de agosto en el Teatro Degollado de la Ciudad de Guadalajara, para conmemorar el aniversario 70 de la destrucción de aquella ciudad, pero funcionarios de la Secretaría de Cultura de Jalisco le “avisaron” que la fecha se había pospuesto un año… González de Alba pensó en la Universidad de Guadalajara y llamó a Raúl Padilla, quien le ofreció el Paraninfo. “Te va a llamar Igor Lozada, el secretario de Vinculación y Difusión Cultural…”, le dijo el jerarca universitario, pero Luis sigue esperando la llamada. Así es como la pesada burocracia que dirige la cultura de Guadalajara y del estado dejó pasar lamentablemente la oportunidad de lucirse con el estreno mundial de una magnífica obra que no pierde vigencia en un mundo en el que hay, por lo menos, trece conflictos bélicos.
Arreglo para oboe, fagot, corno francés y barítono
“Hiroshima” se suma a un par de composiciones que recuerdan el holocausto en que murieron cien mil personas, una de ellas es “Treno a las víctimas de Hiroshima” (1960), del polaco Krzysztof Penderecki, y la canción “Enola Gay” (1980), del grupo británico Orchestral Manoeuvres in the Dark. La pieza del escritor, poeta, divulgador de la ciencia y músico Luis González de Alba se difundirá en distintas plataformas electrónicas.
La letra completa:
Inicio
Fue un agosto con dos soles,
un incendio sobre el mar,
un caballo rojo fuego:
en sus crines arde el mar.
Era agosto azul y blanco,
tu silueta contra el sol,
cabellera roja al cielo:
en tus ojos arde el mar.
(Con I)
Hiroshima, Hiroshima,
en la última hora
agito tu nombre
que cae silencioso.
Hiroshima, Hiroshima,
es un puente vacío,
es la sombra de un niño
extendida en el sol.
(Con II)
Mas tú y yo seguiremos igual:
siempre al borde del fin,
siempre juntos aquí.
Y tu voz y tu pelo y tu piel,
como hoy junto al mar
seguirán sin cambiar.
(Con I)
Y cien años después,
esta playa, este sol,
este viento, este mar
volveremos a ver.
Y cien años después
una puesta de sol,
el olor de la sal,
me traerán hasta ti.
(Con II)
Mas tú y yo…
(Con I)
Hiroshima, Hiroshima… ®