La versión mexicana del inocente dicho argentino, el de la gata Flora —“si le haces cuchi cuchi grita, pero si no le haces llora”— que recordaba ayer en estas páginas nuestra querida Mónica Maristain, es muy vulgar y más ingenioso, el de las hijas de doña Chora: si se las metes chillan, y si se las sacas lloran. Se acerca el fin de la mayor feria del libro de habla hispana y ya se empieza a sentir una cierta nostalgia por los amigos de otras tierras a los que solamente se ve una vez al año. Catalanes, argentinos y mexicanos al otro lado de un mundo conflictivo y en muchas partes convulsionado. La guerrilla marxista narcoterrorista de las FARC saluda el reconocimiento de Palestina por la ONU, sin que a ésta le importe que los extremistas árabes no reconozcan el derecho del Estado de Israel a la existencia, y en México la mal llamada izquierda radical intenta impedir la toma de posesión del presidente electo —ganador por más de tres millones de votos sobre el candidato apostólico, aunque éste afirme que aquél compró la elección con pollitos y tarjetas de lealtad.
Fue una pésima decisión no convocar al premio de periodismo cultural en esta ocasión, pues ejemplos de excelencia en esta área sobran en el país —prácticamente en cada estado. La decisión de distinguir al fotógrafo Rogelio Cuéllar (1950) con el Homenaje Nacional de Periodismo Cultural Fernando Benítez, con todos sus méritos, es acaso un tanto precipitada. Al parecer, a quienes tomaron esa decisión se les olvida que hay un fotógrafo que fue pionero de la tecnología digital y cuyas aportaciones al desarrollo de una nueva cultura de la imagen fotográfica son indispensables. Pedro Meyer (1935) tiene una extensa trayectoria, fue fundador del Consejo Mexicano de Fotografía, organizador de los coloquios latinoamericanos y autor de numerosos libros en México y en el extranjero. También es creador y director del sitio fotográfico zonezero.com, uno de los más visitados del mundo y que alberga cientos de galerías de fotógrafos de todas las nacionalidades. Ojalá a Meyer no le pase en la FIL lo que a Borges con la Academia Sueca. Ojalá, también, que los directivos y jurados afinen y afilen sus juicios para la próxima edición.
La Feria Internacional del Libro de Guadalajara es, con todo lo que debe y puede criticársele, un espacio necesario para ver, conocer, discutir y aprender de otros; para hacerse de libros que, como aquellos amigos lejanos, una vez al año se asoman a estas latitudes. Se acaba la fiesta. Adiós, por un tiempo, a los homenajes a Carlos Fuentes. ®