Al lector, en tiempos de amor

a ti apelo, lector:
no soy tu amigo
y, sin embargo,
puedo verte
de un tejado a otro
y decir lo conozco.

Caspar David Friedrich, «Vagabundo sobre un mar de niebla», 1817.

Lector,
hijo de la necesidad,
sacristán del silencio,
¿has notado que,
de pronto,
en el bajo vientre
brota un pan caliente
que arranca las entrañas?
Yo no soy, ni de cerca,
tu amigo,
pero sé que amas,
de lo humano,
sus cosas asombrosas.
El amor es la caída libre
que promueve, desde la muerte,
la mejor de las casas.
Poetas y místicos han muerto,
o dicen que les pasa,
pero siguen conversando
entre nosotros,
luego, entonces,
lo que aniquila aún
se expresa y nos conmueve,
pero en el momento mismo
en que nos enternece,
como a los toros el furor
que los lleva a embestir,
no es posible conversar
ni pensar con la mente
de quien le urge organizarse,
pues la forma del amor
destruye lo cotidiano
para devolvernos
a la naturaleza que fuimos
y somos, bestialidad
que solo oprime
descaradamente
y donde las ilusiones
marcan en serio
la palma de la mano,
y entristece y libera,
y pareciera
que somos los mismos
pero hemos mejorado
en no sé qué parte
de un mundo mejor,
de tal manera
que el pan caliente
que desbarata las entrañas
con su tiempo suave,
en nada se semeja
a aquellas mariposas
que soban ingenuamente
la paz del intestino,
así que,
bajo la simpleza de este ardor,
a ti apelo, lector:
no soy tu amigo
y, sin embargo,
puedo verte
de un tejado a otro
y decir lo conozco,
y volver a mí mismo,
como el que siempre he sido,
pero iluminado, quebrado,
un poco feliz, lo suficiente. ®

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Publicado en: Poesía

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