Uno supondría que una nueva edición de la lírica personal de sor Juana Inés de la Cruz (el primero de los cuatro tomos de sus obras) editada y anotada por el eminente sorjuanista Antonio Alatorre, tendría todo para ser un suceso editorial. Por razones que sospecho, y que expondré más adelante, no fue así.
A la muerte de Alatorre, el Fondo de Cultura Económica envió un comunicado en el que, luego de lamentar el fallecimiento del filólogo y autor de esa casa editorial, decía que había preparado una nueva edición de la poesía no religiosa de la monja jerónima. Solicité entonces un ejemplar al departamento de prensa del FCE y lo que me enviaron fue la edición del Sueño, hecha por Alatorre, y la de las Soledades, de Góngora, a su vez hecha por Antonio Carreira, también de 2009. Pensé que me había confundido —o leído mal el comunicado— y me quedé conforme, hasta que la generosidad de Miguel Ventura me sacó de mi error y me dio un ejemplar de la Lírica personal editada por Alatorre (Sor Juana Inés de la Cruz, Obras completas I. Lírica personal, Introducción, edición y notas de Antonio Alatorre, México: Fondo de Cultura Económica, 2009).
Casi sesenta años después de la edición preparada por el padre Alfonso Méndez Plancarte se hacía necesaria una edición moderna de la poesía de sor Juana, luego de cientos de investigaciones que descubrieron falsas atribuciones e incluso inéditos (la “Carta al padre Núñez” se descubrió en 1981, luego Alatorre encontró un soneto jocoso e incluye uno más encontrado en el “Manuscrito Moñino”). Y así como en su momento Méndez Plancarte era el único preparado para hacer esa edición ahora, dentro de esa abundante fauna de sorjuanistas, ese hombre sólo podía era Alatorre, puntual lector de toda la poesía de los Siglos de Oro (por un comentario que hace en su presentación puede deducirse que es algo que él esperaba hacer: “Finalmente, ha tenido a bien [el FCE] encomendarme a mí la elaboración de esa edición conmemorativa”). Eso finalmente se cumplió hace poco más de un año, ¿por qué varios nos vinimos a enterar de la edición hasta la muerte del propio Alatorre?
Y así como en su momento Méndez Plancarte era el único preparado para hacer esa edición ahora, dentro de esa abundante fauna de sorjuanistas, ese hombre sólo podía era Alatorre, puntual lector de toda la poesía de los Siglos de Oro.
Las razones para dar una respuesta son varias. En una nota innecesaria de presentación los editores dicen que “se respeta escrupulosamente el orden” de la edición anterior, la cual “seguirá teniendo su utilidad”, adjudicándole a Alatorre esas palabras que nunca dice en ninguna parte del libro; Alatorre lo confirma: “Tuve que acatar la obligación que se me impuso de respetar el orden en que Méndez Plancarte dispuso las distintas poesías, desde el núm. 1 hasta el 216”. De allí que no lo hayan dejado, como él quería, poner en un mismo apartado las composiciones amorosas dedicadas a la Condesa de Paredes y en otro los Enigmas a la Casa del Placer. Tampoco lo dejaron quitar algunos epígrafes que vienen desde la Inundación castálida (el primero de los tres tomos de las primeras obras de sor Juana, publicado en España en 1689), pues no sólo son un estorbo para la lectura sino que en algunos casos desvirtúan la intención de un poema, pero sí omitió las partes en que Méndez Plancarte dividía los poemas (liras, sonetos, endechas, etcétera… a su vez divididos en filosófico-morales, satíricos, burlescos, amorosos…) para que se pudiera leer la poesía seguida y en su conjunto, además corrigió errores y erratas de la edición anterior (algunas muy serias, como lo hace notar Alatorre) y la anotó minuciosamente. Todos esos cambios hablan de lo radical que era Alatorre en sus propuestas, las que debieron espantar a los editores que sólo imprimieron mil ejemplares. No conforme con todos esos cambios, escribe Alatorre que su edición “habría sido más distinta de lo que es”.
Al contrario de Francisco de las Heras (editor de la Inundación castálida), quien se apresuró a poner una aclaración en la que decía que los de sor Juana eran versos de amor “decorosos”, y de Méndez Plancarte, quien a veces se dejó guiar más por su pudibundez y otras por su religiosidad, Alatorre hace interpretaciones más ajustadas a la realidad, no teme anotar los pasos del amor de la monja por la marquesa, sin ningún tapujo y, sobre todo, encuentra referencias y el diálogo que ella quería mantener con sus contemporáneos. Otro de los cambios más evidentes es que mientras Méndez Plancarte divide el Sueño en estrofas, Alatorre lo pone todo seguido pues, dice, es una silva, “metro que es la negación misma de toda partición estrófica”. Como crítico honesto, reconoce que alguna de sus teorías no resultaron ciertas, en particular la referente al título Inundación castálida que él suponía que no le había agradado a sor Juana.
Abundan las ediciones de las obras de sor Juana, pero esta nueva edición muestra una nueva sor Juana, más cercana a los lectores de hoy, algo que Alatorre siempre se propuso hacer al estudiarla: acercarla al mundo quitándole los espesos velos hagiográficos con que la envuelven muchos sorjuanistas (empezando por Paz), para ser leída como se lee cualquier libro y no sólo tenerla como una obra de consulta. En los lectores de sor Juana reside la importancia de su obra. ®
David Lucero
Complemento mi anterior comentario con lo siguiente después de leer su agudísimo trabajo sobre la edición de Alatorre. Usted me acusa de poner a Alatorre en un pedestal, usted hace lo mismo con Méndez Plancarte, ya que le perdona todos los errorcillos al gran estudioso, pero, claro, no se los perdona a Alatorre; según usted la obra de MP sólo necesitaba corregir algunos defectillos; pero uno de los problemas principales es que el gran erudito sorjuanista no trabajó teniendo a la vista las ediciones princeps, Alatorre sí (aunque sean de un tan mal material, como usted señala, como el facsimilar), y además revisó los impresos novohispanos no incluidos en las obras impresas en España. Usted acusa a Alatorre de ser un, digámoslo con palabras llanas, huevón que no se metió a las bibliotecas (claro, porque la ciencia no debe aprovecharse de resultados experimentales previos, todo hay que hacerlo de cero), por lo que también debemos descartar todas las ediciones posteriores del Poema de Mio Cid porque trabajaron sobre facsimilares y la paleográfica de Menéndez Pidal. Ahora, hablando de las correcciones de los impresos antiguos, se puede decir que por principio el editor no corrige lo que cree del poeta, sino lo que opina que es una errata, bien cierto es que la emendatio ope ingenii es altamente falaz, pero Alatorre se mide mucho más que MP; pero justamente es en esas intervenciones del editor donde éste debe ser lo más honesto posible, y eso es lo que ha hecho Alatorre indicándonos sus intervenciones, gracias a ello podemos discutir sus variantes. Por otra parte, usted ha aducido tres variantes y erratas en su escrito, en cuanto al texto de sor Juana, cuando lo que señaló en su respuesta anterior es que estaba «llena» de ellas. Le aclaro que una corrección está plenamente justificada, la del v. 11 del poema 124, donde la segunda persona del singular de respeto «vos» va diriga hacia la condesa de Paredes, en tanto que los que giran son los círculos (en tercera persona del plural), por lo que la corrección es plenamente correcta, esta errata de las príncipes se debe al «vais» del verso posterior que está justo abajo, y si usted tiene el mínimo cuidado de revisar el excelente Manual de crítica textual de Blecua verá que es un caso muy común de error, al que se clasifica como sustitución por atracción de una palabra igual de la pericopa inmediata. Probablemente sean minucias, pero los materiales son de lo que partimos, y un estudio estilístico o lingüístico de ninguna manera se puede basar en una edición con tanta metida de mano como la de Méndez Plancarte, algo que usted no quiere ver ya que cree que la agudeza mental puede soslayar un mal texto (recuerdo que Auerbach se disculpa por no haber tenido suficientes manteriales a la mano para hacer su Mímesis). Lo que termina siendo su texto es una larguísima crítica ad hominem donde usted defiende algo que ya no se puede defender: la forma de hacer edición que hizo Méndez Plancarte; hoy poseemos mejores técnicas y más conocimientos, no basta con corregir detallitos, un editor está obligado a trabajar todo el texto y en consecuencia a poner su nombre sobre la edición a la que tanto tiempo le dedicó (sí, la edición de MP es esencial, pero tanto como la de Menéndez Pidal del Cid, que por cierto sólo se puede consultar actualmente en bibliotecas, y no hay nada de malo en ello). Concluyo que a usted en realidad no le interesa el texto de sor Juana (como lo prueba que le llamara el mexicano a una persona a la que no se le conoció nunca así, y por cierto, no le bastó a usted la agudeza para descubrir el error y subsanarlo), sino corregir al filólogo.
Por último, y esto viene de mis riñones y de que me acuse de poca obligación civil (si vamos a repartir acusaciones, hagámoslo bien). ¿No usted insulta por medio del sarcasmo a uno de los comentaristas de abajo? Le digo lo que usted me dijo: no se lamente porque le respondan con la misma moneda. En cuanto a lo de la responsabilidad civil: ¿por qué ignorar al primer «Adam» y no acusarlo también? ¿será porque estaba de acuerdo con usted? Por favor, tenga un poquito de coherencia, y no ande lanzando acusaciones y nombres basados en sus particularmente excesivas dotes de conocimiento que le permiten adivinar los nombres de la gente mágicamente (nuevamente, gracias por hacerme saber que no me llamo como me llamo).
Por último, en cuanto a su invitación de discutir en lugares más adecuados, me temo que tendré que declinarla, yo soy un simple aficionado que no puede competir con todo un señor don sorjuanista experto como usted.
Un saludo cordial.
David Lucero Lechuga
Estimable Alejandro:
Ahora resulta que usted sabe mejor que yo quién soy… vaya, gracias por decirme que estoy equivocado hasta en mi nombre. No sé qué broncas se traiga en internet, pero no quiera endilgármelas a mí. ¿Alguna vez aludí a su religión? ¿Alguna vez lo descalifiqué basándome en que era católico? Y le guste o no, toda creencia, incluidas las religiones, son ideologías; pero no voy a discutir un punto tan controvertido. Le explico a usted lo que dije sobre edición crítica: la edición crítica es el resultado pragmático de la crítica textual o ecdótica que estudia la transmisión de los textos y trata de fijar uno mejor y más probable. El trabajo introductorio de Alatorre se dedica a revisar detalladamente esa transmisión, y finalmente se muestra en el texto. El trabajo de Eguía Lis Ponce corresponde a una recensio (primera fase del método ecdótico) que Alatorre aprovechó, la selectio y constitutio textus están basadas en esa recensio, pero este trabajo le corresponde sólo a él. Por supuesto que Alatorre no es perfecto, y por supuesto que el trabajo de Méndez Plancarte fue una piedra fundamental, pero ello no le resta mérito: pudo ver más lejos (somos enanos parados en hombros de gigantes), como Ian Michael y Alberto Montaner pudieron ver más lejos que Menéndez Pidal. Algo esencial para el trabajo científico es el estudio de las anteriores hipótesis, no tiene nada de vergonzoso apoyarse en los trabajos previos. Ahora bien, yo le demostré, sin querer exhibirlo (como usted ha tratado fallidamente) que a usted en un trabajo previo no le importaron las cuestiones de crítica textual por seguir fielmente al adorado y «perfecto» Méndez Plancarte. ¡Qué bueno que usted señale los errores de un editor, ello ayudará en el futuro! Pero no sea reaccionario, es tiempo de que haya un texto mejor que el de MP, lamentablemente a una buena parte de los sorjuanistas trabajar ello no les interesa. Ahora, le suplico que me haga ver sus argumentos y demostraciones porque lo anterior sólo ha sido una larga ad hominem. Por último, conozco bastante bien su trabajo previo, pero no es en este momento de mi interés trabajarlo. (De verdad, me gustaría ver que cumpliera su palabra).
Un saludo y le deseo la mejor de las suertes.
Alejandro Soriano Vallés
Estimado David:
Desde el inicio, y pese a su intención de permanecer en el “anonimato”, sé que usted es David Galicia Lechuga (como sé que sus amigos “anónimos” son Jorge Gutiérrez Reyna y Adam Alberto Vázquez). También sé que es usted quien firmó como “Davesors” en la discusión de Wikipedia donde, despectivamente, comentó sobre mis “descubrimientos” (no son míos, y lo he aclarado cada vez que ha sido pertinente), argumentando que mis “conclusiones y porpuestas [sic] me parecen deficientes y con dados cargados debido a la ideología militante católica que h[e] tomado”. Es curioso que hable usted de “razones objetivas”, cuando quien las tiene no descalifica así, prejuiciosamente, sólo porque el crítico con el que no concuerda es católico (por cierto, yo no profeso una “ideología”, sino una fe, porque no creo en un ideario, sino en una persona). Pero traer a colación mis creencias sí es jugar con “dados cargados”, porque es apelar al generalizado prejuicio que reza: “¡Ah, es católico, no se puede creer en él!”, evitando de modo tan comodino el verdadero análisis de las valiosas pruebas que se presentan. Su obligación, David Galicia, ya que tiene tantas “razones objetivas”, es, como usted dice, “polemizar con nombre y dos apellidos” en los “espacios adecuados”, y no con un seudónimo. Discutir en Internet con seudónimo (como usted hace) no es costumbre del medio, sino de gente que (donde puede) arteramente tira la piedra y esconde la mano. Hay que tener valor civil, donde sea, y firmar lo que uno escribe; es cosa de integridad intelectual. Hay que jugarse el cuello, amigo, sólo así surge la verdad.
Ahora bien, si usted lee las entradas anteriores, notará (aparte de lo dicho sobre sus palabras en Wikipedia) que desde el inicio yo firmé, considerando que lo propio había hecho el autor del artículo original, Sergio Téllez-Pon, con mi nombre y apellidos. Lo hice correspondiendo a su valor, y porque siempre, y pese a quien pese, lo he hecho. Sin embargo, cuando usted y sus amigos intervinieron acudieron al no muy valeroso expediente de firmar con seudónimos. Con ese pasamontañas, fueron capaces de escribir linduras sobre mí como la de su compadre “Adam”: “La tragedia de todos los ‘sorjuanistas’ es que no son Antonio Alatorre. Es, sin embargo, una buena técnica publicitaria tirarle [sic] a los grandes para cobrar notoriedad y vender libritos”. O la de usted mismo: “El desprecio hacia estas cuestiones que usted muestra revela una suma ignorancia acerca de la materia y su importancia”. O sea, usted se lamenta de que lo descalifique, como si el hecho de insultar al oponente (con los riñones) fuese una actitud de caballeros. Piénselo un poco, y notará que mi reacción está más allá de la rabiosa impotencia con que usted y “Adam” reaccionaron al ver a Alatorre destronado del pedestal en que lo tienen colocado. Quien, a la manera del tal “Adam”, expone como único “argumento” que quiero publicitarme con mis “libritos” (ya veremos la calidad de los suyos, si los llega a tener) no merece ninguna respuesta. Y los insultos que, salido de la nada y gratuitamente usted me dedica, tampoco la merece, amigo. Habla usted de “los espacios más [sic] adecuados” para discutir estas cosas. De acuerdo, no es precisamente aquí donde deben ventilarse. Lo invito a explicarnos, desde sus poderosas “razones objetivas”, en una publicación académica y más allá del prejuicio de que soy católico, por qué mis “conclusiones y propuestas” tocantes a los nuevos hallazgos (las cartas de Puebla y el testamento de Lombeyda) resultan “deficientes”. Es usted, amigo, quien desde el prejuicio, descalifica. No se espante, luego, del trato que recibe en pago. Ambos conocemos el medio universitario en que se mueve, y no dudo que, hasta ahora y mientras haya respetado sumisamente las jerarquías y los dichos de los de arriba, venga siendo apapachado. Sin embargo, las cosas afuera son muy distintas.
En cuanto a que usted “no califi[có] de edición crítica la edición entera de Alatorre, sino las cuestiones que se trataban en la introducción”, le pido de nuevo que se fije bien, que LEA BIEN, y saque las conclusiones pertinentes de lo que dijo. Según su aserto: “al llamar paupérrima a esta introducción usted sólo refleja su desconocimiento y desprecio sobre una disciplina tan indispensable a la crítica literaria como es la edición crítica”. Es usted mismo, no yo (que sólo hablé de la pobreza de la Introducción), quien pone en el mismo nivel la Introducción y la “edición crítica”. Es usted, y nadie más, quien habló de “edición crítica”. Ahora le pregunto: ¿cómo puede ser “edición crítica” la Introducción? Pese a su latinajo y a la “autoridad” de Germán Orduna que me endilga, si la Introducción no es “edición critica” (como no lo es) ¿por qué las relaciona? Explíqueme (en el espacio adecuado, claro) ¿por qué, despreciando la Introducción, desprecio “una disciplina tan indispensable a la crítica literaria como es la edición crítica”? No amigo, es usted quien no lee bien. El trabajo de Alatorre no es, como usted afirma, “un trabajo de crítica textual duro y puro”, porque está plagado de erratas, errores y lecturas arbitrarias. El nuevo editor se conformó con la edición de la UNAM que sacó Gabriela Eguía, y sin ella no habría hecho mucho. Pero una cosas es “edición crítica” (que fue lo que usted originalmente dijo) y otra “crítica textual” (que es lo que ahora, componiendo el dicho, afirma usted). Así que su intento de arreglar las cosas no resulta convincente.
No es el lugar, insisto, para discutir estas cosas. Usted da unos ejemplos para “demostrar” que la edición de Alatorre “es más confiable que la de Méndez Plancarte por el solo hecho de descubrir en dónde estuvieron los traspiés del gran erúdito [sic]”. Por supuesto, estoy en desacuerdo, entre otros motivos porque Alatorre usó gran parte de las notas de Méndez Plancarte para hacer las suyas. O sea, sin el “gran erudito”, no habría logrado lucirse con las suyas. Yo tengo otros ejemplos de cómo, sin la labor de Méndez Plancarte, Alatorre habría considerado como de Sor Juana algunos poemas que no lo son.
Al contrario de lo que usted asegura, amigo, a mí estas “cuestiones” me importan enormemente. Por supuesto, como es a todos evidente, “no sé mucho de este arte” (por lo menos, no tanto como usted, que es todo un artista), aunque no me “avergüenzo”, de forma que lo invito a leer el artículo que acabo de publicar. Ahí encontrará las constantes pifias y prejuicios del filólogo que tanto admira.
http://alejandrosoriano.blogspot.mx/
Si, como usted dice, le “angustia” no poder llegar a ningún entendimiento, le aconsejo (aunque no me lo pida) que se acostumbre, porque en el medio sorjuanista la razón y la verdad cuentan muy poco (como es evidente en que nadie, incluido usted, ha tomado en serio los valiosísimos y contundentes documentos que desde 2010 son del dominio público). La razón es clara: prejuicios, connivencias y conveniencias de los “dueños” académicos de la monja. También le aconsejo que, si realmente quiere llegar a un “entendimiento”, deje de fijarse en las creencias de los críticos y vea sólo sus argumentos y demostraciones. Asimismo que esté abierto a la verdad, y sea capaz de aceptar -luego de intentar demostrar con todas sus fuerzas y en polémicas auténticamente académicas (en “los espacios más adecuados”), que el oponente está equivocado-la posibilidad de que su punto de vista sea el erróneo.
Les digo, a usted y a sus amigos, que es la última vez que discuto esto aquí. Los aguardo en “los espacios más adecuados”, donde, si nos vemos, nos veremos sin máscaras.
David Lucero Lechuga
Estimado, Alejandro Soriano, le contesto desde mis riñones, si es que pueden producir algo bueno además de lo ya sabido, y como yo sí opino que la discusión es importante, me tomaré mis líneas para contestarle… Es curioso que usted se limita a descalificarme y no a responder a mis razones objetivas, al tirarlas de un plumazo con el pretexto de que no se trata de una «edición crítica», según palabras del mismo Alatorre. Es muy curioso que me acuse de no saber leer con atención, cuando usted tampoco lo hace, yo no califiqué de edición crítica la edición entera de Alatorre, sino las cuestiones que se trataban en la introducción. Lo que dije es que no puede considerarse paupérrimo el prólogo de Alatorre sólo por dedicarse a cuestiones muy específicas de la transmisión del texto, y es la introducción la que puede clasificarse dentro de un trabajo de crítica textual duro y puro… y ese trabajo, aunque pequeño y breve, se refleja en el establecimiento del texto… con lo que obtenemos una edición si no crítica, sí con criterios. Por otra parte, Alatorre llama a su edición como no crítica debida a la ausencia del aparato de variantes; sin embargo, yo recuerdo que Germán Orduna (gran, gran especialista en edición crítica hispánica de este lado del Atlántico) dijo que el aparato o el stemma codicum no hacía la edición crítica, aunque éstos ayudaban a corroborar su carácter de «crítica», pero que ese carácter se lo daba más bien la actitud del editor hacia el texto.
Por otra parte, mi opinión parte del comentario de paupérrimo que le da a la introducción de Alatorre: a mí, lejos de parecerme paupérrimo me parece un trabajo importantísimo para cualquier estudio que quiera partir del texto de sor Juana (o de quien sea), para no caer en falsedades producidas por una lectura errónea del texto, digamos por ejemplo realidades históricas, es necesario revisar el texto críticamente, partir de una edición confiable (y la de Alatorre, le aseguro a usted, es más confiable que la de Méndez Plancarte por el solo hecho de descubrir en dónde estuvieron los traspiés del gran erúdito). Pongo un ejemplo de esta situación, cierto historiador ha mencionado el hecho de que el hijo de la virreina de Paredes era llamado «el mexicano» basado en los siguientes versos de sor Juana que se leen así en la edición de Méndez Plancarte: «aquí sí que se ha de ver / una maravilla nueva: / de añadir más a lo más, / de que el mejicano crezca» OC, I, 24, vv. 85-88; sin embargo, en la aparición original de este poema no dice eso el último verso, sino «de que lo máximo crezca», que cierra perfectamente la metáfora, ya que genera una paradoja: lo máximo estrictamente no puede crecer, por eso es maravilloso este hecho. En una edición posterior de sor Juana, el verso aparece cambiado a «de que lo mejicano crezca», verso hipométrico, que en una edición es cambiado a «de que lo mejicano crezca». Como ve, por seguir erratas de editores sin ser crítico con el texto, nuestro estudioso ha inventado un dato histórico, y sin embargo, nuestro estudioso ha consultado entre sus fuentes un artículo de Alatorre «Hacia una edición crítica de sor Juana parte II», en el primero de esta serie de artículos viene explicado de manera pormenorizada lo que acabo de decir, ¿cómo explica usted que no sepa esto nuestro estudioso? Simplemente no le dio la menor importancia a las observaciones textuales de Alatorre, por lo que no le dio curiosidad, y en consecuencia no consultó la primera parte, en resumen: no le importó y esto produjo su invento histórico.
De una consideración de esta falta de importancia del asunto semejante deduzco el que usted llamara «paupérrima» a la introducción de Alatorre, tan interesante en muchos de estos aspectos. Ahora, le he señalado de donde sacó mi idea de que a usted no le importan mucho estas cuestiones (quizás hablar de desprecio y de ignorancia fue demasiado, pero yo creí ver una actitud despreciativa de su parte hacia la crítica textual, por otra parte, si usted no sabe mucho de este arte, no se avergüence ni lance adjetivos sobre quien lo señala, demiéntame demostrando que sí sabe o considere que es una oportunidad para aprender sobre algo importante), quisiera pedirle que me señalara de dónde saca usted que parto de un prejuicio ideológico y de una simpatía afectiva: en mi comentario anterior, le di razones, no ideologías, ni mucho menos arranques afectivos, de por qué la edición de Alatorre en cuanto al texto mejora la edición de Méndez Plancarte. Esperaría yo de alguien con credenciales tan buenas que me dijera dónde lee (ya que lee tan bien que puede decir que yo leo mal) lo que yo no escribí, que si va a hacer una afirmación la sostuviera con argumentos y no con afirmaciones absolutas, que me diera razones para demostrar que lo que he dicho sobre la edición de Alatorre es falso: que el texto de Méndez Plancarte no requiere en ninguna parte ninguna mejora, que sin todas las notas de Méndez Plancarte el texto de sor Juana se vuelve ininteligible. Si va a descalificar las opiniones ajenas, esperaría por lo menos un argumento que no se base puramente en que una persona está en desacuerdo con usted.
Yo no siento alivio en estar en desacuerdo con usted, me llena de angustia que no se llegue a ningún entendimiento, que me acuse sin argumentar y que quiera hacer notar mis prejuicios ideológicos sin señalar cuáles son. Me llena aún más de angustia pensar que a todos simplemente nos ha descalificado sin repensar un poquito su opinión. Pienso que Karl Popper decía que lo científico estaba en la capacidad de argumentar y refutar con razones un argumento o teoría.
Por último, me limito a señalarle que en internet se suele hacer uso del anonimato, por lo que si sólo quiere polemizar con nombres y dos apellidos, lo haga en otros espacios más adecuados, en vez de acusar a la gente de algo tan feo como ser artero.
Un saludo de lo más respetuoso.
Alejandro Soriano Vallés
Estimado “Jorge”: ¿De dónde sacas que “la edición de Alatorre, (obviamente) está pensada para aquellos que ya conocen la de MP”? El mismo Alatorre especifica que se trata de “otra edición” (p. IX). Un lector promedio, sin pretensiones académicas, que desee sólo gozar de la poesía de Sor Juana, comprará, por tanto, la primera que encuentre, sin imaginar siquiera que hay más de una. Y este mismo lector se hallará en problemas cuando quiera descifrar “El sueño”, porque la pereza del nuevo editor suprimió la prosificación de Méndez Plancarte. Ahora, según tu decir, el lector tendrá que comprar o consultar la edición (de Méndez Plancarte) de Biblioteca del Estudiante Universitario, para acceder a algo que ya incluía la edición original del FCE. Doble trabajo para los demás, pero no para Alatorre. Por supuesto, hace falta más que un apéndice, como por ejemplo, y sin contar el amplio prólogo de Méndez Plancarte, las elucidaciones bíblicas, patrísticas, filosóficas y teológicas que Alatorre eliminó. Era, consiguientemente, más simple actualizar la primera edición que hacer una segunda; incompleta y, por ésta y otras muchas razones, paupérrima. Es verdad que el recién fallecido filólogo anota que “a veces hasta reproduzco las palabras mismas de MP”, pero la frase está planteada como concesión: “a veces hasta le hago el favor a Méndez Plancarte de reproducirlo”. El problema es que no sólo lo “reproduce”, sino que lo glosa, y al glosarlo innumerables veces, parece que la nota es originalmente suya, no de Méndez Plancarte: Alatorre, comodinamente, se luce con una sabiduría ajena. En torno a lo de la virreina, es cierto que es el cuento de nunca acabar. Pero no se trata de “tendencias ideológicas” como afirmas, sino de pruebas históricas. Y el recién fallecido filólogo jamás las aporta. No obstante, se permite ligerezas del tipo (nota al verso 47 del núm. 42): la virreina encargaba coche para ir a San Jerónimo “constantemente”. ¿Cómo sabe tal cosa? Lo que ocurre es que, con una expresión majadera pero que él uso múltiples veces con Méndez Plancarte, Alatorre miente. Si son muchos los que, como dices, comparten sus opiniones, lo siento, porque esto no es cuestión democrática, sino probatoria. Por último, me pides erratas. Tengo una buena lista que en breve publicaré; por ahora te doy un botón de muestra: En su Introducción, al hablar de la impresión de 1690 de “Poemas” de Sor Juana, menciona al “editor de 1609” (p. XVII). ¡“1609”! Si, según tu decir, has leído muchas veces esa edición y no ves las erratas “por ningún lado”, te recomiendo que (en esta ocasión con ojos bien abiertos) vuelvas a hacerlo. Saludos.
Estimado “David”: aunque intentó hacer una mancuerna con “Jorge”, no lo lograron: mientras él es una persona educada y respetuosa, usted pertenece a la categoría de “otro Adam”; o sea, de quienes hablan con los riñones, desde el prejuicio ideológico y la simpatía afectiva. No son buenas credenciales para una persona interesada en la “crítica literaria”. Sus palabras, consiguientemente, no merecen respuesta. A pesar de ello, le contesto (aunque con la brevedad que amerita). Desde mi “desconocimiento y desprecio sobre una disciplina tan indispensable a la crítica literaria como es la edición crítica”, le hago notar que, en la suya, el mismo Alatorre apunta con todas sus letras que “no es propiamente una edición crítica” (p. XXV). Considerándolo, y aunque exhiba yo una vez más una “triste ignorancia” en estos asuntos, le hago ver que todo crítico literario debe gozar de un requisito elemental: SABER LEER BIEN. Es por ello un alivio enterarme de que está usted en pleno desacuerdo con mi opinión. No esperaba menos de usted.
Como a este país le hace falta el valor civil de sus ciudadanos, no tengo intenciones de volver a polemizar (dando mi nombre y apellido) con quienes, arteramente, ocultan los suyos.
David
Estimado Alejandro Soriano: no comparto en lo absoluto su opinión sobre la edición de Alatorre. Su opinión refleja, desde mi punto de vista, una triste ignorancia de asuntos que, desde mi punto de vista, son fundamentales para el entendimiento, no sólo de la obra de sor Juana, sino de la de cualquier obra. Llamar «paupérrima» a la introducción de Alatorre sólo puede ser entendido porque el lector considera de poca importancia los asuntos en que de ella se trata (efectivamente, es menos rica que la de MP en el sentido de que se enfoca en una sola cosa: la justificación del texto impreso en la presente edición), pero tales asuntos resultan de gran importancia, puesto que nos permiten acercarnos a las lecturas más próximas a lo que sor Juana escribió: al llamar paupérrima a esta introducción usted sólo refleja su desconocimiento y desprecio sobre una disciplina tan indispensable a la crítica literaria como es la edición crítica. En segundo lugar, las que usted llama erratas en la edición de Méndez Plancarte, más que erratas son malas lecturas, producto de que el gran erudito no pudo consultar las primeras ediciones de sor Juana, con lo que en su edición se colaron las erratas de las ediciones posteriores, así como los intentos de Méndez Plancarte por corregir estas erratas, cuando en las príncipes había lecciones perfectamente satisfactorias, tal observación la han hecho, independientemente de Alatorre, críticos diversos como Georgina Sabat de Rivers, Eguía Lis-Ponce y Alberto Pérez Amador-Adam. En este sentido toda edición es perfectible, y la de Méndez Plancarte está lejos de ser la mejor edición posible. El desprecio hacia estas cuestiones que usted muestra revela una suma ignorancia acerca de la materia y su importancia. Por otra parte, si bien las notas de Méndez Plancarte son innapreciables, éstas pueden resultar excesivas para el lector común y corriente, aunque indispensables para el estudioso; en este sentido, las notas de Alatorre siguen una corriente crítica que busca anotar sólo lo indispensable para que el lector comprenda el texto (y que en algunos casos, como lo es la colección Biblioteca Clásica de editorial Crítica, ha relegado las notas eruditas al final del texto). Por último, la prosificación de Méndez Plancarte, si bien puede resultar útil para el que se acerque al Primero Sueño, al colocarse al final, junto con el aparato de notas, queda relegada y, por ello, su utilidad disminuye considerablemente, al contrario de lo que sucede con la misma edición de la BEU o con otras prosificaciones como la de Jammes de las Soledades. Estas son las razones por las que estoy en pleno desacuerdo con su opinión.
Jorge
Estimado Alejandro: Quisiera hacer algunas observaciones a lo que has venido diciendo. Primero, la edición de Alatorre, (obviamente) está pensada para aquellos que ya conocen la de MP. Se trata de «otra» edición: lo dice el mismo Alatorre. El FCE debe reimprimir la anterior (de 1951) y poner las dos al alcance de los lectores, en eso estoy de acuerdo. Y si la de MP no se reimprime, no es culpa de la edición de AA sino de la editorial. Es claro que la de MP es invaluable pero la de AA introduce no pocos cambios que, merecen más que un simple apéndice. Lo anterior explica que no haya una prosificación del Sueño, la cual, por cierto, puede no sólo consultarse en la edición de la Lírica… de 1951 sino en la Biblioteca del Estudiante Universitario (colección de la UNAM), sumamente accesible. Ahora bien, respecto a las notas que dices que AA le fusila a MP, el recién fallecido filólogo deja muy en claro en su introducción que «a veces hasta reproduzco las palabras mismas de MP»: sobre aviso no hay engaño. Y bueno, lo del amor por la virreina es cuento de nunca acabar. No hay estudio (a menos que sea a propósito de física nuclear…) que no se oriente hacia una u otra tendencia ideológica. Ni MP estaba excento de ello (¿acaso no dice que es una «terrible verdad» que la monja fuera bastarda?), ni lo está AA. Lo que sí te puedo decir es que somos muchos los que compartimos las impresiones de AA, hoy por hoy. Ahora, lo de los romances 56 y 57 no es exclusivo de AA. Martha Lilia Tenorio (en un artículo que seguro conoces) y Octavio Paz han visto que esos romances son muy «alocados» para ser religiosos. Al menos a mí, me convence. Por último, ¿erratas? ¿plagado? ¿me podrías decir cuáles? He leído (muchas veces) la edición de AA y te puedo decir que no veo las erratas por ningún lado. Las hay, sí, minúsculas, pero en las notas (hay sólo una en los textos, que por demás, se cuela desde la edición de MP). Saludos.
Otro adam
La tragedia de todos los «sorjuanistas» es que no son Antonio Alatorre. Es, sin embargo, una buena técnica publicitaria tirarle a los grandes para cobrar notoriedad y vender libritos, lo cierto es que para que alguien supere a Alatorre va a pasar muy buen rato.
Adam
Oye, Sergio, ¿y con todo esas ideas mal digeridas con las que argumentas tu punto, dices que quieres leer El Sueño «como se debe»? ¿Lo entenderás?
Alejandro Soriano
Tienes todos los clichés y prejuicios de quienes no saben mantener una discusión académica. Acudes al recurso de los impotentes: el insulto. ¿Qué tiene que ver Darwin, la tierra plana y los seminarios con Sor Juana? Hay que estudiar para hacer reseñas valiosas.
Sergio
No le veo caso contestar a una respuesta dogmática y no literaria, sólo veo con sorpresa que todavía hay gente que piensa que la tierra es plana, que el Big Bang y las teoría de Darwin son falsas y que los seres humanos no pueden amarse entre sí, sin importar si son monjas o marquesas o condesas… ¡Ah! pero eso sí, no se podrá negar que hay homoerotismo en los seminarios, que muchas monjas fueron forzadas a abortar y que existe la pederastia en algunos sacerdotes…
Alejandro Soriano Vallés
Habrá que preguntar a los lectores que se acercan por primera vez a «Primero sueño» si la prosificación les sirve o no. Eso hizo Méndez Plancarte, pensar en el lector y poner lo necesario a su alcance. Las notas «eruditas» de Alatorre no son nada comparadas con las de Méndez Plancarte (de hecho, en variadas ocasiones aquél retoma las de éste sin darle crédito), que si hacen gala de erudición. Si Alatorre no quería hacer una “introducción en toda forma” debía haber respetado la de Méndez Plancarte, porque la de él es paupérrima. El «amor» de Sor Juana por la virreina es «OBVIO» sólo para quienes imaginan verlo; para quienes ignoran lo que es una vocación religiosa y, además, desconocen cómo funcionaban los conventos y la sociedad de la época. No puede haber nada más ideológico que condicionar la lectura de dos romances (núms. 56 y 57) llevándola hacia donde al editor se le antoja, cual mañosamente hace Alatorre en su introducción. Por otra parte, esta nueva edición, critica la anterior a causa de sus erratas, pero está también plagada de ellas. Para Ripley.
Sergio
Alatorre explica desde la primera página de su presentación que la introducción de Méndez Plancarte es una «introducción en toda forma», pero él no quiere ya detenerse en eso, lo que le importa a Alatorre son los textos (porque son los cambios más sustanciales y evidentes) y a eso se avoca. Luego, ¡para qué quieres una prosificación del Sueño si lo puedes leer de corrido, como se debe, y si tienes alguna duda consultas las eruditas notas que Alatorre ha puesto al pie! Y el amor de sor Juana por la Condesa de Paredes es más OBVIO, Méndez Plancarte sí que imprimió una «carga ideológica» a esos poemas que, por lo demás, son muy claros en las intensiones amorosas de la monja.
Sergio.
Alejandro Soriano Vallés
Lo que el FCE ha hecho con el tomo I de las «Obras completas» de Sor Juana es un gran error. La edición de Alatorre, comparada con la de Méndez Plancarte, es de una muy inferior categoría. Es cierto que ha depurado ciertos poemas,corrigiendo erratas y puliendo algunas atribuciones. Pero, más allá de esto, la gente interesada en la poesía de Sor Juana se ve privada de la gran erudición del enorme aparato crítico de la edición anterior. Los lectores ya no tienen al alcance ni los datos históricos ni las filiaciones poéticas ni el resto de los minuciosos detalles con que estaba engalanada la de Méndez Plancarte. Baste poner el ejemplo de «El sueño»,cuya prosificación no aparece más. El trabajo de Alatorre carece de profundidad y amplitud, de modo que los lectores futuros (en el terrible caso de que esta edición realmente «sustituya» a la otra)tendrán que recurrir a las bibliotecas y no a las librerías. Si el FCE deseaba actualizar la «Obras» de la Fénix, bien pudo hacer un apéndice. Aparte de todo esto, la carga ideológica de Alatorre (verbigracia, la continua insinuación del «amor» sorjuanino por la virreina) constituye un severo error conceptual dentro de las obras de una monja. No perdamos la esperanza de que el FCE recapacite y devuelva a Sor Juana y a sus lectores el mejor de los editores posibles.