Peores crímenes se ha permitido la humanidad y nosotros aquí estamos leyendo cómodamente, dice el autor de esta obra francamente pornográfica.
Pablo Paniagua es un madrileño nacionalizado y afincado en Guanajuato que tiene en su haber, publicados de manera independiente, cuatro novelas y un libro de ensayos, y que ha apostado desde hace por lo menos siete años a la autogestión editorial, desde la producción hasta la distribución. Comenzó en la época del nacimiento de la blogósfera y ha llegado hasta el esquema de los libros electrónicos. Se inauguró en el ciberespacio con una blognovela —Exex (2007)— y le siguieron El mono cibernético (2009), La novela perdida de Borges (2010, la versión en papel de su blognovela Exex), Abraxas (2015), Nadine (Sediento Ediciones, 2014) y la pieza Palabras fractales (2013).
Él mismo, como instigador de la literatura indie (lo que ello signifique) afirma que lo suyo es la búsqueda y que cada texto lo escribe con un afán de experimentación; es un escritor con un bagaje cultural rico, con las preocupaciones sociales (casi) por todos compartidas, de una singular gana por ser irreverente y un peculiar manejo de la narrativa, con especial interés en la novela negra y el género erótico. Nada mal como prolegómenos para invitar a la lectura de Nadine, algo más que una novela porno, que así como anticipa en el subtítulo tiene la misma idea de Pablo Paniagua, escandalizar, provocar con su texto, el cual, asegura, preconiza la antinovela del futuro.
Es una novela (¿antinovela?) escrita con el ánimo de desagradar, y en esa medida ni feministas ni mentes pacatas encontrarán solaz en ella, gustará a adolescentes novatos de apetitos lúbricos, a un público curtido y de garganta aventurera y a aquellos interesados en la experimentación metaliteraria.
Nadine es una novela para gente interesada en la literatura o por lo menos con un interés especial en la experimentación, o para quienes no les moleste estar escuchando la voz no sólo del narrador —destacando las motivaciones de los personajes— sino la del escritor que susurra los resortes de la novela; un autor que recuerda que él tiene la sartén por el mango y que en la novela pasará, literalmente, lo que le salga de los huevos porque para eso la está creando y desarmando ante nuestros ojos.
La frase “la veracidad me la sopla” aparece poco antes de terminar el texto, aunque es la idea que debe acompañarnos para no botar el libro por falta de una mediana verosimilitud, y ante la cadena de atrocidades que deshebra para nuestro (dis)gusto y a las que el mismo Pablo se encarga de darles carta de naturalidad al recordarnos que peores crímenes se ha permitido la humanidad y nosotros aquí estamos leyendo cómodamente. A su favor obran la vertiginosa y disparatada cadena de acontecimientos, y si uno ha gustado de animalidades como las que describieron Sade en sus piezas señeras, Apollinaire en Los once mil falos y Mandiargues en El inglés descrito en el castillo cerrado, desde luego que le permitirá al autor que vaya de un pene cercenado hasta sodomizaciones necrófilas.
Es una novela (¿antinovela?) escrita con el ánimo de desagradar, y en esa medida ni feministas ni mentes pacatas encontrarán solaz en ella, gustará a adolescentes novatos de apetitos lúbricos, a un público curtido y de garganta aventurera y —ya lo dije— a aquellos interesados en la experimentación metaliteraria.
No es simple la acometida de Paniagua: el “pensamiento no convencional, con ausencia de reglas: libertad total: anarquía literaria: (y el) libertinaje de ideas”, ya que busca encarnarlo no solamente en el juego intertextual de su antinovela sino en la consecución de acontecimientos, sus motivaciones y el género que eligió como escenario. Su texto definitivamente merecía el apodo de porno, no por menospreciarlo sino porque le otorga el carácter lúbrico y obsceno con que ha querido subrayar su libertinaje; haberlo nombrado erótico —que le reconocería aquel Mandiargues describiendo al inglés— le hubiera parecido mentiroso a sus lectores más selectivos.
Nadine se deja llevar, como la dócil putita que pretende ser, por los caprichos con los que Paniagua retuerce su argumento y así, de camuflaje para la huida se adueña de su creador para confrontarlo con sus apetitos y terminar la pieza espléndidamente en una imagen imposible. ®