La deslumbrante obra de Vesalio, De humani corporis fabrica, (1543) despertó a la medicina de catorce siglos de un sueño muy profundo.
Los estudios anatómicos del griego Galeno (II d.C.) fueron considerados, hasta ya avanzado el Renacimiento, irrefutables. Por lo tanto representaron un obstáculo para el progreso de la medicina y cualquier médico que insinuase lo contrario era entregado a la Inquisición. Galeno había basado sus estudios en disección de animales, principalmente perros y monos. Llegó a conclusiones que más tarde se revelarían atrevidamente fantásticas; por ejemplo, que el hígado producía la sangre, que el útero tenía diferentes cámaras y que la hipófisis vertía sus secreciones directamente en la nariz.
Hacia 1543 apareció la deslumbrante obra De humani corporis fabrica, libri septem, conocido simplemente como Fabrica, del médico anatomista flamenco Andreas Vesalio (1514-1564), hoy considerado padre de la anatomía moderna y entonces médico de la corte de Carlos V. No fue fácil estudiar anatomía en un momento histórico cuando la Iglesia prohibía la disección de cuerpos humanos. A sus treinta años Vesalio escribió, echando una mirada a su fantasmagórica juventud, las palabras siguientes:
En este momento, no pasaría de buena gana largas horas en el cementerio de los Inocentes en París revolviendo huesos ni iría a buscarlos a Mountfaucon, donde una vez, […] numerosos perros salvajes me pusieron en grave peligro. Tampoco tendría ganas de que me dejaran fuera de (la universidad de) Lovaina para, solo en medio de la noche, poder llevarme huesos de ahorcados para preparar un esqueleto.
Sabemos que llegó a solicitar a jueces que retrasaran el día de juicio de algún criminal para esperar el momento preciso de su disección, así como a instar a algunos estudiantes de medicina a que tomaran nota de las enfermedades de los pacientes próximos a la muerte. “No guardaré en mi dormitorio”, continúa el anatomista, “durante varias semanas cuerpos tomados de las tumbas o que me hayan sido entregados después de una ejecución pública”. El anatomista concertaba con pintores y escultores para inmortalizar sus descubrimientos y frecuentemente tenía que soportar su mal genio, pues se mostraban coléricos ante la imagen del forense, manos y ropas ensangrentadas, manipulando órganos habitualmente infectados y pútridos mientras realizaba la disección. Sin embargo, concluye el médico flamenco, “deseando aprender y avanzar en nuestros estudios, […] soporté de buena gana y alegremente todas esas cosas”.
No fue fácil estudiar anatomía en un momento histórico cuando la Iglesia prohibía la disección de cuerpos humanos.
En Los diez mayores descubrimientos de la medicina, de Meyer Friedman y Gerarld W. Friedland, encontramos un acercamiento a su vida y contribución a la medicina occidental. Los autores señalan que la aparición de Fabrica “despertó a la medicina de catorce siglos de un sueño muy profundo”. No obstante, colegas contemporáneos suyos, aseguran Friedman y Friedland, lo consideraban un mero rapabarbas y se mostraron irritables, furiosos a decir verdad, por el hecho “de que Vesalio se hubiera atrevido a señalar los repetidos errores de Galeno”, aun cuando éstos fueran evidentes. “Es importante tener en cuenta que sin el estudio de la anatomía y la fisiología (prohibidas en el Medioevo) es imposible adquirir conocimientos de carácter científico, lo que da como resultado métodos supersticiosos o enteramente arbitrarios en el estudio de la medicina y el cuerpo humano”, en palabras de Bertrand Russell.
Andreas Vesalio fue perseguido con notoria hostilidad. El fin de sus días es épico y Russell lo refiere efusivamente en su Religión y ciencia. Mientras que, con el consentimiento de los familiares, examinaba el cadáver de un personaje importante de España, “se observó que el corazón —o así lo afirmaron sus enemigos— mostraba algunos signos de vida bajo el bisturí”. Fue acusado de asesinato y denunciado a la Inquisición. Gracias a la influencia del rey se le perdonó la vida, permitiéndosele, a cambio, que hiciera una peregrinación penitente a Tierra Santa. A su regreso naufragó el barco y, si bien alcanzó tierra, murió de agotamiento. ®