ANDREW VACHSS

El cazador de paidófilos

Los escritores se dividen en dos clases: están los que escriben porque aspiran a cierto tipo de reconocimiento —que aunque lo disimulen lo imaginan universal— y los que, aun cuando preferirían evitarlo, escriben porque no pueden hacer otra cosa. Andrew Vachss no pertenece a ninguna de estas dos clases. Es un escritor que pertenece a una fauna ya extinguida hace tiempo, la del escritor que escribe porque tiene una misión.

Andrew Vachss nació en 1942 y creció en Nueva York, al sur de Houston Street, esa zona que hoy se conoce como Soho. Se graduó en la Case Western Reserve University de Cleveland en 1965 y cuatro años después formó parte de las fuerzas de Paz en Biafra para la Community Development Fundation de las Naciones Unidas. Entre 1972 y 1973 dirigió una cárcel cárcel de máxima seguridad para jóvenes violentos. En 1975 se doctoró en la New England School of Law de Londres. Antes de dedicarse a la abogacía ejerció otros trabajos: fue obrero, sindicalista, taxista y fotógrafo. Llegado a un determinado punto de su vida, en pleno ejercicio de su actividad como abogado, tomó conciencia de que su principal enemigo a la hora de intentar llevar a un abusador de menores a la cárcel no eran ni las coartadas ni las apelaciones a desequilibrios mentales detrás de las cuales trataban de refugiarse los acusados, sino la lisa y llana ignorancia general que gira en torno a estos seres subhumanos que, a su entender, ni siquiera merecen ser comparados con los gusanos. Decidió entonces escribir novelas y relatos. Sus reflectores se dirigieron a iluminar ese hilo sutil anidado en nuestra sociedad que en el intento de recuperar a los sujetos riesgosos genera los mismos monstruos que acabarán con ella.

Políticamente incorrecto, es decir, amado y odiado in extremis, Andrew Vachss se planteó escribir libros para desentrañar los mecanismos psicológicos y cotidianos que permiten conocer, descubrir y anular a los “predadores” de niños. Además de su obra novelística, gran parte de la cual gira en torno a las tribulaciones de un investigador privado, Burke, Vachss ha escrito letras de blues, haikús, artículos periodísticos, historietas y hasta una novela en la que el protagonista no es otro que Batman, empeñado en encontrar a un abusador de menores que merodea las calles de Ciudad Gótica.

Sus argumentos aparentan ser —son— incuestionables, y a menudo se lo tilda de “despiadado”. Pero cuando uno ha trabajado como investigador para el gobierno federal siguiéndole la pista a cadenas de enfermedades venéreas, y cuando uno encuentra que en un eslabón de esa cadena hay un niño de nueve meses con gonorrea rectal, bueno, uno tiene licencia de despiadado.

Nuestra especie en peligro

Vachss no tiene dudas acerca de que nuestra especie es el punto más alto en la escala evolutiva, pero reconoce que hay un “área crítica” en la cual, al evolucionar, hemos fallado. Esta falla es tan fundamental que, a largo plazo, nuestra propia supervivencia está en juego. Plantea una amenaza más grande que la guerra, la pobreza, el crimen y el racismo. Esa falla es la siguiente: no estamos protegiéndonos y preservándonos a nosotros mismos. Nuestra concepción de la familia humana no sólo no ha evolucionado, sino que ha involucionado, al punto que toleramos la desprotección, cuando proviene de padres violentos; toleramos a los predadores dentro del círculo de confianza de los niños, en escuelas, en clubes, en organizaciones religiosas —la iglesia no es otra cosa que un madriguera de predadores sexuales. “Ha involucionado al punto que a los abusadores de niños, incluso después de haber sido identificados, se les permite más oportunidades para destruir. Ha involucionado al punto que insistimos en el potencial de rehabilitación de aquellos que injurian viciosamente o atacan sexualmente a sus propios hijos. Y ha involucionado al punto que permitimos que predadores de niños convictos sean liberados y caminen entre nosotros”. Vachss sostiene que una de las características distintivas de las especies altamente involucionadas es el largo periodo de ayuda posnatal, cuando las crías no están capacitadas para defenderse por sí mismas, y el comportamiento en manada, una asociación que, en última instancia, apunta a que cualquier actividad esté determinada por la supervivencia del grupo social. Entre muchos mamíferos los padres no protectores son considerados defectuosos. Dado que entre sus garras puede mermar el número de miembros del grupo a través del ataque directo a sus propias crías, y dado que no se los puede dejar solo custodiando las crías de los otros integrantes de la manada mientras éstos cazan, son expulsados o matados. En contraste, los animales humanos toleran y hasta perdonan al no-protector y al predador, incluso cuando llegan al nivel de la violación, la tortura y el asesinato de niños. “No podemos seguir tolerando a aquellos que destruyen a nuestros niños”, dice Vachss, “la evolución es una carrera de relevos, con el bastón pasando de generación en generación. La competencia es entre aquellos que consideran a los niños las semillas de la especie y los que los consideran vasallos y víctimas. Ahora bien: no estamos ganando esa carrera”.

La retórica piadosa no salvará a los niños. Si no consideramos el abuso infantil como una ofensa y una amenaza a nuestra propia supervivencia, si no somos capaces de responder como lo hicieron nuestros ancestros animales desapareceremos para siempre, como algunos de ellos lo han hecho.

Dolor en dosis

Burke se mueve en una cloaca como un cazador furtivo en el coto de un potentado. Se siente con el derecho de quedarse con el dinero que circula por ahí. Mucha gente espera al hombre que pueda caminar sobre las aguas. Burke les dedica buena suerte: él camina sobre la arena movediza. Siendo chico, en el reformatorio, le dijo a un asistente social que él se había criado en un asilo para huérfanos. El infeliz le dijo que uno tiene que aprender a jugar con las cartas que le da la vida, como si con eso Burke pudiera convertirse en un buen ciudadano. Años después, en una cárcel para adultos, Burke comprendió que aquel asistente social tal vez tenía razón. Uno sólo puede jugar con las cartas que le da la vida, pero sólo un idiota o un masoquista no hace trampas.

Burke es un malviviente, un desplazado, un marginal. Puede hacer cualquier cosa por dinero, pero siente una predilección especial por la caza de estupradores infantiles. Posee una familia adoptiva, una corte de los milagros integrada por Mama, la dueña de un restaurante chino, Max, un guerrero mongol sordomudo, Michele, un transexual, el Profe, un negro al que conoció en la cárcel y cuyo apodo podría designar tanto “profesor” como “profeta”, el Topo, un cazador de nazis miope que vive en un búnker oculto bajo tierra, en el centro de un cementerio de autos, y una perra, Pansy, un mastín napolitano, 60 kilos de músculos viciosos. Burke puede hacer cualquier cosa, cualquier calamidad, pero en las novelas siempre lo encontramos tratando de conseguir que un violador infantil asome la cabeza de su cueva.

En cierto sentido Burke es el alter ego de Vachss, Burke hace lo que Vachss haría si no estuviera tan convencido de que su misión debe darse en un área limitada por ciertos márgenes legales. Burke no juega limpio. Vive de pequeñas y grandes estafas, trabaja por dinero. Para él, despertar por la mañana es ganarle al sistema. Y despertar fuera de la cárcel es ganarle por knockout. Las novelas protagonizadas por Burke traducidas al español son tres: Flood —publicada por Emecé en 1987 con el título Bajo mundo—, Blue Belle y Strega —estas dos últimas publicadas en España por Ediciones B. Pocas, si se tiene en cuenta que desde 1985, año de la publicación de Flood, Andrew Vachss ha escrito a razón de una novela por año —hace pocos días acaba de aparecer Only child, la última de su producción. Vachss no es un escritor al que le interesa particularmente la literatura, o que al menos no le interesa la literatura como puede interesarle a toda esa fauna que considera el escribir como una actividad “meritocrática”. Escribir puede acercarlo al gran público, y por lo tanto puede permitirle hablarle a mayor cantidad de gente. Pero esto no significa que esté dispuesto a sacrificar sus invenciones. Vachss podría vender muchísimo más, incluso más que James Ellroy o Patricia Cornwell si sólo aceptase ser un poco más “accesible”. Es algo que Vachss está cansado de oír, y probablemente sea cierto. Pero si ciertos autores tienen determinados objetivos, él tiene otros. Vachss tiene una misión a la cual ha dedicado su vida y no está dispuesto a renunciar a ella en pos de un mayor éxito comercial. Volverse “accesible” significa plegarse a los gustos del público, y a Vachss no le interesa escribir libros que les gusten a todos. Vachss es una usina de odio, y escribir le sirve para echarlo afuera. Por otra parte, ¿qué es preferible?: tener unos pocos amigos que estén dispuestos a dar un brazo por uno o tener un montón de desconocidos que nos llaman “amigo” pero que nos abandonan apenas cambia el viento? Vachss llama sus libros mis “caballos de Troya”, es decir, son medios dentro de los cuales le está permitido hacer circular algunas ideas.

Vivir, sufrir, combatir

Es sabido desde hace mucho que en la justicia lo que prevalece no siempre es la verdad sino también el dinero. No le interesan los divagues. Si hace falta trasladarse a Tailandia y comprar de su propio bolsillo, vendidos a tanto el kilo, niños, ofrecidos como muñecos fuck & suck, lo hace, y después los confía en adopción a familias norteamericanas. Una estúpida periodista italiana le preguntó si hacer eso tenía algún sentido. Vachss le respondió: “No lo sé, ¿pero qué carajo hace usted al respecto?” Una periodista radiofónica comenzó una conversación telefónica con él con la siguiente propuesta que probablemente tenía pensada desde hacía dos días: “Hagamos de cuenta que yo soy el abogado del diablo”, a lo que Vachss respondió: “No, eso no tiene sentido: el diablo no necesita de un abogado”. No intenta ser simpático, no lo es, no debe serlo. Como sucediera hace muchos años con Buster Keaton, sus fans ya empezaron a ofrecer en Estados Unidos cantidades cada vez mayores de dinero para quien consiga traer una foto de Andre Vachss sonriendo. Otros en cambio tratan de obtener una respuesta certera a la pregunta ¿qué le ocurrió a Vachss en el ojo derecho?

Mientras tanto, a Vachss, el despiadado, la literatura lo sigue aburriendo con su paraíso. Que dé más bien un poco de saber, piensa: no vivimos en una época de paraíso. ®

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Publicado en: Ensayo, Mayo 2010

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  1. La hipocresía de este tipo no tiene límites.

    Abuso infantil es también negarles una sexualidad a los niños. Alguien que no deja a un niño decidir sobre su propio cuerpo, ya sea alguien que lo obliga a tener sexo contra su voluntad, como alguien que le niega la posibilidad de experimentar placer con otra persona, es un abusador.

    Alguien que niega, reprime y SECUESTRA la sexualidad infantil, no es mejor que un abusador.

    Los niños tienen una sexualidad (o tal vez una sensualidad) natural, y secuestrársela, negársela, es lo que hacen los abusadores y los tipos como Andrew Vachss.

  2. ¡Es indignante que se meta en el mismo saco, siquiera se COMPARE a los pedófilos -personas con una atracción romántica por los niños- con un abusador de menores!

    ¿Alguien me puede explicar, como si fuera opa, qué demonios tiene que ver el asesinato, la tortura o la violación de un niño con la pedofilia? ¿Alguien me lo puede explicar? Como si fuera tonto.

    ¡Creer que esas cosas tiene que ver con la pedofilia es lo mismo que creer que el asesinato de una mujer tiene que ver con la heterosexualidad!

    ¡O que la violación de una mujer tiene que ver con la heterosexualidad!

    ¡No tienen nada que ver!

    Pedofilia: amor romántico por los niños!

    No todos los pedófilos son pederastas o abusan de niños!

    «Esta falla es tan fundamental que, a largo plazo, nuestra propia supervivencia está en juego. Plantea una amenaza más grande que la guerra, la pobreza, el crimen y el racismo. Esa falla es la siguiente: no estamos protegiéndonos y preservándonos a nosotros mismos.»

    Ese es el mismo argumento que utilizaban hace 200 años para criticar a la homosexualidad: los gays traen todas las catástrofes, si todo el mundo es gay se acaba la raza humana, etc.

    Los mismos argumentos FASCISTAS e INTOLERANTES de gente que no puede soportar que alguien tenga una orientación sexual diferente!

  3. No lo conocía. Ahora, con la reseña de Piro, he ido a su web (http://www.vachss.com) y a la información en Wikipedia sobre él (me encanta la foto que la ilustra, con ese pitbull, al estilo de un viejo monarca cazador de Europa).
    Antes de llegar a esa información, la postura de Vachss me recordó un capítulo de «Dexter», el psicópata forense que se «encarga» de un pederasta por su cuenta. Es una tradición americana, que viene bastante bien reflejada en su cine (desde Harry el sucio a cualquier película de Charles Bronson, Chuck Norris o incluso Stallone o Steven Seagal): si la justicia no funciona o no llega, sáltatela y sé tú el justiciero.
    Su teoría de la evolución aplicada a cómo tratamos a los niños es muy «romántica» pero resiste poco cualquier manual de historia y mucho menos aún la situación de la infancia en buena parte del mundo, donde los abusos sexuales quizás sean la parte más «suave» de sus problemas -si ponemos en un escalón mayor el simple derecho a la vida, a no morir de hambre, etcétera-.
    Intentaré conseguir algún libro de este autor, aunque no creo que supere a Palahniuk: también él cuela en forma de ficción ideas que traspasan el fascismo, el totalitarismo, el anarquismo, el liberalismo y otros ismos que siempre anidan en nuestras sociedades.

  4. que tal?, se antoja leer a Vachss, saben en dónde se puede conseguir algo sobre él? felicidades por la revista está de pelos, les comento que en el segundo párrafo de «DOLOR EN DOSIS» dice:

    «…después de Michel, un transexual, el Profe un negro al conoció en la cárcel…»,

    queda mejor: «…al que conoció en la cárcel…»

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