Anne Brontë cuenta, a través de una suerte de diario, cómo la institutriz debe lidiar con niños crueles e ignorantes, madres displicentes y padres autoritarios. El entusiasmo de la maestra se topa con un muro de malos tratos.
Las hermanas Emily, Charlotte y Anne Brontë han cautivado la imaginación de los lectores durante cerca de doscientos años. Tres mujeres que amaron los libros, tres escritoras que se escondieron detrás de un pseudónimo masculino, tres novelistas que murieron jóvenes a causa de la tuberculosis.
Si bien las dos mayores son las más leídas por sus obras Cumbres borrascosas y Jane Eyre, Anne cuenta con un par de novelas que retratan con crudeza la vida de una mujer de clase media en la sociedad británica del siglo XIX. La primera, Agnes Grey, fue publicada en 1847 con una buena recepción. Un año después vio la luz La inquilina de Wildfell Hall, que fue mal vista por los lectores de la época y que incluso escandalizó a la propia Charlotte. Los dos títulos aparecieron por primera vez con el pseudónimo Acton Bell.
En Agnes Grey (Barcelona: Alba, 2016) una joven autora relata su propia experiencia como hija de un clérigo e institutriz en diversas casas. Alentada por las carencias económicas de la familia —la madre perdió privilegios y herencia al contraer matrimonio con un hombre considerado de rango inferior en su círculo social—, la protagonista decide buscar empleo como maestra.
No es que Agnes tuviera muchas opciones. “No es una cuestión de que se casen o no; hay mil formas honradas de ganarse la vida”, dice una optimista madre cuando la familia se ve en aprietos a causa de las malas inversiones de su esposo. Lo cierto es que, para una chica de diecinueve años sin un chelín para su dote e hija de un reverendo, las fuentes de trabajo eran escasas, mal remuneradas e incluso esclavizantes.
Anne Brontë cuenta, a través de una suerte de diario, cómo la institutriz debe lidiar con niños crueles e ignorantes, madres displicentes y padres autoritarios. El entusiasmo de la maestra se topa con un muro de malos tratos. Ella, que cree en los principios platónicos de verdad, bien y belleza, que apuesta por el conocimiento y los valores cristianos, se da cuenta de la inutilidad de estos dones en la clase acomodada a la que decidió servir.
“Bien porque los niños fuesen incorregibles, porque sus padres fueran tan poco razonables, porque mi juicio fuese equivocado o fuera incapaz de llevarlo a cabo, lo cierto es que mis mejores intenciones y agotadores esfuerzos no obtuvieron otro resultado que diversión en los niños, decepción en los padres y tormento para mí”, reflexiona Agnes tras los primeros meses de su primer empleo en la casa de un comerciante.
Aunque la chica se lamenta con frecuencia, esto no significa que ceje en su empeño. Después una primera experiencia laboral, que raya en la catástrofe, regresa decaída a la casa familiar, refugio donde recibe el afecto incondicional de su madre, su hermana mayor y un padre cada vez más enfermo.
“Tu talento, Agnes, no es el de cualquier hija de clérigo pobre y no debes malgastarlo”, le dice su madre cuando la chica decide buscar nuevos alumnos. En este punto la autora destaca —al igual que el resto de sus hermanas— el alto valor de la educación, la lectura, la música y el arte.
Y es que en la mayoría de sus novelas, tanto Anne como Emily y Charlotte, describen a varios de sus personajes leyendo, como una forma de huir de situaciones difíciles o casas asfixiantes.
“Ahora, más necesitada que nunca, volví a la poesía con más intensidad de lo que había hecho con anterioridad”, narra la protagonista cuando recuerda la amargura de sus años como institutriz.
Agnes encuentra una segunda oportunidad. La familia Murray accede a pagarle un sueldo de 50 libras, pero vive a setenta millas del pueblo de la joven. Esta situación la mantendrá lejos de los suyos, pero ganará “¡Una suma tan importante para la economía familiar!”
A pesar de sus esperanzas, la institutriz se encuentra con cuatro alumnos más interesados en las frivolidades que les provocan placer que en el conocimiento. Sin embargo, Agnes logra establecer una relación cariñosa con la hija mayor, quien desperdicia su belleza en coqueterías mientras busca un matrimonio ventajoso.
A diferencia de Jane Austen, en cuyos textos el romance empuja una maquinaria narrativa, Anne Brontë muestra al amor como una justa recompensa a la paciencia, el esfuerzo y la rectitud moral. En contraparte, una vida licenciosa y de desenfreno conduce a la desdicha.
Después de ser “una empleada entre extraños, menospreciada y pisoteada por todos”, nuestra heroína abre, junto a su madre, una escuela para señoritas. El tesón de Agnes Grey no le dará fortuna, ni siquiera una vida más cómoda, pero sí la convertirá en una mujer independiente y productiva. Esa rara avis que vuela a trompicones a través de la época victoriana.
La sensibilidad de protagonista y autora impregnan las páginas de esta novela. Es difícil no sentirse conmovida por la historia de Agnes. Sabemos que detrás del relato están las vivencias de una escritora que murió a los 29 años víctima de la peste blanca. Enfermedad terrible que exterminó a todo el linaje Brontë.
“Todavía conservo aquellas reliquias de pasados sufrimientos que actúan para mí como esas cruces que se levantan en los caminos para conmemorar un acontecimiento. El tiempo borra las huellas, el paisaje puede cambiar, pero la cruz sigue allí para recordarnos cómo fueron las cosas”, escribe la institutriz después de la ingrata experiencia que le deparó una condición inalterable: ser una mujer educada, con inclinaciones artísticas y sólidos principios, pero sin dinero ni relaciones.
¿Por qué escribió Anne Brontë esta novela? Tal vez para compartir un relato íntimo que revelara la intensa vida intelectual y sentimental de una empleada que, en su tiempo, solía ser menospreciada e ignorada por la mayoría de quienes la rodeaban. Hay otra respuesta que sugiere la propia Agnes al inicio del libro: “Si un padre ha obtenido algún consejo útil o una desgraciada institutriz ha recibido de estas páginas el menor beneficio, me sentiré más que recompensada por el esfuerzo”. ®