En estos intercambios de influencias entre un arte y otra, la historieta ya le mostró el camino de la fortuna al cine: en los cómics los tiempos de la narración se alteran a placer y los viajes entre planetas son igual de constantes que los desplazamientos temporales y la aparición de sagas.
Cuando Umberto Eco mencionó en su libro Apocalípticos e integrados que Superman nació indestructible no se refería al origen y mitología en torno al kirptoniano, es decir, no a la condición del alienígena superpoderoso como personaje, sino en la creación de un producto de entretenimiento de consumo infinito. El héroe volador, al igual que todos sus cuates y cercanos superhéroes, podría morir pero siempre revivirá.
El cine, como hermano rico de la historieta —refiriéndonos a ellos como vehículos de comunicación y entretenimiento— comenzó a adaptar las historias de los cómics desde los setenta. Una década antes, la televisión encontró en el universo de las viñetas una fuente inagotable de productos cuyos primeros resultados fueron deficientes ante la falta de tecnología para hacer más cercana la transformación de la tinta y papel a la imagen televisada.
Con los avances digitales, la creación de nuevos escenarios (creíbles solo en el mundo de los cómics) son una constante, no porque antes no existieran –de hecho el proceso creativo era más complejo y detallado para que las cosas parecieran reales partiendo de una labor artesanal no computarizada- sino porque su producción es más ágil y económica mientras sea en masa.
Cabe aclarar que no todos los cómics nacieron como una imitación de Dorian Gray (por aquello de que envejece todo menos ellos). Si repasamos ciertos títulos literarios podremos encontrar que ya hay una clara intención de crear universos en donde el héroe o protagonista no sufre en edad el paso de los años, no avanza, vive una historia una y otra vez con un mismo esquema. El ejemplo más claro es el James Bond de la autoría de Ian Fleming (no nació en el cine, ahí se hizo más popular, pero su parto se gestó en los libros).
Es por ello que nos enfocamos exclusivamente al asunto de los superhéroes para este tema, pues existen personajes de historietas como Tarzán o El Príncipe Valiente, que tienen una evolución que algún día los llevará a desaparecer, aunque, como el universo del cómic tiene sus propias reglas, en cualquier momento una amistosa inyección de capital podría revivirlos como si nada hubiera pasado.
La batalla entre dos monstruos de las historietas, Marvel y DC Comics, garantiza que cada año hasta el 2021 tengamos en el verano cinematográfico películas de superhéroes. Este 2013 uno de los superpoderosos más entrañables volvió para reclamar su reinado en el mundo del entretenimiento pero no pudo con la encomienda, al menos no en la cuestión cualitativa. El hombre de acero se quedó a medias mientras que Iron Man 3 se adelantó y se tiñó un tanto más oscuro que en anteriores entregas lo que tampoco significó un logro extraordinario.
Cuando Umberto Eco mencionó en su libro Apocalípticos e integrados que Superman nació indestructible no se refería al origen y mitología en torno al kirptoniano, es decir, no a la condición del alienígena superpoderoso como personaje, sino en la creación de un producto de entretenimiento de consumo infinito.
Pero en el verano de 2012 se presentaron tres superproducciones que ejemplifican las diferentes modalidades que en el ámbito cinematográfico determinan la unión de cine e historieta. Por una parte llegaron Los Vengadores, la aparente culminación de una conjunción de proyectos que sirvieron de preámbulo a lo que significaría la épica unión de más de tres superhéroes en una cinta. No es que no se hubiera hecho antes, lo que pasa es que no se había logrado con esos niveles de calidad y entrelazando tramas aparentemente aisladas.
Del otro lado llegó la tercera parte del Batman de Christopher Nolan, un proyecto que demostró que la adaptación de la historieta no tiene que tomar únicamente referencias visuales y características de personajes para ponerlos en la pantalla, sino que puede valerse de premisas y planteamientos propios para tener el sello exclusivo de su realizador. Ya antes los X-Men de Bryan Singer dieron muestra de que trasladar argumentos del mundo de los cuadritos al celuloide no implica ser únicamente fuente de entretenimiento,
Y finalmente, el más significativo de todos (el orden no obedece a una escala de calidad): El sorprendente Hombre Araña. No tiene ni diez años desde la aparición de una nueva irrupción del héroe arácnido en el cine. En el 2002, Sam Raimi presentó al mundo lo que sería el nuevo Hombre Araña y la aparición de sus secuelas significó la consolidación que el cine estaba esperando para poder utilizar a cada uno de los personajes que inundan el mundo de los súper poderosos con sus respectivas contrapartes malignas.
Es significativo porque la llegada del nuevo Hombre Araña de Marc Webb es precisamente lo que las historietas han venido haciendo por décadas y lo que ejemplifica de modo más contundente el estudio de Eco acerca de consumirlas: el mito es indestructible. Traducimos: el héroe puede morir, cambiar de rostro, usar un nuevo traje, cambiar de director, de actor, de producción, de época, de lo que sea… y seguirá ahí, porque sus aventuras son interminables, no obedecen al tiempo, no entienden del futuro. Para los guionistas el desarrollo del personaje no puede basarse en la cuestión temporal, y si ocurre, siempre persistirá la idea de que el héroe todo lo puede, sobre todo reinventarse.
El hombre de acero que nos presentó Zack Snyder vive incluso el mismo tratamiento, al ser una reinvención del héroe que inició a finales de los setenta esta idea de llevar a las historietas a la pantalla grande.
En estos intercambios de influencias entre un arte y otra, la historieta ya le mostró el camino de la fortuna al cine: en los cómics los tiempos de la narración se alteran a placer y los viajes entre planetas son igual de constantes que los desplazamientos temporales y la aparición de sagas, en donde el protagonista igual tiene hijos, que luego no tiene ninguno, seguro muere en algún capítulo, pero resulta que no andaba muerto sino de parranda o alguien más llega a ocupar su lugar. Y nos gusta, nos agrada que sea así, porque nosotros no podemos hacerlo.
La empatía con el mundo de los súper héroes proviene de los alter egos, de esa doble personalidad o identidad por medio de la cual esos tipos con trajes vistosos se ocultan en la sociedad para ser cualquier fulano de a pie. Son el oficinista, el adolescente o la secretaria que viven el trajín de todos los días con la grata excepción de que tienen tiempo para protagonizar situaciones extraordinarias que no lesionan su sueldo ni les provocan desatenciones en el trabajo.
Antes del Batman de Nolan tuvimos al hombre murciélago de Tim Burton; antes de los Superman modernos vivimos a Christopher Reeve como volador en mallas. El cine de súper héroes ya se la sabe, con la diferencia de que Hollywood ha comenzado a dar indicios de que su mina de oro apenas arroja sus primeros millones de billetes verdes y la maquinaria está dispuesta a dejarse aceitar.
Y así como están las cosas, quién sabe, las reglas del mercado mandan y un crossover entre unos y otros es posible, porque tanto en los cómics como en la vorágine hollywoodense, todo se puede.
Quizá no es el inicio de un género, pero uno nunca sabe. El western nació como una manera de exaltar la conquista del oeste por parte del hombre blanco ante los indios “salvajes” y de pronto se convirtió en un universo que obedecía a sus propias reglas fílmicas, lo mismo que el llamado cine negro. De momento englobamos estas historias de súper héroes en el apartado de aventuras, pero los recientes anuncios de sagas por venir y la cada vez más constante presencia de los tipos con súper poderes en las temporadas vacacionales nos mueven a pensar en el posible nacimiento de un modo específico de hacer cine.
El asunto se ha popularizado de tal modo que cada vez son más quienes se adentran al mundo de las historietas para conocer las aventuras de estos casi dioses. Y uno no puede dejar de lado que este modo de entender los mundos pudo haber sido el motivo que llevó a griegos, romanos y civilizaciones antiguas a crear historias y cantos en torno a tipos poderosos que podían enfrentar incluso los designios divinos.
El cómic, hoy más que nunca, reclama su estatus de arte alejado a esa despreciativa idea de que son los monitos que nos divierten los domingos cuando les dan chance de aparecer en los periódicos. Desde hace varias décadas, los realizadores de cómics han procurador ofrecer al lector algo más que un “pum”, “bam”, “bang”: delinean modelos de conducta.
No hay que olvidar que Superman nació en tiempos de la Gran Depresión, la idea de su nacimiento fue llevar esperanza a los estadounidenses sumergidos en el desastre económico. El Capitán América es igual de patriotero que el Tío Sam y como esos ejemplos, otros tantos de historietas como vehículo de propaganda y manipulación. Pero los creadores, en la actualidad, buscan otras cosas.
Al igual que esos ejemplos mitológicos con que nos hemos encontrado en la literatura, la necesidad de guías podría en un futuro llevar a muchos a seguir las enseñanzas o aprendizajes de personajes que surgieron de la mente prolífica de algún guionista.
¿Es una locura? Sí, pero si ya tenemos religiones como la Jedi y la iglesia del Monstruoso Espagueti Volador, ¿a alguien le resultaría disparatado que mañana exista un Templo Batmaniano del Décimo Día?
El camino está trazado ya, ambas compañías mostraron sus cartas y van por todo el dinero que sus eternas historias puedan alcanzar. Marvel ya enseñó los colmillos y el —aparente— épico final de todos los eslabones que van puliendo llevarán a esta ansiada lucha entre sus dos grupos más populares: los X-Men contra Los Vengadores. Del lado de DC, apenas tienen que labrar su andar, pero no tarda en materializarse ese proyecto tantos años anunciado: La Liga de la Justicia.
Y así como están las cosas, quién sabe, las reglas del mercado mandan y un crossover entre unos y otros es posible, porque tanto en los cómics como en la vorágine hollywoodense, todo se puede. ®