Uno de los rituales en los que se le rinde honores al toro de lidia consiste en arrastrar su cadáver lentamente alrededor del ruedo con la ayuda de un par de mulillas una vez terminada la faena. El juez de plaza concede dicho homenaje para que la audiencia -complacida con lo que ha presenciado- pueda aplaudirle a los restos del bovino que ha dado un buen espectáculo en el intento por salvar su vida. El acto constituye además un prestigioso laurel para la empresa ganadera encargada de criar al animal para morir en la plaza de una estocada.
En caso de que el toro demuestre una bravura y un porte excepcionales, el público puede exigir al juez de plaza que el toro no sea sacrificado. Si el juez atiende el llamado multitudinario, el toro es indultado. Se le permite, entonces, vivir como semental en los campos de la afortunada ganadería.