La melancolía es la felicidad extraviada en la tristeza. Es la manifestación del hastío causado por el deseo perpetuo y la clara conciencia de que los objetos del deseo nunca llegarán, y si lo hacen, no será para quedarse.
En un mundo sin melancolía, los ruiseñores se pondrían a eructar.
—E.M. Cioran
Ésta es una época en que la melancolía es un valor en potencia. Si el siglo XX fue el de los grandes conglomerados urbanos y las guerras devastadoras, el siglo XXI es el de las telecomunicaciones y la alta tecnología. No obstante lo anterior, las sociedades contemporáneas también se caracterizan por su falta de interacción y la creciente sensación de soledad en quienes las integran. Este coctel ha permeado paulatinamente el desarrollo de las últimas generaciones humanas condensándose en un paradigma que erige al sentimiento melancólico como una forma predominante en la conciencia artística e individual, un sentimiento que corresponde a “la catástrofe en permanencia”, como en su momento lo definiera Walter Benjamin. El hombre perdido en las multitudes (reales o virtuales), embrollado en la inmensidad de la jungla humana, se vuelve progresivamente más anónimo e impersonal, acaso, también, más melancólico.
En relación con lo anterior, la melancolía es quizá el sentimiento donde el sujeto posmoderno se instala con mayor comodidad. La búsqueda de la felicidad ha fracasado dando paso a un sentimiento de placentera tristeza. En este tránsito emocional la obsesión por ser felices ha sido lentamente suplantada por la valorización de la emoción melancólica. El arte desnuda al ser humano y es por medio de éste que los estatutos emocionales de las generaciones humanas salen a flote. El arte posmoderno es el arte del desencanto por excelencia. La belleza artística de nuestra época es una manifestación igualmente ardiente y triste. En este contexto, el amor y la felicidad han dejado de ser vistos como ideales plausibles, para transformarse en ilusiones plagadas de nostalgia: lo que no será, lo perdido, lo que no fuimos capaces de lograr o retener. En el gusto que surge de esta añoranza es precisamente donde el placer melancólico por la existencia adquiere relevancia. La melancolía está mucho más cercana a nuestra naturaleza que la felicidad. Al nacer lloramos, no reímos.
En el sentimiento melancólico se conjugan el fracaso religioso y social posmodernos con el anhelo de intimidad del individuo. Surge, pues, una suerte de frustración generalizada que deriva en el aislamiento personal. La confrontación con uno mismo no conduce a la felicidad sino a la melancolía, de ahí la angustia que para muchos implica estar solos. Los que continúan pensando que la felicidad debe ser el fin último del ser humano buscan desesperadamente la actividad social. La soledad es asimilada como la par de la tragedia. Como un irónico contrasentido, las redes sociales electrónicas brindan esta sensación de sociablilidad, al tiempo que fomentan de manera eficaz el retraimiento del individuo. Nada más apropiado para la naturaleza humana que facebook y twitter. Hemos descubierto nuestra verdadera identidad comunicativa: una soledad que contrapuntea con la de Benedetti: una soledad aparentemente concurrida. Eureka.
Sobre la melancolía danesa
Aristóteles señalaba la noche como un condicionamiento de la melancolía. Si he de darle seguimiento a su discurso, pareciera que todo cuanto está relacionado con el sentimiento melancólico lo está también con la penumbra. La etimología de la palabra (melas: negro, kholis: bilis) conduce igualmente a la descripción del estado biológico del cuerpo durante el transe melancólico. No son pocos los pasajes en los que el filósofo estagirita del que hablo equiparó esta sustancia cuasimágica con el vino, no sólo por la profundidad de su color, pero también por su temperatura y los efectos que siguen a su ingesta.
En relación con lo anterior, la melancolía es quizá el sentimiento donde el sujeto posmoderno se instala con mayor comodidad. La búsqueda de la felicidad ha fracasado dando paso a un sentimiento de placentera tristeza. En este tránsito emocional la obsesión por ser felices ha sido lentamente suplantada por la valorización de la emoción melancólica.
Dicho esto, no resulta menos arbitrario pensar que la melancolía abraza con frecuencia a quienes están privados durante mayor tiempo de la luz. En mi caso, el fenómeno que me queda a la mano, tras casi cuatro años de residencia en el país, es el de la pequeña Dinamarca. Tanto los daneses como los que no lo somos, pero vivimos aquí, hemos tenido que adaptarnos a las duras condiciones que nos impone nuestra ubicación geográfica. A la personalidad danesa promedio la invade un relativismo tan llano y gris como el territorio que habitamos. En este estado de las cosas, la neutralidad moral y espiritual relega a la felicidad a un segundo término. Quizá por ello la sociedad danesa aparece constantemente clasificada como una de las más felices. Los daneses han sabido reemplazar la desesperación surgida de la búsqueda de la felicidad por el goce melancólico derivado de la resignación de no serlo. En este ejercicio de estricta autocrítica han encontrado la satisfacción en términos mucho menos ambiciosos que los de muchas regiones donde el clima es benigno y donde aún se persigue la felicidad obsesivamente —religiosamente, en el peor de los casos— y donde, por lo mismo, resulta una tarea imposible estar satisfecho con lo que se tiene. Se es menos vulnerable a la angustia existencial que supone el fracaso de no alcanzar la felicidad plena en la medida en que el deseo por ser feliz se relativiza. Es aquí donde entra en juego la melancolía como contraparte (mas no como antítesis) de la alegría. En la medida en que esa relativización emocional permite al sujeto desenvolverse con naturalidad en medio de estas dos fases emocionales (felicidad y melancolía), es posible mermar esa angustia existencial inmanente a nuestra naturaleza. En consecuencia, sortear esa angustia generada por el afán de ser feliz permite al individuo disfrutar más su existencia y reconocer los efímeros momentos de felicidad con una mayor certidumbre.
Tres latigazos musicales de melancolía danesa
Rendición. Rikke Lundorff se entrega al sentimiento melancólico, lo tiene asimilado y, por ende, se deleita en él. Su virtud radica, precisamente, en haberle encontrado el punto de goce a la tristeza: no la evade, la confronta y la describe, se abraza a la sensación y la transforma en algo inevitablemente placentero. En sus propias palabras: “La melancolía representa una energía simultáneamente oscura y dolorosa que, de alguna manera, hace que la música sea más intensa e interesante”. El trabajo de Rikke Lundorff rinde un homenaje a la melancolía, sus melodías parecen querer que esa dulce tristeza se afiance en un lugar emocional privilegiado.
Combate. “Uno sólo debe enfrentarla y después todo parece mejorar. En la vida, la oscuridad (no el pesimismo) es un mejor y más honesto punto de partida que la claridad. De ahí en adelante nada puede salir mal”. Así se refiere a la melancolía el serruchista, citarista y glockenspielista Jakob Lundorff, uno de los siete músicos que conforman The Great Dictators.
Para combatir la melancolía hay, en primera instancia, que reconocerla. Luego, quizá, acecharla hasta tenerla a la mano y, por fin, aprisionarla. El sentimiento melancólico en la música de The Great Dictators parece tan opresivo que pelearle de tú a tú resulta imposible. Es por ello que la atacan desde la proximidad, mediante el más íntimo contacto. Cual agotados boxeadores deciden, entonces, prolongar el combate aferrándose al enemigo para registrar su ritmo, inspirar su aroma, incorporarle por la vía de la sumisión engañosa y confusa. Únicamente así logran dominarle.
Ironía. Sólo la ironía otorga gracia a la desgracia. Ironizar es fantasear con el lenguaje. El juego irónico puede ser cruel, pero la crueldad no pocas veces está relacionada con el humor. La fantasía habita en el marco del deseo. No es casual que en las historias fantásticas la trama discurra en función de los deseos de sus protagonistas: ser bello, ser rica, ser poderoso, ser feliz. El estado melancólico es el resultado de un deseo constantemente saboteado por la realidad. Así, las piezas de Easter Island, álbum debut de The Eclectic Moniker, impregnan de ritmos tropicales las letras compuestas en una muy probablemente fría y nubosa tarde en Copenhague. Al son de un calipso fiestero que por momentos se transforma en un pop electrónico, sutil y relajado, la banda liderada por Frederik Vedersø ahonda en el sentimiento melancólico mediante una idealización más bien irónica. “He encontrado la manera de escribir letras melancólicas e incorporarlas a una música optimista, cálida y alegre. Esto otorga a nuestra expresión artística en general una cualidad al mismo tiempo agradable e inquietante”.
La fantasía y la melancolía hallan sus más importantes coincidencias. La fijación contemplativa del melancólico lo orilla inevitablemente a la pasión amorosa. Pero este sentimiento profundamente emotivo no se limita a las personas, sino que se extiende lo mismo a lugares exóticos que a objetos anhelados. El proceso resulta profundamente contradictorio: se sufre a través de la alegría y se está alegre a través del sufrimiento. “La combinación de los opuestos”, me dice Vedersø, y añade: “(A los daneses) nos encanta mirar por las ventanas y deleitarnos en nuestra miseria, mientras la lluvia repiquetea”. La irónica consagración de la melancolía. ®
Daniela Trava
Concepto creado por Melanie Klein desde sus primeros trabajos, «la posición depresiva infantil es la posición central del desarrollo. El desarrollo normal de un niño y su aptitud para amar parecen depender, en gran medida, de la elaboración de esta posición decisiva» (1935).
Durante los primeros meses, una parte esencial de la vida emocional del bebé está determinada por la lactancia. Sea cual fuere la calidad de los cuidados, ella se caracteriza por la sucesión y repetición de experiencias de pérdida y reencuentro. Así nace en el niño el sentimiento de que existe un objeto «bueno» (pecho, madre) que gratifica y es amado, y un objeto «malo », perseguidor, que frustra y es odiado. Paralelamente a estas experiencias que implican factores externos, los procesos intrapsíquicos (sobre todo la proyección y la introyección) contribuyen a reforzar el clivaje del objeto primitivo: «El bebé proyecta sus mociones amorosas y las atribuye al pecho gratificador («bueno»), así como proyecta al exterior sus mociones destructivas y las atribuye al pecho frustrante («malo»). Al mismo tiempo, por introyección, se constituyen en su interior un pecho «bueno» y un pecho «malo»» (1943). Este clivaje es un mecanismo de defensa característico de la posición esquizo-paranoide: consiste en mantener al objeto perseguidor y terrorífico separado del objeto amado y protector, posibilitando así al yo una relativa seguridad; en este sentido, es la « … condición previa a la instauración de un objeto bueno» interno (1957), a la cual llegará el yo una vez elaborada la posición depresiva.
Si bien Klein modificó un poco la ubicación cronológica de esta posición, siempre tuvo la preocupación de hacerla comenzar más precozmente (en los primerísimos meses), y sostuvo al mismo tiempo que ella representa un proceso con respecto a la posición esquizo-paranoide. «Inmediatamente antes, durante y después del destete» (1940), « … llevado a comprender que el objeto de amor es el mismo que el objeto de odio» (1934), el yo comienza a efectuar la síntesis entre esos sentimientos de amor y sus mociones destructivas. Entonces surge la angustia depresiva. Su aparición significa que el yo está accediendo a la posición depresiva, proceso que se inscribe en una duración ligada a la complejidad y a la diversidad de los mecanismos en juego: conciliación de los aspectos bueno y malo de un mismo objeto conciliación del amor y el odio, introyección progresiva de la madre como objeto total, etcétera.
La introyección de la madre como objeto total genera « … inquietud y dolor ante la destrucción posible de ese objeto» (1940). En adelante, el pequeño experimenta el sentimiento de una «pérdida del objeto del amor», a la vez temor de perder el objeto amado y de no ser capaz de proteger su objeto bueno interno. Se alcanza la posición depresiva cuando la angustia por la posible pérdida del objeto amado toma el relevo (sin reemplazarla nunca totalmente) de la angustia de ser perseguido por el objeto terrorífico. Pero, mientras que la angustia de persecución de la posición esquizo-paranoide se relacionaba con los peligros que amenazaban aniquilar al yo, «la angustia depresiva se relaciona con los peligros que son experimentados como amenazando al objeto amado interno, y esto principalmente por la agresividad del sujeto» (1949). Temiendo que el objeto amado sea dañado o destruido por su odio, el niño experimenta «.. un sentimiento de culpa y la necesidad imperiosa de reparar» (1957). La «tendencia a la reparación» característica de la posición depresiva, es la consecuencia de ese sentimiento de culpa.
Para tratar de huir de los sentimientos ligados a las angustias específicas de la posición depresiva, el yo puede utilizar tanto defensas maníacas (idealización, negación) como obsesivas, o regresar a la posición esquizo-paranoide, reactivando los procesos de clivaje.
La posición depresiva se considera «elaborada» cuando el pequeño se ha identificado con su objeto de amor. Esta elaboración implica que « … se atenúa el temor de haber destruido al objeto en el pasado y de que pueda ser destruido en el futuro» (1957). Implica también « … una confianza más grande en el objeto bueno interno», la cual genera un sentimiento de seguridad interior. Por ello aparece como « … una de las condiciones previas a la existencia de un yo estable e integrado y de buenas relaciones de objeto» (1955). No obstante, nunca es posible la integración completa y definitiva del yo; «ese duelo precoz es revivido cada vez que, más tarde, se experimenta una pena» (1940): entonces se reactiva la posición depresiva, pero si ella ha sido elaborada en el curso del desarrollo precoz, el sujeto puede hacer frente a esa resurgencia y reconstruir su mundo interior.
La comparación así planteada entre la elaboración de la posición depresiva y el trabajo del duelo tiene una implicación triple.
-Por una parte, la evolución de un duelo y su salida, normal o patológica, están determinadas en el adulto por la manera en que el recién nacido ha superado la pérdida de su primer objeto de amor, es decir, en que ha elaborado o no su posición depresiva: «el duelo incluye la repetición de la situación emocional que el bebé experimenta en el curso de la posición depresiva». Confrontado a un duelo, el adulto se vuelve a encontrar frente a una tarea semejante a la que enfrentó en el curso de su desarrollo precoz. Para cumplirla, utilizará mecanismos idénticos, por su naturaleza y eficacia, a los que puso en obra en aquel momento. Dicho de otro modo, el trabajo consecutivo a las pérdidas ulteriores se realizará, tanto en su éxito como en su fracaso, siguiendo el modelo de la primera elaboración.
-Por otro lado, y como consecuencia, «la posición depresiva comprende los puntos de fijación de los trastornos maníaco-depresivos» (1959). El fracaso en la elaboración de la posición depresiva, vinculado sobre todo al predominio de la defensa maníaca, es una causa determinante de la instauración de esos trastornos: el enfermo maníaco-depresivo nunca «ha superado verdaderamente la posición depresiva infantil» (1940).
-Finalmente, esta comparación pone en perspectiva las razones por las cuales para la comprensión de la problemática depresiva es indispensable tomar en cuenta el concepto de posición depresiva.
Esta triple implicación justifica por sí misma el lugar central otorgado por Klein a la posición depresiva en el desarrollo del funcionamiento psíquico. Ella aclara además la elección del término «posición», destinado a indicar que las angustias y las defensas que aparecen desde los primeros meses pueden reaparecer a lo largo de toda la vida, en función de las circunstancias ( 1943).
Para finalizar Klein indicaba que el bebé traé ya una carga genética, es decir, que su percepción del mundo es heredada. Así que en la cultura danesa podríamos hablar de una patología común y basarnos en el escrito de Freud de Totem y Tabú, agregando que para los daneses la madre no sólo es vista cómo la madre biológica si no como la madre tierra y ese espacio geográfico donde les toco vivir y que sólo ven como objeto total pensando que tiene muy malas caracteristicas por el clima etc.