Primero fue el ojo del Big Brother que todo lo alcanza a ver en 1984, de George Orwell. Su omnipresencia en la época de la revolución de las telecomunicaciones la asumíamos como real, conectados como estamos a las redes vía computadora o teléfono celular. Ahora el Gran Hermano y todos nos hemos asombrado con la aparición de alguien que puede ver a ese gran ojo y además, ponerlo en evidencia.
Lo de WikiLeaks no es periodismo, no al menos como lo conocemos. Su irrupción en el escenario metamediático marca más bien un antes y un ahora definitivo en los sistemas y tecnologías de comunicación en el mundo, no por sus alcances y sofisticaciones —ésas ya las conocíamos de alguna forma—, sino por el uso que cada quien hace de éstos y las posibles consecuencias de ello.Julian Assange y su grupo de infiltradores de la red, así como los periódicos que lo apoyan, se erigen en los nuevos vigilantes y van más allá: son información y fuente a la vez, son dato y evidencia, así como diseminadores de éstos. Como tal, la brecha entre ellos y lo que denuncian no es tan amplia: ¿en el futuro quién espiará a quién? ¿Estamos ahora frente al inicio de lo que será una leyenda épica de malos contra buenos en la que la principal arma de ambos es poder saber siempre lo que hace el otro, sin importar cortinas, paredes de fuego, claves y sobres virtuales lacrados?
The New and Improved Watchmen
Cuando nuestra apreciación de la realidad, todavía hace un par de semanas, nos hacía ver a los países industrializados o “imperialistas” como Estados Unidos a la manera del Gran Hermano de la mitología orwelliana (1984), la avanzada de WikiLeaks nos remite popularmente a un coterráneo de George Orwell, el ahora autoconsiderado aprendiz de hechicero, Alan Moore, y su novela gráfica The Watchmen, cuya premisa se remonta siglos atrás a la pregunta del poeta romano Juvenal: “¿Quis custodiet ipsos custodes?”, cuya más aceptada traducción es ¿Quién vigilará a los vigilantes?, que aun cuando surge de un contexto distinto a partir del mito del misterio del embarazo de Dánae, princesa de Argos, bien podría aplicarse de nuevo ahora.
La respuesta al cuestionamiento del poeta la ofrece la filosofía. Platón, en sus disquisiciones sobre el gobierno y la moral establecidas en República, revisa a Sócrates que busca respuesta a la misma pregunta. Platón establece que los custodios se vigilarán a sí mismos. Sin embargo, para ello habrá que decirles lo que considera una mentira piadosa según la cual ellos, los watchmen, custodes o ahora wikileakers, son mejores que aquellos a quienes ofrecen su servicio y están por tanto comprometidos a vigilarlos y protegerlos.
En alguna ocasión Assange ha señalado que en menos de una década ha llegado a exponer más documentos reveladores que todo el periodismo en su historia. Así las cosas, ha cumplido su condición de erigirse por encima del resto de la sociedad, algo que podría surgir de esa inquietud que, según lo que se ha escrito en miles de espacios en la web sobre él, le caracterizaba desde adolescente: su cuestionamiento y molestia hacia la injusticia ejercida por los poderosos y esa manía que tienen de ocultar y manipular la información sobre la realidad a conveniencia.
Platón también establece en República que es necesario inculcar en los custodios una aversión hacia el poder y los privilegios, para que realicen su labor porque están convencidos de que es justa y no por ambición, no por algo a cambio. Julian Assange cumple también la premisa. Su discurso ha sido claro en ese sentido, continuará revelando lo que considere necesario para destapar lo que ha llamado la “hipocresía” de un gobierno. Hay más de doscientos países en el mundo, si bien Estados Unidos es, según el actuar de Assange, el más preocupante en cuanto a su labor de espionaje —eso no quiere decir que los demás no lo hagan. Tan sólo en México nos hemos visto repletos de revelaciones producidas por el espionaje que han desatado diversos affaires cuyo final no lleva a ningún cambio notable.1 Sonando abiertamente pesimista, pero sin menospreciar el lance de Wikileaks, sus revelaciones lo único que cambiarán será la estrategia de Estados Unidos en materia de manejo de información confidencial.
En la aldea global, el núcleo —o el zócalo— concentra la información
Las conexiones llegan siempre a alguna parte. La información que circula por internet y entre las redes tangibles —para separarlas de las nuevas apreciaciones de network— de la sociedad no lo hace tan libremente. Está contenida. Esa contención no está solamente basada en la parte física que implican los servidores, archivos, e incluso mentes donde se acumula, diseminados por el mundo y en poder de quienes los administran, sino también en que puede ser seleccionada, fragmentada, desviada, codificada o descodificada según los diversos intereses.
Todos, en tanto usuarios de los sistemas de comunicación formamos parte de esa red. Así como el individuo es la unidad mínima de la sociedad y de su actuar depende en gran parte toda ella, de la misma manera el usuario de los dispositivos tecnológicos de información y comunicación actúa también como nodo de la red y lo que mueva o desplace a través de ésta la define en tanto lo es, o será su utilidad.
Platón también establece en República que es necesario inculcar en los custodios una aversión hacia el poder y los privilegios, para que realicen su labor porque están convencidos de que es justa y no por ambición, no por algo a cambio. Julian Assange cumple también la premisa.
WikiLeaks lo confirma, una vez más, con sus fuentes tangibles y virtuales. Con el apoyo de otros interesados en la revelación de “verdades” incómodas y la experiencia de su grupo de infiltradores de la red, a quienes no les gusta que les llamen hackers, en tanto que el término finaliza por definir una actividad considerada en la mayor parte de los países algo ilegal, Julian Assange busca esos núcleos donde se concentra la información y la toma para llevarla hasta los puntos donde no estaba previsto que llegara, según la importancia de ésta para alguien respecto de sus consecuencias positivas o negativas.
Lo que hace es irrumpir y romper las conexiones, quebrarlas, diríase en términos de la web, y desviar temporalmente el flujo a su conveniencia para cumplir su labor justiciera. En ese sentido aplica prácticamente la misma estrategia de quien espía desde su identidad como gobierno. Assange, al igual que los diplomáticos estadounidenses y de prácticamente todos los países del mundo, se pasea por la aldea macluhiana y pregunta aquí o allá, se asoma a la trastienda sin ser visto, sutilmente, observa, apunta y guarda los datos, luego sigue y avanza con intención de llegar al zócalo, al centro o núcleo donde sabe finalmente llega esa información, para que después repercuta en su canal de regreso al resto de la comunidad, tergiversada o encubierta.
Nuevas formas de circular información
Internet trajo nuevas maneras de hacer circular la información, irónicamente haciéndola más fácil de monitorear que antes. Todo puede intervenirse, todo puede espiarse; entre más comunicados, más encerrados en ese flujo de datos del que somos parte y que sólo podríamos romper aislándonos. Pero, ¿quién quiere eso?
Ante los ojos del Big Brother o las miradas inquisitivas del Watchmen, es otro literato el que responde: Umberto Eco.
El italiano le apuesta a la regresión y se anima a configurar el nuevo futuro del espionaje, lejos de los aparatos de telecomunicación más modernos.2 Le queda claro que su visión sobre el asunto también puede sonar a ficción, pero así lo fueron en su momento 1984 y The Watchmen, como tantas historias que luego hemos visto caernos encima como una realidad inevitable.
Para el autor de El nombre de la rosa —notable ejemplo de las estructuras que puede desarrollar una entidad poderosa para ocultar y manipular información— el “cablegate”, como han llamado también al escándalo que ha originado Assange con sus revelaciones, tiene dos vertientes. Una la estamos viendo en el tono que tendrá que tomar la política exterior de Estados Unidos en adelante, en tanto que uno de sus más grandes elementos de poder es ése: cómo se relaciona con el resto del mundo.
Es cierto que las acusaciones contra Assange tienen un tufo de podrido por conveniente represalia que podría sentirse de aquí a cualquier exoplaneta de nuestro sistema solar, pero podrían estar desviando la atención al convertirlo en mártir.
La otra vertiente se centra en lo que él denomina una “regresión”. Eco ve un mundo en el que se han expuesto las debilidades de las redes de espionaje diplomático de Estados Unidos, y que seguramente serán las mismas de otros países. Señala que la “relación de control deja de ser unidireccional y se convierte en circular. El poder controla al ciudadano, pero cada ciudadano, o al menos el hacker —elegido (o autoerigido en este caso) como vengador del ciudadano— puede conocer todos los secretos del poder”. O al menos, creer que es así, ¿por qué quizá sólo creer?: porque las revelaciones del “cablegate”, o al menos lo hasta ahora publicado por los periódicos seleccionados por WikiLeaks, no dicen gran cosa nueva. Lo único que hacen es confirmar lo que todos sabíamos, el Gran Hermano nos espía. Lo que nos asombra es que el Gran Hermano tenga encima otro ojo que lo espía a él: The Watchman, pero New & Improved.
La propuesta de Eco o su visión a corto plazo no está tan centrada en Assange, sino en la información, la manera en la que ahora será manejada, sobre todo esa que se llama “secreta”. No habrá más dato confidencial movilizado online o vía telefónica. Eco es novelesco, y así se considera él mismo al señalarlo: “No me queda otra opción que imaginar a los agentes del gobierno desplazándose en diligencia por itinerarios incontrolables, llevando únicamente mensajes aprendidos de memoria o, a lo sumo, escondiendo en el talón del zapato las raras informaciones escritas”.
Lejos de todo lo anteriormente expuesto, lo que hoy día circula en la mayoría de los medios de información y entretenimiento es resultado de esa solidaridad, a veces ciega, que la sociedad genera en derredor de los héroes. Si bien muchos prefieren mejor hacerse a un lado, otros se entregarán a brindarle su apoyo y algunos más hasta con acciones concretas. Hasta en México, en el Distrito Federal, el domingo pasado —12 de diciembre—, hubo una manifestación en apoyo del australiano.
Es cierto que las acusaciones contra Assange tienen un tufo de podrido por conveniente represalia que podría sentirse de aquí a cualquier exoplaneta de nuestro sistema solar, pero podrían estar desviando la atención al convertirlo en mártir. Eso no sería nada conveniente. Pero así son las cosas, con tanta injusticia en el mundo la aparición de un héroe tiene buen sabor. Es uno contra el Imperio y utilizando sus mismas armas y tecnologías. Es un paradigma que quizá le da otro sentido a las visiones sobre nuestro futuro como sociedad a nivel global, al cierre de una década una tanto decepcionante.
Esperábamos mucho más de este nuevo siglo y no lo hemos obtenido. Julian Assange y su equipo, The New and Improved Watchmen, nos han dado un respiro en pleno brinco a la segunda década del 2K. Como mínimo, quizá como una consecuencia poco aplaudible, inspirará a los Dan Browns del mundo para llenarnos de historias predecibles. ®
Referencias
1. “¡Shhhhhh!”, Roberta Garza, Acentos, Milenio Diario, México, 30/11/10
2. “Hacker vengadores y espías en diligencia”, Umberto Eco, Liberation, París, 02/12/10