Hemos pasado un año y meses en un estado anómalo, confuso, improductivo que ha tenido grandes consecuencias para la economía interna y la internacional. Su carácter provisional sólo lo agrava, lo vuelve más caótico y desmesurado.
Grandes cosas trajo la pandemia, y no pocas. Atajó de golpe la denominada Cuarta Transformación de una manera que no pudo haber efectuado mejor una coalición de partidos políticos o de sindicatos empresariales. Puso en jaque a los regímenes dictatoriales de Venezuela, Cuba y Nicaragua, que de suyo estaban derrumbándose. (Si la tesis del virus chino se confirma, Trump regresará a la política —de la que nunca se ha ido— por la puerta grande.) La burocracia mexicana, que había iniciado su migración al espacio virtual desde los tempranos años de 2010, aceleró este proceso, con unas consecuencias que aún no podemos vislumbrar. El mundo de la educación, desde los niveles elementales hasta los universitarios y profesionales, se asentaron de lleno en el universo virtual de una manera que parece provisional, pero que habrá de marcar su impronta para las próximas generaciones.
Hemos pasado un año y meses en un estado anómalo, confuso, improductivo que ha tenido grandes consecuencias para la economía interna y la internacional. Su carácter provisional, insisto, sólo lo agrava, lo vuelve más caótico y desmesurado. No esperábamos ese estado, y ahora ni siquiera sabemos cuándo va a terminar. El trabajo en casa —home office—, las ciudades vacías, la previsible muerte del automóvil de gasolina, el estado de sitio en que vivimos, marcan el auténtico inicio del siglo 21. En esta centuria las categorías políticas y sociales se han torcido, han cambiado de signo. La misma expresión “estado de sitio” ya no designa una dictadura militar o de carácter médico, sino un estado asumido y aceptado por la sociedad con un notable grado de sumisión. Las palabras fascismo e izquierda se han aproximado hasta casi fundirse, de manera que en este siglo podemos hablar de un fascismo de izquierda. Las atrocidades cometidas por las tiranías postmarxistas en los países de América Latina en el campo social, político y económico, así como su inconcebible torpeza, casi llaman a solicitar un perdón histórico para las dictaduras militares de Sudamérica y Centroamérica de la década de los setenta. Parece que los procesos históricos realmente monstruosos estaban reservados para este siglo, dominado por facciones de una ideología trasnochada y por cárteles del narcotráfico, que cuentan con una capacidad económica y una capacidad de fuego como nunca la tuvieron las guerrillas anticolonialistas de Asia y África durante casi todo el siglo pasado.
Como se sabe, la poesía es la mejor forma de periodismo para dar cuenta de los sucesos personales y sociales que tienen lugar aquí debajo, de este lado del Topos Urano.
Iniciamos en Replicante una columna de poesía que habrá de traer, semana con semana, una suerte de diario de estos tiempos anómalos y anómicos, durante los cuales muchas viejas leyes parecen suspendidas. Como se sabe, la poesía es la mejor forma de periodismo para dar cuenta de los sucesos personales y sociales que tienen lugar aquí debajo, de este lado del Topos Urano. Es una forma de periodismo íntimo, abierto a todas las formas de la solidaridad y de la comunión. En esta página deseamos entablar comunicación con el lector errante y apresurado del siglo XXI, que en su azoro y su desconcierto recorre las páginas de las redes sociales y las pantallas de televisión, en busca de una voz con quien conversar y que lo ayude a expresarse. Esperamos que esta iniciativa contribuya de alguna manera, aunque sea mínima, al esfuerzo colectivo por explicarnos un mundo que se despliega con tintes sombríos, desgarradores y —por qué no decirlo— apocalípticos.
Sextina autobiográfica
Cuarenta días de encierro: lo he intentado todo
con tal de saltar estas cuatro paredes;
inicié la escritura de una autobiografía,
escucho uno tras otro viejos discos de música,
he tratado dos o tres veces de dejar el tabaco
y es inútil: me agobian las antiguas costumbres.
Animal hecho de sueños —las costumbres
son sólo su manifestación externa—, todo
el oro del mundo he quemado en tabaco,
caligramas de humo signan mis paredes,
hundo en el silencio los icebergs de música,
el día de hoy es toda mi autobiografía.
Suponiendo que en una autobiografía
puedan caber mis sueños y mis costumbres,
el segmento que apenas me toca de la música
estelar, los años que han muerto, todo
el que he consumido entre estas cuatro paredes
y cuanto me queda por quemar de tabaco.
Desemboca en un samsara de tabaco
el laberinto de mi autobiografía,
en el sal–si–puedes de estas paredes:
mis impunes, mis bizantinas costumbres
quedarán acaso perdonadas del todo
y el silencio se reconciliará con la música.
Pues el impalpable hábito de la música
y las huellas que estampa el tabaco
se asientan en el encierro, del todo
se decantan en mi autobiografía
y ponen nuevo cuño a mis costumbres
en el laberinto de estas cuatro paredes.
Contienen estas cuatro paredes
el eco de una lejana música;
que el encierro construya nuevas costumbres:
el pasado se desvanece como el tabaco,
los apuntes de la autobiografía
han borrado mi existencia casi del todo.
A final de cuentas, nadie muere del todo;
mañana, cuando abandone estas cuatro paredes
olvidaré mi autobiografía;
se devoran entre sí el silencio y la música;
soy un fantasma de humo de tabaco,
regresan por sí solas las viejas costumbres.
Costumbres en las que me consumí del todo,
como el tabaco que absorben estas paredes:
cual música en sordina será esta autobiografía.
(13 y 14 de mayo de 2020) ®