Recuerdo los destellos de doloroso reconocimiento que sentía después de leer cada cita, y algo de eso es visible en las líneas temblorosas con que subrayé algunas: Por vos nací, por vos tengo la vida, por vos he de morir y por vos muero.
Escuché sobre Garcilaso de la Vega por primera vez en Del amor y otros demonios, de García Márquez. Fragmentos de sus poemas y su vida aparecen regados a través del idilio demoniaco entre la posesa Sierva María de Todos los Ángeles y el exorcista Cayetano Delaura. De cierta forma, toda la novela es una especie de glosa a esos poemas, una puesta en escena de la mentalidad monomaniaca y enfermiza del amante garcilasiano.
“Escribió tres églogas, dos elegías, cinco canciones y cuarenta sonetos. Y la mayoría por una portuguesa sin mayores gracias que nunca fue suya, primero porque él era casado y después porque ella se casó con otro y murió antes que él. El caballero de amor y de armas, don Garcilaso de la Vega, muerto en la flor de la edad por una pedrada de guerra.”
Leer a Garcilaso fue por muchos años una búsqueda de versos y líneas individuales que pudiera arrancar de su contexto y pensarlas como mías, igual que hacía Cayetano en la novela. Sobre todo en los sonetos, Garcilaso no le pide nada a las mejores canciones de ardidos que la música popular mexicana puede ofrecer.
Una imagen irresistible para el lector adolescente que yo era entonces. Recuerdo los destellos de doloroso reconocimiento que sentía después de leer cada cita, y algo de eso es visible en las líneas temblorosas con que subrayé algunas: Por vos nací, por vos tengo la vida, por vos he de morir y por vos muero.
Por eso, leer a Garcilaso fue por muchos años una búsqueda de versos y líneas individuales que pudiera arrancar de su contexto y pensarlas como mías, igual que hacía Cayetano en la novela. Sobre todo en los sonetos, Garcilaso no le pide nada a las mejores canciones de ardidos que la música popular mexicana puede ofrecer. No me daba cuenta de que cada soneto es una compleja máquina de significado que con ciertos rígidos y limitados recursos desarrolla una imagen —o una correspondencia de imágenes— hasta sus últimas consecuencias. Sólo me interesaba leer línea por línea, encontrar alguna que confirmara eso que todo adolescente sabe (que el amor es una enfermedad, y la más dolorosa de todas) y repetirla hasta hacerla perder su filo.
Después de esta lectura obtusa y miope de los sonetos, las Églogas (las editoriales Porrúa y Cátedra han publicado la poesía completa del autor español) me fueron más provechosas. Me fascinó el ritmo pausado pero ineluctable de los versos encadenados por la rima interna y el aparente caos rítmico de la alternancia entre heptasílabos y endecasílabos (Dámaso Alonso ha comparado este efecto con el rumor de un río medianamente caudaloso). Pasé mucho tiempo pensando en la lógica que estructuraba la primera, por ejemplo: mientras Salicio imaginaba el posible fin del mundo luego de ser rechazado —y por tanto cae medio mal—, Nemoroso no imagina sino ve vuelto realidad su personal apocalipsis luego de la muerte de su amada. El primero tiene que crear su propia tragedia, el segundo no puede escapar de ella.
Ahora que releo a Garcilaso no puedo evitar sentir que, superpuesta, encuentro mi propia historia como lector de poesía, qué he obtenido de ella, qué se me escapa, qué le exijo. Mi último descubrimiento es la Canción III, y con ella una valoración de ya no el amante sino el soldado. Me parece que en ese poema político sobre el exilio, la subyugación ante el poder y la distancia entre el glorioso discurso imperial y la miserable experiencia material del soldado raso está en su forma pura la fuerza poética que anima el resto de la cortísima obra de Garcilaso: la descripción a ras de suelo, le pese a quien le pese, de las experiencias más conocidas y codificadas, y así transformarlas. Como escribiría después Góngora, continuador, contrario y espejo de Garcilaso: a batallas de amor, campos de plumas. ®