Creo que la cuestión femenina sigue atorada en el discurso de la queja no por victimismo sino por la profundidad de las heridas. Faltaría dar un paso más allá de la denuncia y orientar la valentía de la denuncia al reconocimiento de nuevos paradigmas que permita a las mujeres ser auténticas.
En el norte de México, el mes de marzo comenzó con unas fiestas de carnaval poco tradicionales para seguir con la celebración del día de la familia. Pese a su origen dramático conmemorativo, cada 8 de marzo institutos de la mujer “celebran” el día de la mujer con superficialidad entre ornamentos rosados.
En el sistema familiar de las clases media alta y alta la mujer simboliza la belleza como un elemento más de la riqueza patrimonial. En el resto de las clases sociales la mujer es primordialmente pieza constitutiva del engranaje económico: la que funciona, la que hace buena o mala una familia. El matrimonio es primordialmente economía: organización del dinero y del trabajo de la casa. El matrimonio y luego la familia sirven de baluartes en un sistema económico que se preserva con vehemencia de ideologías anti-familia y de sus formas clasificadas como “disfuncionales”.
La homofobia, muchas veces defendida como natural y hasta genética, es también una herramienta de combate a la diversidad, aun cuando la diversidad sea más que los matrimonios del mismo sexo. La defensa de la diversidad plantea papeles diferidos de género: nuevas masculinidades pero también papeles femeninos distantes de la maternidad y el matrimonio. Sí, es éste un viejo discurso ya acucioso en las plumas de las narradoras estadounidenses Charlot Perkins Gilman (La economía y las mujeres, 1898) y Kate Chopin (El despertar, 1899). La referencia cronológica a dos de sus obras sirva para recordar que la lucha feminista ha atravesado siglos y que la mayor resistencia es el sistema capitalista y de consumo.
Sigue quedando inacabada la tarea de aceptar que las mujeres pueden vivir felizmente fuera del matrimonio, con hijos o sin ellos, en estructurales vecinales o comunas que sustituyen la convivencia de pareja. Que pueden practicar el sexo con ellas mismas o sexo a la medida con alguien sin las implicaciones de vivir bajo un techo en que en automático quedan convertidas en servidoras que ponen al hogar el “toque femenino”.
La participación de las mujeres en la vida pública frecuentemente es reducida a alegrar la vista y mantenerse activas en función de su belleza. El trato que reciben de los gobiernos muestra la intención ornamental de buena parte de los funcionarios, sin excepciones de partido, en detrimento de la eficacia de instituciones clave para la transformación de la conciencia en temas de género. En Tijuana, por ejemplo, se ha vuelto común el hecho de instituir a las esposas de funcionarios y directivos en las coordinaciones de puestos ¡en temas de género! por nepotismo aunado a la figura y no por experiencia o desempeño.
En el fondo de la práctica política se percibe el propósito de frivolizar las demandas de la igualdad de oportunidades al seleccionar de forma arbitraria el tipo de mujeres que las políticas de género representan. En otro renglón quedan las mujeres indígenas y las madres solteras que son tratadas como víctimas más que como sujetos de cambio.
En el campo de los papeles, sigue quedando inacabada la tarea de aceptar que las mujeres pueden vivir felizmente fuera del matrimonio, con hijos o sin ellos, en estructurales vecinales o comunas que sustituyen la convivencia de pareja. Que pueden practicar el sexo con ellas mismas o sexo a la medida con alguien sin las implicaciones de vivir bajo un techo en que en automático quedan convertidas en servidoras que ponen al hogar el “toque femenino”.
En nuestra cultura todavía causa rechazo que las mujeres adopten prácticamente los mismos papeles laborales y obtengan el prestigio que en la historia han tenido los varones. Las mujeres podrían dedicarse a labores productivas antes que pensar seriamente en la profesión que la sociedad exige de ellas, que son aquéllas relacionadas con el sacrificio y el dolor, las que profesionalizan el amor que, en el capitalismo, son las menos lucrativas.
Creo que la cuestión femenina sigue atorada en el discurso de la queja no por victimismo sino por la profundidad de las heridas. Faltaría dar un paso más allá de la denuncia y orientar la valentía de la denuncia al reconocimiento de nuevos paradigmas que permita a las mujeres ser auténticas. En parte la literatura ha dado cuenta del abanico de vidas de mujeres, más diversificadas y variadas que las reconocidas. Más pobladas de hormonas y ciclos de energía. Y si fuera poco, más longevas que las vidas de los hombres. ®