Morgado vuelve a estas páginas electrónicas para obsequiarnos de nuevo con su mordacidad y, desde luego, con su vasta erudición. Aquí, los agudos comentarios de los libros del momento.
Los demasiado pocos libros que se leen por placer, obligación o culpa, son responsables de que se piense que todos son epifanías inéditas. O que se han leído los que valen la pena. Y la aglomeración de recomendaciones no se hace esperar. Además de la escasez, los halagos desmesurados, la tradición del pimp my book de las potestades letradas en las contraportadas, son la evidencia incuestionable de que todos los autores son mordaces, poseen un sentido de humor devastador o han renovado el lenguaje. César Aira recomendaba no hacerse los graciosos, no buscar el humor porque se corre un riesgo parecido al de contar un chiste y que nadie se ría. Él tuvo que hacer las veces de conejillo de indias para poner a prueba el reparo.
A veces es bueno ser pragmáticos para saber que las cosas se invirtieron y la profundidad es una cuestión trivial y bochornosa. La reseña llegó para ponerlo en evidencia: los libros ya no se combaten con libros. Los fundamentos, y no los argumentos, al igual que las ideas diminutas, caben en cualquier lugar.
Y es sabido que el fundamentalismo es casi siempre textual. Por un tiempo nos hizo pensar que nos salvaríamos de él porque ya no se leen ni los textos sangrados. Si algo logra levantar los índices de lectura serán la quiromancia, cristalomancia, anomancia, tostadamancia y demás disciplinas afines.
La mejor campaña que se puede hacer en favor de la lectura no es el escarmiento público por el traspié, ni el zape ni la presión condicionada por la pena, ni OV7 ni el santo que amenaza con madrear al que no lee. El biblioburro es portador de las lumbreras que pueden contrarrestar las bajas cifras de páginas ojeadas antes de que lo hagan los funcionarios de la cultura en sus comunicados.
¿Quién se ha llevado nuestro queso?, Eduardo Galeano [Estrella Roja, 68° edición, 2012].
La pregunta no es retórica. Para el autor se trata de un cuestionamiento a las esferas de poder en Latinoamérica. Hay que saber quién se llevó el queso, aunque nadie se preste a responder. El queso como metáfora de la riqueza, el queso como metáfora de la plenitud, el queso como signo del bienestar macroeconómico. Sin espolear, diré que nunca asistimos a la explicación de por qué el queso puede condensar tanta complejidad ni por qué es un vórtice de cosas tan importantes, vitales. De allí que despierte curiosidad.
Los personajes son dos liliputienses —permítanme decir que no es una ofensa sino una descripción— que hacen soberbias digresiones sobre la búsqueda del queso. Uno de ellos toma a Maquiavelo como alegoría del colonialismo europeo (no hay página que lo explique) a sabiendas de que buena parte del mundo le ha dado la espalda por un adjetivo que prácticamente nadie entiende fuera de las fábulas políticas. El otro liliputiense se aventura a buscar el queso con Robespierre como brújula de ciertas analogías de regímenes latinoamericanos (permanece el signo de interrogación) a los que se les otorga la medalla-calificativo de “entreguistas”. Sólo el primer liliputiense sale con vida, pues el otro es decapitado en el camino; el sobreviviente al paso de la épica describe que “la fórmula para no sólo subsistir, sino enriquecer a las naciones es valorar nuestras propias arcas antes de quemarlas”. Esa afirmación lapidaria cae como una revelación que a la fecha ni el escritor ha sabido descifrar.
El quid del autoconocimiento regional también empuja a ver los aspectos más turbios de AL, y ya lo habían expresado los estudios latinoamericanos, sólo que el letargo de la disciplina lo había desprovisto de todo interés incluso para los especialistas.
El fin de mi arte, Peter de la O [Phaidon, 2012].
“Tenemos que irnos haciendo a la idea de que debemos ver registros de procesos creativos en lugar de obras de arte…”, predijo este libro en su primera edición. El fin de mi arte fue reeditado por Phaidon en colaboración con editoriales independientes. Es un recuento del complicado proceso mental y psíquico por el que atravesó Peter de la O, un artista emergente mexicano que intervino quirúrgicamente su cuerpo pues padecía insuficiencia renal y decidió utilizar la experiencia como materia prima de su obra. Bien. Con la acción muestra cómo una verdadera oeuvre de vie no tiene por qué ser razonable ni estar bien escrita. Sin el componente críptico o la arbitrariedad del gesto, el arte no sería nada.Aquí hablamos de procesos, cómo la participación activa en Green Pis y otras ONGs lo han catapultado también como un artista socialmente comprometido, ocupando el lugar 92 dentro de las “100 personas que mueven a México” y ha alcanzado cierta notoriedad con su participación en el movimiento occupy cuando hizo una intervención en el espacio público donde colocó varias hileras de baños portátiles de color azul a las afueras de la Secretaría de Gobernación para llamar la atención sobre lo público y lo privado de los baños en los parques como la Alameda Central: una metáfora del descaro de la asfixia que producen las dinámicas culturales. El afán de poetizar el acto cotidiano de ir al baño que nos desnuda como seres humanos, es otra de las grandes apuestas. La cotidianeidad quizá es el recurso, el tema, el fin más explotado, y por ello quizá éste sea una especie de experimento editorial que reúne estudios clínicos con diarios ensoñadores y disparates de autor.
Lo anecdótico ocupa buena parte de las páginas y sirve como registro de algunas acciones: “La osadía que implica tomar diuréticos a sabiendas de que iba a ver el mingitorio de Marcel D., fue toda una reivindicación. No estaba seguro de qué significaba, pero me preocupé por terminar lentamente, hasta que algún guardia despertara, me arrestara y se hiciera el escándalo…”.
Pero, ¿qué se propone este artista? ¿Está tratando de tomarnos el pelo? La respuesta es no. Como sucede con aquellos que resuelven los problemas sociales antes que los personales, hay un trasfondo más comprometido: “Lo que buscaba era establecer vínculos que coadyuven a la transdisciplina y a desterritorializar el terreno (sic), pues esto sería contrario a lo que hacen los perros en las calles cuando marcan su territorio. También este proyecto gira en torno a la ciudad y la idea es crear una narrativa a la que llamamos Micción Científica, con la cual tratamos de administrar los fluidos para el futuro pues según las estadísticas del Partido Verde, el agua potable se va a agotar pronto y las grandes urbes serán las primeras en ser afectadas por nuestros residuos”.
La amalgama de arte, nefrología, apocalipsis ambientalista, da muestra de que las arengas fatalistas distan de tener efectos en el plano real o encontrar un símil en él, estrictamente hablando. La consigna debemos hacer algo deja de ser una expresión hueca si la llenamos de sentido.
Artillería pesada, A.A.V.V. [Burritos Ediciones, 2012].
Por si la referencia no fuera familiar, o si no escuchamos al Control Machete un centenar de veces, debía publicarse una antología de escritores posnorteños con un título sugestivo. Los editores se esmeraron en acercarse a un público del centro de México y de países de habla hispana para ofrecer estampillas turísticas y atípicos souvenirs de promoción estatal. Nada impide que seamos turistas en nuestro propio lugar de origen y que sintamos sorpresa por las renovaciones del lenguaje en ciertas regiones que parecen lejanas aunque no lo sean tanto. En fin, la topografía no es tan importante. Los escritores sin fronteras no se dan el lujo de perder el tiempo en las nimiedades de quienes son perros guardianes de la corrección geográfica, política y ortográfica. Los signos de admiración o interrogación al principio de las oraciones que componen varios de los cuentos no pueden distraer de otros juegos tipográficos de los escritores arriesgados, de espíritu temerario, que omiten la puntuación como parte del riesgo formal y la experimentación. No es lo mismo “Artillería pesada”, que “Artiller/a pe-sa-da!” o “¡hArtillería pEzada!” Puede considerarse una muestra de insumisión a la ortografía y a las reglas gramaticales, la rebeldía debe edificarse y hay que empezar por pequeñas conquistas.
Para quien pueda pensarlo, hay que advertir que no se trata de un cuaderno de fe de erratas perteneciente a otro libro. Sería un vicio crítico confiar del hecho de que las licencias poéticas o amparos para escribir mal deben castigarse con un reglazo academicoide en la punta de los dedos.
Por si la referencia no fuera familiar, o si no escuchamos al Control Machete un centenar de veces, debía publicarse una antología de escritores posnorteños con un título sugestivo. Los editores se esmeraron en acercarse a un público del centro de México y de países de habla hispana para ofrecer estampillas turísticas y atípicos souvenirs de promoción estatal.
El cuento titulado “No bailes de caballito” lo protagoniza un personaje entrañable: el Rudy Burrous: un MC, brujo, ghostwriter, performer, alcahuete y pollero que a punta de hechizos y rimas de hip hop pretende convencer a su chola de que no baile de caballito pues se puede embarazar de algún bato desconocido, además de que se evitaría la reprimenda de sus padres y la membresía a algún programa regañón de planificación familiar.
La cheve no está medio llena ni medio vacía. Está a la mitad, es un vórtice de referencias de la cultura contemporánea en los tugurios y lugares sórdidos del norte de México que “muestran certeramente dónde ocurre la vida cotidiana y dónde el desmadre”, dijo el editor en el prólogo.
El relato crea una geografía propia y una atmósfera tan inigualable como la de “No bailes de caballito”, sólo que aquí se centra en la escena 3ball como uno de las recientes armazones vendibles como curiosidad regional. En este híbrido de cuento y crónica de bailable, El Naftas y sus amigos discuten sobre la equivalencia entre la longitud de sus botas y su virilidad. El más desafortunado es Chucho Zamudio, quien siempre porta piporras de corto alcance y se excluye de esas discusiones, pero gracias a ello es el único en encontrar el verdadero amor con una prostituta de una sola pierna, mientras los machines se baten con albures en una lengua reinventada y al ritmo que marca el tribal.
Ceci n´est pas une critique, Camilo de Lyon [Ediciones 2CAN, 2012].
Un ensayo combativo que por más que acuse a los demás y no se refleje a sí mismo es de poco fiar de igual forma que si carece del prefijo contra, porque significa que no tiene adversarios ni postura alguna o que la beligerancia ha dejado de ser sinónimo de vigor. El título en clara alegoría de Magritte se empeña en demostrar que lo que tenemos entre manos no es una crítica, sino como dice el autor en el desenvaine de intrepidez, “una creeptica”. Al deslizarse sobre los párrafos de Ceci n’est pas une critique encontramos contraargumentos, contracorrientes, contrapelos y contrasentidos que por no tener respuesta simultánea dan la impresión de que se cierran como tumbas: “La crítica en México ha dejado su agonía y, por fin, en muestra de buena salud, ha muerto”. Quien lea esto no podrá evitar tener la sensación de que ya lo ha leído antes.
En su hilarante crónica Dichos de los siete sabios Jorge Ibargüengoitia cataloga a los lectores de crítica (los críticos) de la siguiente manera: los que leen críticas para no tener que ver las obras, los que leen la crítica y creen que ya vieron la obra, los que citan críticas para hacer creer que conocen las obras, los que creen que todas las opiniones que no coinciden con la suya están equivocadas y los que no leen crítica, saben que no saben nada y creen que eso es una virtud.
Éste es un yo acuso que corresponde a un rubro por ensayo, y no es lo suficientemente humilde para ser virtuoso en ese sentido, un manifiesto en la época en que los manifiestos son tan fascinantes y provocadores como un informe del clima. Pero, su atención por favor, este informe diagnostica una tormenta.
Camilo de Lyon (pseudónimo de Melvin Cortínez, escritor tapatío) se define a sí mismo como un “grafólogo prematuro que se anticipa a la cacofonía que rodea a todas las escenas literarias, “incluyendo a la mía […] soy lo que llamo un ‘avant la merde’”. Con esa advertencia uno no puede sino avanzar a hurtadillas. Lo que se alcanza a vislumbrar al irse alejando de las superficies es a un autor de un recurso muy inusual: la queja. Y es tan provocadora que incluso la ha llevado a los tribunales en busca de que las instancias legales resuelvan problemas de estilo. Pero los jueces tenían otros asuntos que atender y Camilo, el Turbulento, como lo han tildado algunas revistas, decidió volcar sus papeles en un libro y en un blog que ya registra las dos mil visitas. Los rounds de sombra en ocasiones son capaces de echar luz sobre aspectos de la cultura que se han convertido en blancos inesperados: el neoliberalismo, la relación literatura-vida, la muerte, la sociedad de consumo, los estudios culturales y la comida mexicana.
Melancólicos anónimos, AA.VV. [Sepia Libros, 2012].
La literatura que se ausculta el ombligo ha sido muy denostada porque no ha resuelto la hambruna en el cuerno de África ni ha formado a los estadistas, pero este libro muestra que auscultarse el ombligo y demás partes del cuerpo es un ejercicio de autoconocimiento y un triunfo de la subjetividad sobre la rigidez de las buenas intenciones del trabajo colectivo. La vanidad del escritor no puede tener cabida si no aparece su nombre en una portada y si su presencia no merodea a su prosa. Precisamente por eso llama la atención este libro, porque contiene más citas que texto propio.
Es un hecho abrumador que tratándose de un puñado de ensayistas y narradores tan disímiles, la mitad del volumen consista en largos párrafos que informan: “Y como decía Robert Walser…” o “De acuerdo con Robert Walser…” seguido de transcripciones que podrían considerarse reediciones. Más prudente sería ir y adquirir los libros de Robert Walser o recomendarlos de una buena vez. Las líneas restantes ponen en evidencia que los autores profesan el credo de que los genios son melancólicos, o que basta la melancolía para ser brillante. El distanciamiento brechtiano sirve de poco porque después el acercamiento es más potente que cualquier zoom. Y es justo cuando surge la pregunta: ¿por qué es la melancolía y no la neuralgia la que se lleva el protagonismo y tiene la preferencia de los notables? El libro es resultado de la disolución de la idea de autor pues es la recopilación de los dislates provenientes de las sesiones en las que diez asistentes describen situaciones, paisajes emocionales, poemas y anécdotas. Creación y terapia literaria de grupo en honor a la saudade.
Melancólicos Anónimos se escribió a la luz de las velas, entre sorbos de frapuccino y pisando hojas secas. Así lo muestran pasajes que convierten el proceso de escritura en la misma creación. Varios relatos hablan sobre “la imposibilidad de escribir” y llama la atención que sean tan extensos, de modo que al final sobra dudar si en verdad les resultaba tan imposible ponerse a escribir.
< 3, AA.VV. [Li(e)ber Editorial, 2012].
Un interesante proyecto colaborativo que, a pesar de la polifonía y heterogeneidad de su plumaje, logra ensamblar un experimento coherente. El libro surge del interés de un grupo de especialistas en diversos campos del conocimiento pero con un interés común: las consecuencias emocionales de las relaciones sexuales salvajes o no-convencionales. A eso se refiere en parte el título < 3, es decir, menos que tres, o sea, dos. Probablemente se trate del libro con el título más corto del mundo y ése es el área específica en la que destaca en el panorama literario. A un tiempo es un emoticón que simboliza un corazón y una expresión aritmética, que en un arranque por acercarse a la actualidad habla de lo significativos que pueden llegar a ser los caracteres del teclado y cómo han suplantado poco a poco a los verdaderos sentimientos y afecciones, según la antologadora, quien por cierto en los créditos debió haberse hecho un homenaje por el solo hecho de tener que haber leído todas las colaboraciones.
Probablemente se trate del libro con el título más corto del mundo y ése es el área específica en la que destaca en el panorama literario.
Buena parte de < 3 difiere respecto de que la procesión de flirteo y su consumación sean equiparables a un tutorial para desarmar motores y demás procedimientos mecánicos: “El cariño y la delicadeza son súper importantes. Si un previo no es lo suficientemente paciente, habrás fracaso en tu intento por batear a la segunda base” (sic). Y se aventura a regodear la curiosidad del lector al especular sobre el amor transespecie de una forma desconcertante: “Es probable que los caballos por momentos ofrezcan mayor calidez que un hombre. Pero también te pueden lastimar…”.
La inmunidad a la perspicacia quizá no defina este trabajo en conjunto, pero por momentos hay pequeños destellos y reflexiones que son bengalas aforísticas en medio de la penumbra, como: “El amor tocó a mi puerta. Salí y le dije “Orita no, gracias”. Es conmovedor sin buscarlo deliberadamente.
Resañas, Milosz Tadeus [Anagrama, 2012].
A muchos les parecerá ocioso que se parodie un libro como es Vacío perfecto, de Stanislaw Lem, que es monumental precisamente por su filo satírico. Pero el gran antropólogo, ensayista, editor, traductor, narrador, corrector, cocinero, vendedor de árboles de navidad y filósofo Milosz Tadeuz va apenas más allá de la parodia y rebasa no sin rozones al chiste suicida, al chascarrillo que se ahorca solito. Pero en el desarrollo de su apuesta y en intermitentes ataques de genialidad, el escritor, lleva a sus penúltimas consecuencias el derroche de la bilis. Su labor fue recrear ese anacrónico ejercicio de la invención, haciendo referencias explícitas a personajes, realidades textuales y bullas a través de la alusión. Este ejercicio podrá parecer en principio un acto de cobardía para los referidos y lo más probable es que en adelante haya reacciones: polémicas en alguna revista o pasquín sin muchos lectores.
Después de Samuel Johnson el arte del insulto se convirtió en una artesanía y el reduccionismo se metió en el cuerpo más pequeño que encontró. El defecto central de las parodias es que el original acapara la sorpresa y contiene el remedo, lo demás es pura mordedura de lengua.
Al cierre del metametatexto es prudente preguntarse acerca de la maquinaria, y digo maquinaria porque no podría ser ajeno a lo mecánico, que sostiene la producción en serie de reseñas sañosas o no, y el hábito que generan de tener que enterarse a través de juicios de gusto para ofrecer panoramas del gusto. Y no es que sean prescindibles, sino que son genéricos intercambiables. Probablemente el morbo y la pereza son instauradores de la manía por compactar tesis, novelas y demás textos de largos respiros a su mínima expresión, pero sería una sopa con muy pocos ingredientes, desabrida para entender qué ha hecho que la reseña parezca tan insalvable como para que se siga escribiendo. ®