De repente, aunque tengas un sitio donde poner tus cosas, sin ti la idea de casa desaparece. Es como sentir nostalgia de un sitio que ya no existe.
¿Qué es una casa?, me he preguntado después de tanto silencio. He pensado en tres conceptos: a) La vivienda no es sólo un bien inmobiliario, es también una forma de consolidación espiritual; b) Un lugar que protege a los soñadores, y c) La casa es una máquina para vivir; la casa debe ser el estuche de la vida: la máquina de la felicidad.
Pero también es un lugar donde se espera, y no sólo eso, un lugar que espera, y si algo le falta comienza a derrumbarse.
Esta humilde construcción de hormigón, ladrillos y tierra —diseñada a la medida, como un traje— te demanda siempre que no estás. ¿Cómo puede un conjunto de piedras anhelar a alguien? Las cosas toman la forma de quien las habita, así como el agua toma la forma de su recipiente y el amor el cuerpo de quien lo alberga. Nuestra casa, el mineral, el amor, tú y yo somos uno solo, tomando tu forma; por eso no me extraña que las paredes crepiten por la noche, celosas de mí. Paso mis manos por ellas y las consuelo, mis manos que construyen otras y que me hacen olvidarme de fechas más importantes que la aparición primera de una estrella en el cielo.
En la madrugada, cuando el frío se coló como un adversario más, la casa se quejó —es sólo el viento, la consolé, y volví a pasar mis manos callosas sobre ella—; tenía miedo de perderte.
Las puertas que instalo no cierran nunca, no terminan de cuadrar, aún no sé por qué —he soñado mucho con portones y todos aparecen abiertos—; me soñé por la noche dejándolas así, de par en par, por si alguna razón atendías los mensajes que nunca te envié y vinieras a darme un largo abrazo, por el día que nos unió. En la madrugada, cuando el frío se coló como un adversario más, la casa se quejó —es sólo el viento, la consolé, y volví a pasar mis manos callosas sobre ella—; tenía miedo de perderte. En el fondo a ella —a la casa—, igual que a mí, no nos congela el aire fresco sino el hecho de que un día no seas tú la que entre por esa puerta. La casa siguió chillando y las paredes crujiendo, pero la puerta permaneció —permanecerá abierta para que entres siempre— completamente abierta… ¿Será solamente un sueño? Hay anhelos que a la espera del día siguiente son irrevocables.
Dejas rizos tuyos por todos los rincones de los azulejos, fragancia dulce, sudor, eyaculación, lágrimas de felicidad y gotitas de sangre en las sábanas de la cama, las exclamaciones de tus orgasmos hacen eco una y otra vez por la alcoba. Tu cepillo de dientes me reconforta: sigues aquí, y muchas más presencias tuyas juguetean silenciosas por toda la casa, como niños fantasmas que no han sido olvidados del todo, no encuentran el purgatorio. Aquí se perpetúan las cenas y las sobremesas, el olor de la pasta, el jitomate y la cebolla, las partículas de vino, las copas con tu lipstick consagrado, las pláticas de cinco horas que parecen de quince minutos, tus risas que a veces son cacofonías que proporcionan alimento a los tabiques blancos, las canciones —las tristes y las alegres—, las plantas que siguen creciendo con buena salud —símbolo de nuestro enlace místico—. “Halfway home”, de Broken Social, sonando en loop, tus óleos sonriendo, tus cuadernos de escuela y la literatura que me enseñas, la de los textos y la de tus palabras; quedan miles de películas a medias antes de dormir; las noticias, las lecturas en inglés, el pescado frito y los besos sin espinas. ¿Una casa puede sentir incontinencia? Empiezo a pensar que este hogar es un yonqui de ti —yo le sigo detrás.
Me gusta tu bolso reposando en las superficies, ese bolso con todo el universo dentro que cuando se abre da luz; me gusta ese bálsamo de tus brazos coronando la corriente, y si el sillón hablara no diría nada, gritaría jubilosamente: increparía tu nombre.
Si uno se queda vacío la casa adquiere ese hueco, como un hachazo en la pared, como una tizona en el pecho. Después de olvidar nuestra fecha yo ya no sé si soy un hombre, ni por qué sigues conmigo después de haber dejado tu tierra, no recuerdo bien mi nombre y he pensado mucho en ti. Perdóname. ¿Será que soy ahora una ventana con tu reflejo en el cristal?
¿Sabes ese momento en el que te das cuenta de que la casa en la que has vivido ya no es tu casa? Así me siento con mis olvidos y perezas.
Le diste energía a nuestra casa y si te vas no sabré qué hacer con ella. Lula y sus cachorros lo intuyen también; el posible sonido de tu coche provoca variaciones en los focos, es sólo energía fluyendo, que se aminora cuando te alejas. La casa aún no sabe lo que tiene ni lo que podría perder, no tiene la culpa de lo mío y lo sufriría aún más que yo. Ya sé, es completamente imposible que los artefactos griten tu nombre, pero sé que te dolió.
No he cerrado aún las puertas, ni las de esta casa ni las que instalo, no he cerrado aún las manos, y si es verdad que esto es sagrado: necesito ver el Sol, y si éste aún no se ha apagado —4,603 millones de años—, ¿por qué lo nuestro se extinguiría?
¿Sabes ese momento en el que te das cuenta de que la casa en la que has vivido ya no es tu casa? Así me siento con mis olvidos y perezas. De repente, aunque tengas un sitio donde poner tus cosas, sin ti la idea de casa desaparece. Es como sentir nostalgia de un sitio que ya no existe. A lo mejor eso es una relación: dos personas que echan de menos el mismo lugar imaginario.
Feliz aniversario, amor, a ti, a nosotros, a Lula y a la Casa. ®