Una idea que tengo presente al leer Segundo cuerpo (Guadalajara: El Viaje, 2010), poemario de Pedro Goché, es la pureza. No hablo tanto de una pureza moral como de una química, en el sentido de una pureza de la sustancia —sin cortes o adulteraciones. En el sentido sí, de la tradición alquímica, de transmutar la materia y conseguir el oro.
Los poemas como resultado de un fino pulimento, colmados de sí mismos y de nada más. Una poesía de la erosión, una poesía de la síntesis, poesía minimal.
Segundo cuerpo ofrece la cartografía precisa e inmensa sobre la cual las palabras únicas conforman el paquete de energía que constituye un poema. El panorama que despliega, sus cielos y sus infiernos, resulta muy adecuado para un videojuego moderno; es un escenario vasto, pero emparentado con el páramo.
Otro posible acercamiento es su fachada simétrica; un antes y un después se dibujan en medio de la claridad pasmosa. Estas dos mitades son “Segundo cuerpo”, precisamente, y “El desayuno del dragón”.
En este mundo lo primero que atendemos es una forma, un patrón de esquirlas, que lo puebla. Me refiero al poema breve, lindante al haiku, que Goché confecciona.
Leemos, por ejemplo, este poema sin título; casi, se diría, un silogismo:
Cruje/ Luego entonces/ Amanece.
No estoy seguro si Pedro sigue practicando la magia, la química o la alquimia, pero versos como el siguiente cargan un aura que le correspondiera al lenguaje científico:
Sabor a edén y efecto de dados que chocan.
Parece que el autor intenta constantemente poner al poema en crisis. Conducirlo a un punto límite, ver cuánto es posible desarmar o desarticularlo, sólo para saber hasta qué punto se puede diseccionar y que la función persista. Hasta dónde puede sobrevivir la poesía en una actualidad por demás muy viva, en dónde se mantiene, y, por el contrario, señalar el punto exacto en el que el ser del poema se deshace:
La lágrima y el asombro prensados por un clip./ Pasemos a otro asunto.
Éste es un poemario más abstracto que sus anteriores.
Temáticamente es la tragedia, iluminada en la parquedad y el silencio como estrategia.
La privación y el hábito. Hay un cielo, un beso y un espejo, etc. Pero también un tufo de pesadilla. Bestias y Ángeles, terribles todos, como alimañas:
La jauría mató al gato/ La noche dio con ella.
Segundo cuerpo ofrece la cartografía precisa e inmensa sobre la cual las palabras únicas conforman el paquete de energía que constituye un poema. El panorama que despliega, sus cielos y sus infiernos, resulta muy adecuado para un videojuego moderno; es un escenario vasto, pero emparentado con el páramo.
Se apuesta por el encuentro con la poesía más en el espacio vacío entre los significantes, más en el espacio inconmensurable entre dos palabras, como Goché mismo escribe.
Esta cualidad que tienen el mar y otros agentes de la paciencia, que es el erosionar. Hablamos del todo y la partícula. Al respecto, conviene mencionar la atomización gramatical que se realiza en “Variations” y en “Universidad de Upsala”, donde la —aparente— mera enumeración de significados y la teoría de conjuntos aplicada describen el camino a seguir.
Segundo cuerpo es Dios jugando a los dados, sí, pero cargados.
El mundo del recoveco. Una escritura de grietas, como barrancas, en el sentido pleno de una raja en el monte, la hendidura entre los mundos, un lugar donde:
Sueña que el Dragón/ Lo admite en su Cueva.
e
Improvisa una canción/ Que no termina…
Se evoca la ruta de una disolución, una disolución feliz, el camino menguante que conduce a la página en blanco, al espacio entre las letras. Un desparramarse hacia la nada, en continuo.
Alguien debe esperarme en el otro extremo/ Conciente o delirando/ Alguien.
Nos habla de la potencia del vacío:
Arlequines sigilosos/ Agazapados tras el beso más vibrante.
Debo advertir que este libro contiene fantasmagoría fuerte y humor cósmico. Es el acertijo de la esfinge, pues la respuesta contiene siempre la pregunta.
El poema titulado “Final”, de un sólo verso, paradójicamente nos anuncia que el juego continúa: