Tijuana tiene múltiples rostros; dos de ellos, los más populares. Refrendada por la opinión pública, existe la versión que acentúa la ventaja de cruzar al lado americano, dolarizado paraíso de consumo. Otra más: la frontera del crimen, actualizada constantemente en la estadística roja.
Quedan fuera del sonado discurso sobre la ciudad temas vigentes tales como la precariedad de la infraestructura, el pragmatismo empresarial, el histórico modo de lucro de la administración pública y el afán oblativo de quien cruza diariamente la frontera.
Frente a la popular y actualizable estampa fronteriza, todo intento de corregirla resulta prácticamente vano. Desde hace algunos años el Comité de Imagen intenta rectificar esta plana pública. Ningún político, Nobel o héroe pueblan el proyecto Paseo de la Fama del empresario José Galicot Béhar, aunque sí gente regionalmente conocida que, una vez incluida en dicho Paseo, suma a su trayectoria el reconocimiento de la tierra natal en la que, según reza el proverbio, nadie es profeta.
El Comité de Imagen y sus actividades contribuyen a engrandecer la fama de las celebridades de su Paseo sin detonar, con este reconocimiento, cambios sustanciales en la relación cultural de sus habitantes; o al menos no se ha visto algo que lo pruebe. Pareciera que la aspiración y el reconocimiento forman parte del ámbito privado de sus participantes, sin existir procesos paralelos de formación ciudadana.
No sorprende el afán puesto por Galicot Béhar y otros promotores por enfocar hacia el tema de la imagen el magno encuentro Tijuana Innovadora, que recibió durante dos semanas (del 7 al 21 de octubre de 2010) a distintos líderes del mundo empresarial, la industria, la tecnología y la ciencia. En el mundo de la competencia, se comprende la utilidad de un encuentro cuyo propósito fue promover un nuevo dinamismo socio económico y atraer la inversión extranjera.
La realización de Tijuana Innovadora proyectó un escenario de éxito debido a la experiencia publicitaria y logística de sus organizadores, bien demarcado en el ámbito económico y político. En mi opinión, ése es el marco en que hay que valorar la inversión y los frutos de este encuentro que causó revuelo y gran expectativa en la opinión pública durante y después de su realización.
En el ámbito cultural, por su parte, se pronunciaron voces de discordia: quejas y cuestionamientos acerca del aporte de Galicot a la cultura local. Negocios son negocios, imaginé responder a este empresario regional –quien fue compañero de preparatoria de Carlos Slim, a quien Galicot llamó “Maestro de la Filantropía”. Al final, las ganancias del magno encuentro quedaron en manos de la Fundación Internacional de la Comunidad que las canalizaría a las Organizaciones de la Sociedad Civil (OSC) acreditadas.
Resulta tentador para el sector político comparar de Tijuana con ciudades productivas, como se hizo en Tijuana Innovadora, incluso cuando el contra argumento esté tan a la vista: los bajos salarios del sector maquilador así como la insuficiente infraestructura cultural, vial y de servicios públicos. El éxito de Tijuana Innovadora puede medirse en sus seguidores, sus cifras y en la presencia de líderes mundiales (entre ellos, varios premios Nobel). De un evento ante todo comercial, no se podrían aprehender rastros de una ola de transformación cultural no prevista como propósito principal. La cuestión de la sede (el CECUT) sería sólo un ademán, un fetiche o un motivo totalmente utilitario: no hay en la ciudad otra sede de exhibición funcional con mejor diseño y seguridad.
Para la crítica social, señalo algunas diferencias que Tijuana Innovadora puso de relieve: entre quienes pudieron gastar y acceder (por cien dólares) a un día de actividades y quienes llegaron en transporte público tan sólo a desfilar por los pabellones; entre quienes pudieron asistir a un concierto pop en San Diego, efectuado en uno de esos días, y quienes se incorporaron al tumulto coreográfico del cierre del encuentro; entre quienes pueden participar del sueño de la industria y la tecnología de los tiempos globales y quienes todavía duermen menos pensando en cómo pagar su mensualidad de acceso a internet y su computadora a plazos.
Hay (al menos) dos Tijuana, divididas por el acceso a las tecnologías, las oportunidades de educación y el empleo. Hay otros rostros distintos del crimen organizado y del sueño americano, tales como el trabajo mal pagado o la condición elitista de los buenos servicios de educación.
Hay también una idea superficial de formación cívica concentrada en la legalidad y sustentada (todavía, pese al pragmatismo norteño) en el discurso moral que previene del “libertinaje” y condiciona así, al menos discursivamente, la experiencia de libertad. A quien esto lee, recomiendo consultar una buena genealogía de tan manoseado término, con el que Mauro Armiño introduce la compilación Cuentos y relatos libertinos (F.C.E./Siruela, 2010). ®