Carisma y sombras

Menem entre la memoria familiar y la ficción televisiva

Una foto en un acto barrial de los ochenta, el carisma del patilludo que descolocó a mis viejos y una ficción reciente que vuelve sobre el poder, la estetización de los noventa y las zonas oscuras del menemismo.

Carlos Saúl Menem, acto en Colón, 1988.

Ese mediodía no acepté la invitación. No quería estar otra vez en un acto peronista. Ya había recorrido toda la campaña del 83: clubes de barrio, tarimas armadas con tablones prestados, patios enormes de casas humildes, los choripanes del boulevard 50, las tormentas imprevistas que no cortaban los discursos, la multitud acalorada como si el verano fuera eterno.

Ya había estado en el triunfo de Herminio contra Cafiero, en el de Alfonsín contra Luder. Ya había conocido personalmente a los líderes políticos de esa época. Me perdía los Titanes en el Ring por acompañar a mis viejos en los últimos días de la dictadura y los primeros pasos de la democracia.

Pero, ese mediodía, ellos sí fueron. En la foto están, detrás de quien todavía no era presidente, mi viejo y mi vieja. Roberto, representando al Partido Peronista. Mabel, como concejal que había entrado por minoría el año anterior, dentro del Frente Renovador.

Aunque los renovadores de Cafiero no querían al riojano, los concejales renovadores decidieron no recibir a Carlos Saúl Menem, gobernador de La Rioja. Por protocolo, el intendente radical, Gerardo Morales, lo recibió junto a los concejales de la UCR y a mis viejos. Un escenario improvisado se montó para el riojano, frente a la Municipalidad, a metros de la iglesia, entre cables colgantes y banderas desteñidas.

Los renovadores, ese grupo de jóvenes un poco pedantes, un poco soberbios, que llegaban con aires de transformación puertas adentro del movimiento justicialista, no están en la foto.

Si bien mis viejos no apoyaban a Menem, en ese juego interno habían quedado fuera de la omnipotente renovación peronista. Cafiero era el número uno de la escena nacional tras encabezar la Renovación y romper con la conducción ortodoxa del partido, la de Herminio Iglesias y el metalúrgico Lorenzo Miguel, líder de las 62 Organizaciones. Los renovadores, ese grupo de jóvenes un poco pedantes, un poco soberbios, que llegaban con aires de transformación puertas adentro del movimiento justicialista, no están en la foto.

Ese sábado yo me quedé en casa. Comí milanesas con mi amigo Juan Manuel y esperamos el regreso de mis viejos de ese acto. No habían ido con grandes ilusiones, pero volvieron transformados.

La palabra que más se repetía era carisma. “¡Qué carisma tiene el patilludo!”, decían. Mi viejo, más escéptico, insistía en que le parecía un chantún, un tipo medio mentiroso. Mi vieja, en cambio, repetía que era “encantador”.

Ese mismo magnetismo que percibieron mis viejos atraviesa la serie furor del momento, que aborda dos planos del poder. El primero, el más visible: la estetización del poder, el poder como una puesta en escena. Dentro de esa estética hay una parábola: la transformación del líder carismático, el que aparece a caballo y con poncho, al estilo de los caudillos como Facundo o Quiroga, hasta la Ferrari que atraviesa Recoleta para llegar a la Quinta de Olivos. En esa parábola, signo de los noventa, hay una romantización del poder, que avanza de la mano con la transformación del capitalismo, la caída del Muro de Berlín y la llegada de Menem al poder. Las “relaciones carnales” con Estados Unidos y los vínculos con Occidente se muestran como la reafirmación de un mundo globalizado y capitalista, el supuesto fin de la historia.

Hay un detalle sorprendente para lo que suelen ser las series argentinas: el valor de los espacios. La Quinta de Olivos y la Casa Rosada funcionan como escenarios íntimos, como puertas traseras del poder. Cada escena pinta la proximidad y los vínculos personales del expresidente, pero también lo que significa para un país tan presidencialista como el nuestro. Las expectativas, las esperanzas, los reclamos y las decepciones se concentran en esa figura. Algunos planos en el set de Olivos recuerdan a The Crown: democracias jóvenes, latinoamericanas, que se construyen mientras el poder se aprende. O se improvisa.

Menem en Colón, 1988. Detrás, Roberto Mascardi y Mabel Vigani.

Ahí está Menem, en el ejercicio del poder: rotundo, asumiendo compromisos sin medir consecuencias. O midiéndolas en silencio. En una entrevista publicada esta semana en Infobae Alberto Kohan, exsecretario general de la Presidencia y amigo cercano, recordó que Menem decía: “El poder no se comparte, ni siquiera con quien se duerme”. La historia de Kohan es curiosa: llegó a la política desde la geología. Se fue a vivir a La Rioja porque buscaban un geólogo y el sueldo era parecido al de Australia. Desde 1973 forjó una amistad con Menem. Y recordó que, cuando estuvo preso en 1976, ya decía que iba a ser presidente, y que metería preso a quien lo encarceló.

Colores fuertes, letras enormes, un diseño casi barroco, mientras por debajo se agitaba de forma subrepticia una violencia contenida. El relato se concentra en los primeros seis años de su gobierno, hasta la reforma constitucional que le permitió la reelección.

La serie, en su plano estético, rescata ese primer carisma, esa figura encantadora, tan propia de la década del noventa. Colores fuertes, letras enormes, un diseño casi barroco, mientras por debajo se agitaba de forma subrepticia una violencia contenida. El relato se concentra en los primeros seis años de su gobierno, hasta la reforma constitucional que le permitió la reelección. Y, como bonus track, un capítulo brillante: la relación entre política y economía, ese tándem con Domingo Cavallo. Es una clase magistral de alianzas y divorcios entre poder político y poder económico.

El proyecto generó expectativas desde el minuto cero. Leonardo Sbaraglia enfrenta el reto de dar vida al expresidente Menem, explora no solamente sus logros políticos, sino también sus momentos más oscuros. Griselda Siciliani interpreta a Zulema Yoma, revelando la turbulencia dentro de su matrimonio y ofrece una perspectiva personal de la vida en la Casa Rosada. Ambos son la punta narrativa de actuaciones memorables y versátiles.

Aunque basada en hechos reales, la serie no está exenta de polémica debido a sus adaptaciones. Juan Minujín interpreta a un fotógrafo ficticio, Olegario Salas, y funciona como hilo narrativo de la trama, como fotógrafo presidencial que va desde la Rioja natal hasta la compañía permanente de los momentos más duros. Ese retrato permanente de cada instante de tensión es paradigmático y simbólico, sobre todo por las contradicciones que tiene el propio fotógrafo. En la figura del fotógrafo se encarna el sentimiento del pueblo argentino: la desconfianza, el encanto, la fascinación, el aprovechamiento, la complicidad en la década del noventa, hasta la decepción. Un juego de amor–odio que refleja al público.

Esa mirada, entre la fascinación y la crítica, prepara el terreno para entender la raíz política que atraviesa la serie y la historia real.

Es que, para entender el peronismo, hay que entender la provincia de Buenos Aires. La serie lo marca desde su primera gira, antes de ganar las elecciones. En la interna Menem–Cafiero, el sábado 9 de julio de 1988, votaron 1,544,949 afiliados. Menem ganó por una diferencia de 121,757 sufragios: 53,4% contra 46,6%. La historia en una foto.

Hoy esa historia vuelve a estar en la agenda. La historia que vivimos todos. La serie ofrece una versión más romantizada del líder riojano. Las tragedias argentinas aparecen envueltas en champán, Ferrari y perfumes importados de Miami.

Pero la historia empezó ahí. En esa gira.

El encantador de serpientes. ®

Compartir:

Publicado en: Apuntes y crónicas

Apóyanos:

Aquí puedes Replicar

¿Quieres contribuir a la discusión o a la reflexión? Publicaremos tu comentario si éste no es ofensivo o irrelevante. Replicante cree en la libertad y está contra la censura, pero no tiene la obligación de publicar expresiones de los lectores que resulten contrarias a la inteligencia y la sensibilidad. Si estás de acuerdo con esto, adelante.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *