Carta a una amiga desconocida

(A Rosario Castellanos)  

Rosario Castellanos murió hace cincuenta años. Escritora, periodista y diplomática, es una de las escritoras mexicanas más importantes del siglo XX, y cada día descubierta por más jóvenes lectoras, como es el caso de la autora de esta carta a una Rosario que no conocía.

Rosario Castellanos (Ciudad de México, 25 de mayo de 1925–Tel Aviv, 7 de agosto de 1974).
Todos los muertos viajan en sus ondas.
Ágiles y gozosos giran, bailan,
suben hasta mis ojos para violar el mundo,
se embriagan de mi boca, respiran por mis poros,
juegan en mi cerebro.
Todos los muertos me alzan, alzándose, hacia el cielo.”
—Rosario Castellanos, De la vigilia estéril

Querida Rosario:

Hace ya cincuenta años de tu partida y aún giras y bailas entre nosotros, tu poesía te mantiene viva, tus letras han dejado un legado inigualable. Llegué a conocerte un poco tarde, me hubiera gustado leerte antes, gozar de tu compañía. He intentado recuperar el tiempo, pero entenderás que las actividades diarias en este tremebundo mundo me mantienen más alejada de lo que quisiera del sosegado silencio de los libros.

La condición de mujer mexicana me quedó clara gracias a ti. Llegué a entablar amistad contigo por una amiga en común, a quien ninguna de las dos conocimos tête à tête, pero con la que mantuvimos reuniones privadas a través de sus escritos y su figura, a lo largo del tiempo. Una monja que desde su celda leía, estudiaba y soñaba con las letras. ¿Cuál fue su clausura? La tenemos clara, el ser mujer en el siglo XVII, un momento en el que el papel de las mujeres era relegado al del hogar o la vida eclesiástica. Ahora yo te pregunto: ¿Cuál fue tu clausura? ¿Un matrimonio? ¿Un hijo? ¿La Universidad? ¿El ser mujer en el siglo XX?

Sor Juana tuvo claro cuál sería su cárcel, eligió su celda, así lo expresas en el ensayo “Asedio a Sor Juana”, del libro, poco conocido, Juicios sumarios I.[1] En este primer volumen, al igual que en el segundo, muestras la voracidad de tus lecturas; tu compromiso no sólo literario, sino político, social y cultural. Al igual que sor Juana, elegiste tu propio destino. Ella tenía dos caminos por delante y se inclinó por el de la vida conventual de manera consciente, calculadamente.

Cálculo, hecho entre la espada y la pared. En el convento la monja escribe poemas, villancicos, autos sacramentales, comedias. Lo profano y lo sagrado se mezclan en sus letras y poco a poco se va aproximando la multitud de su pueblo para pedir prestada esa garganta sin dueño que ha de darle voz.[2]

Voz que tú admiraste, porque se la otorgó no sólo a los más desfavorecidos, sino también a la aristocracia. Dos mundos con toda una vida en medio.

Tus palabras, al igual que las de ella, viajaron desde la hoja, en tu caso, desde el sur profundo en el que creciste, Chiapas. En el de ella, desde el pie de los volcanes, en Amecameca. Ambas crecieron en una hacienda, al igual que yo. Quizás por eso las entiendo y sueño con ser su amiga, para poder estar una noche juntas charlando desde la terraza de La Hacienda, una hacienda en común, una mezcla entre Comitán, Amecameca y Tlajomulco. Recreando el Primero sueño,[3] rodeadas del imperio silencioso de la noche, esperando el murmullo del despertar de los animales nocturnos, observando la luminosidad de los astros rutilantes, reflexionando sobre el orbe de la diosa que ostenta tres hermosos rostros, percibiendo el acechar de la sacrílega Nictimene, en búsqueda del licor del árbol de Minerva.

En Asedio a Sor Juana nos pides tener piedad de sus contemporáneos, porque

no disponían de ningún título bajo el cual colocarla. Sus actos, por originales, tenían que producir el malestar de la sorpresa, de lo que no cabe dentro de lo establecido … Su peor enemigo, sin embargo, es ella misma.[4]

¿Seremos nosotras nuestros peores enemigos? ¿Fuiste tú tu peor enemiga? ¿Cuál fue tu talón de Aquiles? El de ella, su ideal de perfección. A ti, durante un tiempo no supieron dónde colocarte, y ya te puedo escuchar diciéndonos que tengamos piedad de tus contemporáneos. Según tus amigos fuiste una mujer risueña, viva, feliz y al mismo tiempo profundamente melancólica. Encontraste tu independencia y libertad a través de tu pluma, como ella.

Llegaste —así lo dijiste— a la prosa de manera casual, como un complemento de la poesía, tu pasión más profunda. En tu intento de vivir de la escritura encontraste un oficio que requiriera de una constante disciplina y voluntad, empezaste por el ensayo y la crítica literaria —aunque eres más conocida por tus cuentos y novelas—; la mezcla de ambos, presente en los volúmenes de Juicios sumarios, develan tus preocupaciones más profundas, así como tus intereses: la identidad de la mujer, el papel de los desfavorecidos dentro de la sociedad, la desigualdad profesional y la dificultad ante la creación. Tuviste tu mano abierta, germinando la semilla, como lo hicieron otras mujeres escritoras, y al igual que ellas revolviste entre tus libros en búsqueda de referentes como tú, para poder encontrarte, reflejarte en el otro.

Sor Juana cita historias de mujeres, tú escribes sobre ellas. Sor Juana

revisa los textos sagrados que prohíben a la mujer estudiar y opinar y sostiene que su interpretación ha sido errónea y que muy distinta sería la sociedad si la mujer fuera tan bien enseñada como el hombre.[5]

Tú mantienes en firme lo anterior y dedicas tu vida a ello, a pesar de tus propias cárceles.

Rosario, apenas partiste hace medio siglo; tu amiga, hace más de tres siglos. Algunas cosas no han cambiado, otras sí. La deuda que les tenemos es enorme, gracias a ustedes y a quienes estudiaron, citaron e hicieron visibles. Una parte del camino lo hicieron en total soledad. En sí, fue la femineidad en búsqueda de la vocación intelectual a pesar de los obstáculos; las letras no las abandonaron, fueron su bandera. Así como de a quienes también favoreciste con tu escritura en tus ensayos: Santa Teresa, Simone de Beauvoir, Virginia Woolf, Natalia Ginzburg, Simone Weil, Silvina Ocampo, entre otras conocidas —y no tanto. Lo único que me queda por decirte es gracias por tu amistad y por presentarme con tus ensayos a otras amigas. En este día recordamos tu legado, revisitamos tu obra para honrarte. Te puedo imaginar en el cielo llevada en hombros por los difuntos, girando y bailando, como un día escribiste: “Todos los muertos me alzan, alzándose, hacia el cielo”. ®


[1] Rosario Castellanos, Juicios sumarios I, Fondo de Cultura Económica, México, 1984.
[2] Ibid., pp. 16–17.
[3] Sor Juana Inés de la Cruz, Primero sueño, Fondo de Cultura Económica, México, 2022.
[4] Rosario Castellanos, op. cit., p. 18.
[5] Ibid., p. 20.

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Publicado en: Libros y autores

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