El otrora comunista encarcelador de religiosos, devoto del ateísmo científico marxista y el más cercano colaborador del Gran Hermano supremo demoledor de templos, en un esplendente día de las madres parecía dejar atrás aquella revolucionaria epopeya de odio para recibir la luz de Dios sobre los hombros.
Como en la parábola del evangelista Lucas (c.15, v.11–32), aunque sin los tintes sombríos de aquel famoso óleo de Rembrandt, el presidente cubano —presidente jamás elegido por masa popular alguna, no por ello menos todopoderoso en sus seculares funciones— regresó un primaveral domingo al portón mismo del Vaticano, a la calidez del abrazo jesuita, al apapacho de su santidad Francisco el argentino más modesto y generoso del mundo. Iluminado cual ángel, Raúl Castro atravesó la línea de la guardia suiza y se postró ante el representante del reino que no es de este mundo, seguido por las cámaras y micrófonos de la embelesada prensa internacional.
Bergoglio recibió por casi una hora al plenipotenciario representante de uno de los reinos que sí son de este mundo, con una piadosa cordialidad que, por momentos, hizo olvidar a tantos feligreses los destrozos que el castrismo ocasionó durante décadas a la propia madre Iglesia. Pero como en la parábola bíblica, el padre siempre será el padre, no importa cuánto tiempo haya estado el hijo lejos de su hogar, cuánto pesar haya ocasionado, cuánta vida pecaminosa haya llevado desde el instante en que abandonó a los suyos, si recula el hijo pródigo por su propia voluntad, el padre está en el deber de recibirlo con amor. Porque el amor es la base de la Iglesia, y amar al hijo cabrón que vuelve para recuperar su fe es parte intrínseca del pensamiento evangelizador.
El otrora comunista encarcelador de religiosos, devoto del ateísmo científico marxista y el más cercano colaborador del Gran Hermano supremo demoledor de templos, en un esplendente día de las madres parecía dejar atrás aquella revolucionaria epopeya de odio para recibir la luz de Dios sobre los hombros. Y dijo el presidente algo como que en verdad os digo, que si el papa seguía así, regresaría a la Iglesia católica. “Yo volveré a rezar y regreso a la Iglesia. Y no lo digo en broma”. En verdad os lo dijo. No os estaba jodiendo.
Génesis
Enero de 1959 y dijo Fidel que la religión era buena, que habría elecciones pluripartidistas. Y supo Fidel que lo acusaban de comunista y dijo que era campaña canallesca, calumnia de traidores. Y creó Fidel la reforma agraria y la campaña de alfabetización. Y vio que todo aquello era cosa buena, cosa chévere. Y la jerarquía eclesiástica lo apoyaba, como queda dicho en la carta complaciente del arzobispo de Santiago, monseñor Enrique Pérez Serantes. Vida Nueva. Apoyo a la reforma agraria y colaboración de la Iglesia con el bello proceso revolucionario. Dichos en documentos y epístolas de Evelio Díaz, administrador apostólico y más tarde arzobispo de La Habana, el embullo duró hasta agosto de 1960, cuando “el creciente avance del comunismo en nuestra patria” se había vuelto ya un problema explícito en la Circular Colectiva del Episcopado.
Y dijo Fidel entonces que ya no, que la religión ya no era buena, y que la nueva religión del socialismo y sus nuevos dioses puros sería la única moral aceptable. Y el pueblo lo aplaudió. Y el pueblo abandonó las iglesias. Por convicción, por estrategia de supervivencia o por miedo. Y se persiguió, se marginó, se encerró en campos de concentración, o se obligó a emigrar a los religiosos. En septiembre de 1961 un obispo y 131 sacerdotes fueron expulsados del país, a cajas destempladas, en el barco Covadonga.
Enero de 1959 y dijo Fidel que la religión era buena, que habría elecciones pluripartidistas. Y supo Fidel que lo acusaban de comunista y dijo que era campaña canallesca, calumnia de traidores. Y creó Fidel la reforma agraria y la campaña de alfabetización. Y vio que todo aquello era cosa buena, cosa chévere.
Casi treinta años duró el faro luminoso de la América redentora, proletaria, herética y atea. Como en el viejo imperio romano, un avanzado discípulo de Nerón incendiaba casi toda Roma, la destrozaba, esta vez sin garantías de levantar una capital más moderna, y allí estaban los cristianos para cargar con buena parte de la culpa. Allí estaba también Raúl Castro, en primera fila, disfrutando mientras metía en la UMAP a religiosos, homosexuales y desafectos, obligándoles a hacer trabajos forzados a ver si se podían regenerar, enderezarse y convertirse en hombres nuevos, en machos revolucionarios, gozando cada vez que su Gran Hermano le encomendaba aquellas históricas tareas, las grandes faenas que ponían a su obediente ejército a disposición del futuro materialista dialéctico, el único posible por aquel entonces.
Pecados sin penitencia retroactiva
El hijo pródigo, a su vez, en su propio episodio de anciano bondadoso, ya había purgado las culpas del joven presidente Barack Obama. En la VII Cumbre de las Américas el antiguo enemigo y culpable eterno de todo el mal sobre la tierra, el presidente estadounidense se convirtió, según su propio verbo, en “un hombre honesto”, uno que “no tiene nada que ver” con el embargo económico a Cuba. Y en verdad os lo dijo. Una decena de presidentes gringos habían hecho y deshecho sobre la faz de la Creación, pero este mulato simpaticón no tenía por qué cargar con las culpas de aquellos medievalistas obscenos que invadían países y bombardeaban ciudades llenas de civiles inocentes. Yo te absuelvo Barack Hussein, yo, el mismo que, junto a mi Gran Hermano, lleva haciendo y deshaciendo a gusto por más de medio siglo.
El papa Francisco también absolvió al dictador–presidente. A fin de cuentas la religión en Cuba fue reivindicada al finiquitarse los ochenta, cuando Fidel Castro comprendió que la Teología de la Liberación estaba de su parte, que muchos izquierdorreligiosos lo adoraban y de la noche a la mañana dictó desde las alturas su libro sagrado Fidel y la religión al sacerdote brasileño Frei Beto, obrando el milagro de que, así de pronto, como un nada por aquí nada por allá zas se hizo la luz, ya no fuese un crimen ir a misa los domingos o tener un Sagrado Corazón de Jesús colgado en la sala de la casa.
De la misma manera en que Obama recibía en Panamá la absolución por las atrocidades de apóstatas como Nixon, Reagan y Bush —porque Carter ya había tenido su concilio particular—, desde la boca sagrada de un Castro, ahora su santidad Bergoglio en domingo de día de madres, le lavaba los pies al Hermano Menor, purificándolo ante Dios, olvidando los fusilamientos, las beligerancias, el apoyo a las guerrillas, al narcotráfico, al cambalache de armas y al terrorismo de izquierda en contra de democracias legítimamente electas, la represión, la intolerancia —tanto religiosa como ideológica— que por tantos años, y sin asistencia, sucesión, responsabilidad o colaboración de nadie más, el apellido Castro se había divertido tanto ejerciendo.
Un nuevo testamento
Borrón y cuenta nueva. Aquí lo que vale es la paz y la convivencia pacífica entre las naciones. El encuentro de Castro II con don Francisco en El Vaticano no es otra cosa sino el preámbulo a la inminente visita del pontífice a la isla, una lógica consecución a los diálogos secretos que durante un año buscaron la mejor manera de reconciliar a La Habana con Washington. To er mundo e güeno. Oh, milagro jesuita.
Recular a los brazos del padre eclesiástico, después de décadas infamantes, sicalípticas cuando no orgullosamente sacrílegas, habrá de lucir ante los ojos compasivos de la Iglesia como una sucesión de desafortunados pecadillos, de errores provocados por la pasión, por el fervor revolucionario. Algo así como la comprensible herejía de unos muchachones algo impulsivos que, un mal día del año sesenta, abandonaron la espiritualidad, entregándose a los excesos del ateísmo científico, pero que, al terminárseles —por enésima ocasión— la juventud y el concurso de proveedores externos, o sea, al quedarse sin un centavo después de tantas juergas y gastos maniáticos, al quedar pelados y —al menos en apariencia— tan dispuestos a redimirse como san Agustín, recuerdan que Dios es compasivo, tanto como compasiva es la Casa Blanca, y que regresar no será interpretado como claudicación, como traición a la clase obrera y a los movimientos de liberación, sino como un portentoso síntoma de sensatez, de madurez política.
Y la manera en la que esta humanidad ha dicho sigan y se ha echado a descansar, la manera en que todo el mundo celebra a Castro II, como si en verdad hubiese esperanzas de que Cuba cambie para bien, que se abran las grandes alamedas y algún tipo de democracia lleve prosperidad al pueblo —a ese pueblo desinformado, empobrecido, aislado, amaestrado y confundido—, como si de verdad Raúl Castro fuese el nuevo mesías y no un apéndice del Gran Hermano Inmortal, es lo que nos indica que no ha existido milagro alguno, al menos en la era 2.0, que no habrá cambios notables en Cuba y que Dios, obrando a través de alguno de sus famosos caminos inescrutables, nos sigue poniendo a prueba, o bien burlándose abiertamente de todos nosotros desde allá, desde las alturas. ®