La gente está desesperada, hacinándose en misiones religiosas o en campos de desplazados improvisados, como el que hay en el aeropuerto y que alberga a más de cien mil personas. En Bangui, capital de República Centroafricana, más de medio millón de habitantes han dejado sus casas.
La población civil —cristiana y musulmana— se ha convertido en rehén de la violencia instigada por los grupos armados responsables principales de las atrocidades.
“No hay manera de expresarlo de otra forma: esto es una situación de guerra. Guerra abierta, con artillería pesada y morteros que son disparados arbitrariamente en diferentes partes de la ciudad, con helicópteros sobrevolando la ciudad y con explosiones que te cortan la digestión. En diciembre, tras la llegada de las tropas francesas a la ciudad, durante algunos días pareció haberse asentado en Bangui una aparente calma esperanzadora. Sin embargo, tras ese breve paréntesis, ahora se ha instalado un estado de confusión total en cuanto a quién combate a quién: los rebeldes ex Séléka, los milicianos anti-Balaka, las tropas francesas, las fuerzas de mantenimiento de paz compuestas por congoleños y burundeses y sus a menudo temidos colegas del Chad (percibidos en muchas ocasiones como escasamente neutrales)… Demasiados tipos armados”, relata Gordon Finkbeiner, de Médicos Sin Fronteras (MSF) en República Centroafricana (RCA).
En la ciudad de Bossangoa (al noroeste), las casas están vacías. Desde principios de diciembre todos sus habitantes se han refugiado en dos campos de desplazados mientras se acentuaba la escalada de violencia entre grupos armados, que han hecho de la población civil, de una religión u otra, su objetivo. Así en uno de los campos se concentran 30 mil civiles cristianos amenazados por la milicia Séléka, mientras que en el otro campo hay ocho mil musulmanes que viven con miedo a los ataques de la milicia anti-Balaka.
Ahora se ha instalado un estado de confusión total en cuanto a quién combate a quién: los rebeldes ex Séléka, los milicianos anti-Balaka, las tropas francesas, las fuerzas de mantenimiento de paz compuestas por congoleños y burundeses y sus a menudo temidos colegas del Chad (percibidos en muchas ocasiones como escasamente neutrales).
Los cambios de la dinámica de poder en Bangui, con la dimisión a principios de enero del presidente Michel Djotodia, que llegó al poder mediante golpe de Estado propiciado por la coalición Séléka, ha supuesto la retirada de este grupo armado de determinadas zonas del país y que las milicias cristianas anti-Balaka hayan ganado territorio en la zona noroeste. Ante la amenaza y el miedo a los anti-Balaka son muchas las familias musulmanas que emprenden la huida hacia otras poblaciones e, incluso, el camino del exilio hacia países vecinos como Chad o Camerún.
Los esfuerzos internacionales son insuficientes y no detienen las masacres
Los niveles extremos de violencia que sufre la población civil y, en particular, la persecución de la minoría musulmana en la República Centroafricana ilustran el total fracaso de las iniciativas internacionales para proteger a la población. Para Médicos Sin Fronteras esto es una prueba de la insuficiente respuesta internacional a la crisis, y supone el abandono efectivo de la población centroafricana.
MSF realiza un llamamiento a los Estados miembro del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas y a los países donantes para que se movilicen con el objetivo de detener las atrocidades que se están cometiendo, establecer el nivel de seguridad suficiente como para que la población pueda desplazarse por su país libremente sin temer por sus vidas y organizar el despliegue masivo de ayuda para que las necesidades básicas de la población estén debidamente cubiertas. Los líderes nacionales y locales deben hacer todo lo posible para detener la violencia y facilitar la protección de los civiles.
“Nuestra principal preocupación es la protección. Nos encontramos atrapados en una sensación de impotencia frente a una violencia inusitada de la que somos testigos en nuestros pacientes; mientras tratamos miles de heridos, cientos de miles han tenido que abandonar sus casas para evitar ser asesinados”, dice Joanne Liu, presidenta internacional de MSF, desde la RCA. “La falta de compromiso y de movilización de los líderes políticos en el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas es sorprendente, mientras que la respuesta limitada de los países africanos y de la Unión Africana no consigue detener una violencia que está, literalmente, desgarrando el país”.
“Estaban demasiado asustados para ir al hospital, temían ser atacados de nuevo. Y sus heridas eran graves, pero aun así estaban sentados, en silencio, desangrándose.»
La población civil de las dos principales confesiones religiosas se ha convertido en rehén de la violencia instigada por grupos armados responsables principales de las atrocidades. Desde el 5 de diciembre los equipos de MSF han tratado a más de 3,600 pacientes, víctimas de la violencia que presentaban heridas por arma de fuego, granadas, machetes o cuchillos, entre otras.
“Encontramos a diecisiete personas heridas en Bozoum. Mostraban heridas por bala, machetes y granadas. Se habían escondido en el patio de una casa”, dice Liu. “Estaban demasiado asustados para ir al hospital, temían ser atacados de nuevo. Y sus heridas eran graves, pero aun así estaban sentados, en silencio, desangrándose; tal es el grado de terror entre la población que hasta teme buscar ayuda médica. Estaban allí sentados en silencio, habían perdido toda esperanza”.
Los equipos de MSF se enfrentan diariamente con ataques violentos que se producen en las proximidades de los centros sanitarios. Así, en Berberati el 12 de febrero hombres armados con machetes y rifles irrumpieron en el hospital donde trabaja MSF. No dudaron en disparar y en amenazar a los pacientes. Dos de ellos, heridos, huyeron del centro dado que temían por sus vidas. En un sinnúmero de ocasiones en diferentes lugares, líderes locales, religiosos o personal médico de MSF han tenido que intervenir e interponerse físicamente entre hombres armados y civiles, entre ellos heridos y enfermos. En algunos casos los pacientes se niegan a ser transportados en ambulancias por miedo a que éstas sean asaltadas. En otros casos la inseguridad generalizada les impide llegar a los centros sanitarios más próximos.
En ocho lugares diferentes en los que MSF trabaja, más de 15 mil personas se encuentran atrapadas en hospitales, iglesias o mezquitas, amedrentados y temiendo por sus vidas. En Bouar seis mil musulmanes se encuentran atrapados a sabiendas de que salir de la población puede significar ser ejecutados. MSF ha abierto puestos de salud en muchos de estos enclaves y en Bangui, dada la imposibilidad y el miedo de la gente a acudir a un hospital, aunque éste se encuentre a algunos centenares de metros.
A la devastación causada por la violencia hay que añadir la incapacidad internacional para aumentar debidamente la ayuda humanitaria para cubrir, siquiera, las necesidades más esenciales de la población. La falta de asistencia es flagrante en Bangui y prácticamente inexistente más allá de la capital. Continúan existiendo déficits muy graves desde la distribución de agua hasta en la de comida y refugio, los fundamentos básicos de la ayuda. En el aeropuerto de Bangui, sin ir más lejos, cerca de 60 mil desplazados se hacinan justo al lado de la pista de aterrizaje donde tienen que vivir con menos de cuatro litros de agua por persona y un sistema de saneamiento deplorable.
“Las condiciones terribles del aeropuerto plantean que quepa hacerse la pregunta de si la falta de ayuda, su lentitud, es un intento deliberado de disuadir a la gente a que permanezca allí”, dice la doctora Liu. “La gente necesita que se le ofrezcan elecciones reales. En vista de los niveles de violencia en Bangui, los centroafricanos deben ser capaces de decidir si quieren regresar a su casa o permanecer en un lugar donde se encuentren seguros. La asistencia debe facilitarse donde quiera que se encuentren más protegidos”.
Aunque los incidentes de seguridad dificultan las operaciones de MSF a diario, el despliegue de personal —más de 2,240 trabajadores humanitarios internacionales y nacionales— que trabaja en dieciséis poblaciones del país es una muestra de que la provisión de ayuda humanitaria es posible.
“La crisis humana de la que estamos siendo testigos hoy no tiene precedente alguno en el país. La República Centroafricana ha sido marginada, olvidada durante años”, afirma Liu. “La movilización internacional debe llegar ahora, no en un mes ni en seis meses.»
“La crisis humana de la que estamos siendo testigos hoy no tiene precedente alguno en el país. La República Centroafricana ha sido marginada, olvidada durante años”, afirma Liu. “La movilización internacional debe llegar ahora, no en un mes ni en seis meses. Somos testigos atrocidades todos los días. Una catástrofe masiva tiene lugar ante nosotros, ante los ojos de los líderes internacionales. No responder a ella es adoptar la plena y deliberada decisión de abandonar a la población de la República Centroafricana”.
Como respuesta a la violencia extrema perpetrada por las fuerzas ex Séléka, las milicias de autodefensa conocidas como anti-Balaka se lanzaron a la venganza colectiva contra los civiles musulmanes, a quienes ven como la base política de los Séléka. La consecuente espiral de violencia ha tenido como objetivo principal a las comunidades musulmanas. La violencia, aun así, continúa afectando a la mayoría de la población, cristiana o musulmana.
MSF trabaja en RCA desde 1997 y mantiene en la actualidad ocho proyectos regulares en Batangafo, Boguila, Carnot, Kabo, Ndéle, Paoua, Bria y Zémio; y siete proyectos de emergencia en Bangui, Bouar, Bangassou, Bozoum, Bossangoa, Bria, Yaloke y Berberati. En el país están desplegados 240 trabajadores internacionales dos mil nacionales. Equipos adicionales de MSF asisten a los refugiados de la RCA en Camerún, Chad, República Democrática del Congo y Congo-Brazzaville.
La población refugiada
Al incesante y creciente ciclo de violencia y represalias en la República de Centroáfrica se suma un número cada vez mayor de personas que huyen del país: se estima que entre 80 mil y cien mil refugiados centroafricanos han huido a Camerún, Chad, Congo Brazzaville y la República Democrática del Congo (RDC).
La situación de la comunidad musulmana
Cerca de mil personas (mayoritariamente de confesión musulmana) se encuentran atrapadas, cercadas y amenazadas por grupos anti-Balaka (milicias de autodefensa), desde principios de febrero en la ciudad de Carnot, al suroeste de la República Centroafricana (RCA). Numerosos pastores musulmanes —Fulani, Fula o Peuls— tienen que hacer un alto en Carnot en su ruta hacia Camerún. Esta ciudad, de unos ocho mil habitantes, se ha convertido en una zona de tránsito para estas poblaciones nómadas. Ahora, con la partida de los ex Séléka y la toma del control de la ciudad el día 1 de febrero por parte de los anti-Balaka, más de mil personas, refugiadas en el recinto de la parroquia de la ciudad, quedaron atrapadas.
La retirada de los Séléka supone la llegada de más grupos anti-Balaka y el aumento paulatino de la tensión. Se han producido secuestros con exigencia de rescate y hombres armados, cada vez más violentos, circulan pistola en mano por las calles de la ciudad y afirman que quieren eliminar a todos los musulmanes de Carnot. ®