Chuck Lorre y el complejo edípico

Nuestro farsante favorito

El autor sienta en el diván a Chuck Lorre, guionista y creador de sitcoms de gran popularidad en la actualidad como Two and a Half Men y The Big Bang Theory.

Charlie Sheen y Chuck Lorre

Desde el comienzo de su serie Dharma & Greg aparecen omnipresentes los padres celosos de la seguridad de sus hijos. La pequeña Dharma y el pequeño Greg. Luego sus miradas se cruzan, se atisban desde una ventana del vagón del metro, en un instante tan precioso y poético que no parece concebido para una sitcom.

Luego, años después, esos dos se vuelven a encontrar en el metro, y cuando parecía que ambos están condenados a no conocerse jamás, Chuck Lorre (1952) nos recuerda que estamos en una comedia televisiva y la risa estalla cuando descubrimos cómo Dharma se las ingenia para dar con Greg de una forma tan sencilla que nos enganchamos para siempre a sus personajes.

El tema de Chuck Lorre, guionista y creador de sitcoms de gran popularidad en la actualidad como Two and a Half Men, The Big Bang Theory y Mike and Molly, es nada menos que el complejo edípico y sus secuelas en la vida. El mismo genial escritor lo admite. Admite ser un lector ávido de Lacan y en sus tramas no pocas veces podemos ver alusiones a Freud.

Sus hoy famosas vanity cards (las cuales el aficionado a sus series puede ver al final de cada episodio producido y escrito por Lorre si congela la imagen final, una pantalla blanca) son claras en explicar el sórdido mundo interno de algo tan posmoderno como un gran escritor que eligió los sitcoms como su patio de juegos y su fuente de trabajo.

Pero con Lorre y sus asociados en las distintas series que ha emprendido se trata de huir de las convenciones de la comedia y aportar un poco de esa insana locura de su creador, una marca personal en un trabajo que no tiene prestigio en el medio de un escritor “serio”.

En el fondo, Lorre está legando a la cultura popular moderna un humor muy distintivo y una forma novedosa de aproximarse a un género televisivo saturado de clichés, utilizando, paradójicamente, esos clichés pero dándole un papel sobresaliente al texto; Lorre es un escritor fino, y único.

Volvamos al teatro con Chuck Lorre, cuyas series son actuadas ante un auditorio de tal forma que las risas que se escuchan en cada episodio son reales. Con facha de hippie integrado al sistema por vía de la necesidad, Lorre se niega a ceder ante los tópicos más comunes del sitcom y, cuando cede, utiliza la comedia para meterse al barco y burlarse de sí mismo.

Pero, a la vez, puede darse el lujo de mostrarnos siempre el mismo escenario, que se convierte en icónico (y disminuye los costos de producción ostensiblemente), y nos devuelve al principio de la comedia en que las complejidades de la vida son demostradas a través de los detalles más ínfimos.

Es un teatro en donde se recupera la importancia del texto y del guión, y no entienda mal, amigo lector, las historias son tan sencillas como el enredo que resalta en el género televisivo que tiene que finalizar antes de los 21 minutos, del escritor a sueldo que tiene que mantener un rating televisivo y que presta atención a lo que quiere ver su público en la serie, para no defraudarlos y que éstos sigan viéndola.

Aquí lo importante no son las situaciones extraordinarias, sino que vemos a auténticos personajes que tienen que sobrevivir a su ampulosa personalidad, y su personalidad origina todo lo demás, un enfoque literario que gracias a Lorre funciona en algo para muchos tan accesorio y banal como un sitcom cómico.

El guión y las personas son lo más importante, son estudios de personalidad bastante complejos matizados con un humor en verdad tremendo, a veces burdo, a veces cerebral, a veces elemental como de pastelazo, a veces de una obscenidad insinuada, que hace reír de lo ingenioso.

Los personajes de Lorre son estudios de carácter, personalidades retorcidas y llevadas al absurdo, pero que en un trance muy intrigante se parecen mucho a prototipos de la vida real.

Cuando Dharma conoció a Charlie

Los personajes de Lorre son estudios de carácter, personalidades retorcidas y llevadas al absurdo, pero que en un trance muy intrigante se parecen mucho a prototipos de la vida real.

Uno de los grandes traumas de Lorre fue la cancelación de Dharma & Greg tras cinco temporadas en la cadena ABC, de 1997 a 2002, y cuando en la primera temporada de Two and a Half Men (2003 al presente) Jenna Elfman, la famosa y entrañable Dharma, aparece destruyendo el auto de su “psiquiatra” con un bat en el episodio 15, “Round One to the Hot Crazy Chick”, podemos entender que Lorre no es un escritor del montón.

El personaje de Frankie es el primero que se niega a tener sexo con Charlie, y con su personalidad se encarga de revertir y volver contra sí mismo el agudo cinismo de éste y encuentra ternura en la pusilánime y horrible vida de Alan, lo usa y después desaparece, no sin antes dejarle sus pantaletas como un recuerdo. La primera mujer que no es una distorsión utilizada para atormentar a nuestros masculinos héroes.

Es un momento interesante cuando Alan se despierta a medianoche, va a la sala y encuentra a Dharma en posición de flor de loto, tal y como aparece la primera vez que la vemos en Dharma y Greg. De esa forma Dharma hace una última aparición para bendecir a esos dos lados extraños de la personalidad de Lorre que ejemplifican los dos hermanos Harper y que son, en 2003, la siguiente aventura de Lorre en la televisión.

Un buqué de realidad

Cuando Two and a Half Men comenzó, en 2003, Lorre y Lee Aronsonh, los creadores, hicieron un decálogo de situaciones que iban a evitar. La serie sería sobre los tres personajes: Charlie, un compositor de jingles alcohólico y mujeriego que posee una casa en las playas de Malibú; Alan, su hermano, un quiropráctico que se divorció de su primera esposa y tiene que pagar la pensión, lo que lo deja en la calle y con necesidad de vivir con su hermano, y Jake, el hijo de Alan, un niño de diez años que es bastante flojo y tiene un grano de maíz por cerebro.

Ellos evitarían el humor de referencia cultural, los clichés como los flashbacks, el censurar con bips las palabras altisonantes y el colocar a los personajes en situaciones que serían demasiado absurdas para sus personalidades. Todo giraría en torno a los personajes, tal como en el teatro, y Jake no sería precisamente un niño modelo ni un encanto, sería, ante todo, un niño real.

Bien dicho, Lorre es un farsante en el viejo sentido del género de la farsa, porque todas las situaciones giran alrededor de estos personajes, pero una realidad muy clara reluce en sus vidas. A saber, Charlie es un ebrio cretino con encanto y Alan un fracasado al que Lorre gusta comparar con el Job bíblico.

Así, los momentos más desternillantes se originan en la relación fársica de estos dos y como complemento para suavizar el conflicto central, la estupidez del hijo de Alan, Jake, que aporta un poco de comedia menos cruenta. Pero la realidad es que Charlie ha hecho una gran cantidad de dinero como para no preocuparse más que en fornicar y vivir el sueño americano, y lo ha hecho a través de un nulo trabajo, lo que no deja de ser una crítica subterránea, mientras que todo mal cae sobre Alan-Job, que intenta ser el único personaje con ética y moral, conducirse como algo más que un ser dominado por sus impulsos, y a él va toda la inquina del destino.

Todo ese sentido es demasiado teatral y literario, y hace de los personajes de Lorre auténticos estudios de carácter explicados en un medio televisivo. Pero lo escalofriante de la actitud de Lorre es que esas situaciones que son más ampulosas, más serias, más indignantes y aberrantes son las que más hacen reír en sus sitcoms. Lorre así nos comunica el sentido de farsa, explicar la realidad a través de situaciones extremas de comedia.

¿Misoginia a la carta?

Hay que ver el subversivo y terrible apunte sobre las mujeres que cargan los seriales escritos y concebidos por Lorre. En verdad parece que los personajes femeninos de Lorre siempre imponen una carga y sirven para orillar a sus personajes masculinos a distintas acciones de hilaridad que son lo que nos mantiene atados a la pantalla durante veinte minutos, muchas veces rodando por el suelo presos de un ataque de risa.

Anque Lorre ha comentado que la vida de sus personajes no tiene nada que ver con la propia, la repetición de ese estigma en todas sus series parece algo más que un recurso o fórmula.

Desde la madre de Charlie y Alan en Two and a Half Men y su paródica comparación con el diablo, hasta la fría y distante madre de Leonard (la frialdad cientificista con la que crió a su hijo es estrujante, pero en el serial no nos queda otra que reírnos sin contemplaciones).

Y la sureña e ignorante, pero afable y tierna, madre de Sheldon, en The Big Bang Theory, no nos cabe duda de que el pregón aquí es cómo estos personajes son formados por la madre y todas sus certezas y errores son consecuencia de ello.

Todo es originado por las mujeres en los seriales de Lorre, la búsqueda de la sustitución de la madre en la pareja es abordado con hilaridad, pero al final el comentario no es tan simple como eso, o al menos no lo es por breves instantes, no es una “simple” situación, sino que, por medio de un guiño de crudeza casi efímero, vemos que son situaciones formativas del temple y traumas de sus personajes.

Es ahí donde Lorre crea una tragicomedia sutil, y jamás deja que esas intenciones lleguen a la superficie, siempre es capaz de tocar el tema, poner el dedo brevemente, y después simplemente cambiar la página y obsequiarnos un momento tan desquiciante que nos hace olvidar su insinuación. Como cuando Berta, la sirvienta de los Harper (que Lorre ha comentado que es la voz del público, en la casa de los Harper) comenta su “vida miserable”, y nos reímos de su pobreza y de su actitud ante la indiferencia de los ricos.

Y el degenerado estilo de todos contra todos, “como hamsters en una caja”, diría Berta, de las clases altas; de Jake viendo televisión, comiendo chatarra y su padre y tío anticipando que será portero cuando sea adulto, o en una hilarante viñeta: “que lo despedirán por robar papas fritas de las bolsas de los consumidores”.

Es decir, es un mundo real de personajes de una hiperrealidad televisiva escalofriante, pues Lorre nos obliga a reír a todo pulmón gracias a los impecables guiones de cada uno de los episodios, pero su apunte de la superficialidad y degeneración de Charlie no pasa inadvertido; es sólo que fiel al estilo, el visionario Lorre utiliza esos instantes no para cebarse en una sesuda crítica, sino como productores de más situaciones cómicas y enredos, lo que le da a sus episodios un toque de contraculturalidad que en verdad no abunda en los productos del mainstream.

Como cuando Alan contempla el perfecto trasero de Kandi, su segunda ex esposa, de la cual se va a divorciar, y grita sin cortapisas: “Son of a bitch!”, expresando el pensamiento de la audiencia masculina ante semejante imagen, algo tan burdo que ocasiona la carcajada directa, sin pudor.

En verdad parece que los personajes femeninos de Lorre siempre imponen una carga y sirven para orillar a sus personajes masculinos a distintas acciones de hilaridad que son lo que nos mantiene atados a la pantalla durante veinte minutos, muchas veces rodando por el suelo presos de un ataque de risa.

Y en The Big Bang Theory utiliza la metáfora como el enigma de cada uno de los títulos de los episodios. Es decir, si en Two and a Half Men en un plan, francamente original, el nombre de cada episodio es sólo una de las líneas del guión del episodio (la que a Lorre y Aronsonh les parece la más genial, tonta o absurda), en The Big Bang… el título siempre es una metáfora ingeniosa que combina la ciencia o los conceptos del saber y el pensamiento con la situación del episodio, a veces de manera explicativa, a veces como alusión vaga o a veces con auténtico garbo filosófico.

Es casi como demostrarle a esos genios ensimismados en su micromundo que la vida real se vincula enormemente con sus pequeños cosmos egoístas. Y aunque The Big Bang… es un humor más juvenil, de ninguna manera es condescendiente o bobo, como por muchos momentos llega a ser Friends, pues estos “genios”, demuestran lo emparentados que están con el resto de los mortales en una forma cada vez más ingeniosa, y el desapego y frialdad como Sheldon habla de hacer el amor a la vagina de su novia es tan maniático que no hay nada que ocultar, es una personalidad extravagante y por eso la aguantamos.

Todo sería de tintes trágicos como en efecto el original mito de Edipo, pero en el mundo de Lorre todas esas características sólo originan la comedia y las situaciones más sofisticadas que le han dado un toque especial a sus dos obras más populares de la actualidad.

En Two and a Half Men es el enredo adulto, lo que los estadunidenses llaman pun y en Latinoamérica conocemos como picardía, como albur, doble sentido sexual (no es ocioso que sea la comedia más vista en los países de Latinoamérica) y las situaciones de la masculinidad enfrentándose a la vida en donde todas las figuras femeninas son escenificaciones del deseo, la culpa y la abyección que tiene que soportar el hombre para seguir siéndolo.

En The Big Bang Theory, la comedia sobre genios, el enfoque es más juvenil; es una comedia de ensamble, una comedia de buddys o compañeros, como la denominan, pero no llega a ser tan ñoña como Friends, sino extravagante, pues su tema es el vínculo de la ciencia y de las cosas que gustan a estos geeks y cómo lidian con la vida diaria, a pesar de los traumas sembrados en su vida por sus progenitores. Y la crítica al frío y dogmático sentido de lo científico reluce por medio de Sheldon y su catalogación del amor como sustancias químicas dentro del organismo.

Pero no son nerds sacados de la venganza de los nerds, son modelos mucho más “reales” en cierto sentido, un sentido paródico y libre. Son nerds que quieren formar parte sin formar parte. Todos los seres concebidos por Lorre son superficiales, pero en el hecho de saber que lo son, que su vida gira en torno a un sofá o a una casa de Malibú, nos demuestran un cierto tipo de excepcionalidad inconsciente, de la misma forma y con el mismo desapego y distancia con que el estadounidense ve el mundo, quizá la única excepcionalidad a la que puede aspirar un individuo del público masa en la posmodernidad.

El sueño de Lorre

Por ello el sueño de Lorre es que Two and a Half Men continúe hasta que Jake se divorcie por primera vez (igual que su padre Alan), y luego de ocho años de su comedia se frota las manos ante el cúmulo de situaciones que sus tres personajes van a enfrentar en el futuro, incluso cuando Charlie y Alan estén viejos.

Si se entiende lo anterior, Lorre no tiene miedo a la hoja en blanco, pues sabe que la situación nace del personaje, y si Jake deja de ser un niño no se acaba el sentido, sino que se expande.

La inanición de la repetición y lo absurdo que resultaría ver la misma casa de playa después de veinte años pasa por encima de la apreciación de Lorre, porque es un escritor para televisión, y no teme serlo, sabe que a eso se dedica, y ahí radica su encanto. No teme ceder ante la censura, pero no ante cualquier censura, y sabe que si un día el rating lo traiciona, todo se acabó.

Con Lorre esos sentidos deben tenerse muy claros para no extraviarnos en la idea de su creación. Digamos pues que el mundo de Lorre, a pesar de sus extravagancias, está afincado en la realidad, incluso en la realidad del escritor estrella de sitcoms cuya vida fue marcada por sus padres.

Así, tanto autobiográficamente como en un tono de libertad, lo que Lorre dice a su audiencia está un tanto condicionado por esa misma audiencia, pero en algún rincón sigue siendo un autor capaz de plasmar un poco de su mundo y de imponerlo con pura creatividad a la colectividad, lo que lo separa de muchos colegas de profesión.

Las creaciones de Lorre continuarán hasta que la madre que lo concibe, la televisión, y que le da temporalmente asilo a su creatividad, lo eche finalmente de la casa que ha creado. De tal forma que el complejo edípico está presente hasta en su propio destino, actualmente como el más genial escritor de sitcoms, uno dispuesto a sacarse los ojos por ganar una risa nuestra. ®

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Publicado en: Mayo 2011, Televisión y videojuegos

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  1. «(…) las situaciones de la masculinidad enfrentándose a la vida en donde todas las figuras femeninas son escenificaciones del deseo, la culpa y la abyección que tiene que soportar el hombre para seguir siéndolo.»
    yo no soy feminista ni nada similar, pero creo que precisamente ese es el fallo de Lorre; algunas situaciones que acontecen son divertidisimas para los hombres son divertidisimos porque las viven pero a las mujeres nos llegan a parecer absurdas.
    El papel que juegan las mujeres, rubias, tetonas, huecas, tiernas o frívolas mujeres castrantes, a fin de cuentas el origen del mal o una simple tregua temporal. Si no fuese una simple comedia, sería demigrante pero no para las mujeres, sino para los hombres.
    Me gustó mucho tu texto! Saludos!

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