Cuando pienso en los actores, el director, los productores y, en fin, la ideología que sostiene la frase sobre la bala y su verdad, más que desprecio siento un poco de miedo. Pero además creo que esa frase merece una respuesta.
En 1961 la película italiana Kapo (Gillo Pontecorvo) hizo estallar una polémica: críticos y cineastas de toda Europa se enemistaron, se indignaron y dirigieron terribles misiles verbales por causa de un travelling que culmina en el encuadre perfecto del cadáver de una prisionera en un campo de concentración nazi. Si me permiten un juicio poco argumentado (ya que Kapo no es de lo que quiero hablarles hoy) les diré que, cuando finalmente vi la película, descubrí que el mentado travelling era sólo una muestra de la totalidad: un intento por hacer atractivos e interesantes los días en un campo de concentración, a través de una historia de amor inverosímil y una heroína inconsistente. Sin embargo, el filme no me indignó, incluso me pareció entretenido y las actrices muy bonitas. Mirar un filme indignante de hace más de cincuenta años es parecido a mirar un acueducto del Imperio Romano: sabemos que en cada piedra está el sudor y la sangre del trabajo esclavo, y sin embargo nos alegramos de que esté ahí, para placer de nuestros ojos. Es un placer culpable como reírnos hasta las lágrimas con filmes en los que Niní Marshall aboga por el conformismo y la sumisión femenina, o seguir todas las penurias de Dolores del Río y perdernos en las curvas de su rostro perfecto. Lejos de una postura condescendiente, éstos son placeres culpables sólo cuando son placeres auténticos, pero reconocemos con facilidad la ideología que defendían porque ya no pueden sostenerla: ni Kapo ni Divorcio en Montevideo ni María Candelaria fueron pensadas para nosotros, no insultan nuestra inteligencia ni nuestra moral ni nuestra ambición. Como las mentiras dichas a otros, nos oponemos a ellas, pero no nos hacen hervir la sangre.
Algo muy distinto ocurre cuando los insultos (o las mentiras) nos los dicen a la cara: por citar sólo el ejemplo más cercano pueden buscar los artículos que en Replicante se publicaron en los últimos meses sobre el filme Miss Bala (Gerardo Naranjo, 2011) y verán cómo hierve la sangre. En esas palabras indignadas descubrí una exigencia de verdad (que me parece legítima en el caso de los críticos que viven una realidad que el filme supuestamente describe), pero yo no puedo hacer eco de esa exigencia: voy a hablar de ficciones que representan violencia física y tortura, prácticas tan lejanas a mi realidad que me es imposible juzgar cuánto hay de verdad en esas representaciones. Prefiero observar cómo la forma en que se muestra permite legitimar ese ejercicio de la violencia, incluso cuando dicen criticarla.
Secuestran a una niña
Desde tiempos de Homero el secuestro de una mujer justifica (en la ficción) todo tipo de atrocidades como represalia, incluso quemar una ciudad hasta sus cimientos. En el cine estadounidense, la excusa de “la damisela en apuros” llega a su máxima expresión en el secuestro de una hija: si usted es un personaje de ficción y su hija ha sido secuestrada, usted tiene derecho a hacer absolutamente todo. Con eso no quiero decir que usted puede hacerlo con el objetivo de salvar a su hija, sino también por venganza o simple diversión. Lo más probable es que a su hija al final “no le haya pasado nada” (es decir, no la violaron ni la golpearon demasiado) porque la sensibilidad del espectador puede tolerar que usted le corte los dedos a un mexicano sudoroso, que le dispare a la esposa de un francés impasible e incluso que le inserte un explosivo en el ano a un policía corrupto, pero resulta por completo intolerable que se le haga daño al cuerpo de una niña/jovencita. Las niñas después sonríen felices, así que el daño psicológico parece no contar en estas películas (sospecho que si fuera de otra manera implicaría admitir que usted, el padre, no es omnipotente).
Desde tiempos de Homero el secuestro de una mujer justifica (en la ficción) todo tipo de atrocidades como represalia, incluso quemar una ciudad hasta sus cimientos. En el cine estadounidense, la excusa de “la damisela en apuros” llega a su máxima expresión en el secuestro de una hija: si usted es un personaje de ficción y su hija ha sido secuestrada, usted tiene derecho a hacer absolutamente todo.
Un ejemplo paradigmático es Búsqueda implacable (Taken, también conocida como Venganza, 2008), película dirigida por Pierre Morel y con la participación de Canal + y otras firmas francesas, pero con Fox en el centro, actores estadounidenses y la ya americana pluma de Luc Besson y Robert Mark Kamen en el guión. La historia es la misma que la protagonizada por Caperucita Roja, pero en lugar de visitar a la abuela, la niña (de diecisiete años) va a París, y el lobo son secuestradores que fuerzan a sus víctimas a prostituirse. La figura del padre (Bryan, de pasado misterioso pero claramente relacionado con la “lucha contra el terrorismo”, al parecer la CIA), al principio criticado por su exmujer y opacado por el marido de ella, cierra el filme en la gloria cuando, después de asesinar y torturar a toda clase de criminales, es adorado por su hija y admirado por su exmujer e incluso por el marido millonario. Esta historia de mensaje implícito evidente (“todos critican la política exterior de los Estados Unidos, pero ellos son los únicos que pueden salvar el día cuando los inocentes están en peligro”) en que la violencia no sólo es el único camino efectivo sino que además es el mejor, es menos interesante que Hombre en llamas (Man on Fire, también conocida como La llama de la venganza, 2004). En este filme no es el padre sino Creasy, el guardaespaldas, quien sale al rescate. El argumento le da a este desconocido la autoridad de padre en varios detalles, por ejemplo, el señor Ramos (padre de Lupita) le regala a su hija un perro a quien él decide nombrar Sam “como papá”, pero ella antes ha nombrado Creasy a su oso de juguete, con el que duerme todas las noches. Sin confiar sólo en los momentos de paternal cercanía entre Creasy y Lupita, el guión explicita esta relación en boca de una de las monjas del colegio donde asiste la niña: “Hoy usted es su padre”, le dice al guardaespaldas, quien parece conmovido por la frase. Sin embargo, el conflicto se presenta desde el principio: como el personaje de Bryan en Búsqueda implacable, Creasy también tiene un pasado misterioso bajo las órdenes del gobierno estadounidense pero, a diferencia de Bryan, no se enorgullece de él: al hablar con su amigo Ray (con quien comparte ese pasado) le pregunta si cree que Dios podrá perdonarlos por lo que hicieron, a lo que Ray responde que no. A pesar de esta condena explícita de los personajes por sus acciones, creo que el resto del filme, tanto desde lo argumental como desde lo visual, legitima no sólo el presente sino también el pasado del protagonista.
En primer lugar, John Creasy no es otro que Denzel Washington. Aunque poco antes de Hombre… había encarnado a un policía de métodos polémicos, los dos personajes que lo hicieron famoso fueron nadie menos que Malcolm X y el irreprochable abogado de Filadelfia. Además, tras convertirse en una estrella de acción, logró la rara proeza de resolver un crimen desde una cama en la que estaba postrado en El coleccionista de huesos. Si el nombre del director y productor Tony Scott (Días de Trueno, Top Gun, Enemigo público) promete acción y tomas aéreas, el rostro de Denzel garantiza buenas intenciones, y debilita cualquier sospecha que podamos tener sobre el personaje. La segunda justificación del protagonista tiene un carácter casi místico: Creasy intenta suicidarse y no lo consigue. Con la escandalosa frase “la bala siempre dice la verdad”, el guión nos hace suponer que el arma falló en el momento crucial porque el protagonista no merecía morir. A fin de cuentas, podríamos pensar que si lo desvelan los remordimientos, Creasy no es tan malo. Desde lo argumental, la disculpa máxima llega con el amor de la pequeña Lupita: luego de una serie de bestialidades en las que no voy a detenerme, el mismo personaje que no se ahorró ni una sonrisa sádica ni un comentario irónico a sus víctimas, ese personaje abraza a la niña secuestrada en una escena llena de ternura. Ella dice que lo ama, él dice que la ama. Parece que ahora tenemos que creer que fue el amor lo que lo impulsó a torturar a los criminales. Si lo pensamos bien, la única razón por la cual Lupita está viva es porque Creasy tiene un pasado nefasto y gran experiencia en tortura física y psicológica. Entonces, si le debemos la vida de la adorable niña (Dakota Fanning), ¿podemos estar en contra de ese pasado?
Rojo fuego
Si bien los argumentos de Hombre en llamas y Búsqueda implacable sólo se diferencian en los tiempos y en la presentación de los personajes, la segunda (además de pecar de previsible) es poco atractiva en lo visual: en la tradición más anticuada del cine que quiere hacer pasar lo que muestra como la realidad, la mirada de la cámara se disimula en encuadres obvios que siguen la acción. Por el contrario, Hombre en llamas muestra a cada paso la huella de la cámara, de la dirección y del montaje. Las imágenes combinan movimiento interno (desde las típicas persecuciones hasta Lupita yendo de un lado a otro de la piscina) con un intenso movimiento de cámara; en momentos clave (la bala que no se dispara, la flor que la niña le regala a Creazy, el secuestro) se alternan disminución y aceleración de la velocidad creando un clima vertiginoso incluso en una actividad tan aburrida como emborracharse y deprimirse. El contraste no se da sólo en la velocidad, sino que es el criterio de todo lo visual: claroscuro; planos generales y planos detalles; saturación de colores específicos en cada escenario, en especial azul y rojo, fundiendo en los grises todos los otros colores. A esto se suman planos congelados (de escenas tan terribles que hacen ver el travelling de Kapo como un juego de niños) y el uso de textos escritos en la pantalla, no sólo para traducir los parlamentos en castellano sino también para remarcar frases (“Be professional”, “Come alone”), es decir, exactamente el uso que le da la publicidad. La banda sonora utiliza, además de los diálogos y sonidos diegéticos (es decir, que pertenecen a la ficción), una mezcla de música extradiegética principalmente rítmica y la “cita” de sonidos diegéticos (gritos, golpes, el ondeo de la famosa camiseta blanca) oídos momentos antes. Por todo esto asumo que no se prioriza seguir la acción sino lograr un resultado audiovisual atractivo y, si seguimos el razonamiento, es aquello que se representa lo que se vuelve atractivo. Aunque Creazy se pase toda la película diciendo que Dios no le perdonará lo que hizo, la imagen nos dice otra cosa: cuando él prepara su bazuka estamos deseando que estalle el rojo del fuego sobre la pantalla azul y gris.
La bala no dice la verdad
En mi recorrido por filmes sobre violencia tuve que apartar la vista del Anticristo de Lars Von Trier y detener por completo Mal gusto de Peter Jackson, pero sólo mi rechazo moral me hacía fruncir el seño mientras Denzel acribillaba secuestradores, porque el filme no deja de ser atractivo. Pero además está la tercera razón, la frase imperdonable: la bala siempre dice la verdad.
Quien haya leído el primer artículo de esta serie sobre violencia podrá recriminarme que prometí hablar de formas alternativas de representarla y Hombre en llamas no entra en esa categoría. Acepto la crítica, debo confesar que volví a ver este filme sólo para usarlo como contraste al hablar del cine de David Cronenberg, pero al comenzar a escribir, a repasar escenas, la sangre volvió a hervir y no pude contenerme. Mientras que Búsqueda implacable es sólo una repetición mediocre de una historia mil veces contada, que une a un actor y a un guionista que vieron tiempos mejores, lo que indigna de Hombre en llamas es por un lado que dice estar en contra de la tortura para después glorificarla, y por otro que es por completo efectivo en su misión. En mi recorrido por filmes sobre violencia tuve que apartar la vista del Anticristo de Lars Von Trier y detener por completo Mal gusto de Peter Jackson, pero sólo mi rechazo moral me hacía fruncir el seño mientras Denzel acribillaba secuestradores, porque el filme no deja de ser atractivo. Pero además está la tercera razón, la frase imperdonable: la bala siempre dice la verdad. Es la versión perversa de “la historia la escriben los vencedores”.
En 1961, al hablar sobre Kapo, Jacques Rivette dice en Cahiers du Cinéma: “Aquel que decide, en ese momento, hacer un travelling de aproximación para reencuadrar el cadáver en contrapicado, poniendo cuidado de inscribir exactamente la mano alzada en un ángulo de su encuadre final, ese individuo sólo merece el más profundo desprecio”. Cuando pienso en los actores, el director, los productores y, en fin, la ideología que sostiene la frase sobre la bala y su verdad, más que desprecio siento un poco de miedo. Pero además creo que esa frase merece una respuesta. Mi respuesta sólo podría ser la de una damisela que, como dije al principio, jamás estuvo en apuros, y además sería una frase que robé de la serie Battlestar Galactica. Por el contrario, la respuesta de David Cronenberg es audiovisual, original y comprometida. Así que les propongo que el mes que viene, esta vez sí, veamos qué es lo que tiene para decir Una historia violenta sobre las balas, sus verdades y todas sus mentiras. ®