La primera novela de Jorge Vázquez (Tacubaya, 1977), El jardín de las delicias (Jus, 2009), es un franco homenaje a la novela negra. No sólo sigue la línea de construir sagas a partir de personajes honorables involucrados con la seguridad del Estado (en el ámbito nacional aún más difícil de creer) como el detective Arturo F. Segovia, sino que conforma una escritura irónica, directa y aparentemente sencilla. La historia, sin embargo, no será contada por el detective sino por un periodista, una historia que va y viene en las entrevistas y percepciones del narrador.
El Estado de México decide por razones más sentimentales que políticas (que terminan confundiéndose de todas maneras) suspender la distribución de agua a la Ciudad de México. En ese enredo estarán involucrados un periodista (para este caso fijarse en el retrato de López Dóriga o el telecomunicador de su preferencia), un detective honrado (el héroe) que tiene a su cargo un trío de personajes policiales a más extraños como fieles; un comando paramilitar secreto; una cantante marginal; un historiador de arte sin pretensiones sospechoso de varios crímenes; un cuadro famoso —El jardín de las delicias— que se vuelve la clave para el misterio, y los personajes oscuros —caricaturizados— del poder gubernamental. El personaje principal queda diluido detrás del personaje-narrador, el héroe es un héroe marginado dentro de la narración, de tal forma que parece un juego de elusión: el periodista es el que mira, juzga, afirma, infiere y determina: nos hace cómplices, ¿una novela policíaca donde el personaje central no parece serlo? sí, es posible. El género policíaco es un género que requiere del lector no sólo su participación sino su inteligencia activa: sigue las pistas, se deja llevar por las aparentes intrigas y celebra si adelanta el suceso de la revelación, cosa que no sucede usualmente con otros géneros narrativos. Aquí se presenta un acuerdo no declarado entre narrador-texto-lector. La solución del enigma se concede a cuentagotas desde el inicio revelando el juego donde el lector no se queda inmune.
Se nota en esta novela el extenso trabajo de investigación. ¿Qué pasaría si la ciudad más poblada del planeta se quedara sin agua? ¿Qué pasaría si esta misma ciudad despertara de su letargo apático y revelara lo peor de sí misma: la corrupción que se esconde en las mínimas acciones? Una ciudad que forma parte de un país que no tiene a dónde irse, que encierra en su ética frágil su propia decadencia.
La novela es una excusa; quiero decir, se puede leer como va: una historia donde el héroe acierta en las sospechas, una historia de amor inconclusa, una historia de personajes que tratan de resolverse, todo eso es; o se puede leer asimismo como una preocupación auténtica: la ciudad existe, el problema podría existir y en esta representación humorística e inclemente hay una denuncia in situ, no hablemos de una denuncia social comprendida en mantas y tomas de calles, sino una presentación que hinca los codos y las rodillas y los puños en temas nacionales que se desbordan: políticos tramposos, personajes funestos, una ciudad que se amuralla por su propia incapacidad de autogestionarse, en su incapacidad de organización, en su fe inmensa en los iconos televisivos, manipulada por todos; una ciudad sin aparente solución. Éste es el personaje más humano de la novela de Vázquez: la ciudad amordazada, el centro del país que no llega a ninguna parte.
El humor descobija no para desproteger sino para revelar. Ése es el trabajo de este escritor, un trabajo minucioso, cuidado, preciso. Un trabajo que bien podría ser un reporte de un detective honesto o de un periodista fiel a la verdad de los hechos. La novela produce sed, un detalle, a estas alturas, sin mayor importancia. ®