Civilización y cultura

II. El fin de la ciencia

Parece que no podríamos vivir sin aire ni agua. ¿Deberíamos renunciar a nuestro destino para honrar a los elementos? Esa forma de conducta era cosa de los hombres primitivos. Bien, parece que los hombres modernos pretenden una resignación del hombre a la ciencia, que es el lastre del pensamiento actual, pero ¿por amor a la ciencia o por intereses determinados?

1. El hombre libre

No cabe duda de que los avances científicos han mejorado las condiciones de la existencia humana desde la mejor forma de satisfacción de sus necesidades (alimentación, vestido, vivienda…), las comodidades (calefacción, mobiliario, vehículos…) y hasta los caprichos (cines, videojuegos, parques temáticos…).

Del mono al hombre.

Del mono al hombre.

Pero nada de todo ello lo podría disfrutar ningún hombre que no hubiera nacido de unos padres. ¿Debería, entonces, dedicar su vida al agradecimiento de sus progenitores o debería dedicarla a vivirla? Baste decir que ese experimento ya se probó en las antiguas civilizaciones y que está más que superado, y con razón, en las modernas.

¿Deberíamos renunciar a nuestro destino para honrar a los elementos? Esa forma de conducta era cosa de los hombres primitivos. Bien, parece que los hombres modernos pretenden una resignación del hombre a la ciencia, que es el lastre del pensamiento actual, pero ¿por amor a la ciencia o por intereses determinados?

Bien parece que no podríamos vivir sin aire ni agua. ¿Deberíamos renunciar a nuestro destino para honrar a los elementos? Esa forma de conducta era cosa de los hombres primitivos. Bien, parece que los hombres modernos pretenden una resignación del hombre a la ciencia, que es el lastre del pensamiento actual, pero ¿por amor a la ciencia o por intereses determinados?

2. Los medios de la existencia

Cuando el hombre asume que los elementos, la naturaleza y la ciencia permiten y facilitan su existencia, el hombre tiene la obligación de vivir. Pero los intereses de la vida individual se oponen a los de la vida colectiva, y la organización social requiere de elementos similares a los que dirigir mediante normas; normas que no pueden promulgarse para casos individuales. Así, se iguala a los hombres, y lo común a todos es aquello que no es excepción ni elevación. El proceso de civilización es un proceso de reducción del hombre a las formas más simples, aun cuando se busque superar esas formas.

Si Hegel establecía la existencia del carácter de la especie y del personal, la moderna sociedad niega, en primer lugar, la autonomía individual para, en segundo lugar, y en consecuencia, exigir en cada situación una misma conducta de unos individuos que deben ser previsibles.

3. Formas de imposición social

La iglesia, en sus comienzos, celebró diversos concilios después de los que se declararon herejías las posturas que no habían sido aceptadas. La iglesia, institución con inclinaciones ecuménicas, perseguía hasta dar muerte a los defensores de otras interpretaciones de la divinidad, y mientras predicaba el amor al prójimo exterminaba al prójimo que más cerca tenía, con lo que, por su infinito amor cristiano, purificaba mediante el fuego de la hoguera el alma de los desdichados para asegurarles una vida futura feliz.

De igual modo, los antiguos reyes y emperadores se cuidaban de que otros pretendientes al trono tuvieran una breve existencia.

Hoy, los defensores de la ciencia declaran herejes a quienes no aceptan la supremacía de la razón y acabarán por emplear contra ellos métodos inquisitoriales y por hacer comprensible y santa aquella antigua institución dedicada a defender a la iglesia de sus oponentes.

Nosotros no pretendemos relegar la ciencia al mono sino el amor por la ciencia, ya que esa fe es una consecuencia de la reducción simiesca del hombre sin la que nunca se hubiera llegado a producir.

4. El status social

La jerarquía humana ha sido sustituida por la jerarquía institucional y se ha llegado a creer que los hombres que alcanzan “niveles superiores” son hombres superiores, de tal forma que “ellos” están libres de acatar las normas que imponen a los “niveles inferiores”. Hegelianamente, ellos tienen derecho a poseer carácter y a ellos debemos someternos los demás por ser simples mortales. La cuestión del carácter y del status no son posiciones absolutas sino relativas entre los individuos enfrentados en cada situación.

El mono y el hombre.

El mono y el hombre.

Un estudio serio determinaría que, pocas veces, hombres dotados han alcanzado posiciones sociales elevadas pues el hombre noble está lejos de respetar los valores generalizados, más bien suele ocurrir que los individuos menos afortunados son quienes, con fe en valores mundanos, los desarrollan hasta alcanzar un reconocimiento rebañego.

Y no es que no existan hombres capaces en todos los ámbitos de la vida cotidiana, pero el proceso socializador ha conseguido eliminar de su naturaleza las condiciones individuales y nada, en una vida ordenada a la que aspira todo individuo y que nos proporciona la socialización, puede incitarle a desarrollar sus potencias naturales.

La jerarquía humana ha sido sustituida por la jerarquía institucional y se ha llegado a creer que los hombres que alcanzan “niveles superiores” son hombres superiores, de tal forma que “ellos” están libres de acatar las normas que imponen a los “niveles inferiores”.

Así se entiende la afirmación nietzscheana de que cualquier hombre noble corre grave peligro de convertirse en delincuente; pero entendamos el uso socializado del término pues el hombre noble no puede asumir los valores reducidos que se imponen a la sociedad.

Sin duda alguna, ese hombre noble puede estar muy satisfecho cuando se le tenga por delincuente —y aun cuando sea despreciado por los monos porque con su desprecio simplemente se le está diciendo que no pertenece a su misma especie. Pero sería de necios llegar a perjudicar su fenómeno por mantener sus ideales y el hombre noble se debate constantemente por mantener el difícil equilibrio entre su destino natural y su realidad social.

En la sociedad creada artificialmente el punto de vista del hombre y el del mono son distintos, tanto que lo que humanamente constituye carácter social, socialmente constituye individualidad. Así, el punto de vista de uno es tan distante del otro que resultan opuestos. Nunca el hombre podrá dar la razón al mono y nunca el mono comprenderá qué cosas hace un hombre.

5. La religión de la psicología

Una de las formas más tardías y, por ello, más nefastas de valoración del hombre es la empleada por la psicología. Todo logro es aprovechado por el hombre vulgar para imponerse. Si Eurípides se jactaba de haber enseñado al hombre de la calle a dar razón de sus actos, Freud, con mayor motivo, podría haberse jactado de haber enseñado al hombre vulgar a condenar a sus vecinos; pues si al igual que detrás de la razón suele encontrarse la mentira, detrás de una interpretación psicoanalítica popular suele haber una descalificación personal.

Si Eurípides se jactaba de haber enseñado al hombre de la calle a dar razón de sus actos, Freud, con mayor motivo, podría haberse jactado de haber enseñado al hombre vulgar a condenar a sus vecinos; pues si al igual que detrás de la razón suele encontrarse la mentira, detrás de una interpretación psicoanalítica popular suele haber una descalificación personal.

También la psicología tiene una base real y válida pero cualquier grumete pretende poseer las dotes del capitán. Incluso entre los hombres de ciencia se produce el error pues toda ciencia está desarrollada por la sociedad y para la sociedad, y toda conclusión debe ser social: una conclusión no social no sería admitida.

Uno de estos casos es el experimento de presos y carceleros de Standford de 1971 cuyas conclusiones son racionalmente negadas. Lars Von Triers, con su Dogville, nos ofrece esa misma conclusión al mostrar una razonable evolución de los hechos que se representan.

La psicología emplea el método de la religión descubierto por Nietzsche: primero, encuentra el pecado; luego, la psicología nos ofrece la cura. A cambio, el psicólogo sólo pide poder dominar a los hombres.

6. La imposición moderna

Detrás de una razonada valoración de la ciencia, lo cual ya parece ciencia, no hay otra cosa que una forma acorde con el tiempo moderno, sujeto a la dictadura de la razón, de someter a una masa humana, que no puede gozar de individualidad si se quiere constituir una sociedad, a normas que la hagan controlable.

Las luchas seculares entre las instituciones religiosas y las políticas, allí donde no se alían como en Bizancio, que de esa forma se apartó de la evolución de la cultura occidental, se han visto ampliadas por la aparición de un nuevo poder, convenientemente descalificado por la religión, el conocimiento.

Pero ni reyes ni dioses ni sabios han buscado nunca otra cosa que su interés personal, su bienestar y su dominio. Poca cosa son los dioses, los reyes y los sabios que precisan para su felicidad tener debajo de sí alguien a quien poder pisar.

Necesariamente, debe existir para el hombre otra forma de existencia más elevada, más noble y más libre, pero está, precisamente, lejos de los valores sociales. Aunque, si los hombres no la demandan, si ellos se satisfacen con lo que se les presenta, ¿quién habría de molestarse en ofrecerles otro destino? Dejemos que sigan siendo civilizados, al fin y al cabo la evolución de la cultura exige la existencia de las condiciones sociales dadas y de sus hombres civilizados. ®

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Publicado en: Ciencia y tecnología, Marzo 2013

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