Comentario respecto a “Las ratas”

En el aniversario de Guadalupe Dueñas

El cuento “Las ratas”, de Guadalupe Dueñas, trasluce perfectamente el estilo de la autora: aparentemente, desde la superficialidad y la banalidad, convierte un episodio sobre lo cotidiano en una escena de rapaz agobio y horror.

Obras completas de Guadalupe Dueñas.

Conmemorar a Guadalupe Dueñas (Guadalajara, Jalisco, 19 de octubre de 1910–Ciudad de México, 10 de enero de 2002) en su cumpleaños no sería posible sin la intensa labor de recuperación de otras mujeres que también han tenido que construir sus propias realidades, más verdaderas y suyas, como es el caso de Patricia Rosas Lopátegui, incansable investigadora y baluarte de su redescubrimiento.

Sin su impecable labor, rigor y profesionalismo, muchas no tendríamos la posibilidad de acceder a la obra completa de Dueñas y de muchas otras; esfuerzo que ha promovido que se entretejan lazos estrechos en torno a la literatura de mujeres mexicanas del siglo XX.

No debe ser tanta casualidad que celebremos su cumpleaños justo en octubre, un mes en el que estamos todos más susceptibles y receptivos al horror, a lo siniestro.

Respecto a la fantástica oportunidad de rememorar a Dueñas, no debe ser tanta casualidad que celebremos su cumpleaños justo en octubre, un mes en el que estamos todos más susceptibles y receptivos al horror, a lo siniestro. Es seguramente otro guiño de Guadalupe, que tenía la maestría de convertir lo doméstico en alquímico.

En mi experiencia, leer a Guadalupe Dueñas es cruzar un macabro puente hacía la estética del horror, es pensar en la decapitación de Holofernes a manos de Judit, pero impecablemente pincelado por Artemisa Gentileschi; es un viaje similar al de escuchar la ópera Salomé, de Richard Strauss, que lo mismo encandila que repugna su trama sobre incesto y toda perversa filia posible. Leer a Dueñas es una sensación similar a la de evaluar la fotografía en películas de Lars von Trier, que, aunque se quiera apartar la vista, lo excelso de los encuadres nos impide detenernos.

Leer a Guadalupe Dueñas es atestiguar su inteligencia y elegancia. Es imaginarse cómo esta imponente mujer, de mirada profunda y acusatoria desplazaba su pluma para contar una historia escabrosa que escandalizaba al paradigma literario, y cómo también enfocaba su infinito atractivo en la escritura para redactar un guion de televisión que nunca alcanzaba la medida de lo que la autora soñaba hacer.

“Las ratas”, de Dueñas, trasluce perfectamente el estilo de la autora: aparentemente, desde la superficialidad y la banalidad, convierte un episodio sobre lo cotidiano en una escena de rapaz agobio y horror.

Leerla es un portal hacia la mexicanidad, un collage de lo kitsch que es ser parte de un pueblo tan absurdo que celebra la vida recordando la muerte; que sufre sus desgracias a través del humor, y que es capaz de convertir el horror de la ficción en un sitio ligeramente más seguro que la realidad que lo azota.

El cuento “Las ratas”, de Dueñas, trasluce perfectamente el estilo de la autora: aparentemente, desde la superficialidad y la banalidad, convierte un episodio sobre lo cotidiano en una escena de rapaz agobio y horror.

En este cuento la autora dibuja figuras que sin ningún esfuerzo pernoctan en los poros de quienes lo leen, imágenes que acechan con singular precisión a través de su narración, pues el ritmo es tan ágil y el escenario tan detallado, que es imposible no habitarlo.

Finalmente, cabe considerar que en un mundo donde lo cotidiano es el terror y la violencia, leer a Guadalupe Dueñas es un escaparate. Y no es que sea un remanso de paz, más bien nos permite asirnos a la ficción dentro del caos, nos permite habitar un mundo igual de terrible pero más amable, el suyo, porque, como ella lo indicaba: “Quien encuentre en mis escritos un exceso de fantasía podrá pensar que por medio de ella estoy tratando de fugarme de la realidad cotidiana. Ciertamente es una fuga; pero encima de eso, es buscar acercarme a otra realidad más verdadera, más mía”.

Las ratas

Guadalupe Dueñas

—¿Hace tiempo que trabaja usted como bolero? —pregunto distraída al tipo que da vertiginoso lustre a mis zapatos.

Responde una voz venida de un cántaro:

—¡Oh, no! Llevo apenas dos años. Durante veinte fui velador en el Panteón de Dolores, era yo quien copiaba las actas de defunción. Aquí donde usted me ve, cursé la secundaria y tengo muy buena letra.

¡Veinte años…!, miro al hombrecillo de edad tan indefinible. A golpe de vista era un muchacho.

Flaco, lampiño y borroso. Con un ojo encogido bordeado de azul que guiña sin su voluntad; la pupila triste naufraga en un caldo sanguinolento que le rebasa el párpado. El ojo izquierdo es diferente; puede pensarse que pertenece a otro dueño. Su labio superior cae lo mismo que el volante de una blusa vieja. El cráneo, dividido por una vena oscura que baja rodeándole la cara, parece un bulto sujeto con un cable.

Despide vaho de orines de caballo y un persistente olor a niebla que inquieta a los propios árboles.

Las manos pequeñas recuerdan el vientre de las iguanas. Seguramente no existe quien desee la caricia de esas manos.

Pero esta cosa habla, y lo que dice es más desagradable aún que la cara que tiene que llevar por el mundo.

—No crea usted, vigilar un panteón resulta difícil. Pero no piense que molestan los muertos, ésos ni resuellan. Si por ellos fuera, se lo pasaría uno muy aburrido. No; lo interesante son las ratas. Las hay por millonadas. Mire, es algo emocionante, sobre todo cuando llega un muertito. ¡Qué animales más inteligentes! Adivinan la hora exacta de la llegada de un cuerpo. Verá usted: inmediatamente que se cierra una fosa corre un rumor como si granizara; puede distinguirse que se atropellan en los laberintos subterráneos; como potros, se desbocan en el viaje despavorido para asistir al banquete que pregona la fetidez del aire. Vienen de todas partes, igual que la gente de las rancherías cuando sabe que algún compadre ha matado puerco. Puede oírse cómo pelean las hambrientas para defender su porción de carne manida. Crujen en ruido sordo las entrañas que desgarran sus colmillos. En unos cuantos minutos se hartan, pero se renueva la manada infinita que pule los huesos igual que una máquina. Aunque usted no lo vea, se da cuenta de que el esqueleto se desintegra, de que las ratas juegan con las canillas brillantes. Revuelven los huesos y el irreconstruible rompecabezas se dispersa trágico como un puñado de piedras. En los hocicos arrastran despojos de pelo, tiras de pellejo, residuos de tripas que vomitan empalagadas.

Los animales pesados y lentos hacen su paseo al sol. Sus vientres hinchados, como las bolsas de lona rellenas de pesos, esperan digerir la podredumbre.

Estas ratas carecen de miedo; indiferentes, se tienden boca arriba infladas de cáncer. Alguna vez se nos ocurrió extinguirlas a palos o a pedradas, pero reventaban como si todas las cloacas del mundo se vaciaran de pronto en el jardín.

Pasean por su imperio dueñas de la muerte; calvas y malignas se burlan de los hombres condenados a servir de pasto para su hambre eterna. Sus infernales pupilas resbalan familiarmente sobre los enterradores que duermen. Ríen de los seres que ceban su cuerpo, su piel y su sangre y que no podrán salvarse del estuche macabro de trompas afiladas y colas repugnantes.

Doy una moneda al hombrecillo y procuro que mis dedos no toquen su mano. Lo veo alejarse. Su estatura no es mayor que cuando sentado lustraba mis zapatos, como si no tuviera muslos y las rodillas fueran pegadas a la caja del cuerpo; arrastrando los pies camina igual que un mono de cuerda.

Miro mis manos, mis manos perfumadas, la piel que cuido y que también será devorada, repartida en sus lívidas panzas manchadas de jiote; yo que me amo tanto y que evité el contacto del pobre bolero… ®

—Este texto se leyó en el evento para festejar el cumpleaños de Guadalupe Dueñas, en el que participaron Andrea Magaña, Pamela García Maldonado, Estefania Ibáñez, Alejandra Díaz, Dolores Bolívar y Patricia Rosas Lopátegui. 19 de octubre de 2025.

“Las ratas” se publica con la autorización de Patricia Rosas Lopátegui, cuento incluido en su libro Obras completas de Guadalupe Dueñas.

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Publicado en: Libros y autores

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