Polo lucía una campera escocesa, muy de moda en los noventa, y me contaba algunos detalles sobre cómo construir una crónica en TV. Siempre admiré a Polo. Aún trato de develar cómo hacía ese periodista desgarbado y silencioso para narrar con virtuosismo en un medio desesperado por el highlight.
“Yo no ando buscando verdades”. El cronista soltó la frase con esa displicencia característica que fue sello en su programa. Fabián Polosecki, periodista que murió en 1996 a los 32 años, logró durante dos temporadas imponer un formato de narrativa audiovisual único en la histérica televisión argentina. En agosto de 2011 se cumplieron diecisiete años de que lo entrevisté en las escalinatas del auditorio Parque España. Yo tenía apenas veinte y estudiaba Comunicación Social. Él ya había ganado tres Premios Martín Fierro por la realización de su programa El otro lado y faltaban dos años para que se suicidara. Polo —así lo llamaban sus amigos— lucía una campera escocesa, muy de moda en los noventa, y me contaba algunos detalles sobre cómo construir una crónica en TV. Siempre admiré a Polo. Y lo sigo haciendo. Aún trato de develar cómo hacía ese periodista desgarbado y silencioso para narrar con virtuosismo en un medio desesperado por el highlight. Hoy tengo que contar la historia de un fantasma que apareció en la municipalidad de Rosario. Y me acuerdo de Polo.
Prostitutas sin clichés, roqueros barriales que tocan colgados de vagones en movimiento, hombres que buscan oro en las cloacas, valientes que padecen disfrazarse de Pantera Rosa en el tren de la alegría, ladrones que se desvelan con el gran golpe. Todos tienen lugar en El otro lado. Y Polo, casi etéreo, se pasea por escenarios que de tan habituales son extraordinarios. Y escucha. Siempre escucha. La mejor respuesta viene después de un gran silencio. Hace un tiempo colgué en YouTube la entrevista que le hice en el marco del Festival Latinoamericano de Video. Tiene 4,934 visitas y unos cuantos comentarios. Necesito volver a escucharla.
“El código que manejamos es el código de la confianza. Yo confío en la persona con la que estoy hablando. Y la persona confía en que no vamos a ridiculizarla. Es una cuestión de respeto. De registrar un momento de convivencia con esa persona más que hacer un reportaje”.
Confianza. Creer. Tomar el relato de la gente. En eso voy pensando mientras me dirijo a la casa de Lucio Montenegro, el agente de tránsito que asegura haber visto a una mujer sin rostro en el baño de la municipalidad el Día de la Bandera. Lucio vive a pocas cuadras del Casino Rosario, en la zona sur. Un barrio laborioso muy cercano al acceso de la autopista umbilical que une la ciudad con el ombligo de Buenos Aires. Llegando a la casa me encuentro en la puerta con una especie de estatua, creo que es San Expedito, el de los milagros urgentes. Toco el timbre. Veo a Lucio. Grande, morocho y presuroso. Tiene una cadenita dorada en el cuello aunque no distingo si cuelga Jesucristo. Se sienta en un sillón mullido y comienza a hablar de forma casi automática, advirtiendo que no volverá a contarlo nunca más.
Voy a orinar. En eso, veo que aparece una mujer que no tiene cara, que no tiene rostro, y me dice: “Soy Yolanda, decile al sereno que me deje la luz encendida”. La sensación es inexplicable.
Yo no ando buscando verdades”. El cronista soltó la frase con esa displicencia característica que fue sello en su programa. Fabián Polosecki, periodista que murió en 1996 a los 32 años, logró durante dos temporadas imponer un formato de narrativa audiovisual único en la histérica televisión argentina.
El relato de Lucio es sólido. Por momentos la voz se le entrecorta. No duda. Pero no hay datos en los manuales de estilo sobre cómo contar una crónica de fantasmas. ¿Cómo se confirma una fuente? ¿Es necesario que yo vea al espectro? ¿Cómo estructuro la nota? ¿Qué digo en el guión? Recurro a las palabras de Polo. “Si alguien está mintiendo se refleja en su rostro, en sus manos, en la forma de decir. Y eso es también información para mi programa. Yo no estoy contrastando un hecho concreto con lo que me está diciendo una persona. Yo estoy buscando una historia de vida. Y, si en esa historia hay un relato fantasioso sobre la propia vida, también sirve. Es bueno”. La delgada línea entre lo verdadero y lo verosímil entrecruza la totalidad de la narrativa televisiva. Creo que lo correcto es ser honesto. Con la historia, con el público y, sobre todo, con Lucio. Tengo un par de horas para resolverlo antes del noticiero.
Era un cuerpo de mujer vestido de verde musgo. No le veía la cara pero la escuchaba claramente. Juro por mi madre que es lo más sagrado que tengo en el mundo, nunca más pisar ese baño.
Polo podía hablar no sólo sobre fantasmas sino con ellos. Pero no fue el único cronista reconocido en la televisión argentina por contar historias marginales o sobrenaturales. En el mítico Nuevediario, durante la reapertura democrática, José De Zer, un periodista flacucho, canoso y siempre agitado coronó su carrera narrando sus desventuras en mansiones embrujadas o avistando objetos voladores no identificados. “La cámara de De Zer estaba siempre encendida. Él corría al grito de “Seguíme Chango, seguíme”, llamando así a su camarógrafo”. El plano secuencia le otorgaba una sensación de puro tiempo presente y espontaneidad a cada relato. El noticiero de Canal 9 tuvo picos de rating y fue un clásico de los ochenta. El riesgo sobre cómo narrar una crónica de fantasmas es alto. Podemos pensar como Polo pero es muy sencillo parecernos a José De Zer.
http://www.youtube.com/watch?v=QalSJr-9LHM&feature=related
No puedo explicar la sensación que sentí, no sé si era frío, calor, miedo, si eran ganas de llorar o gritar. No sé si fueron segundos pero para mí fueron horas eternas.
Una vez que finalizo la entrevista con Lucio Montenegro me dirijo a la municipalidad. Tengo que ver el baño y hablar con los empleados antes de pensar en la estructura del guión. El día que apareció el fantasma Lucio estaba dirigiendo el tránsito en la puerta del Palacio Municipal, que estaba desierto. Era día festivo. El intendente y las autoridades estaban a pocos metros; en el Parque del Monumento a la Bandera junto a la presidenta de la nación Cristina Fernández de Kirchner. Lucio ingresó al mediodía por una puerta lateral, subió dos pisos por unas escaleras traseras y se dirigió al baño. En Rosario lloviznaba y el cielo no tenía el color de la bandera. El resto, lo sabemos. La aparición del fantasma en un momento muy inoportuno.
En la historia del fantasma de la municipalidad hay noticia, hay protagonista, hay relato y casi no hay tiempo. La actualidad le gana a la estética y es necesario construir un guión en tiempo récord. Elegir los mejores planos y reconstruir qué fue lo que ocurrió el 20 de junio.
En El otro lado, me cuenta Polo, trabajaban cuatro equipos simultáneos en las distintitas etapas de producción televisiva. Y le huían a la actualidad. “Hay un programa, cuando hay un mito, no una información. Hay un programa cuando se dice que en Buenos Aires hubo buscadores de oro y es sólo una sospecha, hasta que se encuentra al hombre que efectivamente buscaba oro en la cloaca. Y ese hombre se convierte, si se quiere, en una suerte de metáfora”, cuenta Polo. En la historia del fantasma de la municipalidad hay noticia, hay protagonista, hay relato y casi no hay tiempo. La actualidad le gana a la estética y es necesario construir un guión en tiempo récord. Elegir los mejores planos y reconstruir qué fue lo que ocurrió el 20 de junio.
Decido comenzar con la palabra de Lucio. Contamos el contexto, cómo es su casa. Sus gestos. Sus miradas. “Tenía una voz tenue: no es como cuando ves una película de ultratumba”. El inspector de tránsito averiguó y le contaron que hace unos años una tal Yolanda trabajaba en la atención telefónica, justamente un piso más arriba del lugar de aparición. “Luego ascendió después por la escalera donde ella trabajaba, donde estaban los teléfonos antes. Ni yo sabía que ahí estaban los teléfonos”, dice. Este dato decido no incluirlo. Sí cuento que Lucio relata que el espectro subió por la escalera, pero no puedo arriesgar que el supuesto fantasma es la ex empleada municipal. ¿Y si está viva? Esa es una conjetura del entrevistado. Y no se trata de desconfianza hacia al inspector, sino que es un dato que me es imposible de corroborar en tan poco tiempo. El noticiero sale al aire en un par de horas. Polo cuenta que tuvo que vencer la desconfianza que tenían en un principio los entrevistados hacia ellos.
A mí me parece bien que haya desconfianza. Al principio los entrevistados pensaban que íbamos con cámaras ocultas al estilo de Marcelo Tinelli. A mí me parece muy bien que la gente desconfíe de la televisión.
Fabián Polosecki estudió sociología en la Universidad de Buenos Aires pero no terminó la carrera. Entre 1984 y 1989 trabajó en la revista de chismes Radiolandia. Allí aprendió el arte de escuchar. Las desvencijadas figuras del star system vernáculo soltaban sus frases reveladoras después de un largo rato. Polo esperaba con paciencia el título de cada jornada. Su llegada a la tele fue durante el menemato. La segunda década infame arrancaba con privatizaciones escandalosas, atentados a entidades judías y el indulto a los dictadores. Mientras el canal público se convertía en una especie de lotería mediática, extrañamente, Gerardo Sofovich, responsable máximo de Argentina Televisora Color (ATC) fogoneó el lanzamiento de El otro lado (1993-1994) con el joven Polo como conductor-entrevistador. El perfil urbano de sus crónicas y la sensibilidad para conectar con sus entrevistados fueron emblemáticos.
La historia de Polo siempre me cautivó. Sentó bases de una narrativa televisiva que hoy se procura imitar. Y toma más fuerza cuando llega la hora de contar ciertas historias como la de Yolanda, la mujer sin rostro. “Su herencia está latente, es el inventor de los puntos suspensivos… de una estética nueva”, asegura Gustavo Alonso, director de La vereda de la sombra, un documental que aborda parte de su vida.
Mi crónica sobre el fantasma de la municipalidad abre el noticiero. Es la imagen del día. Y tiene mucha repercusión. Ha sido un día intenso. El relato de Lucio me movilizó y me llevó a recordar a Polo, me puso en crisis y reflexioné sobre la profesión en tiempo presente. El noticiero avanza entre reclamos sociales, las repercusiones políticas de la presencia de la presidenta en Rosario y las policiales del día. Antes de irme un colega se me acerca y me dice en forma jocosa: “Te vi en la nota de Yolanda. Me hiciste acordar a José De Zer”. “Fue un homenaje”, le contesto.
“Alguna vez pensé que podría escribir una gran historia. Después supe que alguien, en algún lugar estaría contando alguna mejor”, así arrancaba en off, todos los lunes, Fabián Polosecki en El otro lado. ®