¿Acaso voy a afirmar que el capitalismo es mejor? Sí, y puede serlo más. Unos países se han desarrollado mejor que otros y los países pobres harían bien en combatir la corrupción, la injusticia y la impunidad, y en incrementar la calidad de la educación y abatir el desempleo.
I
Sólo para recordar que hay un mundo muy diferente a éste que conocemos —imperfecto, injusto, si quieres, pero con libertades y ventajas, perfectible en buena medida gracias a lo que tú, ciudadano ejemplar y consciente, puedas aportar para mejorarlo—, voy a traer a cuento tres viejos chistes que me contaron unos amigos cubanos que lograron salir de la isla a mediados de los años ochenta.
1. Fidel Castro pronuncia uno de sus eternos discursos en la Plaza de la Revolución. Después de tres horas hace un dramático anuncio a las mujeres cubanas:
—Compañeras re’olussionariasss, el bloqueo imperialijta ha causado el desabasto de algodón en nuestra patria socialijta, entre otros productos más que son indijpensables para la higiene femenina…
Entonces se oyó una enérgica voz de mujer entre la muchedumbre:
—¡Compañero Fidel, desde este momento correrá más sangre en Cuba!
2. Le dice un cubano a otro:
—Oye, chico, ¿tú sabe que ya ejtamo en el consumismo?
—No joda, chico, ¿y eso cómo va a ser? Si aquí no hay ná…
—Sí, mira: ése va con su mismo pantalón; aquélla va con su mismo bolso; aquél va con su mismo zapato…
—¡Coñó!
3. Éste no es chiste, es anécdota y me la contó el hijo del director de un hospital para enfermos mentales en La Habana:
Llega a Mazorra —así le llamaban todavía al Hospital Psiquiátrico de La Habana— un funcionario del Ministerio de Salud para una inspección de rutina. El director lo lleva por los distintos salones y patios, donde los pacientes ven pasar el tiempo irremisiblemente. El funcionario se acerca a un anciano negro que está sentado en una banca, mirando al infinito.
—Buen día, compañero, ¿cómo está?
—Mu’ bien —contesta y continúa mirando al infinito.
—¿Puedo hacerle una pregunta? —dice el funcionario.
El anciano deja de mirar al infinito y responde:
—¡Sí, señol!
—Dígame, compañero, ¿qué le parece a usted el socialismo?
El anciano baja la vista, piensa un rato y responde con una andanada:
—Mu’ bueno mu’ bueno mu’ bueno mu’ bueno mu’ bueno mu’ bueno…
—Entiendo, entiendo —lo corta el funcionario—. Y ahora, dígame, ¿y qué le parece el capitalismo?
El negro anciano sonríe con todos sus dientes y responde con otra enjundiosa andanada:
—¡Mucho mejol, mucho mejol, mucho mejol, mucho mejol, mucho mejol…!
* * *
El régimen socialista en Cuba se instauró en 1959 y las libertades comenzaron a desaparecer; comenzó entonces una extrema dependencia económica de la desaparecida Unión Soviética. En 1963 se produjo la primera crisis de desabastecimiento y Fidel Castro ordenó la creación de la cartilla de racionamiento. “En sus inicios”, narra Yusnaby Pérez en su blog, “la libreta de racionamiento era bastante extensa. Alcanzaba para comer sin grandes apuros. En ella se incluían leche fresca, embutidos, turrones de Navidad, ‘carne de res’, refrescos, cerveza para bodas y cumpleaños, pescado, café… Contaba además con una tarjeta gemela que racionaba la ropa y los productos no comestibles”.
Cualquiera que haya viajado a Cuba se habrá dado cuenta de la escasa variedad de productos en los mercados del Estado y de la prohibición de los cubanos de entrar a las tiendas para turistas —y a los hoteles—. Las dos veces que estuve en La Habana —en 1981 y 1984— pude ver cómo mis amigos y sus familias podían comprar únicamente las cantidades prescritas en su cartilla de racionamiento; yo pude comprar algunos de los productos que no estaban en esa lista, como ron y dulces. Al despuntar los años noventa, con la caída del muro de Berlín y el desplome de la Unión Soviética, la crisis arreció y el racionamiento se hizo más severo. En la actualidad un cubano que gane unos veinte dólares al mes puede comprar con su cartilla y en una sola bodega (tienda) lo que sigue:
5 huevos
5 libras de arroz
½ libra de aceite
1 paquete de café mezclado con chícharo tostado (1/4 de libra)
3 libras de azúcar blanca
1 libra de azúcar morena
½ libra de frijoles
1 Kg de sal cada 6 meses
1 caja de fósforos (cerillos)
1 libra de pollo al mes
¾ de libra de “pollo por pescado” (se eliminó el pescado y lo sustituyen con pollo)
De acuerdo con el periodista estadounidense Patrick Symmes, “En 1999, un ministro de desarrollo cubano me dijo que la ración mensual aportaba la comida suficiente para diecinueve días, y predijo que esa cantidad no tardaría en aumentar”. Symmes cuenta las peripecias que vivió durante un mes en Cuba con solamente veinte dólares (“Treinta días viviendo como un cubano”). Un anciano de 75 años, pensionado y que ahorra todo lo que puede, le confía a Yusnaby que lo que compra con su libreta le alcanza para diez días. Cada persona puede comprar un pan al día, de 80 gramos. Las mujeres —recuerden el chiste— de diez a 55 años deben inscribirse cada año en el llamado “censo de íntimas” para poder comprar diez toallas sanitarias al mes. Los padres con niños pueden comprar leche mientras los pequeños sean menores de siete años.
Además de las bodegas están las tiendas de recaudación de divisas (TRD), también estatales, donde los cubanos pueden comprar más productos, como agua purificada, leche, carne, papel higiénico, cepillos dentales, pero con pesos convertibles —la moneda que se obtiene al cambiar dólares, euros, libras esterlinas u otras, y que equivale a un dólar, más o menos—. A cada producto se le aumenta 240% de impuesto sobre el valor de importación, así que en esas tiendas que no están racionadas únicamente “pueden comprar los extranjeros o los cubanos que reciben dinero desde el exterior”, sigue Yusnaby. “El cubano asalariado tendría que reunir dos salarios íntegros mensuales para comprarse 800 gramos de queso o casi tres salarios para comprar un kilo de carne de res”.
Sobra decir que las bodegas, los supermercados y demás almacenes de alimentos pertenecen en su totalidad al Estado (totalitario, je), que expropió en 1968 absolutamente todos estos establecimientos. El Estado regula el precio, la distribución y la cantidad. Por supuesto, existe el mercado negro, que se surte de robos al Estado, de importaciones ilegales, aunque, claro, a precios altos. Un filete puede costar dos dólares en la calle.
Los cubanos viejos recuerdan que antes debían elegir si compraban unos calzoncillos, un grifo de agua o una batería para linterna, pues no podían comprar esos tres productos de una sola vez. “Hoy el dilema”, anota Yusnaby, “consiste en cómo conseguir que cinco huevos alcancen para todo un mes”. Concluye nuestro bloguero con esta reflexión: “Por eso el cubano lleva siempre consigo una bolsa vacía, y no pierde la oportunidad cuando encuentra algo para echarle. Esta situación ‘conviene’. Cuando el día entero se está pensando en qué comerán tus hijos por noche, difícilmente habrá tiempo para pensar en derechos, democracia y libertades” (“La libreta de racionamiento en Cuba”, yusnaby.com).
Cuando decenas de artistas y escritores cubanos pudieron conseguir permisos para salir de la isla e invitaciones de países como México, las visitas a los mercados populares o a los supermercados se volvían verdaderas fiestas: sus rostros se iluminaban de emoción, de risas y a veces hasta estallaban en lágrimas ante la desbordada profusión de colores, olores y sabores de frutas, verduras, puestos de carne, pescado, pollos, antojitos, juguetes, ropa, electrónicos… “Lo que nosotros tenemos es un hambre vieja”, me confió una joven actriz–bailarina del Odin Teatret.
II
El previsible colapso venezolano será muy distinto: muchísimo más grave en sus consecuencias locales. Por fin, y por desgracia, el destino alcanzará a las políticas chavistas que han sido fielmente continuadas, con similar ineptitud, por su sucesor, Nicolás Maduro. Lo previsible para 2015 es lo que se evitó a toda costa durante 2014: una brutal devaluación y una inflación que con suerte llegará a los tres dígitos, con el riesgo de llevar a una hiperinflación. Los millones que Hugo Chávez sacó artificialmente de la pobreza a golpe de gasto desmedido, y de paso corrupción gigantesca, serán retornados a ella. El impacto regional no debe descartarse, pero lo pavoroso será el destino de los venezolanos conducidos por un gobierno tan inútil en la economía como autoritario en lo político. —Sergio Negrete Cárdenas en “Un entorno global problemático, por decir lo menos”.
Lejos de hacer caso a diagnósticos como éste, los déspotas venezolanos endurecen sus políticas y, como el viejo Fidel, acusan de todo al imperialismo yanqui: el crítico desabasto de productos como, otra vez, toallas íntimas, pañales y papel higiénico, pero también de alimentos. Las colas interminables ante los supermercados son orquestadas por comerciantes para desestabilizar al gobierno o, como declaró una funcionaria, se trata de actores pagados… El presidente del parlamento y presunto líder del Cártel de los Soles, Diosdado Cabello, anunció el 6 de febrero la creación de “comandos populares militares” para reducir las colas en los establecimientos. “Estos grupos deben desplegarse en los distintos comercios en donde la población se vuelque a la búsqueda de productos con el fin de agilizar, minimizar y erradicar las colas en los establecimientos comerciales […] en la lucha contra el bachaqueo (reventa) y la guerra económica” (“Gobierno crea ‘comandos’ para erradicar las colas”, Últimas Noticias, Caracas, 6 de febrero).
III
Absolutamente todas las economías planificadas han fracasado de manera estrepitosa, de la URSS a Cuba. (El de China es un caso especial de capitalismo regido por el partido comunista.) No solamente fracasaron sino que provocaron la muerte de millones de personas por hambrunas causadas artificialmente o por confinamiento en campos de concentración y trabajos forzados. ¿A qué viene este largo alegato? ¿Acaso voy a afirmar que el capitalismo es mejor? Sí, y puede serlo más. Unos países se han desarrollado mejor que otros y los países pobres harían bien en combatir la corrupción, la injusticia y la impunidad, y en incrementar la calidad de la educación y abatir el desempleo. El libre mercado le da la opción a casi todo el mundo de comprar y poseer lo que desee. El libre mercado activa la economía, y una economía sana es la base de la prosperidad.
¿Te imaginas viviendo en uno de esos paraísos comunistas donde no puedes comprar un Acqua de Gio, de Armani? ¿O un simple helado de chocolate? ¿O una televisión de 45 pulgadas, condones de sabores, lencería fina? ¿No es preferible vivir en países con cientos de miles de productos que quizá nunca se te ocurra comprar, pero que ahí están para quien sí los quiera?
Compra lo que quieras. Ya. ®
Publicado originalmente en la revista Marvin de abril de 2015.