El tesón y el bagaje cultural del lector se ven puestos a prueba, no tanto por la autora, sino por el traductor que, con escasa experiencia en el oficio, mayormente cuando se trata de dirigirse a un público más amplio y elegir un registro menos local —más abarcador— en cuanto a la elección del léxico, se muestra más bien incapaz de tal desafío.
Aparecida bajo el sello neoyorquino The Black Cat, perteneciente a Grove Press, la novela breve o más bien noveleta Book of Clouds (2009) de Chloe Aridjis ha sido vertida al castellano peninsular y publicada en México. La autora es hija del connotado poeta Homero Aridjis, expresidente del Pen Club Internacional, y de la estadounidense Elisabeth Ferber, autora y traductora. Nacida en Nueva York pero criada entre la Ciudad de México y los Países Bajos, durante la gestión de su padre como embajador Chloe se ha visto expuesta desde su más tierna infancia a varias lenguas, de manera preponderante el inglés y el español —ambas en su caso lenguas maternas— aunque también el francés y el alemán. Su tesis doctoral versó sobre literatura francesa del siglo XIX. Una experiencia de haber residido en Berlín por espacio de cinco años, poco después de la caída del Muro, avala la redacción de este trozo de prosa, a caballo entre la crónica y la ficción literaria, un estilo emparentado hasta cierto punto con algunos narradores anglosajones e incluso japoneses del mundo contemporáneo. La diaria supervivencia en las grandes ciudades se desarrolla en múltiples formas dentro de esferas íntimas, casi secretas, penetrar en ellas, contemplarlas desde la óptica particular de una inmigrante mexicana treintañera es una tentación a la que difícilmente podría resistirse un lector contemporáneo, en particular si éste vive en México, país de origen de la autora y su padre (de remota ascendencia griega).
La traducción al castellano estuvo a cargo de Juan Max Lacruz Bassols, hijo del editor y políglota barcelonés Mario Lacruz Muntadas (1929-2000), acaso por recomendación de Anna Stein o Lauren Wein, la agente literaria y la editora respectivamente de Chloe Aridjis, o bien por amistad personal o cualquier otra consideración. Si el volumen hubiese visto la luz en la península ibérica habría sido de seguro bien acogido, por tratarse de la obra del hijo de un conocido editor, activo en casas tan prestigiadas como Seix Barral, Plaza & Janés, Argos Vergara, autor de novela negra un tanto fallida, en el caso concreto de México, sin embargo, el libro plantea problemas de comprensión para el lector y cuestiones de equidad en la oferta de trabajo para traductores nacionales. En líneas generales la historia queda clara, a pesar de que en ocasiones sea necesario detenerse a reflexionar en el sentido o bien realizar una furtiva búsqueda en Google, un instrumento que siempre se halla a la disposición, incluso para cerciorarse si quedaron bien escritas expresiones poco socorridas, por lo general en idiomas extranjeros.
El libro arranca en el metro de Berlín, donde los padres de Tatiana, junto con sus dos hermanos y sus dos hermanas (en realidad Chloe tiene una sola hermana, Eva, quien es cineasta), realizan un recorrido en 1986, año en que la fantasiosa muchacha cree descubrir la mirada de Adolf Hitler e incluso la sombra de su característico bigote bajo el maquillaje de una Oma, una abuela alemana bastante histriónica, que se le queda viendo con cierta complicidad, como descubierta en su verdadero carácter. La vieja se apea en la siguiente estación, en medio de un grupo de hombres mal encarados, que Tatiana pretende ser la escolta del estadista, presuntos exmiembros de la SS.
En 2002 la protagonista lleva ya cinco años de residencia en Berlín, ha pasado por los barrios de Charlottenburg, Kreuzberg, Mitte y ahora vive en Prenzlauer Berg. Como tantos inmigrantes, ha debido cambiar varias veces de empleo, pues aún no ha encontrado nada definitivo. Sus padres de origen judío, dueños de una deli o tienda de productos ultramarinos ubicada en Polanco, le mandan 200 euros al mes para que se ayude con la renta y le recomiendan que se presente con un añoso historiador, conocido suyo de México, quien precisa en esos momentos de los servicios de una mecanógrafa. Herr Doktor Friedrich Weiss, otro judío como ha de descubrirse al final de la trama —si bien el apellido no dejaba espacio para ningún otro supuesto— registra en un dictáfono meditadas e interminables frases que Tatiana debe transcribir para él valiéndose de una vieja computadora, armatoste cuyo valor con dificultad rebasará los 200 euros. Con un dosificado toque de posmodernidad, la figura del adusto profesor ha de confundirse hacia el final de la novela con la de un travestido, ya entrado en años, con quien la protagonista, de imaginación tan despierta, se topa por azar durante uno de sus trayectos de metro.
Es casi una ironía de la historia que el libro de una mexicana —aunque formada en el exterior— ande circulando en su país en la desfigurada versión de un extranjero, acaso bien intencionado, pero cuya impericia no sólo consistió en equivocar voces extranjeras sino en no proponerse redactar en un lenguaje más accesible, universal, con menos colores folclóricos.
En una atmósfera de misterio, provocada por el clima de la ciudad, su pasado socialista y nazi, Tatiana siente presencias indefinibles y ecos extraños que emanan de su viejo edificio. Luego por el rumbo de Wasserturm encuentra un xoloitzcuintle, que de repente se le pierde (más adelante resultará ser el perro del profesor Weiss, regalo de la autoridad alemana más célebre sobre Alexander von Humboldt). Una entrevista que debe realizar con Jonas Krantz, actual meteorólogo pero antiguo niño dibujante de escenas desoladoras con el Muro de Berlín como fondo, es el pretexto ideal para introducir el elemento erótico. Jonas es musculoso y varonil, en agudo contraste con los esmirriados jóvenes de sus recuerdos de México. La profesión de Jonas da pábulo para traer a colación el motivo de las nubes (noctilucentes, propias de latitudes boreales, y cumulonimbos o paredes verticales nubosas), de ahí y de la fantasía de la protagonista, el misterioso título de El libro de las nubes [FCE, 2011], obra narrativa que, cuando se tiene cierta persistencia, no suelta al lector sino hasta el final, premio en Francia a la Mejor Primera Novela Extranjera.
El tesón y el bagaje cultural del lector se ven puestos a prueba, no tanto por la autora, que redacta con bastante soltura y propiedad en inglés (la novela fue reseñada por el New York Times y hasta un trozo es posible oír en voz de la propia autora), sino por el traductor que, con escasa experiencia en el oficio, mayormente cuando se trata de dirigirse a un público más amplio y elegir un registro menos local —más abarcador— en cuanto a la elección del léxico, se muestra más bien incapaz de tal desafío. Se van en alemán varias cosas, como Karl Marx Allee [Karl-Marx-Allee], Lenin Alle [Leninallee], Nationaldemokratische Partei Deutschland [Deutschlands], Instituto Max-Planck [Max Planck], sí Max-Planck-Institut pero en alemán, Bretzels [Brezeln], muesli [Müesli], doppelgänger [Doppelgänger], delicatessen [Delikatessen]. A veces es el Deutsche Bank, por atracción con el género en español pero otras veces es la Deutsche Bank, la banca alemana, como debe ser. Plattenbau, bloques de edificios horrendos construidos bajo los socialistas, hace plural como Plattenbauten, así lo utiliza la autora; el traductor, sin embargo, escribe “diferentes comunidades Plattenbau”, donde debió poner “diferentes tipos de comunidad Plattenbau”.
Anglicismos se suceden a lo largo del texto que por ventura no ponen en riesgo el sentido como “salvé [grabé] lo que había escrito en el fichero [archivo]”, sala de fitness, corte de pelo a lo “mulet” [mullet en inglés], el inquieto Goth [¿godo o gótico?], parkings con muros cubiertos de grafitis, distribuidor de tickets, exasperante ding [chirrido], los jovencitos progres [progress en inglés, ultramodernos o progresistas] rebuscando en los mercadillos a la búsqueda [peinando los mercados en busca] de algún Graal vintage [un grial de ocasión], pantalones de jogging [para correr o trotar], un vago flashback [una ligera reminiscencia] de mi partida. Gorra de tweed, punks con perros, siempre en cursivas. Voces rusas como Gogol [Gógol] y borscht [borsht] exhiben alguna impropiedad.
Expresiones por entero comprensibles para oídos españoles pero que, a los de México u otros países hispanoamericanos, resultan extrañas como vodka con tónica [vodka tónic], en vaqueros [jeans] y camisa negra, repescados en los vertederos [recogidos en los tiraderos de basura], puse los pies en los pedales y agarré los asideros [manubrios] para estabilizarme, apoyé en [presioné] el Play, los pomos mugrientos [las chapas mugrosas] de las puertas, un joven contable [contador], un jersey de punto [suéter de estambre], el caniche [French poodle], me ha entrado una mosquita [se me metió un mosquito] en el ojo, asientos pivotantes [giratorios], placas de hormigón [cemento armado], abrigadas con nuestros mantones [cubiertas con abrigos], un estomagante [desagradable] olor salado, ponerme el pijama, su tropa de asistentas, jugar al escondite, me pillaba por sorpresa, aparcadero de bicicletas, una aventura que le venía de perrilla, el flequillo desfilado, los Plattenbauten parecían deslavazados [mal dispuestos], un viejo matadero [antiguo rastro], el espectro de un gamberro [hombre joven], rehíla de balizas [serie de bollas luminosas] en el mar, mi sujetador [sostén] y mis bragas [pantaletas], la bolera subterránea [el boliche bajo tierra], billete [boleto] de avión, mi preaviso [previo aviso] de partida, me encrespé con ella [molestarse], cualquier otro objeto vertical reseñable [destacable], esas tres sílabas me daban grima [exacerbar].
En fin, algunas cosas medio se entienden, sin necesidad de traducción o fugaz consulta del diccionario, pero hay otras que reclaman más cuidado, como “con su noria alta de 45 metros y sus 36 canastos”. Una noria es originalmente un mecanismo rotatorio para extraer agua de un pozo. En España, por extensión, así se conoce a la rueda de la fortuna y los canastos son las góndolas. En otros países de expresión hispánica es también vuelta al mundo, rueda moscovita, rueda de Chicago, rueda de Ferris, en fin. “Me prestó un sweat-pan para completar mi atuendo” [p. 98] plantea todo un enigma, pues pan es sartén en inglés. Unos sweatpants debió decir, al igual con short rojo, que debió ser shorts rojos, en plural. Fasmo humano [p. 99] debe ser pasmo, ya que fasmo es un insecto escasamente conocido. Camionero es trailero, traficar una cerradura es forzarla, fular es mascada, chándal es pants, parrilla de loto es tabla de lotería, ordenador es computadora, raíles son rieles, uvas pasas son pasas de uva y skateboard es el castizo patineta.
Seguía avanzando pasito a pasito, había gente con piruletas, comí un cuenco de muesli [cereal], las motas de polvo, el gorro [la gorra] de béisbol, tienda de vinilos, bolsas de cacahuetes, una nevera mohosa [refrigerador oxidado], andares chulescos [con pasos de padrote, indecentes]. Todas éstas son cosas que se entienden, por fortuna, pero confieren al texto un tono y un color bastante peculiares, involuntariamente ridículos a veces.
Seguía avanzando pasito a pasito, había gente con piruletas, comí un cuenco de muesli [cereal], las motas de polvo, el gorro [la gorra] de béisbol, tienda de vinilos, bolsas de cacahuetes, una nevera mohosa [refrigerador oxidado], andares chulescos [con pasos de padrote, indecentes]. Todas éstas son cosas que se entienden, por fortuna, pero confieren al texto un tono y un color bastante peculiares, involuntariamente ridículos a veces. En el mundo hispanoamericano los lectores se quejan de las malas traducciones españolas de autores extranjeros, que Anagrama (recientemente rematada a un gran consorcio), Tusquets, Siruela y otras editoriales ponen en el mercado, casi siempre a precios muy elevados. Los traductores lamentan avizorar horizontes laborales tan restringidos. Las casas editoras nacionales debían poner más cuidado en la calidad, viabilidad, carácter práctico y beneficio general de sus productos. Es casi una ironía de la historia que el libro de una mexicana —aunque formada en el exterior— ande circulando en su país en la desfigurada versión de un extranjero, acaso bien intencionado, pero cuya impericia no sólo consistió en equivocar voces extranjeras sino en no proponerse redactar en un lenguaje más accesible, universal, con menos colores folclóricos. Ironía aparte es que el volumen aparezca incorporado dentro de una colección que ostenta precisamente el nombre de Letras Mexicanas, que ha recibido por igual obras narrativas de otros jóvenes escritores nacionales, cuyos méritos más sobresalientes, en ocasiones, consisten en cierto prestigio, basado en el apellido de la familia a la que pertenecen, el papel que el consenso dentro del gremio parece otorgar a sus correligionarios o bien distintos servicios devengados a favor del Estado. Se trata del segundo libro de Chloe Aridjis, el primero fue Topografía de lo insólito [FCE, 2005].
Singing and chanting, en el original, pasó como “cantando y lanzado [sic] eslóganes” [¿anuncios?]. “Un viejo punk [siempre en cursivas] pertrechado con una antorcha se encaramó al muro”. Torch en inglés británico vale lo mismo que en americano flashlight o sea lámpara de mano o linterna. With cat slit eyes se vierte como con mirada gatuna. Slit, que en este caso significa cerrar los ojos para ver mejor; aguzar la vista, uno se pregunta dónde quedó ese ligero giro. Con aguda mirada de gato. Justamente, de esta manera, pretende comunicar la autora al lector extranjero al principio en inglés —la lengua en que se aderezó el original— su visión distinta, alternativa, de un mundo empolvado, lleno de grandes proezas, como la puntualidad de los trenes, la impresionante erudición de los profesores, pero cuajado al igual de grandes vicios del ayer, soterrados apenas en el Berlín subterráneo, con ecos de la Gestapo, la Stasi y lugares como Wannsee, donde en una conferencia fatídica se decidiría la Solución final para la cuestión judía y que luego de manera casi paradójica fungiera como hogar para niños expósitos, lo mismo Wasserturm, un sitio donde ahora se venden chucherías y cachivaches coloridos pero que fue alguna vez centro de detención y tortura de la SA (Sturmabteilung o Sección de asalto), antecedente inmediato de la SS (Schutzstaffel o Escuadrón de defensa). Escalofriantes los secretos que depara aún el subsuelo en Alemania. ®