Según Ben Foster, actor que interpreta el papel protagónico en The Messenger, de Oren Moverman, el tiempo que pasó con soldados de la armada de su país en preparación para el rodaje de la película dejó en su mente imágenes que jamás podrá olvidar.
Foster encarna a un militar que después de luchar en la guerra de Iraq regresa a su país para verse forzado por sus superiores a fungir como mensajero oficial del ejército ante el familiar más cercano de soldados muertos en combate. Los verdaderos reclutas con quienes habló preferían volver al campo de batalla antes que desempeñar ese tétrico puesto. Es una labor lóbrega y sombría que más bien parece un castigo, y si lo que uno pueda suponer al respecto no fuera suficiente, The Messenger deja muy claro el por qué.
La política de las balas está impresa en el celuloide a través del dolor. Constante dolor: el de los familiares que reciben la noticia de la muerte y la experiencia bélica personal del sargento Will Montgomery que se desenvuelve paulatinamente en paralelo a los breves momentos trágicos que enfrenta al emitir cada mensaje. Sin embargo, la cuestión política que recubre la trama no es un aspecto que salga a relucir a menudo entre el sector militar. Las razones para enlistarse en la tropa fluctúan de un agudo patriotismo a enorgullecer a la familia, huir del pueblo en el que crecieron o tener acceso a educación si no se cuenta con recursos para ello —pertenecer al estrato socioeconómico más desfavorecido de la población es la regla entre la carne de cañón. Cuando Foster charló con auténticos reclutas el tema político no salía a relucir o, si por casualidad irrumpía en la conversación, las opiniones al respecto eran disímiles y muy variadas. Haberse criado en un entorno gobernado por la pobreza conlleva un limitado acceso a educación y ambos factores desembocan en una actitud prácticamente acrítica. Si al menos contaran con los elementos analíticos para desnudar los fundamentos detrás de la guerra muchos de ellos no estarían ahí.
A simple vista el signo antibélico de la película pareciera evidente en un caso análogo al de The Hurt Locker, de Kathryn Bigelow, la gran ganadora en la pasada entrega de los premios Oscar. El apoyo práctico y moral del ejército de Estados Unidos a The Messenger fue constante, y su intromisión llegó al punto de prohibir que el personaje de Foster tuviera un encuentro sexual con el de Samantha Morton, una viuda a quien Will Montgomery le da la noticia de la muerte de su esposo. Se entiende la sumisión al ejército en términos de veracidad, de cercanía con la verdad: está terminantemente prohibido que un militar en un puesto semejante tenga relaciones sexuales con una persona que conoció en tales circunstancias, aunque el asesor militar de la producción acepta que la norma se ha roto en más de una ocasión —nada nuevo bajo el sol. A pesar de comprender este ángulo a favor de la autenticidad, la alianza Hollywood-US Army no deja de ser profundamente sospechosa. ¿Hasta qué grado es posible formular una crítica real? Lo cierto es que aun tomando en cuenta la crudeza de algunas escenas dramáticas, The Messenger es políticamente correcta. No interfiere de forma eficaz con la percepción que el ejército busca tener ante su población y más bien refuerza la idea de poderío del brazo sangriento del imperio. Más aún, dudo que ahuyente adolescentes confundidos que jueguen con la idea de integrarse a las filas castrenses de su país. La cercanía de los realizadores con el ejército provoca tanta desconfianza como los premios de la Academia adjudicados por la cinta de Bigelow (The Messenger obtuvo dos nominaciones, por actor de reparto —Woody Harrelson— y guión original a cargo del director).
Lo cierto es que aun tomando en cuenta la crudeza de algunas escenas dramáticas, The Messenger es políticamente correcta. No interfiere de forma eficaz con la percepción que el ejército busca tener ante su población y más bien refuerza la idea de poderío del brazo sangriento del imperio.
Tanto Bigelow como Moverman se muestran tan cegados al engranaje que impulsa a la fuerza armada estadounidense como los soldados a quienes retratan. Una hace una representación de lo que pudiera ser el campo de batalla y otra reproduce las consecuencias íntimas e individuales que ocasiona el morir por la patria, no desde afuera, sino desde la perspectiva de quienes hacen la guerra. La distancia crítica entre el sujeto y el cineasta es nula; no se cuestionan los motivos detrás del telón y más bien se está de acuerdo con éstos por omisión. Quizá quede claro que ni ellos ni los productores ni los estudios que financiaron o distribuyeron la cinta sienten simpatía por los conflictos armados a los que aluden, pero, a través de su lente, no queda opción. Las consecuencias de las bombas y las balas son un mal necesario con el que los hijos de Estados Unidos tienen que vivir para resguardar la seguridad nacional, haciéndose héroes al matar al enemigo y arriesgar la vida.
Como contrapeso, un diálogo del personaje de Harrelson se vuelca sobre la ingenuidad de los familiares de los soldados muertos que invariablemente se sorprenden con la triste noticia como si nunca hubieran considerado ese posible desenlace, cuando en realidad la probabilidad de muerte no deja de estar latente entretanto los cielos se sigan iluminando con fuego.
Dentro de la limitada perspectiva crítica que la gobierna, The Messenger cuenta con aciertos cinematográficos de carácter técnico. Las interpretaciones actorales son la columna vertebral. El entramado de escenas largas de diálogos intensos, llanto y demás pirotecnia histriónica le concede respeto a los seres humanos en cuyos modelos están basados los personajes. La estética está en función del tema y no distrae la mirada del espectador en preciosismos banales que sólo levantarían una barrera entre el público y la trama. Se está cerca de acontecimientos verosímiles que no se cuestionan en absoluto, aunque suceden a diario y por ende merecen ser expuestos y exportados.
Para cerrar con broche azul y rojo, lo más puro del patriotismo estadounidense se hace presente como banda sonora en los créditos finales: Willie Nelson y su interpretación de “Home on the Range”, la pieza musical emblemática del estado de Kansas, un clásico dentro del tradicional repertorio musical del vecino del norte. La canción confirma abiertamente el apoyo incondicional por parte de los realizadores a la idea nacionalista de Estados Unidos y el papel de la armada como bastión primordial de su estilo de vida. El ejército como institución se postra como mártir al son desolador que proyectan la música y el tono del canto, porque si bien el filme habla sobre personajes específicos, la milicia acaba siendo el resguardo de seres que han visto y vivido atrocidades inenarrables mientras que otros no las sobrevivieron. Pero, según la cinta de Moverman, no hay otra opción más que el martirio. ®