Una inauguración un tanto desangelada, una notoria reducción en la cantidad de los visitantes el primer día de la FIL y un par de presentaciones de libros sobre Julio Cortázar y Gustavo Cerati, a la sombra de Chespirito.
Me trepé al camión de las 23:15 de Primera Plus en las afueras del metro Hidalgo, en la Ciudad de México, rumbo a Guadalajara para asistir, una vez más, a su enorme feria de libros. Esperaba que me tocara compartir el lugar con la chica blanca y de chamarra negra en cuya parte posterior se hace propaganda al sitio de Yordi Rosado, pero no, dormí apretado por un hombre robusto que no entraba en su asiento.
Llegué a Guadalajara a la mañana siguiente, muy fría. Pocas horas después comenzó la Feria Internacional del Libro, número 28, con una actividad tediosa y con protocolos innecesarios. Varios asistentes, de traje y cabello engominado, se echaron una pestañita mientras hablaban los numerosos representantes del país invitado, Argentina, de las instituciones tapatías y los gobiernos local y federal de nuestro país.
No hubo ni una sentida mención por la muerte del Shakespeare chiquito, Chespirito (pi pi pi pi) acaecida una día antes. Extraño, pues, con tantos argentinos ahí reunidos: ellos sienten a Roberto Gómez Bolaños tan suyo como los mexicanos extrañan hasta el hartazgo a Cerati.
El escritor Claudio Magris dio lectura —en italiano— a su texto “Lápices de colores”, en el que expresó que escribir “es un intento de construir un Arca de Noé para salvar todo lo que amamos, para salvar —deseo vano e imposible, quijotesco pero inextirpable— cada vida”. Un expositor de libros se me acercó al final feliz para saludarme y decirme que había quedado impresionado por el discurso del ganador del premio de Lenguas Romances 2014.
La palabra Ayotzinapa, como era de esperarse, se escuchó en los múltiples discursos de esa mañana inaugural, entre ellos el del Licenciado Raúl Padilla López, mandamás de la FIL, en los que se exigía la vuelta al Estado de derecho. Borges, Cortázar, Paz, Revueltas y Huerta —ah, y García Márquez— resucitaron una y otra vez en la boca de los funcionarios que continuaban hablando.
No hubo ni una sentida mención por la muerte del Shakespeare chiquito, Chespirito (pi pi pi pi) acaecida una día antes. Extraño, pues, con tantos argentinos ahí reunidos: ellos sienten a Roberto Gómez Bolaños tan suyo como los mexicanos extrañan hasta el hartazgo a Cerati.
La muerte del creador del Chavo del Ocho y del Chapulín Colorado, entre otros héroes, me hizo recordar la crónica de Gerardo Lammers “El último capítulo del Chavo del Ocho”, en la que narra los pormenores de su entrevista con Gómez Bolaños en 2003 por la publicación de su libro Y también poemas (Punto de Lectura).
Lammers escribe que él sabía que la televisión engorda pero que se dio cuenta, al conocer a Chespirito, de que también agranda. “Chespirito es más bajito de lo que pensaba”, decía. Gerardo es muy alto, tal vez igual que el Señor Girafales, yo me sentí el Chaparrón Bonaparte a su lado.
Escribe Lammers que un cineasta mexicano —de quien omite su nombre— lo apodó “el Shakespeare chiquito”, el cual degeneró en Chespirito. Un crítico —que tampoco sabemos quién es— le dijo al periodista que “El Chavo del Ocho es el primer personaje entrañable de la miseria” y que mientras no cambie la realidad latinoamericana, “un proyecto así podía seguir funcionando siempre”.
“Los personajes de Chespirito”, continúa, “han ejercido una insólita fascinación sobre los latinoamericanos desde finales de la década del setenta. Con excepción de Cuba, las series de este humorista se repiten por lo menos una vez al año en todos los países de América Latina”. Lammers no dice que Maradona un día llamó por teléfono a Chespirito para darle las gracias por todas las alegrías que le habían transmitido sus personajes: “Vos tenés que saber que sos mi ídolo. Que no me pierdo ni uno solo de tus programas, que a Cuba llevé un buen número de esos programas (Maradona adelantaba en la isla un tratamiento contra la adicción a las drogas), grabados en video, y que verlos era (y sigue siendo) la mejor medicina que he tenido para combatir mis estados de depresión”.
Ese primer día de actividades de la FIL la Expo Guadalajara tiene pocos asistentes; hay una sala de prensa más grande pero alejada de los salones donde suceden las presentaciones y demás actividades. Estamos aislados del ruido ferial.
En la Carpa FIL me sorprende la escasa convocatoria que tuvo el libro Siempre seremos prófugos, en el que veinte escritores parten de Cerati y sus canciones para componer sus cuentos. Ahí Enrique Blanc, crítico musical tapatío, se extraña de que Gustavo Cerati fuera tan conocido en Latinoamérica y tan poco apreciado en España, lo que contrasta con lo que dicen sobre Julio Cortázar, en la presentación de Cortázar sampleado, coordinado por Pablo Brescia, en el Museo Raúl Anguiano, a unas cuadras de la FIL, sobre el hecho de que el escritor argentino era querido y reconocido como casi propio en cada país que visitó.
Envidia que les ha de dar a este par de argentinos q.e.p.d. saber que Roberto Gómez Bolaños incluso inspiró un personaje de Los Simpsons. ®