En esta extensa lista el autor da cuenta brevemente de los muy variados crímenes que han cometido célebres escritores —y escritoras, faltaba más— y que no pocas veces se han reflejado en sus obras.

En una famosa entrevista William Faulkner declaró que “El buen arte puede ser producido por ladrones, contrabandistas de licores o cuatreros”. No es inverosímil que el espectro de transgresiones legales mencionadas por el Nobel sureño sea un poco demasiado reducido.
La literatura y la delincuencia pueden convertirse en un camino de ida y vuelta. Muy populares y requeridas son las ficciones sobre el crimen, pero otro aspecto no menos interesante es cuando los criminales también son escritores, algunos de ellos muy famosos, otros muy buenos o, incluso todavía más inquietante, cuando ambas posibilidades coinciden.
Podemos empezar con el mismo Miguel de Cervantes, que fue recluido en la Real Cárcel de Sevilla por malversación de fondos públicos y ahí concibió al Quijote, como él mismo lo señala en el prólogo. O François Villon: ladrón, asesino y renovador de la poesía francesa, procesado y condenado a la horca, de la que se salvó por muy poco; no desaprovechó la inspiración y en capilla compuso La balada de los ahorcados. Christopher Marlowe pasó una temporada breve en la cárcel por complicidad en un asesinato. Ben Johnson escapó de su propia ejecución por homicidio. Lope de Vega fue condenado a un largo destierro por injurias y multiprocesado por amancebamiento, que en su caso sería multiamancebamiento, nomás con siete consortes engendró prole el polígrafo —lo bueno es que también era sacerdote, que si no…—. Se llegó a decir que Quevedo, en defensa de una dama, apuñaló a un caballero de alcurnia. Pedro Calderón de la Barca y sus hermanos asesinaron a un mozo. Misterios sin resolver fueron la desaparición de Mary Rodgers, de la que fue sospechoso Edgar Allan Poe, quien luego escribió “El misterio de Mary Rodgers”, o el rumor que siempre acompañó a sir Arthur Conan Doyle de haber ultimado al verdadero autor de El sabueso de los Baskerville.
Se llegó a decir que Quevedo, en defensa de una dama, apuñaló a un caballero de alcurnia. Pedro Calderón de la Barca y sus hermanos asesinaron a un mozo. Misterios sin resolver fueron la desaparición de Mary Rodgers, de la que fue sospechoso Edgar Allan Poe, quien luego escribió “El misterio de Mary Rodgers”.
Caso aparte fue el del multihomicida y poeta Thomas Griffith Wainewright, que tras previo seguro contratado envenenó a su cuñada, al igual que a su tío, a su suegra y a un amigo. Su vida inspiró el ensayo “Pluma, lápiz y veneno” de Oscar Wilde, otro célebre recluso.
Y no olvidemos a nuestro celebrado poeta Salvador Díaz Mirón, que alcanzó a salpicar su plumaje con varios asesinatos. O a don Ireneo Paz, el abuelo de Octavio, quien en duelo le quitó la vida a Santiago Sierra, hermano de don Justo.
André Malraux fue procesado y condenado y se libró de milagro de la prisión por robo de arte jemer de un templo de Camboya; hechos utilizados en parte en su tercera novela, La vida real.
Procesados por desfalco y malversación lo han sido desde O’Henry hasta Álvaro Mutis.
La escritora de novela negra Anne Perry de adolescente fue cómplice de asesinato de la madre de una amiga. Hecho real que cuarenta años después inspiró al Peter Jackson pre–Tolkien para su película Criaturas celestiales, ganadora del León de Plata de Venecia y nominada al Oscar por el mejor guión —¿quién mejor guionista que la realidad?
William Burroughs ultimó a su esposa jugando a Guillermo Tell. Louis Althusser estranguló a la suya. Norman Mailer apuñaló a su consorte. María Luisa Bombal balaceó a un amante esquivo.
Edward Bunker, asaltante de bancos, narcotraficante, escritor y actor; fue intérprete del Mr. Blue de Perros de reserva, de Tarantino. Por cierto, en la prisión de Folsom fue roomie de Danny Trejo.
Jean Genet tenía un récord criminal muy variado que le sirvió de sólida inspiración para sus obras; al igual que a Chester Himes. Neal Cassady fue ladrón de autos. Edward Bunker, asaltante de bancos, narcotraficante, escritor y actor; fue intérprete del Mr. Blue de Perros de reserva, de Tarantino. Por cierto, en la prisión de Folsom fue roomie de Danny Trejo —qué chiquito es el mundo.
Es verdaderamente increíble la vasta nómina de autores que escribieron sobre sus propios crímenes: el literato polaco Krystian Bala, cuya novela Amok lo llevó a la cárcel. O el esteta y antropófago Issei Sagawa quien, declarado loco en Francia, vivió libre en Yokohama escribiendo reseñas para restaurantes; diminuto como un haikú, le dedicaron documentales y canciones desde los Stones hasta Cannibal Corpse —un justiciero covid se lo llevó en 2022—. O Jack Unterwegger, encarcelado por el asesinato de doce prostitutas, que en prisión escribió su autobiografía La comedia infernal, que, interpretada por John Malkovich, lo convirtió en una celebridad; fama que le consiguió el indulto y la liberación, la cual utilizó para despacharse a otras seis más. O el periodista Vlado Tanesky, cuyas demasiado detalladas crónicas de asesinatos de prostitutas levantaron las sospechas de los investigadores y lo condujeron a la cárcel. O Lyndon McLeod, que en su trilogía Sanction predijo los asesinatos de las mismas cinco víctimas que ejecutaría años después. O Black Leibel, el escritor de desalmadas novelas gráficas que describió en Síndrome la tortura, asesinato, desangrado y escalpelo de una mujer; metodología previamente utilizada con su novia y madre de su hijo. O el popular autor de best–sellers chino Liu Yongbiao, que quince años después describió el multihomicidio que lo llevaría al patíbulo; luego de veintidos años del crimen, todavía sorprendió a los agentes que lo arrestaron cuando él mismo les abrió la puerta y les dijo: “Llevo esperándolos todo este tiempo”.
Qué manera de darle un nuevo significado a la frase “autores del crimen”. Thomas de Quincey jamás hubiera adivinado hasta dónde llegaría el considerar al asesinato como una de las bellas artes ¿o sí? ®