En páginas de internet se dice que Agosto [México: Cal y Arena, 1993] es considerada la aportación narrativa más importante de Rubem Fonseca. No lo sé de cierto, porque apenas conozco algunos de sus libros. El seminarista (2010), que estoy a punto de leer y Pequeñas criaturas (2002), colección de cuentos que ya ansío proseguir en su lectura. Sin embargo, debo admitir que esta novela de nombre tan breve y tan sugerente es una obra altamente recomendable.
Sin pretender hacer un análisis de tipo literario, al estilo de un taller, quisiera abundar sobre las impresiones que me hacen reconocerle su genialidad. En primera instancia, Agosto se presenta como un texto de tipo híbrido, es decir, se ubica en varios géneros narrativos como la novela histórica y la novela policiaca, los cuales han sido considerados equivocadamente elementos marginales de la literatura. Asimismo, la crónica, manejada con sutileza y reconociéndole cierta ubicación dentro de la narración, se hace presente de manera efectiva, dado que el autor va haciendo un recuento de hechos verídicos que tienen ubicación precisa en el tiempo y en el espacio. En términos generales, mitad del siglo XX, lugar: Brasil.
En especial me llamó la atención esa armonía bien lograda entre lo histórico y lo policíaco, porque deja percibir una simbiosis valiosa para la novela. Todo sucede en el mes de agosto de 1954, cuando el presidente de Brasil, Getulio Vargas, se suicida en medio de un caos social marcado por la corrupción, las amenazas constantes de golpes de Estado, la crisis institucional y un sistema político resquebrajado por las pugnas de poder. La situación de ingobernabilidad lo acorrala de tal forma que toma la fatídica decisión. Si bien es cierto que el personaje de Getulio Vargas aparece poco en el relato, me queda claro que él es uno de los personajes principales que lleva la trama histórica, dándole contexto a la persona de Alberto Mattos, el protagonista ficticio. De este modo, tenemos dos personajes que llevan el hilo de la narración, uno verídico y otro imaginario, ambos dotados de total verosimilitud que logra redondearse al final, cuando ambos coinciden.
Creo que Agosto se centra en la figura de Alberto Mattos, un policía de oficina, un comisario caracterizado por encarnar el que para mí es el contraste más notorio, ya que es un hombre maduro, culto, digno, seguro de sí mismo, pero solitario. Desde el punto de vista de su oficio, alguien inquietante por ser un agente justo, incorruptible, irónico, honrado y honesto con su trabajo; algo que saca de quicio a los colegas que le rodean en la impartición de justicia. De hecho, la novela nos muestra cómo los policías de Brasil, al igual que los funcionarios públicos, se dejan corromper con sobornos ofrecidos por la mafia, como es el caso de los dueños de las casas de juego ilegal, llamados bicheiros, así como los de los prostíbulos que son encubiertos y concurridos por los senadores de la república. Mattos no se deja llevar por esta bruma social y aparece como alguien fuera de contexto, reconocido, pero también marginado de cualquier beneficio económico.
Asimismo, la crónica, manejada con sutileza y reconociéndole cierta ubicación dentro de la narración, se hace presente de manera efectiva, dado que el autor va haciendo un recuento de hechos verídicos que tienen ubicación precisa en el tiempo y en el espacio. En términos generales, mitad del siglo XX, lugar: Brasil.
A él se le asigna la responsabilidad de resolver el caso del empresario Paulo Machado Gomez Aguiar, asesinado en su vivienda. El comisario hace averiguaciones, descubriendo pistas que le llevan a cuestionar a personajes de alto rango en la clase política y empresarial de Brasil, lo cual deja sospechar posibles conexiones con otro crimen: el atentado contra un periodista llamado Carlos Lacerda, alias El Cuervo, principal opositor al régimen del presidente. En ese ataque murió un mayor de las fuerzas armadas llamado Rubens Vaz, por lo que la opinión pública, influida con malicia por Carlos Lacerda, señaló al presidente como principal responsable. Esas conexiones entre los dos crímenes, imaginariamente paralelos, son en verdad profundas, ya que ambos suceden en la complicada red de pugnas de poder y corrupción que caracteriza al caos social que se vive en Brasil. Empero los detalles más directos no los mencionaré ampliamente, porque esto me lleva a decir acontecimientos de la narración que no creo prudente adelantar al lector.
En particular quedé impresionado con la personalidad del comisario Mattos, un hombre que al principio no se me hacía verosímil, porque se mostraba perfecto. Como héroe del relato parecía cargar con todas las virtudes. Mas los prejuicios quedaron atrás ante la habilidad encomiable de Rubem Fonseca, quien lo describió como alguien muy humano, caracterizado por sus decisiones, por el hermetismo deliberado desde el punto de vista sentimental y por sus problemas de salud. En su vida sufre de una úlcera que lo hace masticar a cada rato pastillas de Pepsamar, un medicamento útil para reducir la acidez gástrica, el exceso de gases y las molestas agruras. Asimismo, se ve obligado a tomar constantemente vasos de leche.
En contraste, Getulio Vargas se presenta como esa figura política severa, que en su momento fue un dictador que tomó a la fuerza el poder (1930), pero que después ganó las elecciones de manera democrática. Se caracteriza, al igual que se le cuestiona, por su nepotismo, sus abusos de autoridad, varios asesinatos, enriquecimiento y por solapar los vínculos entre la mafia y los funcionarios públicos. El descontento popular aunado a la serie de acusaciones que lo hacen digno del repudio llevan a menos su humanidad dejándolo como un anciano acabado y que da lástima a sus hijos. El hombre fuerte se volvió débil, lo cual contrastó cada vez más con Alberto Mattos, alguien aparentemente endeble que vio incrementada su fortaleza gracias a su astucia y honestidad.
En especial me llamó la atención esa armonía bien lograda entre lo histórico y lo policíaco, porque deja percibir una simbiosis valiosa para la novela. Todo sucede en el mes de agosto de 1954, cuando el presidente de Brasil, Getulio Vargas, se suicida en medio de un caos social marcado por la corrupción, las amenazas constantes de golpes de Estado, la crisis institucional y un sistema político resquebrajado por las pugnas de poder.
En la novela Mattos vive solo, pero eso no quiere decir que no tenga visitas en su departamento, incluso Fonseca nos muestra cómo dos mujeres, una llamada Salete y otra llamada Alice, lo buscan constantemente y cada quien a su estilo procura conseguir su amor. Cuando el presidente Gettulio Vargas se suicida Mattos siente que las cosas mejorarán y hasta cree que todavía puede ser feliz, pero la historia da un giro interesante que al menos a mí me dejó conmovido.
Agosto es una obra recomendable por sus intrigas, por el manejo de la trama siempre interesante, por sus diálogos ágiles para la lectura, por sus personajes vívidos. Se mueve entre la realidad histórica y la realidad ficticia de manera tan elocuente que a uno le queda sólo dejarse llevar. Contiene más narraciones entrelazadas con las principales, pero creo que el hilo conductor se va más entre las figuras de Getulio Vargas y Alberto Mattos.
Para terminar, he visto que los críticos ven en Agosto una metáfora de la realidad histórica de Latinoamérica en el siglo XX, pero yo quiero pensar que aun así puede referir la situación que se vive actualmente en esa macro-región internacional. Por ejemplo en México, país al que también aquejan problemas de dictaduras, crisis de ingobernabilidad, donde las instituciones están obsoletas y rebasadas por la situación social, donde además la corrupción de los funcionarios públicos está coludida con las mafias, porque se vive en un estado de descomposición que nos ha orillado a soportar una guerra que sólo genera miedo y convicciones cínicas de que ya nada puede hacerse. Aun así, creo que todavía hay personajes como Alberto Mattos, igual de oscuros, igual de herméticos y honestos, aunque eso no les quita su condición de humanos en toda la extensión. Allí están y nosotros, por indiferencia o por desidia no los vemos y no los dejamos hacer bien su trabajo. Por este motivo, creo que Agosto merece aún más leerse y reflexionarse, porque trasciende los límites de su época, de su espacio y se resignifica en cada lectura. ®