En la dificultad de conciliar presente con pasado —dado que de éste lo único prevaleciente es la memoria— queda el recurso de comprender y encontrar un asidero para asimilar lo que ocurre en derredor, lo que trastoca o recompone nuestras vidas. En un México como el que vivimos entender es necesario y urgente.
En medio de la violencia desatada ese asidero del entendimiento requiere de construirse con una visión más de causas que de consecuencias. La actualidad de la vida en el país nos abruma, nos reduce, nos provoca “desasosiego”, desespera y casi aniquila moralmente. ¿Por qué? es la pregunta constante.
La mayoría de las veces, los “por qués” encuentran su respuesta en el pasado, ya sea inmediato, cercano o lejano. Es ahí hacia donde va Magali Tercero al urdir fragmentos de la realidad de quien cree y profesa la crónica en Cuando llegaron los bárbaros (Planeta, 2011), tratando de ofrecer, desde un punto geográfico, una explicación que, si bien no elimina el “desasosiego” antes señalado —de voz de otra periodista, Lydiette Carrión— sí nos permite aunque sea tratar de enfocar el destino de la inevitable mentada de madre catártica hacia los causantes de nuestras desgracias cotidianas.
El escenario es Sinaloa, norteño estado considerado el enclave principal del ya afamado “triángulo dorado” de la producción de drogas ilegales en México y cuna además de los más temidos malandros. Esos contra los que el Estado mexicano ha lanzado una guerra sin cuartel que arranca vidas día con día en buena parte del territorio nacional.
Arrastrada por la narrativa inevitable de una ciudad, un estado y un país en proceso de descomposición social, la periodista se apoya en más de medio centenar de Virgilios, la mayoría resguardados por obligado anonimato para proteger la vida, o al menos pretender hacerlo, en un territorio sin más ley que la del más fuerte, más entrón, prepotente y con mejores armas.
Es la voz de estas fuentes la que, en su desplazarse de un pueblo a otro, desde la capital sinaloense hasta la sierra de Badiraguato —el epicentro narco— va entregándole las piezas para urdir en lo posible ese pasado que explique una tierra donde la violencia no tiene parangón más que con otras ciudades de México, donde la prepotencia manda. Un sitio donde la violencia podría ser, más que cotidiana, intrínseca.
Arrastrada por la narrativa inevitable de una ciudad, un estado y un país en proceso de descomposición social, la periodista se apoya en más de medio centenar de Virgilios, la mayoría resguardados por obligado anonimato para proteger la vida, o al menos pretender hacerlo, en un territorio sin más ley que la del más fuerte, más entrón, prepotente y con mejores armas.
“Ésta es nuestra vida cotidiana. Seguimos con las actividades que tenemos los hombres normales, nos la pasamos bien porque tenemos un estado hermoso, con sus atardeceres y sus mujeres bonitas”, expresa uno de tantos narradores que Tercero recoge directamente. La conclusión puede ser sentenciada por quien desconoce la realidad de un estado como Sinaloa y más condenatoria si mira sólo por encima lo dicho por otros que lamentan que la guerra contra los traficantes de drogas ha mermado la dinámica económica del estado, o terminaría por rechazar de plano otra voz de una joven al afirmar que, sin importar a qué se dedique profesionalmente en el futuro cercano, terminará lavando dinero del crimen organizado, consciente de que las ganancias de los traficantes circulan en todo su entorno, sutil o abiertamente.
En inhibir la probabilidad del inicio de una discusión exacerbada o un reclamo moralizante provocados por expresiones tales radica el valor de la información recopilada por Magali Tercero. La miríada de voces que componen la crónica que armó finalmente es la que va explicando y permitiendo entender en buena parte la evolución de la sociedad sinaloense, e incluso definir posibles responsabilidades, sin el riesgo de provocar enjuiciamientos tempranos. Virtud periodística, ha de decirse.
Virtud que se asienta además en una narrativa pulcra y ordenada que no se enreda convirtiéndose en Babel de opiniones y comentarios, aun cuando el entramado de la historia que se cuenta va entre tiempos y lugares encontrados: un pasado dentro de otro, una voz que cita a otra, una historia personal dentro de la historia de un pueblo: “Hechos de una época que le está hablando al presente. No es, por tanto, una romántica evocación del pasado, sino un atisbo sobre las ocultas razones que rigen fundamentalmente sucesos políticos en Sinaloa, ahora mismo, y seguramente en su futuro inmediato”.
La cita podría suponerse como de una voz actual, pero pertenece a la reflexión hecha por el fallecido periodista Manuel Buendía que refiere una actualidad-pasada sinaloense: la de lo narrado en un libro que pertenece al pasado de ese pueblo bravo, y al pasado mismo de la autora de Cuando llegaron los bárbaros… Magali Tercero se convierte en tercera replicante de esa frase: primero Buendía, después quien escribiera el libro de donde la cronista toma la cita y finalmente ella misma.
En esos tres pasados, vistos desde el hoy, se encuentra otra perla de la crónica de este libro: una suerte de juego narrativo que, por partes a lo largo de casi la mitad del texto, entrega atisbos o pistas de que hay otra historia contándose ahí. Los tiempos marcados en su escritura permiten suponer o sospechar cuál es esa otra línea de tiempo y a quién podría pertenecer.
La miríada de voces que componen la crónica que armó finalmente es la que va explicando y permitiendo entender en buena parte la evolución de la sociedad sinaloense, e incluso definir posibles responsabilidades, sin el riesgo de provocar enjuiciamientos tempranos. Virtud periodística, ha de decirse.
A diferencia del efecto que un juego subjetivo como ese puede causar en detrimento de la crónica como género periodístico, la historia personalísima que subyace y se expone con claridad en la ocasión precisa se convierte en una herramienta más. Es un hilo conductor que pasa de ser necesario para la autora a ser un elemento más para la comprensión del lector, incluso a nivel de diálogo entre ambos.
Lo que podría ser un pretexto personal se vuelve andamiaje de un propósito mayor en la narrativa de Tercero. Para la autora de esta crónica de “vida cotidiana y narcotráfico”, esa historia íntima permite reivindicar el pasado de toda una familia y con ello restañar además una herida que afecta en buena parte a la sociedad sinaloense. Asir ese pasado es vital, algo que podría ser “indispensable en un México descorazonado por la violencia del tráfico de drogas”.
Cuando llegaron los bárbaros… establece una suerte de punto de arranque de la aparición o el surgimiento de esta violencia actual, o de su inserción como elemento intrínseco en la cultura de la población de Sinaloa. Bien se expresa en una parte que allá por costumbre muchas cosas se arreglan a chingadazos, como en muchos sitios del territorio nacional.
La crónica cumple su cometido: indaga, reflexiona y expone. Ahí están los tres elementos en el, coincidentemente, tercer libro publicado de quien lleva por apellido Tercero y se convierte en la tercera integrante de su familia que escribe sobre su pasado, de sus raíces originarias y de su presente; de Sinaloa, de las alegrías y los sufrimientos de ese pueblo.
Narrativa periodística para ganar en este juego de las escondidas en el que de pronto no sabemos de dónde proviene el caos: un-dos-tres por las historias al descubierto, por los responsables y culpables, por los caídos, por la crónica misma. ®