Bayote es uno de millones de mexicanos que dejan su tierra para emprender un futuro en otro lugar, lejano y ajeno. En diciembre de 2006 el yucateco armó sus petates y llegó a Buenos Aires con su mujer argentina y su niñita mexicana, de tan sólo diez meses.
“Anárquico depresivo”, decía el diagnóstico. Y Alejo Bayote salió del consultorio del médico argentino con los bolsillos vacíos de utopías.Las calles porteñas lo recibieron con un viento helado que le golpeó la cara. “Principios de octubre y todavía hace frío, chingada madre”, pensó el yucateco que hace casi seis años dejó su cálida tierra natal para vivir en Buenos Aires.
Dicen por ahí que, en términos de pareja, cuando se avecina el séptimo año, aparece algún duelo-conflicto-replanteo que produce un “antes y después” entre los amantes. Bayote sentía que su relación con Argentina tenía un poco de eso, aunque recién entraban en el sexto año de convivencia. “¿Será que se me adelantó?”, pensaba, sin remedio.
Porque Bayote es uno de millones de mexicanos que dejan su tierra para emprender un futuro en otro lugar, lejano y ajeno. En diciembre de 2006 el yucateco armó sus petates y llegó a Buenos Aires con su mujer argentina y su niñita mexicana, de tan sólo diez meses. Casi cinco años después llegó un varón a la familia. Y la nave va…
En la cabeza del yucateco —un cuarentón de oficio diseñador gráfico e ilustrador— se pasean sensaciones encontradas. Ayer, igual que hoy y que siempre, el mexicano extraña:
—Sentir calor todo el año.
—Dormir suspendido en el aire (en su hamaca).
—Comer salbutes y panuchos.
—La tranquilidad de su bucólica ciudad blanca.
—Saludar con un apretón de manos o con un abrazo con palmaditas.
—Comunicarse con filtros, formas, albures y dobles discursos.
Porque aquí no está “en un lecho de rosas” cuando:
—Le duele hasta el alma cada vez que se incorpora de su rígida cama.
—Vive con frío cuando los sudacas andan en mangas cortas con 18 grados.
—Sus papilas gustativas van en camino a un ACV por la falta de habanero y chipotle.
—Tiene que saludar de beso o abrazo apretado sin distinción de género o edad.
—Debe tolerar que los demás vomiten lo que piensan (sin filtro/formas/dobles…), revoleando las manos y la cabeza cuando hablan.
En definitiva, el yucateco sabe que podría acostumbrarse, en algunas décadas, a todo esto. Pero no a otras cosas.
Bayote no comulga con ninguna ideología política argentina pero, sobre todo, sabe que “Nunca sería peronista, y mucho menos kirchnerista”, sentenció el otro día, en un ejercicio catártico.
Aunque más de un lustro y varios libros de historia no te hacen comprender de cabo a rabo un país que no te vio nacer, a Bayote la maquinaria y búsqueda del poder del actual gobierno argentino —vertical y jerárquico, aunque “el modelo” se muestre como todo lo contrario— le traen grandes reminiscencias del PRI que lo vio nacer y con el que convivió gran parte de su vida.
Y el dinosaurio que regresa al poder en su lejana tierra —¿alguna vez se fue?— sin cambios aparentes, con más fallas que aciertos. “¿Qué aprendimos, coño?”, piensa el yucateco con las manos atadas, a la distancia.
Y ahora su amada hija —de seis años y medio— está fascinada con la historia del país que vive. La niña está en esa etapa en que los héroes de la patria son eso, “Héroes”, y no hay refutación que valga. Entonces repite una y otra vez la historia del famoso sargento Cabral, un soldado zambo de la tropa del general San Martín (libertador de la patria sudaca) quien en plena “Batalla de San Lorenzo” salvó la vida del prócer para morir luego en manos de los realistas.
Las calles porteñas lo recibieron con un viento helado que le golpeó la cara. “Principios de octubre y todavía hace frío, chingada madre”, pensó el yucateco que hace casi seis años dejó su cálida tierra natal para vivir en Buenos Aires.
Bayote escuchó la historia de boca de su niña hinchada de patria y se le llenaron las pupilas de preguntas. Pero, claro, él es viejo e incrédulo y Julia está recién en primer año de primaria ¿Quién es él para cuestionarla sobre otra historia?
“Como la de los Niños Héroes”, piensa Bayote. Si su hija creciera ahora en México, ¿le enseñarían como a él la historia de estos chicos que supuestamente dieron la vida por la patria? ¿Ella lo creería? Porque él creció y ya no cree en esto ni en muchas otras cosas…
Por eso, cuando aparecieron las primeras angustias por vivir una realidad de aparente “pluralismo, diversidad e inclusión” cuando los más jodidos son los de siempre, la mala sangre de Bayote derivó en dolores abdominales y divertículos. Ése fue el momento en que el yucateco se dio cuenta de que era tiempo de parar la moto.
“Mi amigo, ¿sabe qué padece usted?”, le dijo con mirada de que todo lo sabe el médico argentino, un viejo de unos setenta años, de dientes careados y corte de pelo rolinga. “Usted es un anárquico depresivo. No cree en las instituciones, no tiene una fuerza política que lo represente, se siente libre de pensar lo que le pasa por la cabeza, pero le jode cuando lo juzgan de algo que no es; cree que lo mejor hoy en día es trabajar en un cambio hacia una sociedad distinta pero no ve ninguna luz al frente de camino. Y ahí es cuando las esperanzas se van al carajo. Usted está jodido, mi amigo”.
Y ahí va Bayote, muerto de bombas y jaranas, por el camino del desarraigo, mientras reflexiona sobre su propio ser nacional en una tierra nueva, que poco a poco se le mete debajo de la piel.
Y llega a la casa y la familia lo espera con mate. Chupa fuerte y se quema hasta las entrañas. Dice dolorido “Chingada madre” y todos lo ignoran porque en tierra sudaca eso no es un insulto.
“Papi, ¿querés cantar conmigo la Marcha de San Lorenzo”?,le pregunta su niña patriótica, con rasgos cada vez más mexicanos pintados en la cara.
Bayote descubre en ese instante su punto de no retorno. “Es aquí y ahora y es pa’ delante”, reflexiona.
Entonces esa noche, cuando todos se fueron a dormir, hizo lo impostergable: paró la moto y prendió la mota. ®
Edén
Yo sin salir de mi país, me mude ha la tierra de los salbutes hace casi 4 años. Al comienzo hacía mis comentarios soberbios de «En Oaxaca: es más rica la comida….es más rico el mezcal…no hace tanto calor…no te chingan tanto los moscos…». Sentenciaba que al terminar con lo que me habia traido hasta aquí no esperaría más y en el primer camión me retornaría a mi tierra. Ahora que he terminado lo que me trajo hasta aquí, mis comentarios soberbios han cambiado, eso sí no dejo de odiar a los pinches moscos «pélana, parecen terodactilos con agujas hipodermicas»