Cuatro reflexiones sobre el tiempo

¿Qué es lo que mide un reloj?

A continuación, cuatro breves reflexiones sobre el tiempo, abordadas desde diferentes disciplinas. Se trata de un ejercicio que mezcla aspectos de divulgación científica con una interpretación libre hecha a raíz de obras artísticas (pintura, literatura y música), que guardan cierta relación con el tema de fondo.

© Dalí

¿Qué es lo que mide el reloj? Alguna vez alguien dijo que es mucho mejor hacer preguntas que contestarlas. Seguramente esa persona concluyó esa afirmación después de haber sido cuestionada acerca de qué es lo que mide un reloj. Es el tiempo, respuesta obvia. Pero la explicación concreta a la pregunta nos conduciría a soltar palabras que sólo estarían girando alrededor de la nada, mientras la respuesta, invisible, inmaterial, si perceptible, rodea al individuo al compás de su retórica. Nos movemos en él, nuestra vida entera se determina a razón de su caminar, sin saber siquiera qué es, de dónde viene o desde cuándo esta aquí. Se mide con un reloj, en agrupación de sesentenas, como legado de los sumerios. Aunque existe una forma distinta de medirlo en la mente de cada persona.

Algunos aluden al tiempo para explicar el universo. No se tiene, hasta el día de hoy, el dato exacto de su nacimiento. Para la física sigue siendo imposible determinar su origen más allá del tiempo de Planck, considerado el intervalo temporal más pequeño. No se puede rastrear su camino en una medición menor a ésta. Para el hombre, el tiempo es aquello que marca su vida. Sabe, y le cuesta aceptarlo, que sus actos se conducirán a lo largo de un sendero lineal que confluye en su muerte, la única certeza que tiene a futuro. El tiempo, como nuestra vida, sigue un trayecto determinado que no es susceptible de alteración alguna, simplemente pasa y no da lugar a modificar los actos, que a la voz de ahora son pasados.

Surgió con el espacio, y desde entonces se entienden como dos elementos que no subsisten ante la ausencia de uno u otro. Que si el tiempo tiene un final, que si es constante, todas preguntas tangenciales del círculo perfecto que es el tiempo. Las leyes de la naturaleza nos enseñan que incluso para el hombre moderno los entresijos de la realidad siguen estando más allá de su razón mecanizada. Para rascarse la cabeza en medio del ocio y justificar la desatención, preguntarse por el tiempo es tan sustancial como observar el cielo o recostarse bajo un árbol de manzanas. En cualquiera de los casos la humanidad se ha topado con algunas de las respuestas que le dan sentido al universo.

Nos movemos en él, nuestra vida entera se determina a razón de su caminar, sin saber siquiera qué es, de dónde viene o desde cuándo esta aquí.

Nos carcome, nos absorbe, el tiempo no perdona, y sus efectos son tan palpables en el exterior de las personas, como lo son en el interior, ahí donde realmente deja marcas que ni la más alta tecnología médica puede difuminar. Su entendimiento cabal le ha quitado el sueño a científicos y artistas, a quienes en algunos casos la vida se les ha ido sin poder sintetizar por lo menos un destello que se aproxime a semejante pretensión. Yo, por mi parte, estoy empecinado en la idea de que cada cabeza es un reloj. Así me lo muestran las diferentes conjeturas metafóricas que ciencia y arte hacen a lo largo de su historia. Sabemos que ha existido desde mucho antes que nosotros, y que se mantendrá incluso posterior a nuestra desaparición, pero el tiempo que yo mido nace y muere con cada persona. Al final, no repara en lamentos por el que ya no está.

A continuación, cuatro breves reflexiones sobre el tiempo, abordadas desde diferentes disciplinas. Se trata de un ejercicio que mezcla aspectos de divulgación científica con una interpretación libre hecha a raíz de obras artísticas (pintura, literatura y música), que guardan cierta relación con el tema de fondo.

La relatividad del tiempo

En 1905 Albert Einstein, un desconocido empleado de la oficina suiza de patentes, presentó un memorable artículo sobre la teoría de la relatividad especial, proponiendo revisiones drásticas a los conceptos de la física newtoniana. La noción de tiempo y espacio contenida a lo largo de varios siglos en los postulados de la mecánica clásica se vio alterada tras las conclusiones a las que llegó el joven científico alemán. Una visión renovadora que cambiaba la forma de entender el mundo. Einstein, humanista contradicho, resumió el de por sí complejo desarrollo de su teoría en tres axiomas elementales, que bien podaríamos citar de la siguiente manera.

1. Los sucesos que son simultáneos para un observador pueden no serlo para otro.

2. Cuando dos observadores que se desplazan uno respecto al otro miden un intervalo de tiempo o una longitud, puede ser que no obtengan los mismos resultados.

3. Para que los principios de la conservación de la cantidad de movimiento y de la energía sean válidos en todos los sistemas inerciales, es necesario revisar la segunda ley de Newton y las ecuaciones de cantidad de movimiento y energía cinética.

Lo que Einstein nos dice, llevando apenas una pequeña parte de su teoría al extremo de la simplificación, es que la medición de los intervalos temporales alcanza una variación relativa al marco de referencia que cada individuo tiene respecto de un mismo suceso. El tiempo se dilata, al menos en la teoría. La avidez de que por fin el hombre pueda viajar a través de él llegó con la relatividad especial. Aunque todo esto a sabiendas de que es casi imposible acercarse a la velocidad de la luz. El reloj biológico de una persona puede ir más lento en determinadas circunstancias, planteadas solamente en el papel y no en la práctica. Modificar y controlar el tiempo es la tarea que eventualmente perderemos a causa de nuestra incontestable finitud.

La persistencia de la memoria

© Dalí

Tres relojes que se escurren cual fragmentos de mercurio, acompañantes de un fondo que sólo podía haber surgido de la imaginación de un hombre capaz de soñar despierto. Al calor de las palabras, es la obra más representativa del surrealista español Salvador Dalí. Y es también, por qué no decirlo, la expresión artística de E=mc2. Años atrás Einstein se partía la cabeza para concretar sus ecuaciones y hacer que éstas encajaran con las leyes de la mecánica cuántica. En 1931 Dalí lo expresó todo en un cuadro de apenas 24 por 33 centímetros, y nadie dice que la tarea no fuera igual de desgastante.

Apegados a la versión oficial detrás de su creación, todo surge una noche después de haber comido una pieza de queso en dudoso estado. Dalí concibió la pintura influido por un pensamiento que sitiaba su cabeza obsesivamente con imágenes referentes a la consistencia de los materiales, y fue ahí donde conjuntó ambas ideas; el Dalí artista se rencontró por fin con el Dalí científico. Al tiempo, encontramos que la obra de este pintor, no por casualidad, mostraba ciertos guiños para con los avances científicos que iban transformando aquella época. En él, ciencia y arte nunca estuvieron desligados y, se diga lo que se diga, siempre caminaron de la mano.

Relojes abstraídos en el tiempo eterno, enfadados con él, enfadados con su tarea, enfadados con ellos mismos. Objetos materiales que no pueden más y sucumben ante la duplicación. Sesenta movimientos con tres diferentes manecillas, sesenta movimientos y no más. Cómo no sentirse frustrado ante semejante labor, repetirse y caer en el automatismo. Hasta para una máquina la costumbre es el mayor castigo. La persistencia de la memoria. “Cuatro relojes y tres horas diferentes, momentos que no avanzan en el tiempo. Cuatro personas y tres horas diferentes, recuerdos que no avanzan en el tiempo”. De este modo, para Salvador Dalí el tiempo es subjetivo, no pasa igual para todos.

El inmortal

El universo Borges, al que se cita cada vez que el misterio se fusiona con la sinrazón. Quién podría pensar que un actor como éste pudiera quedarse fuera de las cátedras del tiempo. Quién se atrevería a decir que Borges, en quien cabe el infinito, se mantendría al margen de un diálogo tan apasionante, tan difuso, tan borgeano. Publicaba en inglés y es el último estandarte global de la literatura iberoamericana, así de contrastante era el hombre que alguna vez dejó de verse al espejo. Argentino de nacimiento, educado en el Reino Unido, como él mismo decía, se inclinó por la profesión de lector. Profesión que con los años dominó, de la que se sirvió también para recorrer el mundo sin salir de una biblioteca en la sala de su padre.

El universo Borges, al que se cita cada vez que el misterio se fusiona con la sinrazón. Quién podría pensar que un actor como éste pudiera quedarse fuera de las cátedras del tiempo. Quién se atrevería a decir que Borges, en quien cabe el infinito, se mantendría al margen de un diálogo tan apasionante, tan difuso, tan borgeano.

En 1949 Borges publica “El inmortal” como parte de El Aleph, su libro de cuentos más popular. En este relato el escritor plantea las derivaciones de la inmortalidad del hombre, analizándolas desde una perspectiva muy particular que mezcla religión, filosofía y literatura. Borges se cuestiona el valor de la inmortalidad, su función y su propósito. Y lo hace desde una óptica sagaz, mostrando la pobreza intelectual de la raza humana, criticando el deseo insubsistente de la vida eterna que se persigue desde que el hombre es hombre. “En Roma, conversé con filósofos que sintieron que dilatar la vida de los hombres era dilatar su agonía y multiplicar el número de sus muertes”. La vida se bifurca en múltiples caminos determinados por las posibilidades, todas ellas, con un mismo final.

“Ser inmortal es baladí; menos el hombre, todas las criaturas lo son, pues ignoran la muerte; lo divino, lo terrible, lo incomprensible, es saberse inmortal”. La muerte, si se quiere, es lo que da sentido a la vida, saber que cada minuto vivido puede ser el último, nos enseña el verdadero valor de la palabra al tiempo que nos confronta con el dolor causado por los actos que se han hecho en vano. “La muerte hace preciosos y patéticos a los hombres. Éstos se conmueven por su condición de fantasmas; cada acto que ejecutan puede ser el último; no hay rostro que no esté por desdibujarse como el rostro de un sueño. Todo, entre los mortales, tiene el valor de lo irrecuperable y de lo azaroso. Entre los Inmortales, en cambio, cada acto (y cada pensamiento) es el eco de otros que en el pasado lo antecedieron”.

¿Qué valor puede tener el tiempo para un inmortal? Aquel que ha encontrado la manera de burlar su propia muerte se despoja del tiempo, pero se convierte en prisionero del espacio. Para él, los actos se repetirán una y otra vez hasta el hartazgo. “Homero y yo nos separamos en las puertas del Tánger; creo que no nos dijimos adiós”.

4 minutos 33 segundos

Poner en tela de juicio el talento de John Cage es algo que está fuera de todo margen en este trabajo. Referente obligado de músicos y melómanos proclives a la heterodoxia sonora, Cage, fallecido compositor estadounidense, continúa dividiendo opiniones a favor y en contra de su pieza 4 minutos 33 segundos. Concepto poco entendido en su momento, que levantó sentencias diversas entre autoridades y referentes de la escena, cuya clasificación es prácticamente imposible. Lo que para algunos llega a ser digno de reverencia casi devota, para otros es sólo una representación simbólica en el intento de validar el supuesto discurso inscrito en la corriente posmodernista. Una idea brillante, pero que en la brillantez se extingue en sí misma. Tomar partido hacia alguno de los dos bandos queda a la interpretación subjetiva de cada quien.

No fue la primera ni es la última obra musical que sugiere al tiempo como elemento activo o pasivo de su estructura. Es un componente indisociable de la música en todo sentido, del que se sirve para dar forma a los arreglos y perpetuar el legado. Aquí es donde radica el conflicto de encuadrar la obra dentro de un marco crítico estrictamente musical. Lo que se registró en la cinta aquella noche no fue música, al menos no en los parámetros en que la entendemos, fue el sonido captado aleatoriamente de una audiencia sumida en la expectativa, expectativa que fue mutando a la impaciencia, impaciencia que terminó convirtiéndose en tímida complicidad. 4 minutos y 33 segundos reservados en la historia, 4 minutos y 33 segundos que no dicen nada, pero que lo expresan todo, 4 minutos y 33 segundos en los que se contiene todo el genio de John Cage.

Conclusión

¿Qué es lo que mide el reloj? No lo sé con exactitud. Si me apego a la definición textual hallada en los libros, el concepto sobrepasa mi capacidad de entendimiento; si pregunto, cada persona me dará una respuesta diferente. Reflexiono sobre el pasado, no encuentro respuestas claras, busco capturar el presente, pero me es imposible. El futuro no existe, vivimos en el filo espacio-temporal que delimita nuestros actos, más allá de ellos no hay nada. Sin pesimismo, ésta es sólo la idea de uno más entre los muchos a los que les gusta perder el tiempo, literalmente, vagando sobre preguntas improductivas, preguntas cuyas respuestas no generan algún tipo de ganancia material.

Para evitar problemas en cuestiones de pasado, presente y futuro es mejor recurrir al hombre que mejor entendió lo que representaban, Albert Einstein, quien aseguraba que la diferencia entre el pasado, el presente y el futuro es sólo una ilusión persistente. Siempre será arriesgado escribir sobre el tiempo, más y cuando el que lo hace dista mucho de tener un dominio amplio sobre el tema. Pero, como vemos, Salvador Dalí, Jorge Luis Borges y John Cage también teorizaron sobre el tiempo, no con algebra y aritmética, sino con sentido común, como se debe hacer, como lo hicieron los más grandes, como lo hacemos todos a diario. ¿Qué es lo que mide el reloj? ®

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Publicado en: Abril 2011, Ciencia y tecnología

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  1. Quien podrá, atrapado en el espacio-tiempo comprender de verdad como funcionan? También es interesante saber si hay un mas allá del espacio-tiempo, una dimensión a la que el espacio y el tiempo no la rigen ni condicionan.

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