El documental de Daniela Uribe sobre este célebre edificio art déco construido en 1930 por el arquitecto Juan Segura habla de esa historia, pero sobre todo la de sus inquilinos, en su mayoría jóvenes treintañeros que viven solos o con un roommate.
Los habitantes de la Ciudad de México asistimos diariamente a su trazo acelerado, a su derribo caótico y su reedificación improvisada. Una dinámica que va influyendo en los estados de ánimo, en las rutinas y en la relación que se tiene con las calles, tal como les fue ocurriendo a nueve inquilinos del icónico Edificio Ermita, hombres y mujeres solteros que rebasaron la barrera de los treinta años, en cuyos departamentos de breves dimensiones se terminaron refugiando. Y esto es retratado en Ermitaños(2019), la ópera prima documental de Daniela Uribe.
A propósito de que Ermitaños forma parte del recién estrenado Catálogo Cinematográfico de la Ciudad de México —proyecto digital de memoria e investigación que busca registrar todo aquel título que tiene como escenario, tema o pretexto a la capital— compartimos la entrevista con la realizadora, quien habló acerca de cómo fue encontrando las singularidades y los espacios menos visibles de aquel símbolo del art déco enclavado en Tacubaya, a la par que atestiguaba los reveses del mundo laboral y las decepciones de la vida sentimental que iban atravesando sus personajes, ello en una película cuyas imágenes de encierro y soledad inevitablemente ahora cobran otro significado.
—Si bien es un lugar emblemático y muy reconocible dentro de la ciudad, ¿cómo se da tu primer encuentro real con el edificio Ermita y qué es lo que descubres ahí que te llamó la atención para decidir hacer un documental?
—Llegué al edificio Ermita más por casualidad que por una intención. Yo compartía con una amiga este departamento en el que ahora estamos platicando, hasta que ella se independizó y se fue a vivir ahí, lo que fue su primera experiencia sola; de manera paralela yo tenía el interés de hacer un pequeño documental con tintes sociológicos y antropológicos acerca del porqué para las personas de mi generación parece que es muy difícil establecer vínculos de pareja duraderos. Y justamente mi amiga fue quien me dijo “Oye, aquí hay muchos solteros porque es un edificio con departamentos muy pequeños. ¿Por qué no vienes a que conozcas a mis vecinos y a lo mejor los puedes entrevistar para ese proyecto que quieres hacer?”, y me gustó la idea.
Entonces me invitó a una de las fiestas que estos vecinos organizaban en sus minidepartamentos, me los presentó, les comenté lo que quería hacer, la mayoría de ellos accedieron y de pronto una cosa llevó a la otra. Mi objetivo era hablar de este universo de gente soltera, pero poco a poco los habitantes se encargaron de compartirme toda su admiración por ese edificio; todos terminaron enamorados de éste y las personas como yo que llegan al lugar acaban contagiadas de ese amor.
—Como directora, ¿de qué manera fuiste afinando tu mirada para poder encontrar esos rincones particulares y aquellos detalles de los cuales, quizás a simple vista, el resto no repararíamos?
—Empecé en 2014 de manera amateur, sola, con mi cámara, y primero me concentré en conocer a las personas dentro de sus departamentos. Fue hasta un año después cuando me puse a analizar poco a poco el edificio al ir descubriendo que este espacio influía en las vidas de sus inquilinos. Para mí era importante retratar la simetría de este lugar, los patrones, jugar con la geometría; esto también fue parte de lo que me propuso el fotógrafo con el que comencé a trabajar antes que me cambiara por la música, porque tiene una banda de punk (risas). La idea después la retomé con Fernando de la Rosa, quien también es uno de los productores y editores de la película. Y, claro, también conocí el lugar a través de los mismos habitantes, todos me decían algo al respecto, entonces fotografiamos espacios que eran importantes para ellos, como el elevador o el patio interior.
—Después del contacto con los vecinos que a la postre serían tus personajes, ¿cómo fue el acercamiento con cada uno de ellos para acceder a sus espacios íntimos y capturar su individualidad?
—Uno pensaría que por ser ermitaños sería difícil acercarse a ellos, pero simplemente fue llegar un día con un teaser que había hecho con la amiga que me introdujo al edificio y unos amigos de ella y decirle a cada uno: “Mira, estoy grabando un documental, este es el tema, éstas son las preguntas que hago, y de aceptar grabaría en tu departamento durante unos cuantos meses”, y la verdad todos fueron muy abiertos; a algunos los seguí mínimo un año, los iba a visitar una vez cada tres meses para saber la actualidad de sus vidas. Y varios de ellos me llegaron a decir: “Quiero participar para ser parte de este documental que da cuenta de un momento histórico en este edificio que tanto amo”, algo que ahora cobra más relevancia porque resulta que la Fundación Mier y Pesado, la cual administra el edificio, ya no les renovó el contrato a los inquilinos porque lo iban a remodelar. Sin embargo, me gusta mucho cómo afrontaron todo este cambio, situación que tarde o temprano podía pasar.
—Un leitmotiv dentro del documental es el chat de WhatsApp en el cual estaban involucrados los protagonistas. ¿Cómo fue el proceso para recopilar esas conversaciones y qué buscabas representar con esos mensajes?
—El chat era muy importante para mí porque mi primera hipótesis era que la tecnología estaba contribuyendo para que las relaciones se volvieran más efímeras, ya después descubrí que no necesariamente es así (risas). Sin embargo, quise incluirlo porque me parecía interesante esta comunicación y esta dinámica que les permitía seguir siendo ermitaños, pero al mismo tiempo estar en contacto con la gente, en la cual preferían escribir: “Oigan, vecinos, ¿alguien tiene una lata de atún que me regale? Tengo flojera de bajar a la tienda” y ver quién respondía.
A mí me agregaron al chat desde 2014, y digamos que estuve de infiltrada, yo no escribía, solamente leía sus conversaciones y me reía de las cosas que de pronto ponían. Al final descargué el chat y junto con Luz Abril Rico, una chica que hizo sus prácticas profesionales conmigo, recopilé y elegí mensajes representativos; conforme ella iba viendo cosas, me hacía propuestas y yo también decía: “Me acuerdo de que una vez escribieron un comentario que estaba muy chistoso y que podría funcionar en esta parte de la película”, y lo buscábamos. Digamos que hicimos una curaduría de mensajes para reflejar sus personalidades y estilos de vida y también para retratar cómo se apoyaban en momentos particulares, por ejemplo durante el sismo de septiembre del 2017.
—Resulta muy común encontrarse en redes sociales o escuchar en conversaciones propias o ajenas que para la generación a la cual pertenecen los personajes de tu documental, llegar a los treinta años es algo crítico: son personas que viven muy abrumadas por la vida independiente, el primer trabajo, justamente el poder mantener una relación sentimental, como una suerte de ethos. ¿A qué crees que se deba esto?
—Yo creo, por una parte, que es debido a este culto que la sociedad rinde a la juventud, pero también tienen que ver mucho las condiciones económicas del país, las cuales son muy inestables, en donde trabajamos demasiadas horas para poder sobrevivir, y eso hace también que sea más difícil relacionarnos; si apenas podemos mantenernos a nosotros mismos, la idea de mantener una familia la piensas dos o tres veces. Aunque, claro, estamos hablando de un sector específico de la sociedad, la clase media, porque, por ejemplo, en los barrios populares la aspiración a casarse y tener hijos está presente desde muy temprana edad, mientras que la clase alta tiene otras preocupaciones y su vida más resuelta.
—¿De qué modo fuiste concibiendo la estructura narrativa de la película para que se sintiera una uniformidad en todos estos años que estuviste siguiendo a tus personajes?
—Una productora española, que se llama Marta Andreu, de quien recibí asesorías a inicios del 2016 en un taller de cine documental organizado por el Festival de Cine de Cartagena de Indias, me aconsejó que podía dividir la película por personajes o por temas para que no se sintiera dispersa; elegí la segunda opción, sentía que era más fácil ir ubicándolos por ciertos intereses, por características que compartieran, ya fuera una actividad, su percepción sobre las relaciones, las mascotas, etcétera, y así poder explicar qué es ser un ermitaño en esta ciudad.
—En el documental se incluyen algunos segmentos de animación para hablar acerca de la arquitectura del edificio. ¿Con quién trabajaste en ese aspecto y por qué decidiste utilizar ese recurso?
—Las ilustraciones las hizo un arquitecto que se llama Héctor López, a quien conocí porque fue mi roommate durante un mes, y las animaciones fueron hechas por Luis Daniel Trujillo. La idea era tener un toque de personalidad con los trazos, el diseño, la tipografía; yo no quería recurrir a imágenes de archivo. Posteriormente, hicimos detalles como el elevador, la vista lateral del edificio y luego realizamos un dibujo isométrico del interior de los departamentos. Finalmente, me animé y los planos los hice durante un día.
—La ubicación del edificio Ermita representa perfectamente los marcados contrastes propios de la ciudad: en el mismo perímetro confluyen las avenidas Revolución y Jalisco, a unas cuantas cuadras se encuentra la tumultuosa zona del paradero de Tacubaya, y no tan lejos de ahí se empiezan a asomar las colonias Escandón y San Miguel Chapultepec. ¿De qué forma reflejar cinematográficamente a la urbe y esas disparidades?
—Para mí era difícil abarcar todo el contexto de la ciudad porque el edificio es una isla en medio de tres avenidas caóticas, pero entonces pensé en representarlo a través del sonido. Desde que entré a ese lugar me pareció muy particular el ruido permanente proveniente del exterior. Sin embargo, las personas que vieron el primer corte me decían que la película era muy claustrofóbica. Yo no quería salir, pero después me di cuenta de que eran necesarios esos respiros, y creo que éstos se lograron a través de las vistas de la ciudad, por las ventanas y la azotea, pues tuvimos suerte de grabar un día y también con la ayuda de un dron que sobrevoló el edificio.
Yo llevo viviendo desde hace más de diez años en este condominio y he visto cómo han ido levantándose los nuevos edificios de Reforma y cómo la zona se ha vuelto muy hostil; yo también me he hecho ermitaña, me la paso aquí encerrada porque es muy abrumador enfrentarte de pronto a tanta gente que ha llegado.
—Durante el documental se hace hincapié en el accidente que ocurrió en marzo del 2016 a un costado del edificio, mientras se estaba demoliendo el cine Ermita y el cual varios de los vecinos atestiguaron por las ventanas. Fue un caso muy sonado en las noticias: por un lado, por la desastrosa ejecución que provocó el accidente y, por el otro lado, porque desapareció un lugar distintivo, una sala de cine que incluso tenía en su exterior un pequeño paseo de la fama que conservaba placas con las huellas de actores mexicanos famosos, las cuales muy probablemente terminaron en la basura. Pareciera que la ciudad se va planeando y reedificando, pero de una manera totalmente improvisada, y de alguna manera esto incide en cómo nos relacionamos día a día con la calle. ¿Tú qué opinas al respecto?
—Efectivamente, ese accidente que hubo en lo que ahora es el Conjunto Ermita, que ocurrió porque evidentemente no planearon bien las cosas, como pareciera que pasa con todo en este país, representaba para mí esa transformación a la que estamos expuestos todo el tiempo en esta ciudad y de la cual no podemos escapar. Por ejemplo, yo llevo viviendo desde hace más de diez años en este condominio y he visto cómo han ido levantándose los nuevos edificios de Reforma y cómo la zona se ha vuelto muy hostil; yo también me he hecho ermitaña, me la paso aquí encerrada porque es muy abrumador enfrentarte de pronto a tanta gente que ha llegado.
Por otra parte, recuerdo haber visto en la televisión al arquitecto del Conjunto Ermita, quien explicaba que dentro de este monstruo inmobiliario los modelos de los departamentos se concibieron para roommates, ahí también ves cómo se va transformando la manera en que se construye la ciudad para las personas, ahora ya no se piensa en familias, sino en roommates; las necesidades son otras. En ese sentido, me parecía fascinante el porqué Juan Segura Gutiérrez, el arquitecto del edificio Ermita, lo pensó de esa manera con setenta y ocho departamentos para una sola persona, tomando en cuenta que en esa época eran más comunes las familias numerosas.
—Al leer el presskit uno se entera de que Ermitaños no se limita a ser una película, sino que es un proyecto transmedia. Platícame acerca de la manera en que fue evolucionando tu trabajo.
—Tomé un diplomado de Antropología visual en la Escuela Nacional de Antropología e Historia en 2014 y ahí nos enseñaron lo que es un web doc, yo nunca había escuchado acerca de ese concepto; después descubrí que se trata de un documental interactivo en el cual se cuenta una historia por medio de hipervínculos con los que puedes saltar de un tema a otro y de un punto de vista a otro sin necesidad de que sea lineal, como en una película convencional, y a mí me llamó mucho la atención hacer uno, inclusive antes que el largometraje.
Posteriormente, metí el largometraje a la Maestría de Cine Documental en la ENAC, todavía en ese entonces CUEC, y lo presenté precisamente como un proyecto transmedia, entendiendo esto como una narrativa que se puede contar a través de diferentes plataformas. Me aceptaron, pero en ese momento como que no le hicieron mucho caso al concepto de transmedia, aquí era un término todavía muy incipiente.
Empecé a trabajar en el documental y en 2018 también abrí una cuenta en Instagram, porque quise crear un archivo digital para que las imágenes tomadas constantemente tanto por los inquilinos como por los transeúntes que pasan diariamente por ahí, las cuales capturan una época en particular, no se quedaran desperdigadas, y eventualmente se perdieran. Después de haber filmado la película durante cuatro años seguí de aferrada y finalmente hice el web doc. Me di cuenta de que cada vez que metía la película a pitching me decían: “Que padre tu documental, pero yo quiero saber más sobre el edificio y su historia”, entonces pensé: “Voy a hacer la película como yo quiero, pero le voy a dar al público lo que también puede querer”, por lo que el web doc está enfocado en el edificio.
—¿En qué consiste el web doc de Ermitaños?
—La premisa con este web doc es que el usuario se convierte en el noveno ermitaño, entonces entras al sitio rentando tu departamento, te aparece un juego interactivo drag and drop en el que diseñas tu nuevo hogar. Posteriormente, tienes la opción de elegir entre un chat interactivo o un paseo por el edificio. En el primer caso, puedes darle click a los globos de las conversaciones que te llevan a videos con especialistas, como antropólogos, que explican cómo están viviendo los ermitaños, hablando de las problemáticas que abordo en el documental. Mientras tanto, en el recorrido por el edificio, la interfaz comienza en el elevador y cada piso tiene un contenido distinto: en el uno hay una línea del tiempo interactiva para conocer la historia en torno al lugar, en el dos se presenta una animación de la vida de Juan Segura Gutiérrez, en el tres tienes la oportunidad de hacer un recorrido de 360° por el condominio, en el cuatro hay un mapa interactivo de Tacubaya en el que se cuentan algunos puntos importantes del barrio, como el hecho de que por esos rumbos Luis Buñuel filmó algunas escenas de Los olvidados o que Javier Solís era originario de ahí, y en el último piso accedes a una animación futurista del Ermita. ®