La generación que fue influenciada por Bowie encuentra ahora difícil asimilar las nuevas corrientes. Una suerte de blues sesentero posmodernamente recargado al estilo retro se puso de moda. La inteligencia, el estilo duradero y el sentido del rock como algo aún más significativo y complejo que el puro rock se han venido convirtiendo en elementos de archivo muerto.
No se equivoquen, esto no es la resurrección de Picasso en la era de Damien Hirst. Tampoco una maquiavélica maniobra de la industria cultural intentando hacer dinero de las cenizas de una decrépita exestrella del rock. Esto no se trata del hallazgo de unas cuantas fotografías inéditas de los Beatles o los Rolling Stones para arrebatar las últimas reservas económicas de las alcancías de los “verdaderos fans”. Vaya, esto no se acerca siquiera al retorno de un imitador de David Bowie (lo cual no sería tan malo como otras cosas). De lo que hablamos aquí es de lo que todavía puede nombrarse excepcional. Lo que mantiene su distinción. Lo que aún se llama arte. Esto es clase en una época en que la clase ha sido devaluada hasta lo improbable.
¿Qué estarán hablando ahora los que confirmaban el retiro? Yo —uno de ellos—, esto es lo que estoy diciendo. La nueva canción ya ha probado ser casi tan buena como para eclipsar de un zarpazo el prolongado silencio. Después de todo, David Bowie mostró ya a un par de generaciones que hay más cosas en la vida que el día a día de los ricos y famosos. De igual forma, el músico inglés se ha ganado la confianza de millones de seguidores cuando de creatividad artística se trata. Es cierto, existen baches como lo de Tin Machine, pero ningún genio ha gozado nunca de la consistencia permanente. Lo que distingue al genio son sus estándares. En términos beisboleros, su promedio de bateo. El de Bowie es estelar.
La nueva canción ya ha probado ser casi tan buena como para eclipsar de un zarpazo el prolongado silencio. Después de todo, David Bowie mostró ya a un par de generaciones que hay más cosas en la vida que el día a día de los ricos y famosos. De igual forma, el músico inglés se ha ganado la confianza de millones de seguidores cuando de creatividad artística se trata.
El 10 de enero, en su cumpleaños número sesenta y seis, David Bowie, tal y como lo ha hecho en otras ocasiones, nos obsequió una revelación. La noticia de que su nuevo álbum, The Next Day, saldrá en marzo, permeó el ambiente musical con regocijo, excitación y, también, para más de uno, cierto alivio. Ni siquiera su colaborador y amigo vitalicio, Tony Visconti, había dicho una sola palabra al respecto. El hecho fue anunciado y presentado con elegancia inigualable. Aquí hay una pieza, también un video. Existen. Hagan lo que quieran con ellos. Ambos podrán ser subestimados, no obstante los dos ofrecen nuevas profundidades, nuevos niveles de lectura. La canción es sencilla, mas no instantánea. No es un intento por recapturar las glorias pasadas. Ahí está David Bowie, como un fantasma tembloroso que deja a su paso una huella elegiaca de un tema ya tratado por el músico anteriormente: anhelar Europa como se anhela la juventud. El mensaje es humano, la forma es sideral. Otra conjetura: el músico no lo hubiese arrojado al mundo sin la certeza de que su paquete es lo suficientemente poderoso como para sumar algo a su obra y pulir así su mitología. Las frases se entrecortan, son espectrales. Los suspiros ponen el énfasis en el discurso: ésta es una lección más de un corazón en proceso de descomposición. El canto del pavorreal transformado en el proverbio de un sabio.
Han pasado siete años desde el último concierto. Nadie podía imaginar que el grandioso Reality (2003) sería el último contacto musical en una década. Una década sin arte. David Bowie no estaba bien: cirugía de corazón y una paleta arrojada por algún descerebrado, que golpeó su ojo durante un concierto en Oslo. Bowie se retiró a Nueva York a relajarse y disfrutar de su esposa y su hija. Declaró que ya se había perdido la infancia de su hijo —el director de cine Duncan Jones— y que no pensaba cometer el mismo error con su hija.
Aquí hay una pieza, también un video. Existen. Hagan lo que quieran con ellos. Ambos podrán ser subestimados, no obstante los dos ofrecen nuevas profundidades, nuevos niveles de lectura. La canción es sencilla, mas no instantánea. No es un intento por recapturar las glorias pasadas. Ahí está David Bowie, como un fantasma tembloroso que deja a su paso una huella elegiaca de un tema ya tratado por el músico anteriormente: anhelar Europa como se anhela la juventud.
Hubo uno que otro cameo inesperado en álbumes ajenos, pero, sobre todo, hubo una reclusión atípica, un disfraz que no conocíamos: su ausencia. Y entonces, rumor tras rumor, el contenedor se fue llenando. ¿Sería posible que —finalmente— el de Brixton se hubiera quedado sin ideas? ¡¿Sería acaso que el de los ojos bicolores fuera demasiado vanidoso como para exhibir su vejez?! No, su nuevo video está exento de todo narcisismo; por el contrario, muestra abiertamente sus facciones y aun las amplifica para deformarlas.
Nosotros podemos estar seguros de algunas cosas. Si el nuevo álbum es tan bueno como Heathen (2002) o Reality, será mejor que la mayoría de los álbumes de este año. Si es una obra maestra como _________ ‒inserte aquí el nombre de su álbum favorito de David Bowie‒, asaltará ipso facto la historia como un clásico. Desde luego que lo más probable es lo primero. Quizá él ya no tiene el deseo o la necesidad de romper esquemas. De cualquier forma, cuando se trató de álbumes cursis ochenteros los críticos lo destazaron. Y podrán decir lo que se les antoje, pero dentro de todo ese revoltijo kitsch de esos años Bowie se encargó de dejar ahí el mejor disco de la década. Un par de lustros más tarde se trató del esotérico Outside (1995)y los críticos nuevamente arremetieron. Un buen día, esos ociosos de la pluma deberán frotarse los ojos para reconocer que Bowie está básicamente en el polo opuesto del, digamos, reconcentrado Eric Clapton. O, por qué no decirlo, también de algunos coetáneos del pop como Elton John o Rod Stewart, convertidos en payasos de la industria del entretenimiento más ligero, algo que, por supuesto, va de la mano con las máquinas registradoras de papel verde.
Bowie es todo lo que se dice de él: un sujeto carismático que avanza con pasos impredecibles. Y no estará aquí por siempre. The Next Day (2013) podría implicar nuevos coqueteos con la mortalidad, un tema ya tocado en los citados Heathen y Reality y elaborado obsesivamente en Hours... (1999).
Algo que esta década de silencio ha añadido a la imagen de David Bowie es misticismo. Sus seguidores languidecieron, deprimidos, pero incluso los más indiferentes podrían aceptar que su presencia en el mapa musical era profundamente echada de menos. La generación que fue directamente influenciada por Bowie encuentra ahora difícil asimilar las nuevas corrientes. Una suerte de blues sesentero posmodernamente recargado al estilo retro se puso de moda. La inteligencia, el estilo duradero y el sentido del rock como algo aún más significativo y complejo que el puro rock se han venido convirtiendo en elementos de archivo muerto. Las nuevas generaciones no han sido afectadas directamente por la música de David Bowie, aunque al hacer el hallazgo de su música de inmediato saben que eso es de otro lugar, de otra dimensión y, además, es infinitamente bueno. Y, lo más importante, abre las puertas hacia algo más. Sirva de ejemplo el tema clásico de Bowie y Brian Eno, “Heroes”, que hasta en las más horrorosas versiones —existe una miríada de ellas— todavía logra conmover con su esqueleto.
La inteligencia, el estilo duradero y el sentido del rock como algo aún más significativo y complejo que el puro rock se han venido convirtiendo en elementos de archivo muerto. Las nuevas generaciones no han sido afectadas directamente por la música de David Bowie, aunque al hacer el hallazgo de su música de inmediato saben que eso es de otro lugar, de otra dimensión y, además, es infinitamente bueno.
El reencuentro es sutil, pero es enorme. Quizá no en el sentido comercial —es altamente improbable que haya conciertos—, pero en el sentido de que la Atlántida está de regreso en el atlas. Pocos podrán tildar a Bowie de improvisado, así que las nuevas referencias a las calles y plazas de la capital alemana en “Where Are We Now?” bien podrían ser un mensaje entrelíneas de que este artista no sólo fue Ziggy Stardust, Aladdin Sane y el hombre del alma de plástico que cayó en la Tierra. Fue, también, la mente detrás de obras que tendrán una influencia crónica en la historia del rock, la llamada Trilogía de Berlín: Low (1977), Heroes (1977)y Lodger (1979). Después de todo, Bowie siempre ha sido un fino practicante de la intertextualidad, en especial con alusiones que remiten a su propia obra.
Insisto, ésta no es la gira de aniversario de los cuarenta años de un álbum semiolvidado. Hablamos de alguien que valora el ambiguo poder de la sugestión, el néctar de la deliberación. Esto no es una gota, es una tormenta. Hay música vieja, hay música nueva y hay David Bowie. Si usted no está lleno de júbilo o, por lo menos, un poco intrigado por su regreso, usted está haciendo su universo más pequeño de lo que éste necesita ser. ®
Juan Carlos Gutiérrez
Bueno, aquí el autor me deja soprendido del lenguanje que usa para definir a Bowie y su regreso. Yo, amante de la música, sin más vocabulario que unas 200 del diccionario, sólo agregaré que todo aquél que se precie de ser un buen escucha debería por lo menos tener un disco de él. Cualquiera es genial.
Pd.-«Black Tie/ White Noise» es uno de mis favoritos. El sonido en todas es excelente.
Jesús Serrano Aldape
Un ensayo conciso y no puedo estar más de acuerdo con él. Sólo la fecha de nacimiento de David, es el ocho de enero, no el diez.