De los años sesenta a ochenta se desparramaron en las calles de Londres y otras ciudades, así como en los estadios y en los pubs, miles de jóvenes punks, skinheads y hooligans, en su mayoría de clase obrera, para gritar, cantar, emborracharse y armar tremendas batallas campales.
La Premier League es el mejor torneo de futbol. En pocas ligas el equipo recién ascendido le gana —en un partido reñido, con la afición al borde de un ataque al corazón y sudando las cervezas que se bebieron en el pub— al actual campeón de la UEFA Champions League. Historias así es como la de los Foxes del Leicester City; dos temporadas después de ascender a la élite del futbol inglés fueron campeones por primera vez. Ocurrió en 2016 y fue posible por la inversión que hizo la empresa tailandesa King Power, la sapiencia del director técnico italiano Claudio Ranieri, y por jugadores como Jamie Vardy. Éste —su delantero estrella nacido en Sheffield, sur de Inglaterra, en 1987— años atrás jugaba de manera amateur en la Séptima División, trabajaba en una fábrica de férulas, tenía un brazalete electrónico por una condena judicial —se peleó en la calle—, entrenaba borracho y, como contó en su libro autobiográfico Jamie Vardy: From nowhere, my story (2016): su secreto para sentirse ligero y hacer goles consiste en tres Red Bulls, un café expreso doble y un omelette de jamón con queso.
Personajes como Vardy no sólo pululan en las canchas. También existen entre las firmas: agrupaciones de hooligans que apoyan a sus equipos. Por ellos el balompié ha ido de la mano con la violencia, desde sus orígenes en el siglo XIX a través de la Football Association, la cual se originó en medio de la Revolución Industrial (1760–1840). Sin embargo, a partir de 1880 se han registrado conatos de bronca. Una de las razones que, incluso, terminaron con el cierre de estadios —no parece ser raro, sino que es algo que muchos desearían vivir para sentirse en películas como Awaydays (2009), Cass (2008) o The football factory (2004)— eran las grandes cantidades de alcohol ingerido que propiciaban riñas y que los involucrados fueran encarcelados. Y cuando regresaban a sus barrios ganaban buena reputación por actuar como animales salvajes.
Allá por 1890 esto solía ocurrirle a un tal Edward Hooligan, quien no era más que un alcohólico de Southwark, sur de Londres. El borrachín de sangre irlandesa —bien podría ser el Santo al que le rezan los malacopas— se convirtió en una leyenda al buscar pelea en todos los partidos a los que asistía. Pero lo más importante que hizo fue que de forma involuntaria —como siempre lo trataron despectivamente— el fenómeno de la violencia en el futbol acuñó su apellido, para llamar así a la afición que abarrotaba los estadios años después del Mundial de 1966, en el cual salió victoriosa la selección inglesa jugando de local.
Se cuenta sobre esta afición rapada, con tirantes, botas obreras, chamarras bomber y que bailaba reggae con inmigrantes jamaiquinos, que en aquella época corrieron a cadenazos a los seguidores del Manchester United, los Red Devils, aun cuando se trató de un partido amistoso en su estadio Fratton Park.
Así, en la temporada de la Football League de 1968–1969, cuando la juventud tenía años tratando de encontrar su identidad en subculturas como las de los teddy boys, los rockers, los mods o el movimiento hippie, en las gradas comenzaron a verse skinheads apoyando a la escuadra de sus barriadas. Acerca de estos adolescentes con ganas de pelea, los primeros que dieron de qué hablar fueron los del Portsmouth, equipo modesto del sudeste de Hampshire al que se conoce como la Blue Army. Se cuenta sobre esta afición rapada, con tirantes, botas obreras, chamarras bomber y que bailaba reggae con inmigrantes jamaiquinos, que en aquella época corrieron a cadenazos a los seguidores del Manchester United, los Red Devils, aun cuando se trató de un partido amistoso en su estadio Fratton Park, que data de 1898.
Etimológicamente se cree que hooligan viene de Rusia; alrededor de 1910 apareció la palabra khuligan para referirse a los vagos. No obstante, hay una historia que me gusta asociar al submundo del futbol inglés. Es la que tiene que ver con pandillas como los Peaky Blinders, que actualmente —gracias a sus protagonistas, la familia Shelby que vivía en Birmingham, cuna de la Revolución Industrial— gozan de popularidad por ser retratados en una serie de televisión de la cadena BBC. Este tipo de grupos delincuenciales que existieron entre 1890 y 1910 obtuvieron renombre por sus gorras irlandesas, donde guardaban cuchillas de afeitar para atacar a quienes les hacían frente. Sobre ellos y otras cofradías del mismo estilo el periódico The Times comenzó a utilizar el término hooliganism para referirse a sus fechorías que tenían que ver con la working class. Incluso, viendo en retrospectiva cada una de las subculturas británicas, bien podría ser considerada de las primeras y más importantes, en cuanto continuó con la filosofía de vida de los Scuttlers, los cuales surgieron en Manchester y datan de la época victoriana (1837–1901). Las diferencias entre ambas eran nulas: su entraña estaba relacionada con el orgullo obrero.
También en la literatura, escritores como Clarence Rook escribieron libros de no ficción como The hooligan nights (1899), en el que habló de un joven delincuente del East End londinense con quien solía convivir. Arthur Conan Doyle, de igual forma en sus relatos The adventure of the six Napoleons (1904) y The red circle (1911), utilizó el término hooliganism para referirse al vandalismo.
Con todo esto relacionado con el pasado industrial y callejero de Gran Bretaña, entiendo la pasión que se vive en los estadios. Y en cuanto comencé a ver la serie Peaky Blinders fue inevitable pensar en cosas ligadas al futbol y la música de los sesenta, setenta y ochenta, porque estoy seguro de que los hechos que narraré a continuación, de haber acontecido tiempo atrás, sus protagonistas hubieran sido tipos como Tommy Shelby o cualquiera de sus tres hermanos.
Aquí viene el nuevo punk
En el corazón del East End hay un famoso dicho del siglo XIX: “Jamás se te ocurra entrar sin un arma cargada, y jamás vengas solo”. De esa zona industrializada en la que no importaba el color de piel, estaba repleta de ladrones, fábricas y muelles que apestaban a desechos químicos y ginebra son los Cockney Rejects, agrupación que formaron los hermanos Jeff “Stinky” y Mick Geggus a finales de los setenta. Por su sonido, que representó la segunda ola del punk —cuando sí era callejero y no arty— su música fue llamada Oi! Garry Bushell, periodista, activista y vocalista de The Gonads, les dio esta etiqueta que, más bien, es una expresión cockney —así se le llama a las personas nacidas en el este de Londres— para decir: “¡Hey, tú!”
Para aquel entonces los habitantes del East End decían que la única forma de ser alguien en la vida era convirtiéndose en futbolista, boxeador o estrella de rock. No obstante, los Cockney Rejects saltaron a la fama por haber hecho las tres cosas a la vez cuando en 1980 protagonizaron una batalla campal en contra de skinheads afiliados a las firmas de los equipos Birmingham City, los Blues, y Aston Villa, los Villans.
Los hechos se dieron en la tierra prometida de los Peaky Blinders: Birmingham. Ahí, dispuestos a dar un concierto en el Cedar Club, local de Kevin Rowland, vocalista de Dexys Midnight Runners, los Cockney Rejects —junto a su crew que en total sumaban veinte afiliados a la Inter City Firm (ICF) de los Hammers del West Ham United— comenzaron a sentir tensión, tratando de llegar al escenario mientras caminaban entre los malencarados que ahí se hacían presentes; recibían insultos de una centena de tipos rapados sin dientes frontales, con tatuajes o cicatrices en sus rostros, y con tarros de cerveza o ceniceros entre sus manos.
Meses atrás —y porque desde niños son seguidores del West Ham United— los Cockney Rejects habían interpretado el himno de los Hammers, “I’m forever blowing bubbles”, en uno de los programas más vistos de la televisión británica: Top of the tops. Y para echarle más sal a la herida, causando el tremendo caos aquella noche en la cuna de la Revolución Industrial, fue que aparte del campeonato de la FA Cup que había obtenido su equipo, la banda del East End —como su finalidad siempre fue poner al barrio en el mapa— salieron con unas playeras del West Ham United en cadena nacional. De esa forma dieron cátedra con el mejor playback de toda la historia; además estaban ebrios, por lo que jamás volvieron a ser invitados por la BBC.
Según cuentan los hermanos Geggus, el ambiente en el Cedar Club era similar al de un estadio a punto de hacer ebullición. Una, dos, tres canciones y comenzaron a volar al escenario los tarros y los ceniceros. Stink, vocalista y quien tiene un pasado como boxeador amateur, en ese entonces tenía dieciséis años, era bravucón y por el micrófono se le ocurrió invitar a pelear a quien por poco lo golpea. A partir de ese momento comenzó la batalla campal. Mick, guitarrista y hermano mayor de Stinky, terminó con una cicatriz en el rostro, la cual cada vez que ve reflejada en un espejo recuerda esa cockney–adventure. También le vienen a la mente los navajazos y guitarrazos, las sillas volando por todos lados, el sonido del vidrio rompiéndose, los charcos de sangre y el putrefacto olor de la noche en que por fortuna salieron vivos de Birmingham.
Pero lo más increíble y que podría ser una escena de Peaky Blinders —perfecta para cierre de temporada— fue que la trifulca se trasladó a un hospital, donde las firmas de los Blues y los Villans corrieron a buscar a Mick, momentos después de que fue trasladado en una ambulancia por el horrible corte que tenía en el rostro. De esa batalla campal en adelante, concierto que daban los Cockney Rejects, concierto en el que se daban de golpes con firmas rivales del West Ham United. Hasta con skinheads neonazis (boneheads) que comenzaron a ganar terreno en el Oi!, en cuanto la prensa muy mal informada ligó al movimiento con la extrema derecha, todo porque desde 1976 a Malcolm McLaren —creador de la primera boy band de punk: Sex Pistols— se le hizo buena idea combinar los pensamientos nihilistas y sin futuro con la esvástica nazi. Por esa razón hubo gente que pensaba que la explosión del punk en 1977 tenía que ver con el neonazismo. Sin embargo, por la confusión que había, fue inevitable que el partido político National Front creara sus propias bandas como Dentists y Ventz, para que en sus letras —sobre todo para llegarle a la juventud y así sumar más séquitos a su clan— se encargaran de promover la supremacía blanca.
Una ley para ellos y otra ley para nosotros
Por los Cockney Rejects existieron los 4–Skins, otro grupo del East End que tocó de 1979 a 1984. Antes de que comenzaran a ensayar, vagaban o se emborrachaban con los hermanos Geggus y compañía en el pub que pertenecía a una familia de boxeadores: Bridge House. Estaba ubicado en Canning Town, este de Londres. De hecho, tal vez estuvieron en la batalla campal de Birmingham, aun cuando no formaban parte de la ICF y, en cambio, apoyaban a los Spurs del Tottenham, los Gunners del Arsenal o los Lions del Millwall.
En el año de su formación —siendo parte de la nueva camada de skinheads que llamaban la atención en las calles— se percataron de que la movida del Oi! comenzó a ser relevante para el periodismo. La revista Sounds, donde escribía Gary Bushell, decidió presentarlos ante la multitud como una banda que, realmente, podía destruirlo todo.
Al principio —sin el afán de convertirse en uno de los grupos más representativos del Oi!—, los 4–Skins no le ponían atención a su proyecto musical. Preferían beber y pasar el rato en pubs. Pero cuando coincidieron en lo que querían transmitir plasmaron en sus canciones violencia, represión policial y corrupción política, entre otros temas que veían, sentían y respiraban siendo desempleados o teniendo trabajos de bajo perfil. De esa manera —rentando estudios de grabación y sin contar con sus propios instrumentos musicales—, crearon temas como “Chaos” o “A.C.A.B.” (All Cops Are Bastards).
El integrante más popular de los 4–Skins fue Tom McCourt, a quien apodaban “Hoxton” por el barrio del norte donde vivía; desde ahí solía trasladarse al East End. En 1977 se metió al punk con una estética skinhead; estaba harto de la comercialización que había tenido, de que cualquier persona vistiera como Sid Vicious. Su elegante estilo no era algo banal, porque sus influencias venían de algunos tíos y primos que fueron cabezas rapadas a finales de los sesenta. Ellos le inculcaron el amor por la música editada por los sellos Motown, Stax y Trojan. Por eso se dice que Hoxton fue uno de los primeros skinheads que tuvieron afinidad con el Oi!, que es el género musical más incomprendido por la supuesta afiliación al pensamiento de la extrema derecha. Incluso —y como si se volviera a repetir la historia de la primera ola del punk—, esas ideas sí las manifestaron algunas bandas inmiscuidas en el rock against communism (RAC). Proyectos de este estilo eran parte de organizaciones neonazis. Skrewdriver se convirtió en la voz musical del National Front y la organización Blood & Honour, editando parte de su música en el sello discográfico del partido político: White Noise. Mientras que otras se vieron involucradas en firmas radicalizadas bajo este tipo de pensamiento, como Combat 84; su patriótico vocalista, Chris “Chubby” Henderson, desde los ochenta lideró a los Headhunters del Chelsea y vivió el hooliganismo al máximo esplendor; fue encarcelado y años más tarde radicó en Tailandia, donde tuvo un pub llamado The Dong’s Bollocks.
Hoxton fue el único de los 4–Skins que tocó los cinco años. La alineación del grupo siempre estuvo cambiando, por lo que se encargó de la guitarra y el bajo en distintas etapas. También apoyaba al Tottenham sin tanta veneración como lo hacían los Cockney Rejects por el West Ham United; se cuenta que llegó a acompañarlos a ellos y la ICF al Upton Park, donde antes jugaban los Hammers. Pero entre las cosas que lo convirtieron en leyenda es que apareció en la portada del sencillo de la canción “Clash city rockers” de The Clash, editado por CBS en 1978. Igualmente, lo que podría transformarlo en un personaje principal de Peaky Blinders es que fue uno de los primeros suedeheads (evolución de los skinheads) que se vieron en la década de los setenta, a partir de que se dejó crecer el cabello, era más llamativo que cualquier otro cabeza rapada, y porque se fue involucrando en la escena mod revival que explotó por la popularidad de bandas como The Jam. Sin embargo, su conocimiento musical y su figura tan llamativa no le impedía ser agresivo y sacar su estirpe callejera cada vez que fuera necesario.
Desgraciadamente la reputación de los 4–Skins se vio contaminada por un concierto de 1981 en la taberna Hambrough de Southall, oeste de Londres. Para esas fechas había una situación económica y social muy precaria. De igual forma, la extrema derecha reclutaba jóvenes en los estadios de futbol y en conciertos de RAC. Los problemas se dieron, ya que este barrio tenía un alto porcentaje de asiáticos que vivían ahí. Entonces, la confusión que existía alrededor de los skinheads y el Oi! —mucha gente creía que todos eran neonazis— provocó que el show donde se iban a presentar junto a The Last Resort y The Business se convirtiera en el escenario donde la comunidad de esta zona tomó venganza por el racismo que venían sufriendo; anteriormente se habían cometido algunos asesinatos en protestas.
En la taberna, antes de prenderle fuego con bombas molotov, se dio un enfrentamiento que quedaría para la historia entre asiáticos —la mayoría miembros del Southall Youth Movement, grupo antirracista y antifascista formado por británicos asiáticos y negros—, policías y skinheads. La noticia y los bomberos intentaban apagar el fuego entre la revuelta, que coincidió con la final de tenis del Campeonato de Wimbledon. Por lo mismo, aquellas escenas infernales y que daban a conocer cómo era el ambiente británico en aquel entonces rápidamente le dieron la vuelta al mundo. Y por el amarillismo que se desencadenó en los noticieros y la prensa, algunas tiendas de discos se negaron a vender la música de los 4–Skins, y una sesión que habían grabado para la BBC nunca se emitió.
A pesar de estos lamentables hechos ligados al proletariado, su canción “One law for the them” —salió casi al mismo tiempo que lo sucedido en Southall y bien podría ser parte del soundtrack de los Peaky Blinders— es tan importante y transmite lo que realmente era el movimiento del Oi!, en cuanto declararon que jamás tuvieron una afiliación política ni de izquierda ni de derecha, y que su música simplemente era para disfrutarla.
Los nuevos reyes de la moda
Cuando Hoxton se involucró en la escena mod revival a finales de los setenta, Secret Affair era la banda más importante. Incluso más que The Jam, quienes ya formaban parte de la cultura pop británica, en cuanto explotó “In the city”, su canción sobre las ideas de los jóvenes. Sin embargo, el proyecto que iniciaron el vocalista Ian Page y el guitarrista David Cairns en 1977 con el nombre New Hearts —su concepto era tocar new wave—, sólo editó un par de sencillos con el sello CBS: “Just another teenage anthem” y “Plain Jane”.
Ian Page y David Cairns se habían conocido en el Loughton College de Ilford, este de Londres. Entre clases se dieron cuenta de que amaban el catálogo de Motown Records. También al camaleónico David Bowie, The Rolling Stones, The Small Faces y The Who; principalmente su álbum conceptual: Quadrophenia (Track Records, 1973). Éstas eran sus influencias, por lo cual aborrecían la ropa desgarrada, las cabelleras explotadas y coloridas; todo lo relacionado con la estética punk de 1977, que era el máximo movimiento juvenil en aquel momento.
Vistiendo trajes a la medida como si fueran adolescentes de los sesenta, se inició la historia musical de estos dos amigos. No obstante, con el nombre New Hearts —aun cuando le abrieron conciertos a The Jam—, fueron despedidos por CBS; su música no era tan interesante para las compañías discográficas. Entonces, cuando Ian Page y David Cairns pudieron darse cuenta de que no pertenecían a la movida punk tipo Generation X o The Vibrators, comenzaron a componer música de forma más natural, con melodías que realmente les llegaban al alma. Así desarrollaron su sonido sixties pop, en cuanto crearon su primera canción: “Glory boys”. Este tema surgió después de imaginarse una pandilla que andaba por el West End londinense. Y tanto repercutió en sus mentes que el concepto de los chicos gloriosos —de forma involuntaria— los convirtió en la banda más referente del mod revival.
Ya como Secret Affair tomaron inspiración de la película Performance (1968), la cual muestra dos lados del este de Londres: el psicodélico y hippie, así como el del crimen y los gangsters. Gracias a ese filme le dieron más forma a su estética; principalmente por los actores Jamie Fox y Mick Jagger. Ambos, en una parte del largometraje visten como cualquier mod juvenil y narcisista: trajes sofisticados, corbatas delgadas, camisas de cuello abotonado y mocasines.
Para esa época, a punto de que el mod revival acaparara las miradas de la sociedad y la prensa británica, Secret Affair conoció a un grupo de mods del East End, específicamente de Dagenham y Barking. La primera vez que intercambiaron palabras fue en un show donde se presentaron junto a The Jam, en la Universidad de Reading, sudeste de Londres. La pandilla modernista de casi treinta tipos, quienes apoyaban al West Ham United y tenían menos de veinte años, al disfrutar de su música con tintes de soul, R&B, power pop y punk, los invitaron a tocar al pub donde se juntaban: Barge Aground. Ha contado Ian Page que en cuanto vio las scooters Lambretta estacionadas afuera y los escuchó reír entre bromas y cervezas —vistiendo de forma elegante, con parkas militares y cortes de cabello tipo Pete Townshend, época My generation (Brunswick Records, 1965)—, se dio cuenta de que los Glory Boys habían dejado de ser algo ficticio.
De hecho, se dice que nadie se metía con ellos en su momento más esplendoroso. Tenían un pasado skinhead, por lo que disfrutaban del futbol, la música y las peleas. Al mismo tiempo, mientras más se hacían fanáticos de Secret Affair, se proclamaron como los Glory Boys; comenzaron a tatuarse el nombre o el logotipo en sus cuerpos. Igualmente, por dentro del labio inferior lucían con tinta china la palabra MOD. Pero algo que los dio a conocer fue que acostumbraban defender a los modernistas más débiles y tranquilos, quienes frecuentemente eran hostigados por los punks y los skins, ya que el ambiente de los conciertos a finales de los setenta y durante la década de los ochenta reunía por igual a hooligans de distintos equipos de la Football League.
Este tipo de cosas pasaban en Bridge House, que fue el primer sitio donde Secret Affair se presentó. Para que tocaran ahí mucho tuvo que ver el dueño de este pub, porque cuando habló con Ian Page y David Cairns —buscaban algún lugar en donde dar a conocer su música— supo que intentaban ser mods, como él lo había sido de joven en los sesenta. Por esa razón —y porque su hijo también ya era un modernista del East End que soñaba bailar como James Brown, gritaba los goles de los Hammers y se drogaba con anfetaminas—, el primer show de mod revival fue anunciado como Mod Mondays.
Para finales de 1979, entre una fiebre por el futbol, la música y la violencia, I–Spy Records editó Glory boys, álbum debut de Secret Affair que quizá estuvo inspirado en Quadrophenia de The Who —la canción que abre el disco, “Glory boys”, tiene mucho de eso—. Sin embargo, de los diez tracks, su primer sencillo, “Time for action”, se convirtió en un himno del mod revival. Aparte, en el videoclip aparecen los chicos gloriosos de carne y hueso, borrachos y listos para actuar mejor que Marlon Brando en cualquiera de sus películas.
Pero como nada es eterno, la leyenda callejera de los Glory Boys comenzó a deformarse, cuando la prensa —sorprendida por la brutalidad de sus actos, porque el exabrupto juvenil ya era algo cotidiano— los etiquetó como el equipo de seguridad de Secret Affair. Estas declaraciones —sumando que daban a conocer que no recibían un sueldo— trajeron problemas internos entre quienes conformaban a la pandilla. Mientras que unos disfrutaban de la música y las canciones que les daban una identidad, había otros que sólo querían causar problemas, para saciar su ego y convertirse en leyendas del submundo británico. Por eso se distanciaron de quienes les cantaban sobre el miedo a envejecer, sobre cómo vagaban por las calles de Londres, como si ellos junto a los Cockney Rejects y la ICF, y los 4–Skins y la movida Oi!, hubieran sido el spin-off perfecto de los Peaky Blinders. ®