Poeta de la lengua envenenada, diva proletaria, guerrillero, defensor de los derechos humanos, hermeneuta de lo diverso. Su poética contestataria elude magistralmente toda interpelación judicial de carácter formal.
Cómo es la vida, yo arrancando del sida y me agarra el cáncer.
—Pedro Lemebel
Luego de su muerte, en 2015, el artista chileno Pedro Lemebel, escritor, cronista visual y sonoro ha cobrado presencia mítica a través de la reimpresión de sus obras, documentales y puesta en escena de adaptaciones y versiones libres de algunas de sus obras o trabajos biográficos con la idea de rescatar la vida y obra del gurú del activismo queer en Chile y Latinoamérica.
Poeta de la lengua envenenada, diva proletaria, guerrillero, defensor de los derechos humanos, hermeneuta de lo diverso. Su poética contestataria elude magistralmente toda interpelación judicial de carácter formal propia de los géneros deliberativos, abriéndose paso a través de la literatura en la lucha por reinventar la resistencia en contra de las distintas formas opresivas comunes de finales del siglo XX en el contexto urbano del cono sur de América Latina y en particular de Chile.
Su obra narrativa está fundada en el género de la crónica en la que se conjugan la oralidad, los lenguajes y los imaginarios populares, las costumbres y los ritos urbanos de las clases proletarias con el juicio histórico a la dictadura militar, la pandemia del sida, el blanqueamiento de la memoria de los crímenes del Estado represor, los movimientos sociales y migratorios, y toda forma de exterminio e inequidad.
En 1952 nace Pedro Mardones Lemebel, hijo de Violeta Lemebel y del panadero Pedro Mardones a orillas del Zanjón de la Aguada. Chileno, escritor, único en maquillarse y usar zapatos de tacón alto; travestido que usaba la provocación como herramienta de denuncia política, subversivo, “loca” y rebelde en medio de una de las más atroces dictaduras latinoamericanas. Niño pobre, criado a orillas de un basurero. Allí vivió en medio del barro hasta mediados de la década de los años sesenta, luego de que se mudara junto con su familia a un conjunto de viviendas sociales en las que los niños apenas tenían la posibilidad de matricularse en la escuela. Allí ingresó a un liceo industrial en donde aprendió de mueblería y a forjar metal.
En 1979 trabajó como profesor de artes plásticas en comunas de la periferia de Santiago, luego de haber egresado como titulado en ese campo de la Universidad de Chile en 1970. A principios de la década de los años ochenta comienza a escribir cuentos mientras participa en un taller literario, donde en 1983 se hace acreedor a un premio en un concurso de cuento, con un relato intitulado “Porque el tiempo está cerca”. Antologado posteriormente en 1983, es despedido de ambos liceos en los que trabajaba. El autor tenía entonces veintiséis años y trabajaba como profesor de Artes Plásticas en dos liceos, de los cuales fue despedido ese mismo año, presumiblemente por su apariencia, ya que no hacía mucho esfuerzo por disimular su homosexualidad compartida intersticialmente en los signos del cuerpo homosexual, indígena y femenino, transfixiado por la “normalidad”.
Después de esta experiencia no vuelve a ofrecer clases —oficialmente— y decide concentrarse en los talleres de escritura. Allí fue forjando relaciones de carácter artístico, político y afectivo con escritoras unidas por sus intereses temático–discursivos como el feminismo y el socialismo, como Pía Barros, Nelly Richard y Diamela Eltit, y Raquel, encontrando en ellas el acogimiento y el soporte suficientes para resistir en los márgenes de la clandestinidad a la oficialidad política, cultural e intelectual de la época. Mientras, la violencia, la censura y las persecuciones por parte del régimen castrense aumentan en el contexto internacional de la última década de la Guerra Fría. Toda disidencia es acallada y perseguida con tortura, muerte y desaparición forzada.
En 1986 comienza a participar activamente en actos políticos de la izquierda social y partidista en la Estación Mapocho, donde se escucha posteriormente su famoso manifiesto “Hablo por mi diferencia”. A partir de aquí se tornan comunes sus apariciones en público en tacones y sin dejar duda alguna sobre su declarada homosexualidad, por lo que tampoco es bien visto y aceptado en las filas de la militancia izquierdista.
Tengo cicatrices de risas en mi espalda […] / La hombría nunca la aprendí en los cuarteles/ Mi hombría me la enseñó la noche detrás de un poste […] Mi hombría no la recibí del partido porque me rechazaron con risitas […] / Mi hombría es aceptarme diferente/ Ser cobarde es mucho más duro / Yo no pongo la otra mejilla / Pongo el culo, compañero / Y esa es mi venganza / Mi hombría espera paciente / Que los machos se hagan viejos / Porque a esta altura del partido / La izquierda transa su culo lacio / En el parlamento.
En este mismo año, en esa Estación, mientras se celebra una reunión de los partidos de izquierda el escritor leyó su manifiesto “Hablo por mi diferencia” ante una audiencia perpleja. Ese mismo año de 1986 siete de sus relatos producidos en el taller de Pía Barros aparecen en la antología Incontables, y en 1988 realiza su primera intervención —performance artístico— junto al poeta Francisco Casas con “Las yeguas del Apocalipsis”, mientras se lleva a cabo la entrega del premio de poesía Pablo Neruda al poeta Raúl Zurita. A partir de aquí la vida artística del autor chileno se tornaría en un hito de la resistencia y la contracultura del conocimiento de todos en Chile y otras partes del mundo iberoamericano. Este performance o “acto de visibilización” como arte de la presencia se caracterizaba por irrumpir inesperadamente en presentaciones de libros y exposiciones de arte, cuya intervención emergía desde la invisibilización de la cual eran presas ambos por ser homosexuales, junto a las presencias fantasmáticas de los desaparecidos, apresados, torturados y asesinados del régimen neoliberal–militar.
Su propuesta performática es epistemología de la resistencia, de la rebeldía y del cuerpo entrenado para la revolución. Para esta época Pedro decidiría dejar su apellido paterno “Mardones” con el cual firmó sus primeros trabajos autorales en el cajón sin llave de cuanto documento civil, y con ello gran parte de su faceta como personaje teatral, adoptando únicamente el apellido materno “Lemebel”, con el cual se le conocería a Pedro, el escritor. Cuando decide tomar el apellido de su madre ejerce la primera gran decisión política que da forma a su compromiso con la vertiente homosexual que se encuentra incorporada en sus obras literarias. Lemebel vislumbró la realidad “oculta” de los homosexuales; logró desenmascarar la violencia de la que fueron víctimas en Chile, en gran parte debido a sus radicales intervenciones callejeras que no han dejado de darle alas al pensamiento crítico, creativo y disidente a la sociedad chilena del siglo XXI. La importancia de Pedro Lemebel no sólo resulta valiosa por su talento como escritor, sino también como una persona que se atrevió a resistir y desafiar a una sociedad conservadora, machista y regida por una dictadura militar asesina. Un año más tarde Lemebel realiza nuevamente esta intervención mientras tiene lugar un encuentro de intelectuales con el presidente Patricio Aylwin.
En 1994 Lemebel participa en el Festival Stonewall en Nueva York y en 1995 publica su primera colección de crónicas urbanas inicialmente aparecidas en periódicos y revistas como Página abierta, Punto final y La Nación con el título La esquina es mi corazón, en las que el escritor se refiere a entornos marginales de Santiago ligados al tabú de la homosexualidad, la prostitución, la marginación y la pobreza.
En 1996 publica otro libro de crónicas con el nombre de Loco afán. Crónicas de sidario, a partir del cual continuó legitimando su voz y ser literario en el que se entremezclaban lo marginal y lo barroco, denotando resistencia, resentimiento y una aguda provocación. Era la mezquindad y no el sida lo que para Lemebel envenenaba el imaginario chileno.
El apelativo de cronista urbano se volvió común tanto para él como para quienes tenían conocimiento de él como artista, siempre como el que hurga entre la basura, en los pliegues de la vida cotidiana.
Ese mismo año de 1996 crea un programa radiofónico en Radio Tierra, llamado Cancionero, en el que leía crónicas ambientadas con sonidos y música. El apelativo de cronista urbano se volvió común tanto para él como para quienes tenían conocimiento de él como artista, siempre como el que hurga entre la basura, en los pliegues de la vida cotidiana. A partir de entonces se le comenzó a identificar como el artista que husmeaba por los pliegues más oscuros de la penumbra de la vida cotidiana chilena.
La plaga nos llegó como una nueva forma de colonización, por el contagio / Reemplazó nuestras plumas por jeringas, y el sol por la gota congelada de la luna en el sidario.
Lemebel se distancia con esta estrategia benjaminiana, minimalista, del coleccionista que se mueve calculadamente entre el ensayo sociopsicológico y la entrevista etnográfica como parte del trabajo de campo, recurriendo a la narrativa y la poética críticamente para reflexionar sobre las políticas culturales oficialistas. Desde niño, declaró en varias ocasiones, fue siempre un fanático de la radio y que ésta lo llevó a interesare por la literatura.
En su tercer libro, De perlas y cicatrices, publicado en 1998, Lemebel ya no es solamente el escritor clandestino que publica para darle gusto a un reducido grupo de lectores “locos” y “locas” con características e identidad bien definidas, sino un cronista que pasa a caballo de la dictadura pinochetista a la “democracia” postpinochetista y los residuos neoliberales osificados de la estabilidad espuria: retratos sobre la memoria popular reciente que compila crónicas radiales que se resisten al olvido y a lo efímero, mostrando reverberaciones de lo prohibido con intencionalidad barroca y permanente sin caducidad. A partir de aquí la crónica lemebeliana se volverá más insidiosa y crítica a través del sarcasmo y el uso de la hipérbole, provocando simpatías y convergencias de diversos tipos entre sus lectores. La sociedad chilena es retratada tal como se encuentra en esa época: dividida. Los ricos y poderosos son representados como personajes ridículos y ambivalentes, mientras las víctimas del régimen producen sentimientos principalmente de simpatía y camaradería. La acusación en contra del Estado es un leit motiv en su obra.
La calle sudaca y sus relumbres derribistas de neón neoyorquino se hermanan en la fiebre homoerótica que en su zigzagueo voluptuoso replantea el destino de su continuo güeviar […] La ciudad, si no existe, la inventa el bambolear homosexuado que en el flirteo del amor electo amapola su vicio. El plano de la city puede ser su página, su bitácora ardiente que en el callejear acezante se hace texto, testimonio documental, apunte iletrado que el tráfago consume.
Hacia finales de la última década del siglo Lemebel ya era conocido más allá de la frontera latinoamericana. Para 1997 Las yeguas del Apocalipsis aparecen en la Bienal de la Habana por invitación del gobierno cubano. En 1999, gracias a las influencias y los contactos que su amigo, el también escritor y connacional Roberto Bolaño, mantenía en Europa luego de abandonar México en 1977, su libro Loco afán: Crónicas de sidario se publica en España, siendo ésta su primera obra publicada fuera de Chile. A partir de aquí la obra de Lemebel se convierte en objeto de estudio crítico–literario en universidades e instituciones interesadas en formar estudiantes e investigadores conocedores de la obra del autor chileno a escala internacional, consolidándose como figura literaria en el ambiente local y con proyección internacional. Ese mismo año también participó en el Festival de Guadalajara en México sustituyendo a Bolaño, quien había rechazado la oferta, recibiendo Lemebel los elogios por su trabajo del escritor mexicano Carlos Monsiváis, autor de Apocalipstick (2009).
En sus obras Lemebel aborda la marginación chilena tragicómicamente con muchas experiencias propias de su infancia y primera juventud con una prosa poética autocrítica en la que se entremezclan realidad y ficción con un tono de constante rechazo a la política de derecha y la clase alta chilena. Pedro Lemebel es conocido por su influencia en la lucha por los derechos de los homosexuales, su trabajo como escritor y su perspicaz vena política. Lemebel fue mucho más que un escritor; era un hombre libre, un artista, un icono político y popular, pero más que nada un rebelde y una voz de la comunidad homosexual. Dice en esta obra:
Pero no me hable del proletariado / Porque ser pobre y maricón es peor / Hay que ser ácido para soportarlo / Es darle un rodeo a los machitos de la esquina / Es un padre que te odia / Porque al hijo se le dobla la patita / Es tener una madre con manos tajeadas por el cloro / Envejecidas de limpieza / Acunándote de enfermo / Por malas costumbres / Por mala suerte / Como la dictadura / Peor que la dictadura / Porque la dictadura pasa / Y viene la democracia / Y detrasito el socialismo / ¿Y entonces? ¿Qué harán con nosotros compañero? ¿Nos amarrarán de las trenzas en fardos con destino a un sidario cubano?
Para Monsiváis la homosexualidad de Lemebel es menos una identidad artística que una actitud literaria. Nestor Perlongher comparte también un estilo de escritura barroca. En sus crónicas relacionadas con el sida emplea una visión modernista y posmodernista similar a la de Julián del Casal, Amado Nervo y Enrique Gómez Carrillo. El escritor mexicano asocia sus críticas estéticas con las de Perlongher, Joaquín Hurtado y en parte con Reinaldo Arenas por su resistencia reivindicativa; con Severo Sarduy y Manuel Puig por su “incorporación ingeniosa” y la “victoria de la sensibilidad proscrita”. Aunque Lemebel nunca fue un militante formal, se integró y siguió al Partido Comunista de Chile. Daniel Alcaíno, amigo suyo, considera que Pedro siempre se sintió atraído por el color rojo, pero más que el rojo comunista, por el rojo de la sangre de la gente sencilla, humilde, obrera e indígena que fue perseguida y masacrada por la dictadura.
En el año 2001 incursionó en la novela con Tengo miedo torero, difícil historia de amor contextualizada en Santiago durante el atentado que sufriera Augusto Pinochet el 7 de septiembre de 1986, y que duraría más de un año entre los libros más vendidos y populares entre los lectores de la nación austral, además de ser traducida a otros idiomas. El día de la presentación del libro Lemebel arribó ataviado con un vestido rojo con plumas. Al evento público asistió mucha gente, entre políticos, escritores y escritoras (pocos), cineastas y periodistas, entre otros. Esta obra ganaría notoriedad internacional, en particular en el mundo anglosajón luego de ser traducido al inglés por Katherine Silver. Poco después sería traducido también al italiano y al francés. Dice Carolina Ferreira: “Un cronista expresa, registra, fundamentalmente. Registra un paisaje humano, colectivo, social, cultural, en tanto lo que Lemebel hace linda con el renarrar aquello que está registrado”.
Lemebel, a través de su labor escritural y la acción performática, lograría representar y dar voz a la marginalidad chilena y la disidencia sexual, con su estilo provocativo, rebelde e irreverente en permanente “digitopresión” sobre el cuerpo político y cultural de la sociedad chilena de la dictadura y posterior. Su obra, presencia y estilo serán los que, desde la poesía, la música, el teatro y la literatura, entre otras expresiones como la performática Las yeguas del Apocalipsis y la novela Tengo miedo torero, hará de Lemebel un clásico, inmortal de la resistencia creativa, artística y cultural más allá de las fronteras chilenas. Resiste como homosexual con su cuerpo y con su sexo, como artista periférico, como literato, como proletario. Su característica común y definitoria como cronista lo conectan irremediablemente a partir de una relectura “neobarroca” con lo más sobresaliente de la tradición hispanoamericana que se inicia con los cronistas de Indias, cuya “tropicalización” corresponde a la del imaginario homosexual relacionado con el costumbrismo y el realismo social urbano del Chile de la época.
Resiste como homosexual con su cuerpo y con su sexo, como artista periférico, como literato, como proletario. Su característica común y definitoria como cronista lo conectan irremediablemente a partir de una relectura “neobarroca” con lo más sobresaliente de la tradición hispanoamericana que se inicia con los cronistas de Indias.
La imagen de “la Loca” nos conduce a encarnar al testigo de la crónica como alguien que se sabe observado por la lente de la cámara, hacedor de un acontecimiento histórico del cual también, mediante la crónica, es amanuense perteneciente a la relación de un mundo–imagen que detiene el tiempo para marcar una época con sello mnemotécnico frente a las amenazas del olvido que se ciernen sobre la instantánea del Chile de finales del segundo milenio de nuestra era. La condición marginal del barrio que lo acoge se materializa en una plataforma estética y política que se construye sobre un cuerpo amorfo —que se construye y deconstruye a sí mismo— diferenciado de las formas estereotipadas de la homosexualidad mediática que tipológicamente habitan en nuestra mente.
La salida del armario —porque nunca se extravió al interior de un clóset— sucede a plena luz del día, sin miedo y sin escarnio que pueda provocar ansiedad, angustia, culpa o arrepentimiento. “Porque ella estaba contenta con Allende y la Unidad Popular, decía que hasta los pobres iban a comer pavo ese Año Nuevo. Y por eso corrió la bola que su fiesta sería inolvidable”.
Lemebel desafía las convenciones y los protocolos de la vida poblacional, la de panaderos, verduleros, zapateros, carabineros y otros oficios masculinos completamente ajenos a la condición de escritor no burgués que escenifica en esta imagen, los que a su vez pasarán a ser parte de su imaginario erótico. Una de las características más evidentes de la poética lemebeliana, más allá del medio o lenguaje elegido para actualizarla, es la de la conciencia personal y colectiva respecto de las condiciones materiales de existencia que acogerían su arte. Y no sólo en el sentido gramsciano del término, valorando desde la ideología la estructura económica, sino desde la subjetividad propia, desde la condición de reconocimiento de su propia labilidad como cuerpo e identidad descartable, avergonzante, y por lo mismo, intimidatoria.
Esta imagen de acceso a su ciudadanía cultural es también civil en tanto inscribe su pertenencia a un grupo minoritario de individuos cuyas vidas han sido restringidas por la cuirfobia y el abuso violento propinado por la norma(lidad) católica que permea el tejido social frente al cual esta estrategia, la de resistir por medio de la visibilización, constituye el único modo posible de rescatar la peculiar combinatoria subjetivo–imaginaria de símbolos y categorías que sostiene a este ser maravillosamente monstruoso que es la Loca. Luchador por la reivindicación moral de los marginados frente a la parafernalia soberbia e indolente del neoliberalismo disfrazado de democracia y la dictadura ataviada de orden para el progreso.
En 2003 publica la antología de crónicas Zanjón de la Aguada, en la que habla de la presencia de la comunidad gay en los barrios de Santiago, como el líder social y presidente de la Agrupación de Familiares de Detenidos Desaparecidos (AFDD). Para el año de 2005 aparece una nueva antología de crónicas acompañada del título Adiós mariquita linda, en la cual mantiene el estilo y la forma de sus obras anteriores. Se trata de una selección de crónicas, dibujos, cartas y fotografías que dan cuenta de su universo literario temático–discursivo caracterizado por la denuncia, el humor, la ira, la rabia, entre otros motivos típicos y recurrentes del autor. Dice Lucía Guerra:
El mismo Lemebel, en una entrevista a Radio Cooperativa, expresa, irónicamente, es cierto: “Alguna gente cree que yo soy homosexual, yo no digo nada …”. Después de lo cual el entrevistador le pregunta: “¿Existe una literatura homosexual?”, a lo que el cronista responde, en dos tiempos y en forma ambigua:
Existen producciones (culturales) de lo homosexual; hay signos, imaginarios, (que no es el de la mujer y tampoco el del macho), imaginarios construidos, folklóricos (…). Pero éstos son signos a la deriva, son signos en el aire que a veces los agarran los humoristas, haciendo escarnio de los homosexuales cuando les está yendo mal… Ahora … ‘literatura homosexual’ … Sí, yo me inclino a decir que sí, aunque mucha gente me dice: ‘Qué importa, si la literatura no tiene sexo’ … Pero, cuando me dicen eso [algunos segundos de reflexión] … mi letra se colorea de rosa fuerte” [concluye en tono de chacota].
En 2008 publica su sexto libro de crónicas, Serenata cafiola. El 29 de noviembre de 2012 Lemebel participa en la Feria Internacional del Libro de Guadalajara con un nuevo libro de crónicas titulado Háblame de amores, en el que muestra una dramatización de su obra Susurrucucu Paloma. El 4 de septiembre de 2013 Lemebel recibe el Premio José Donoso, que dedica a su madre fallecida, Gladys Marín, y a sus lectores pertenecientes a la clase trabajadora. En 2014 fue nominado al Premio Altazor de Ensayo y Escrituras de la Memoria por Poco hombre y al Premio Nacional de Literatura. Piezas reunidas que ofrecen una panorámica de la sociedad y un mapa de la historia reciente de Chile, la cual permite entrever una lírica autobiográfica cargada de humorismo.
Murió el 23 de enero de 2015 en Providencia, Santiago. Ese mismo año Lemebel comenta en una entrevista durante la presentación de Poco hombre que se encontraba trabajando en dos proyectos literarios, los cuales quedarían truncados debido a su muerte: Mi amiga Gladys, libro de crónicas sobre Gladys Marín (Gladucha), líder y representante del Partido Comunista de Chile y fallecida en 2005. Contiene fotos y crónicas reunidas (1999–2008) por el mismo autor. El libro fue finalmente publicado en noviembre de 2016, junto con otro durante el mismo mes titulado Arder, una compilación de imágenes que recopila gran parte de su obra audiovisual.
Lemebel anunció en la antesala de su muerte la publicación de una colección en la que se incluirían todos sus libros, desde La esquina es mi corazón (1995) hasta Háblame de amores (2012), en la que posiblemente incluiría Mi amiga Gladys (2016) y un documental dirigido a Joanna Reposi, con registros de siete años. Otra obra póstumamente encontrada llevaba el título de El éxtasis de delinquir, el cual sería su segundo libro desde Tengo miedo torero (2001).
Lemebel encuentra la manera de conectar y poner en diálogo partiendo del gesto voyeur y exhibicionista de su cuerpo y ojo, los centros concentracionarios y de tortura administrados por la dictadura, con los de la Loca de tacones y maquillaje que tienen lugar en el imaginario prostibulario, proletario y urbano.
Lemebel se descubre en todo momento como un autor que sabe de la importancia del conocimiento histórico y el papel que éste puede tener para resistir política y socialmente. Las intervenciones que propone provocan que el imaginario social de la transición postdictadura se revuelva en beneficio del presente de la sociedad chilena. La necesidad de la recuperación de la memoria y los “defectos nacionales” hicieron de la diferencia el Aleph de acceso a la disidencia y viceversa, reivindicando con carácter de universalidad el derecho a ser diferente, sin lo cual ningún discurso sobre la democracia podría tener cabida. Su obra literaria aborda las preocupaciones y los traumas de su generación cuya desembocadura tiene como lugar la sociedad chilena.
Lemebel encuentra la manera de conectar y poner en diálogo partiendo del gesto voyeur y exhibicionista de su cuerpo y ojo, los centros concentracionarios y de tortura administrados por la dictadura, con los de la Loca de tacones y maquillaje que tienen lugar en el imaginario prostibulario, proletario y urbano. La acción social en la que se identifica a la lucha de clases como eje de ésta ocupa un lugar central en su obra, tanto desde una perspectiva estético–literaria como política. Pero no sólo de ideología vive el hombre. Lemebel era la conciencia del cuerpo proletario y homosexual, marcado por una historia de abusos y humillaciones sufrida por tal condición, y que lo irían nutriendo de ira y rabia hasta transformarlo en el más irreverente enemigo del status quo vigente.
En 2019 apareció el documental Lemebel de la cineasta Joanna Reposi Garibaldi. Pedro Lemebel, la loca, el revolucionario, el escritor de la resistencia chilena que sobrevivió a la dictadura y su cancerbero, murió el 23 de enero de 2015 a los sesenta y dos años aquejado de cáncer laríngeo. Suceso acaecido apenas dos semanas después de haber recibido en vida un homenaje por parte de amistades, artistas, escritores nacionales y ciudadanos cuya admiración por la humanidad del autor se medía en agradecimiento y dolor ante su inminente partida. Su obra hoy se erige como una de las más resistentes, radicales y contestatarias de la tradición literaria, visual y performática chilena y latinoamericana. Su infancia y adolescencia entre la basura y el lodo barrial transitaron entre la utopía revolucionaria socialista y el neoliberalismo militar oligárquico e intervencionista yanqui de la Guerra Fría, al tiempo que su madurez intelectual y artística atestiguaría las iridiscencias de la transición democrática. Afirma Salvador Benadava en su ensayo Pedro Lemebel. Apuntes para un estudio (2001):
¿Cómo explicar el éxito alcanzado? A nuestro juicio hay dos razones principales: la primera es su manera de decir las cosas; la manera en que se conjugan el humor y la rabia; una acumulación de metáforas y comparaciones poéticas o vulgares, un conjunto de palabras que hacen sonreír al roto que yace en todo chileno; la práctica de una sintaxis innovadora y de periodos largos en que los órdenes tradicionales son trastocados, los verbos separados violentamente de sus complementos (que el lector tiene que salir a buscar), el “que” de las proposiciones relativas sometido a continuas interrupciones; una manera particular de segmentar el fluido lingüístico… y muchas cosas más. La segunda es que responde a un anhelo social. En este sentido puede decirse que Lemebel es el escritor chileno post–dictadura; el que mejor responde a aspiraciones de libertad y de justicia que no terminan de instaurarse en nuestro país; el que sigue removiendo las aguas cenagosas para que no se repita la pesadilla que los chilenos vivieron durante más de tres lustros.
El mejor reconocimiento que podemos hacerle a este gran ser humano latinoamericano no es leer su obra, sino releerla, interpretarla críticamente y convertirla en “filosofía” cosmovisional de lo cotidiano, de las cosas pequeñas, de lo que abre, de lo que debe volver a pensarse, de lo que nunca se rinde, de lo que no teme aprender a volar, de lo que se ríe de la uniformidad y de los que necesitan de un uniforme para aparentar ser por no poder atreverse a ser en el nombre del deber, del orden, de lo Uno, de lo “normal”.