Defender al PRI ignorando al PRI

Respuesta a Jorge Suárez-Vélez

Jorge Suárez–Vélez critica a López Obrador pero reivindica al PRI de los setenta, e implícitamente al de antes y después. ¿Qué está pasando?, que cada quien dice lo que se le da la gana… Como otros, inventa su versión del PRI, una versión conveniente para sus diferentes intereses.

Luis Echeverría asume la presidencia de México. A la derecha, el ya expresidente Gustavo Díaz Ordaz. Fotografía: Archivo Histórico de Excélsior.
Hay mucho que decir en favor del periodismo moderno. Al darnos las opiniones de los ignorantes nos mantiene en contacto con la ignorancia de la comunidad.
—Oscar Wilde.

La incomprensión sobre el presente nace de la ignorancia del pasado, pero es igualmente vano esforzarse por conocer el pasado sin entender el presente.
—Marc Bloch.

Defender al PRI ignorándolo es defender al PRI sin recordar todo lo que fue o sin poder describir y explicar lo que principalmente fue en los hechos. Es una defensa que ha vuelto por sus fueros, y en la que aparecen extraños e inconscientes “compañeros de viaje”. Es un signo de los tiempos, tiempos de una restauración —que implica un cambio y unas rupturas—, más otras continuidades y mucha confusión, aunque el proceso no sea visible para muchos.

Como candidato y como presidente de México, Andrés Manuel López Obrador elogió varias veces al presidente priista Adolfo López Mateos. El Fisgón, esa caricatura de caricaturista crítico, elogió y elogia al presidente López Obrador y reivindica al PRI de antes de 1982. Jorge Suárez–Vélez critica a López Obrador pero recientemente reivindicó al PRI de los setenta, e implícitamente al de antes y después. ¿Qué está pasando? Coloquialmente, que cada quien dice lo que se le da la gana… Los tres inventan su versión del PRI, una versión conveniente para sus diferentes intereses.[1] Así, por ejemplo, AMLO se concentró en recordar y alabar el 6% de crecimiento económico priista, olvidando el problema de la democracia y el del Desarrollo como calidad de vida. Se contradecía: cuando quería parecer enemigo del neoliberalismo, López Obrador lo criticaba por limitarse valorativamente al crecimiento económico, pero al defender al PRI el mismo AMLO se limitaba a resaltar la tasa de crecimiento económico. Uno de sus propagandistas, El Fisgón, dice que el Infonavit fue “típico del Estado de Bienestar”, lo que afirma para distinguir entre un supuesto PRI socialdemócrata y uno neoliberal, pero olvida la corrupción estructural que también afectó a ese instituto y que no nació (la corrupción) con el neoliberalismo ochentero, e ignora el ignorante monero del poder obradorista lo más significativo: si Estado de Bienestar se entiende desde la socialdemocracia moderna, el Infonavit nunca fue socialdemócrata porque el PRI nunca fue un sistema democrático; ese organismo burocrático no fue miembro del Estado de Bienestar sino de la reacción paliativa gubernamental a los conflictos sociales para satisfacer fines partidistas —la socialdemocracia exitosa, en cambio, resolvió problemas sociales para evitar problemas políticos a la democracia y lo hizo dentro de ella—. A su vez, el economista Suárez–Vélez, sin darse cuenta, al parecer, defendió al echeverriato, en particular, y al priato, en general, basado en ciertas ignorancias y terminando por engañar a sus lectores. Me es imposible no responder críticamente: urgía y urge entender el mal del PRI y del priismo, ese pulpo histórico que manchó con su tinta política y mancha con su tinta cultural a este país desgraciado.

México necesita urgentemente romper con todos los priismos, superarlos, entenderlos y dejarlos atrás. Al priato no debe defendérsele como lo han hechos algunos en años recientes, ni puede hacerse tal defensa sin incurrir en mentiras, errores, omisiones o exageraciones.

Y de una vez acoto: no dije jamás ni digo aquí que “el PRI” sea un mal absoluto, un mal perfecto como mal, en el que no hay nada que no sea criticable y muy criticable, sin una sola cosa específica que no pueda ser criticada absolutamente, digo que esas cosas que pueden ser defendibles, tolerables o menos criticables que otras no son todas las cosas priistas, ni la mayoría, ni las esenciales, no son el sistema del PRI y no lo justifican históricamente. La dominación priista y el partido como fuerza hegemónica fueron un mal, relativo en el sentido de no total pero grande —y por eso ni criticable con absolutismo, o sin límites, ni admirable, tampoco defendible en general y en su producción mayoritaria.

México necesita urgentemente romper con todos los priismos, superarlos, entenderlos y dejarlos atrás. Al priato no debe defendérsele como lo han hechos algunos en años recientes, ni puede hacerse tal defensa —una defensa relativa que tras algunos “matices” tiende a reptar mañosamente en busca de lo general y esencial— sin incurrir en mentiras, errores, omisiones o exageraciones. Una defensa como la de Suárez–Vélez. Haya querido o no hacerla así.

El 19 de septiembre pasado el diario Reforma publicó un artículo de ese autor titulado “Tiranía o dictadura”, en el que se lee:

México no retrocedió 50 años en las últimas semanas, más bien entramos en terreno virgen saltando al abismo de la dictadura. A quien crea que exagero, le pregunto cómo calificaría a donde (sic) la mayoría arrolla a la minoría apoderándose de 74% del Poder Legislativo con 54% del voto, aprovechando esa mayoría, aliado con el ejecutivo, para demoler al Poder Judicial, que era frágil contrapeso. A donde tras de arrollar en una elección, se roban las elecciones que perdieron (Alcaldía Cuauhtémoc, Jalisco); a un sistema que quita todo recurso legal para defenderse de arbitrariedades de un Estado capaz de armar carpetas ficticias, de extorsión fiscal y de amenazas a familiares para imponer su voluntad; que encarcela —o amenaza con encarcelar— a líderes de oposición a partir de cargos fabricados; que promueve la militarización, y tienta a los altos mandos con esquemas burdos de corrupción que los vuelven cómplices comprometidos; a un sistema que pacta con organizaciones criminales que promueven el voto a su favor, a cambio de impunidad y de mecanismos para tener jueces a modo.

Es un párrafo que le gusta a muchos opositores al obradorismo, porque dice mucho de lo que quieren oír y está “validado” por la marca Reforma. Y, sin embargo, es un párrafo falaz. No digo que cada línea sea falsa sino que el conjunto forma una falsedad, por culpa de la primera oración: “México no retrocedió 50 años en las últimas semanas, más bien entramos en terreno virgen saltando al abismo de la dictadura”. Es falso que el país no haya retrocedido, es falsa la implicación de que hace cincuenta años estaba bien o no existía lo que caracteriza al obradorismo, al cual se califica imprecisamente como algo absolutamente inédito y también como dictadura sin más, sin matizar con adjetivos. Suárez–Vélez tiene o al menos en ese texto muestra un problema grave de ignorancia sobre la historia política de México y los conceptos básicos politológicos. Se puede acudir en su auxilio con el hecho de que es economista, pero entonces se puede responder con un cuestionamiento doble: ¿por qué habla tan confiadamente sobre lo que no sabe y por qué no lee a mejores historiadores y politólogos, si es que lee a algunos? Además, ser economista no tiene por qué significar ser un ignorante sobre historia y política —diría yo que los mejores economistas son esto precisamente por no ser lo otro—, como ser historiador o politólogo no conlleva necesariamente ignorar la realidad económica y el trabajo de los economistas realistas —distintos de los simples modeladores matemáticos, en abstracto, de suposiciones o prejuicios procapitalismo, pseudocientíficos por eso mismo.

Al hablar de abismo virginal el articulista de Reforma sugiere que el obradorismo estuvo y está en un vacío, sin relación con todo pasado, desprovisto de continuidad con cualquier experiencia. No fue así, no es así. Tomemos el dato de 74% de control obradorista en el congreso federal actual con 54% de los votos reales. Ese dato no representa una falsedad pero queda arruinado para fines explicativos bajo la pluma de Suárez–Vélez. En primer lugar, no es por sí mismo indicador de dictadura y, en segundo lugar, es cierto respecto al presente —es cierto que el obradorismo obtuvo esos asientos con esos votos como uno de los medios de obtención, pero es falso que no haya datos equivalentes o peores en el pasado de hace cincuenta años o más atrás—. Es decir, ese grado de control legislativo o uno peor sí existieron en el pasado del priato, tal y como existieron victorias electorales priistas con mucho más de 54% de votos, votos (auto)asignados que además no eran/son verificables. Suárez–Vélez no toma en cuenta que la calificación o validación jurídica de los resultados electorales durante el priato puro era una función del congreso… priista, congreso que no sólo era priista hegemónicamente sino que lo era —entre otros factores— por la ausencia de principio y mecanismo de representación proporcional en el sistema electoral. Son principio y representación que apenas sobreviven en nuestros días y que manipuló Morena con sus aliados. Esto es la sobrerrepresentación ilegítima, no dictadura, que ayudó a la transición autoritaria obradorista, transición no hacia “la dictadura” sino hacia otro autoritarismo como el del PRI. Este partido, formalmente nacido en 1946 durante la presidencia de Manuel Ávila Camacho, tuvo ese mismo año como primer candidato presidencial a Miguel Alemán, quien según los datos oficiales ganó casi el 80% de los votos, mientras que los supuestamente ganados por el partido en las elecciones legislativas se tradujeron en 100% de las senadurías y casi 100% de las diputaciones. El pasado que ignora Suárez–Vélez. Todos los resultados electorales de la hegemonía pura, de 1946 a 1976, son similares. ¿Qué es un economista que ignora los datos históricos y por tanto empíricos? Un cuentacuentos.

Los otros atributos que el comentócrata económico menciona como necesarios de la dictadura son, resumidos en mis palabras, indivisión de poderes, no–Estado de Derecho, participación política de los militares, colusión de gobernantes con criminales y corrupción. Históricamente, resulta que todo eso existió durante la hegemonía priista. Así que el PRI hegemónico era dictadura o lo que Suárez–Vélez dice que caracteriza a la dictadura puede existir en otro tipo de regímenes autoritarios. Y, en consecuencia, existiría una relación entre el PRI y AMLO, entre ese priismo de antaño y el actual, el neopriismo obradorista.

Qué curioso: exactamente en esos años setenta, los de la presidencia echeverrista, Daniel Cosío Villegas le decía a Enrique Krauze que “se había perdido el control de la economía y la libertad política era cada vez más frágil. México seguía a la deriva, perdiendo un tiempo que no podía perder”. Tenía razón, la que le falta a Suárez–Vélez. Comenta Krauze sobre esa conversación con Don Daniel “a fines de 1975”: “¡Hasta qué grado tenía razón! ¡Hasta qué extremo nos ha llevado la concentración del poder y la corrupción que invariablemente lleva consigo!”

Suárez–Vélez, como dijimos, contó un cuento. O dio una “clase maestra” de ignorancia histórica sobre la política mexicana. En el priato, el poder judicial estaba sometido al poder Ejecutivo (las minúsculas y la mayúscula son simbólicas), el partido oficial tuvo a cuatro militares como presidentes de su comité nacional ejecutivo, se inició la narcopolítica y no sólo con políticos civiles sino también con militares (Suárez–Vélez no conoce el caso del general Donato Bravo Izquierdo, gobernador de Puebla y uno de los primeros dedicados al contrabando de “sustancias”), y hubo escandalosos casos de corrupción desde la presidencia de Alemán hasta la de Luis Echeverría, como el de su colaborador Augusto Gómez Villanueva. No obstante, dice que en el México de hace cincuenta años, el de 1974 con un antes y un después, “cabía cierta pulcritud, se cuidaban las formas”. Qué curioso: exactamente en esos años setenta, los de la presidencia echeverrista, Daniel Cosío Villegas le decía a Enrique Krauze que “se había perdido el control de la economía y la libertad política era cada vez más frágil. México seguía a la deriva, perdiendo un tiempo que no podía perder”. Tenía razón, la que le falta a Suárez–Vélez. Comenta Krauze sobre esa conversación con Don Daniel “a fines de 1975”: “¡Hasta qué grado tenía razón! ¡Hasta qué extremo nos ha llevado la concentración del poder y la corrupción que invariablemente lleva consigo!”[2] Es la diferencia entre un Cosío Villegas, economista, historiador y politólogo, y un Suárez–Vélez, economista ortodoxo, simple y rígido como economista y como antiobradorista. Éste no ve u olvida fácilmente la concentración de poder en el PRI —partido hegemónico— y en su jefe el presidente de la república —hiperpresidente—, así como la corrupción de priistas de todos los niveles. Ése era el régimen autoritario priista, no dictatorial con exactitud pero tampoco democrático, pues no ser dictadura no necesariamente significa que un sistema no sea autoritario, pésimo en resultados ni criticable desde la razón.

Aquella expresión de “los priistas cuidaban las formas” es una que hemos visto mucho más en meses recientes. No sólo en textos como el de nuestro criticado economista. Hasta Mauricio Merino la ha repetido… Es un dicho estúpido. ¿Se refiere a formas “cuidadas” como las de los usos electorales incluidos en las victorias priistas que hemos tocado? Vuelvo a tocarlas: el PRI rellenaba y robaba urnas, acarreaba gente para transformarla en votantes, amenazaba a votantes potenciales y opositores, controlaba centralizadamente el padrón desde la reforma de 1946, organizaba las elecciones y también desde esa reforma lo hacía por medio de la Segob federal, sus legisladores calificaban los procesos, y no existía representación proporcional, por lo que —i.e. por el sistema electoral mayoritarista— con cualquier porcentaje de votación, falso o verdadero, siempre que fuera mayor a los demás, el PRI quedaría sobrerrepresentado. ¿“Buenas formas”? ¿Lo fueron las de los negocios del presidente Alemán y sus cuates, conocidos en su época como “los cuarenta ladrones”? ¿Esas formas fueron lo que llevó a Alemán a poner una estatua de sí mismo en Ciudad Universitaria? ¿Alemán cuidó “las formas” al forzar al exilio a Jorge Piñó Sandoval por sus críticas en la revista Presente? ¿No lo mató y por eso fue buena su forma? ¿O el asesinato es la peor forma pero no la única mala? ¿O los que usan la expresión se refieren a cuidar y por ende practicar las malas formas, que serían malas pero formas? ¿Fueron cuidadas las dichosas formas al asesinar a tantos campesinos y al líder Rubén Jaramillo y a su esposa e hijos? ¿Al encarcelar el presidente López Mateos al líder ferrocarrilero Demetrio Vallejo? ¿Al encarcelar cuatro años al pintor Alfaro Siqueiros sólo por criticarlo (a López Mateos), aunque se le acusó por “disolución social”? ¿Al decir/reconocer/describir Emilio Azcárraga que Televisa era “un soldado del presidente”? ¿No era priista Azcárraga, aunque no portara gafete u otra credencial? ¿Esa realidad político–mediática implica buenas formas sobre la relación medios–poder y la libertad de expresión? ¿Los priistas cuidaron las formas en la “guerra sucia”? ¿Por qué la llamamos “sucia”? ¿Sólo porque el Estado se defendía ante retos armados o porque al defenderse se excedía y descuidaba toda forma legal y razonable de respuesta y ataque? ¿Se cuidaron las formas en las matanzas del 68 y el 71? ¿En la de la Alameda capitalina en 1952, contra los henriquistas? ¿Los priistas mataron pero “bien”, con buenos modos? ¿Echeverría cuidó tanto las formas que nadie supo que el golpe al diario Excélsior contra Julio Scherer fue obra presidencial? ¿Mismo caso del libro–encargo difamatorio Dany, discípulo del tío Sam, contra el crítico Cosío Villegas? ¿Cree Suárez–Vélez que el PRI hegemónico aprobaba leyes por consenso? ¿Buscaba sistemáticamente el consenso de una oposición nominal y mínima? ¿Con una oposición nominal, mínima y en la que una parte eran satélites como el PARM y el PPS, partidos que no se separaron del PRI hasta 1988? No parece que el economista sepa cuáles eran los números legislativos bajo ese PRI. Le pongo uno: entre 1955 y 1964 hay tres legislaturas y en ellas los diputados opositores sumados dan un total de… veinte. ¡Veinte! Entre cientos de priistas. En nueve años. Y no todos eran realmente opositores, pues algunos (5) son del PPS y el PARM.[3] ¿Entenderá el economista qué significa partido hegemónico? No parece, tampoco.

Todo el párrafo anterior, todo lo que hemos inventariado es sólo parte de la evidencia, y lo es si nos concentramos en algunos de los casos más grandes de las décadas de hegemonía pura, repito, del año 46 al 76. Haga usted la cuenta y diga si esos hechos son las excepciones… En años de hegemonía declinante (gradualmente, por la transición democrática), encontramos casos de formas priistas tan buenas y tan cuidadas como las del nepotismo del presidente José López Portillo, quien hizo a su hermana directora dentro de la Segob y a su hijo subsecretario de Estado, y las del fraude electoral de 1988, operado por Manuel Bartlett.[4]

Hablando de Bartlett y similares, no dejemos pasar que Suárez–Vélez apunta que AMLO nos quitó los mecanismos para corregir algunos problemas públicos, mecanismos como la división de poderes. No lo dejamos pasar para contraapuntar en insistencia que esos mecanismos no existían en el priato. ¿Por qué existieron en el siglo XXI —casi nunca en el XX— antes de que los quitara López Obrador? Porque se construyeron contra el sistema del PRI, aprovechando la pérdida de su hegemonía. Esa hegemonía de los años que defiende Suárez–Vélez, la que aún estaba viva hace cincuenta (1974, el año que refiere) y que venía desde 1946 con un proceso “para” desde 1929.

Suárez–Vélez no lo sabe, pero en la supuesta burocracia maravillosa de Hacienda priista también fueron funcionarios Napoleón Gómez Urrutia y Manuel Bartlett. Entre esos funcionarios, a lo largo y ancho de la burocracia, y vertical y horizontalmente, apareció uno que otro Reyes Heroles. Como mi crítica no es fanática ni tiene nada que ocultar, agrego otro nombre: Jaime Torres Bodet.

No es todo lo que se le puede criticar al texto citado. Dice también que en los años priistas había una meritocracia, estadistas lúcidos como Reyes Heroles y que se integraba a diversos sectores sociales en el sistema. Vuelve a equivocarse, aun si intenta parecer matizado en su defensa. Esa meritocracia existía muy relativamente, por decirlo de esa manera: era muy pequeña, no se producía desde los mandatos de leyes generales sobre servicio profesional de carrera para todo el Estado y sólo se daba en secretarías como Relaciones Exteriores y Hacienda, donde de todos modos coexistía con el partidismo y el amiguismo. Suárez–Vélez no lo sabe, pero en la supuesta burocracia maravillosa de Hacienda priista también fueron funcionarios Napoleón Gómez Urrutia y Manuel Bartlett. Entre esos funcionarios, a lo largo y ancho de la burocracia, y vertical y horizontalmente, apareció uno que otro Reyes Heroles. Como mi crítica no es fanática ni tiene nada que ocultar, agrego otro nombre: Jaime Torres Bodet. Pero Suárez–Vélez no sólo puso un ejemplo solitario, no parece dimensionar que por cada Reyes Heroles o Torres Bodet había miles de “tlacuaches” Garizurietas, cuya trascendencia histórica es su obra completa y ésta es la frase–CV “Vivir fuera del presupuesto es vivir en el error”. Reyes Heroles y Torres Bodet son excepciones. Datos que no hay que ocultar ni distorsionar, ni en contra del PRI ni a favor del PRI.[5]

El último punto del economista muy ortodoxo pero extrañamente priista en su texto no es más que una cosa, y me sorprende a medias que Suárez–Vélez no lo comprenda: corporativismo, eso era principalmente la integración de sectores sociales en el Estado que hacía o intentaba el PRI, con un puente hacia el capitalismo de cuates. ¿Corporativismo partidista y cuatismo capitalista es lo que defiende el presunto liberal? Es lo que pasa cuando se critica a López Obrador visceral o tramposamente, cuando se exagera para presentarlo no como la basura reciclada que es sino como una basura jamás vista ni emparejada con ninguna otra en ningún aspecto. Es el problema de criticar no por lo que AMLO es sino por lo que quieren que sea… para poder criticarlo por “serlo”. Muchos de esos participantes del intercambio público, además, no saben de la mayoría de asuntos sobre los que opinan. Hay que decirlo como lo que es.

Al final de su artículo recomienda Suárez–Vélez llamar las cosas por su nombre. Lo pide. Pero él yerra al nombrar: no quiere ni puede llamar neopriismo al obradorismo real, pero eso es. Sugiere que es una novedosa dictadura de izquierda, pero eso no es. Se trata de un “nuevo” —otro en variante— régimen autoritario, que recupera al del PRI o que viene de él y regresa imperfectamente a él, ya que va contra la transición democrática antiPRI hegemónico.

El texto que hemos puesto bajo análisis y crítica es un texto que, sin importar que esté publicado en Reforma, equivale a fraude directo o indirecto. Directo sería si Suárez–Vélez sabe todo lo que hemos dicho aquí pero mintió para decir lo que él quería decir contra AMLO y sus creaturas; fraude indirecto sería si no lo sabe, o en parte no lo sabe y en otra parte olvidó, pero aun así decidió escribir algo que después de todo engañaría a sus lectores. Sea una cosa o la otra, es una vergüenza que Reforma publique ese tipo de textos, opiniones que no sirven a quienes van en busca de análisis o al menos de opiniones reflexivamente útiles, más todavía cuando en sus páginas ya se tienen los coqueteos y bandazos de Jorge Volpi y la propaganda obradorista de la pareja Vanessa Romero–Carlos Pérez Ricart. Suárez–Vélez no sirve a nadie para entender la política mexicana, ni la del pasado ni la del presente. Es, en ese sentido, un comentócrata inútil. Sólo llamo las cosas por sus nombres, como quiere él.

Anexo

En mi artículo menciono como político corrupto a un Gómez Villanueva, quien nunca ha quedado libre de sospecha de corrupción mediante el fideicomiso de Bahía de Banderas, Nayarit. Después de escrito el mío, recordé un mal texto de José Antonio Meade, “Las muchas vidas y lecciones de Augusto Gómez Villanueva”, publicado en Excélsior el 11 de febrero de 2024. Ahí, Meade manifiesta su priismo personal, no critica sino de algún modo defiende al presidente Echeverría, pinta a Gómez Villanueva como un político y funcionario maravilloso, de fantasía, y a la manera de Suárez–Vélez y otros sentencia: “Muchos de los analistas acostumbran de forma ligera enmarcar excesos antidemocráticos de hoy como si fueran un regreso al pasado del PRI. Esa falta de matiz y trabajo serio hacen ver como normales en nuestro marco de referencia histórico embates y atropellos inéditos”. La mentira de Meade, la mentira priista: en el priato no hubo excesos antidemocráticos, o de plano había democracia, o todo es hoy peor, absolutamente nuevo y absolutamente ajeno al PRI. Es eso, mentira. Meade manipula las palabras “matiz”, “trabajo” y “serio” para cubrir que lo que él está diciendo implica un trabajo falto de seriedad y matices, hecho editorial del que se da cuenta un analista. No me canso: es históricamente falsa una posición política como la de Meade, en la que “matizar” degenera en defender al PRI como si sus aciertos fueran cuando menos mayoría, así como es falsa la posición que critica al PRI sin ningún tipo de matices como si sus errores y daños fueran literalmente el 100%. Esto no es lo que yo hago y tampoco hago lo de Meade: matizar no es lo que él hizo en ese texto; de hecho, matizar es lo que él no hizo. Con y después de todos los matices, el PRI es muy criticable. Debe ser criticado, aunque moleste a todas las clases de priistas.

Para poner punto final definitivo, expliquemos la defensa de Meade a Gómez Villanueva. Tiene tres causas. La primera es que el nonagenario echeverrista es amigo de su padre, Dionisio Meade; José Antonio creció con ellos. La segunda es que Meade junior tuvo como colaborador a Gómez Villanueva cuando dirigió Banrural. Lo rescató. Se entiende, si Meade tuvo un colaborador tan elogiable, él fue un jefe elogiable. La tercera, Gómez Villanueva ayudó a Meade a ser candidato presidencial del PRI en 2018, siendo uno de los operadores al interior del partido para el cambio que permitiera esa candidatura. Su texto es una muestra más de que “nuestra” clase política, de todos los partidos, sigue entregada a la soberbia, la necedad, la autocomplacencia y la simulación. ®


[1] Es lo mismo que muchos hacen sobre AMLO: se inventan una versión que les acomoda para elogiar o atacar. Paralelamente, algunos de esos atacantes inventan un Trump o un Milei en los cuales creer, idealizados, y a los cuales oponer un López Obrador diferente, sin similitudes con ellos. Pero en los hechos AMLO, Trump y Milei son similares en varios aspectos no entendidos por sus fanáticos mexicanos.
[2] “Don Daniel, profeta”, en “Enfoque”, suplemento de Reforma, núm. 114, 10 de marzo de 1996.
[3] Cfr. Luis Medina Peña, “Visita guiada a las elecciones mexicanas”, Estudios de Política y Sociedad, BUAP, núm. 2, octubre–diciembre 2005, p.119. Ojalá ya se entienda por qué la representación proporcional fue necesaria para la transición democrática, por qué era y es un error apoyar su desaparición, y por qué Morena quiere desaparecerla.
[4] En los años setenta, ochenta y noventa había otras formas de algunos políticos, privadas pero no sin relación con la vida y la visión públicas, que vale la pena señalar. Veamos el caso de José Juan de Olloqui: “Solíamos reunirnos periódicamente, por lo general a comer o cenar en su casa en Coyoacán o en su segundo hogar en el D.F., el Club de Banqueros. Ir a Fancisco Sosa 84 [la dirección de la casa de De Olloqui] era como trasladarse en el tiempo a otra época: mayordomo de livrea (sic), retratos de ancestros, muebles antiguos, trofeos de caza, cortinas de terciopelo. Su esmero en recibir como todo un señor feudal, con detalles inusitados en un soltero —dícese que bastante codiciado— nunca dejaba de sorprenderme y divertirme”. Es el recuerdo de Jorge Castro Valle publicado en el folleto Homenaje a José Juan de Olloqui (p.14). Político priista, banquero privado y estatal, De Olloqui fue el embajador de México/Luis Echeverría en Estados Unidos de 1971 a 1976. No sólo fue director del Infonavit en el sexenio de Carlos Salinas. Quien crea que funcionarios ricos, frívolos, amantes del lujo, muy corruptos o no, sólo existieron a partir del neoliberalismo, quien crea eso, no ha entendido nada, realmente nada de la historia del Estado mexicano. Como Rafael Barajas, El Fisgón. Otro punto que hay que entender: así como la corrupción, la desigualdad y el autoritarismo no nacieron en 1982 con el inicio neoliberal en el gobierno federal, la democracia no nació en 1976, o el partido hegemónico no murió ese año, sino que en 1977 y gracias a una reforma político–electoral “despresurizadora” de Jesús Reyes Heroles–López Portillo inició una gradual y lenta transición a la democracia desde el autoritarismo, por lo que entre 1976 y 1996 el régimen autoritario y la hegemonía priista aún existen, pero declinan, y coexisten con procesos diferenciados  como la liberalización política, la democratización electoral y la neoliberalización económica. Por extensión, la democracia tampoco nació en 2018.
[5] Reyes Heroles eran tan excepcional que, además de hacer la reforma que introduce la representación proporcional y al mismo tiempo le da oxígeno al PRI en el corto plazo pero en buena medida se lo quita en el mediano, hacía y decía cosas no convencionales como ésta: hay que profesionalizar la administración pública, “en el buen sentido de la palabra, que no significa tener título sino profesión, es decir, actividad orientada, reglada, consciente, con dominio de una materia teórico–práctica”. Lo dijo en un discurso del 8 de marzo de 1972. Véase Jesús Reyes Heroles, Discursos políticos, Imprenta Madero, 1975, p.25.

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Publicado en: Política y sociedad

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