Dejar algo irrecuperable en el ring de la literatura

Entrevista a Luis Miguel Estrada, autor de El último argumento del Rey

Contar la historia del boxeador Orlando Cano y de la elaboración de un libro sobre él es el gran tema que está en esta novela de Luis Miguel Estrada, El último argumento del Rey, a contracorriente de los estereotipos.

Autorretrato del autor.

Con una situación muy difícil en lo familiar, Orlando Cano lleva una agitada vida en la frontera entre México y Estados Unidos, donde encuentra un camino por demás rudo para sobrevivir: el boxeo, en el que empieza desde muy abajo. Un día, en el trajín de las miserias del pugilato profesional, encuentra un mánager que lo empieza a hacer crecer y, después, a un empresario que quiere hacer negocio con él llevándolo al título.

El camino al título de Cano es muy intrincado en lo deportivo y en lo personal, con muchos matices y aspectos que van más allá de los claroscuros. Eso lo hace motivo de un gran reportaje que elabora una periodista, Carol Ortega, quien traza la épica del peleador mexicano.

Contar la historia del boxeador y de la elaboración del libro sobre él es el gran tema que está en la novela de Luis Miguel Estrada, El último argumento del Rey (México, Fondo de Cultura Económica, 2024), en la que el púgil mexicano es descrito de la siguiente forma: “Orlando Cano, en efecto, ha vivido una relación tan cercana con el duelo, con pelear en condiciones emocionalmente complicadas, con nadar a contracorriente de su propio dolor o masticarlo para convertirlo en box, que es probable que se trate de uno de los boxeadores mentalmente mejor equipados para pararse sobre el ring”.

Sobre esa novela charlamos con Estrada (Morelia, 1982), quien es maestro en Literatura Mexicana por la Benemérita Universidad Autónoma de Puebla y doctor en Lenguas Romances y Literatura por la Universidad de Cincinnati. Autor de siete libros, ha colaborado en publicaciones como Humanitas, Amoxcalli, Literatura Mexicana, Cincinnati Romance Review y Revista Mexicana de Literatura Contemporánea. Ha obtenido diversos premios, como los nacionales de cuento Juan José Arreola (2008) y Agustín Yáñez (2012), así como el Gilberto Owen (2013).

—¿Por qué escribir una novela como la tuya, sobre un boxeador sonorense formado en la dura vida de la frontera, muy de la escuela mexicana, su complicado ascenso y su decadencia?
—Es un libro que se alimenta de un montón de cosas. Me encanta el boxeo y he leído mucho sobre ello, y cuando estuve en Estados Unidos hice mi tesis doctoral sobre la literatura mexicana y el boxeo, sobre la manera en que hemos visto a los boxeadores en la escritura. Allá estuve entrenando en varios gimnasios y es una práctica que he llevado durante un buen rato.

Es una novela que escribí muy feliz; me entretuve, me divertí, me apasioné, me llené de libros, vi peleas, me puse a ver videos en YouTube, hice boxeo de sombra, manoplié. Me lo pasé increíble; así, espero que quien quiera que se acerque a esta novela pueda vivir un poco las emociones que tuve con ella.

Me parecía que la historia se ha contado repetidamente de una sola manera: auge y caída. No necesariamente quería contar la misma historia, sino deseaba nadar un poco a contracorriente de los estereotipos para ver qué pasaba si pasamos de ciertas expectativas lectoras. Pensé en un boxeador que, aunque tiene tragedia, no es exactamente trágico; qué tal si, aunque tiene sufrimiento, no es exactamente una figura en absoluto derrumbe y le daba aristas, calado humano si repensaba un poco más la aproximación al personaje.

Esto fue muy alimentado por las vidas que conocí en gimnasios: me puse a platicar con boxeadores profesionales, con amateurs, con coaches que también tuvieron vidas profesionales como peleadores y con gente que ha pasado por encordados. Entonces me di cuenta de que había una cantera de vida humana muy grande y que yo quería poner allí como un pequeño y discreto homenaje a esa gente que admiro profundamente.

Invito a que le echen un ojo a la novela como una sabrosa invitación a las cosas que nos apasionan, tanto el boxeo como la literatura, como la pulsión de narrar lo que nos emociona.

Es una novela que escribí muy feliz; me entretuve, me divertí, me apasioné, me llené de libros, vi peleas, me puse a ver videos en YouTube, hice boxeo de sombra, manoplié. Me lo pasé increíble; así, espero que quien quiera que se acerque a esta novela pueda vivir un poco las emociones que tuve con ella, que fueron un carrusel, una chulada. Ojalá que eso pueda llegar al lector.

—En la penúltima página mencionas esto que acabas de decir: que también entrenaste boxeo. ¿Cómo te ayudó para escribir la novela esa experiencia, para tomar la pluma con los guantes puestos?
—Nunca llegué a pelear en forma, aunque me preparé para una pelea de exhibición en Cincinnati, pero se me atravesó un viaje de trabajo y ni siquiera estaba en Estados Unidos, por lo que tuve que cancelar. Lo que sí hice fue mucho entrenamiento y ser sparring de gente de todos tamaños, colores, sabores y experiencias. Me tocó practicar con gente con mucha más experiencia que yo, me tocó cortar peso —aunque no a nivel profesional— con alimentación, cambiar hábitos y un montón de cosas más.

Eso me dio una idea de lo que tiene que pasar una persona para boxear. Es diferente leerlo a vivirlo; es muy distinto decir “bueno, es que se tienen que entrenar”, a levantarte y hacer siete kilómetros de carrera y después ir al gimnasio. Si lo haces, es muy diferente decir “el juego de pies de un boxeador” a entrenar el caminado en el ring; es muy diferente decir los nombres de los golpes, como un jab o un uppercut, a tirarlos y recibirlos en la cara.

Eso me ayudó mucho para tratar de entender físicamente al personaje que estaba desarrollando y a sus oponentes. Fue una delicia recrear las escenas de pelea porque me daban una sensación de trabajo físico que era padrísimo recordarla. Yo también veía peleas que me han impactado mucho y trataba de sacarles pedazos, como coreografías para ponerlas sobre el papel.

Me gustó mucho combinar esa experiencia física con lo que se le puede comunicar al lector porque éste también se da cuenta, cuando está frente al libro, de cuál es el nivel no nada más de conocimiento sino de implicación del autor sobre lo que está manejando, qué tan metido está. A mí eso es algo que me gusta mucho en algunos escritores que admiro: que de veras se nota que saben de lo que están hablando en un nivel realmente meticuloso.

Para mí es un asunto muy importante porque se nutre del periodismo deportivo mexicano y estadounidense; hay una parte que a mí me gusta mucho del norteamericano: que no deja atrás la parte literaria por cumplir con la parte de cubrir lo que está pasando. No deja la realidad atrás, pero tampoco deja la literatura, y van avanzando a la par.

Recuerdo un libro de Richard Ford que se llama El Día de la Independencia, que es peculiar porque el personaje es un agente de bienes raíces, por lo que describe la venta de casas. Creí que estuvo en esa actividad porque se ve tan bien construido, tan bien pensado y elaborado que huele a experiencia personal. Eso es muy interesante y el lector lo puede percibir.

—En las novelas están muy bien descritas, muy vívidas, ciertas cuestiones técnicas del pugilato. Me recordó a Norman Mailer cuando contó la pelea Alí–Foreman.
—Sí. Para mí es un asunto muy importante porque se nutre del periodismo deportivo mexicano y estadounidense; hay una parte que a mí me gusta mucho del norteamericano: que no deja atrás la parte literaria por cumplir con la parte de cubrir lo que está pasando. No deja la realidad atrás, pero tampoco deja la literatura, y van avanzando a la par. A mí me parecía que si algún tipo de voz quería para esta suerte de narradora que es Carol Ortega en la novela, tenía que ser una forma de contar algo como eso.

Mailer es un referente porque fue uno de los primeros grandes representantes del Nuevo Periodismo estadounidense. Me encantaba que pudiera ir para allá la cosa y, obviamente, en el proceso de investigación me alimenté mucho del periodismo estadounidense y tiende mucho hacia allá.

—Justamente la novela está construida con la idea de un gran reportaje, de elaborar un documental, y es esa historia. ¿Qué posibilidades de creación literaria te dio el periodismo?
—Es un libro que es la historia de un libro. Me interesaba mucho unir dos pasiones: la de narrar y la del boxeo. Es la historia de Orlando Cano como boxeador; Carol Ortega, que es la periodista, se acerca a él para decirle de un proyecto: “Quiero escribir un libro sobre ti; entonces, vamos a hacer una serie de entrevistas. Voy a hacer unas partes en tercera persona, como un narrador desde fuera, y va a haber una partes narradas en primera persona, que vas a ser tú”.

Los capítulos van alternados: hay unas partes narradas por Orlando, aunque sabemos que las armó Carol; hay otras partes narradas por ella en tercera persona, y de pronto hay unas entrevistas que dan el material del que surge todo lo que vemos.

Me interesaban esas herramientas periodísticas precisamente por la manera en que construimos las historias, No es nada más lo que narramos, sino también cómo vamos construyendo lo que narramos: cómo nos acercamos a lo que nos apasiona, cómo dejamos algo fuera, cómo no podemos tocarlo completamente, cómo es que no podemos agotarlo, cómo es que tenemos que recurrir al artificio que significa el truco textual, pero que éste no vulnere la realidad ni la verdad sino que la acentúe, etcétera.

Hay una serie de asuntos que me llamaban mucho la atención: me parecía que usualmente hemos pensado en el periodismo narrativo, en la crónica, como un género que toma partes del cuento, de la novela, del ensayo; es decir, que, de cierta manera, saquea los géneros literarios para construirse. Pero yo pensaba que lo podía hacer al revés; es decir, si ya está tan consolidado y tan bien armado el género del periodismo narrativo, entonces utilizar sus herramientas para construir una novela. Fue como hacer el camino opuesto.

Quería que eso se notara y que una persona que se interesa meramente por la historia boxística tuviera mucho que disfrutar en el libro. Pero alguien que se interese también por nuestra gran pulsión humana de narrar va a notar varios elementos que creo pueden llamarle mucho la atención.

—Muchos antes de llegar a la última página, al ver el nombre del protagonista, de cuál estado es oriundo y de las dos peleas en Puerto Rico recordé a Orlando “Siri” Salido, al que hasta el final mencionas. ¿En él y en qué otras figuras te inspiraste para construir al protagonista de la novela?
—A pesar de las tragedias en las que ahora anda envuelto “Siri” Salido, me parecía muy interesante un peleador que inicia como carne de cañón y al que de repente alguien le ve oportunidad porque es mejor de lo que parece, lo que le cambia la carrera.

Alimenté a Orlando Cano de varios peleadores, precisamente porque son vidas como las de muchas personas, muy interesantes, pero que, precisamente por el nivel de estelaridad que alcanzan, por todo ese reflector que acaparan, se vuelven tan llamativas.

Me llamaba la atención también porque eso le pasó también a “la Zorrita” Soto. Omar Millán, en La fábrica de boxeadores en Tijuana, cuenta cómo él tenía hasta el contrato para vender sus propios boletos; después, alguien le compró el contrato a su mánager y subió al peleador. Alguien con ojos siempre puede observar a un gran boxeador en donde alguien sólo ve a carne de cañón.

Me llamaban la atención como los de “Zorrita” Soto y del “Siri” Salido. Hay otro tipo de experiencias internacionales de personas que tienen una vida en Estados Unidos y en México, como Abnes Mares, de quien estuve viendo que en California le tocaron vivencias muy duras, como pandillas, comer de basureros atrás de restaurantes y que su papá lo regresaba a México para que practicara boxeo y dejara de meterse con bandas. “Chon” Cepeda también estuvo viviendo en parte en México y otra en Estados Unidos, al igual que Óscar Valdez, quien habla perfecto inglés porque hizo la primaria en Tucson, Arizona, de quien a mucha gente le llamó la atención que se condujera tan bien en las entrevistas en inglés.

Entonces, alimenté a Orlando Cano de varios peleadores, precisamente porque son vidas como las de muchas personas, muy interesantes, pero que, precisamente por el nivel de estelaridad que alcanzan, por todo ese reflector que acaparan, se vuelven tan llamativas. Creo que muchas vidas de personas que nosotros conocemos, que están a nuestro lado, una vez que los ponemos bajo el reflector se magnifican, lo que es otro punto de la novela: cómo la mirada pública es intrusiva y cómo se construyen narrándolas.

También hay otra serie de temas que me interesaban sobre el ser privado y sobre la mirada pública.

—Es una historia de la frontera: el personaje se desarrolla en Tijuana, pasa a Estados Unidos y regresa con su familia; el padre se pierde allá, su hermano se vuelve pandillero y muchas otras experiencias. ¿Qué nos dicen tu novela y el boxeo de esta relación entre México y Estados Unidos?
—Es una relación histórica larguísima: desde que el boxeo empezó a crecer en Estados Unidos lo hizo en México, y las carteleras internacionales y los personajes cruzando la frontera siempre han estado allí. Es uno de los mercados más grandes para el boxeo, y México es un gran generador de tremendos peleadores, de talla internacional y muy taquilleros porque son de un estilo muy llamativo, muy poderoso.

Además, es el único lugar en el mundo donde hay una franja fronteriza con países tan desiguales y con un contacto tan largo, lo que se manifiesta en situaciones políticas, comerciales y deportivas, por supuesto. Personas que llenan estadios y arenas, que van a casinos, que entran en par per views, que ven deportes en plataformas, etcétera. Eso se vuelve una relación muy compleja y complicada.

En el caso de Orlando Cano, viene de un antecedente de haber vivido como una persona indocumentada. Quería explorar esa parte de situación migrante, pero sin hacer ningún tipo de explotación, sino hacerlo de una manera respetuosa y humana, sobre todo porque cuando yo estuve trabajando en Estados Unidos en universidades, en más de una ocasión me tocó hacer actividades con comunidades hispanas. En una ocasión me tocó platicar con algunos estudiantes que venían de la Dream Act y, entonces, ya tenían una situación mejor que la de sus familias que habían llegado sin documentación. Había escuchado muchas historias, había platicado con mucha gente, y no dejaba de llamarme la atención, por lo que quería abordar la situación de alguna manera, sin explotar el dolor, sino más bien mirar la complejidad de las experiencias migrantes, binacionales, multiculturales.

—Hay dos figuras que están muy presentes al lado del protagonista: el representante Héctor Navarro y el mánager Abraham Jara. ¿Cómo los creaste?
—Son personajes interesantes porque, dentro de todo, son los más ficticios. Con ellos di un poco más de manga ancha para la ficción por diversas razones, como que es complejo meter todo el mundo de situaciones que hay en una pelea; es decir, están los representantes, el mánager, la promotora, los matchmakers, los contratos televisivos… Es demasiado para ponérselo al lector.

El ambiente del gimnasio no nada más es un solo entrenador, sino un equipo de trabajo, un pequeño ecosistema. Tenía que hacer personajes que condensaran un poco esos mundos para que fueran más sencillos, y por eso me tuve que dar una serie de licencias ficticias.

Había que condensar: hay un entrenador principal, pero hay también un encargado del acondicionamiento físico, hay un manoplero, un entrenador segundo… El ambiente del gimnasio no nada más es un solo entrenador, sino un equipo de trabajo, un pequeño ecosistema. Tenía que hacer personajes que condensaran un poco esos mundos para que fueran más sencillos, y por eso me tuve que dar una serie de licencias ficticias.

Empecé a trabajar con ellos desde el aspecto de personalidades, y me interesaba el promotor, Héctor Navarro. ¿Qué pasa si se tratara de un promotor que puede tener sus negocios pero al que realmente le gusta el box? Es decir: lo hace porque realmente le interesa, le apasiona, pero, ojo: no quiere perder dinero. No va a perderlo, pero lo va a hacer con toda la pasión del mundo, que es una manera muy válida de hacer negocio, y no perder dinero no significa explotar a una persona.

¿Qué tal si no vemos eternamente al mismo personaje como el mismo criminal? ¿Qué tal si no vemos eternamente un villano? Me daba la sensación de que el personaje podía tener un poco más de aristas y me llamaba la atención esa relación que puede verse como desigual porque Navarro es un empresario con dinero y con educación, pero llega un momento en que siente una cercanía humana con Orlando Cano. Así, sin que lleguen a ser grandes amigos, hay una cercanía, una camaradería muy honesta entre ellos. Me llamaba la atención también cómo construir eso.

Abraham Jara es un entrenador que viene de una serie de historias que sí pasan en el boxeo: de que un peleador llegue sin esquina a una función. Eso le pasó, por ejemplo, a Moisés Flores, que llegó solo preguntando quién se animaba a acompañarlo, además de que se tiene que hacer una serie de cosas por los gastos. Me interesaba pensar en una serendipia de qué pasa si, por pura suerte, resulta que el peleador se encuentra al mejor entrenador posible para él.

Quería que Jara fuera un poco raro, diferente, por lo que tiene varios elementos: de pronto es un poco predicador, un poco fan de lecturas de gente millonaria porque le gustan los libros, lo que es un asunto que me interesaba. Hay un entrenador yucateco, “el Choláin”, que sí hacía eso con Óscar de la Hoya: le leía y le decía que tenía que aprenderse a los dos William: a Pep por la defensa, y a Shakespeare. Así, se ponían a leer en los entrenamientos.

A Gene Tunney, antes de sus peleas contra Jack Dempsey, la prensa se lo acababa porque se sentaba a leer a Shakespeare. Lo hacía porque cuando iba de camino a la guerra había encontrado a una persona muerta de miedo que se refugiaba en los libros, y él pensaba: ¿qué puede tener un libro que, camino a la guerra, te refugie? Entonces aquel le entregó un Shakespeare en agradecimiento por acompañarlo, con lo que ese soldado le abrió las puertas a la lectura.

Se me hizo interesante que los peleadores lean, quizá no los libros que uno consideraría como los más altos o los mejores, pero, de alguna manera, es una mente que está abierta y que tiene cierto grado de éxito en lo que hace.

Tenía mucho material para explorar, pero también tenía que detenerme un poco: hice el estudio del personaje, me salieron cosas que son interesantes pero no puedes meter todo en la novela.

Creo que esto funciona bien porque, cuando doy talleres de creación literaria, siempre digo: que tus personajes secundarios sean tan buenos que en otro momento hubieran podido ser los principales de otra narrativa. Si se quedó algo en el tintero de algún personaje secundario, qué mejor porque eso lo hace un personaje. Eso me pasó con Navarro y con Jara.

—Otro tema que hay en la novela y que puede dar para un libro es el impacto del desarrollo de los medios de comunicación en el pugilato. Recuerdas desde el caso de Thomas Alva Edison cuando grabó a Jim Corbett y llegas hasta el Instagram, pasando, por supuesto, por la radio y la televisión. ¿Qué hay de esta vinculación entre la mediatización y el boxeo?
—El boxeo es uno de los deportes —si no el deporte— que más relación ha tenido con el desarrollo de los medios de comunicación. Como está anotado en el libro, fue de lo primero que se transmitió en vivo; incluso, las primeras pruebas de cómo funcionaría la cámara para transmitir deportes en vivo se hicieron con boxeo porque se está más cerca y es más fácil encuadrar un ring que una cancha.

Eso también tiene que ver con la forma en que el boxeador es sometido al escrutinio público. Difícilmente hay otro deporte tan individualizado; si ves las conferencias de prensa, no entrevistan a todo el equipo de futbol, sino, si acaso, al director técnico y a un par de cracks, pero en el boxeo siempre es un foco altísimo en los peleadores centrales.

Eso es muy interesante, cómo el medio de comunicación hace que la figura del boxeador esté en el ojo del huracán, y mientras más se desarrolla, más y más bombardeo. Creo que también éste es un diagnóstico de época: tenemos un ojo perpetuo mirándonos a nosotros mismos y, en el caso de las figuras públicas, ese ojo se multiplica por millones.

Por eso me interesaba tanto poner el desarrollo tecnológico.

—Hay un epígrafe que luego desarrollas en uno de los personajes de la novela, que es de Timothy Bradley: “Un pedazo de sí se quedó en el ring esta noche y nunca lo va a recuperar”. ¿Qué es eso que deja el boxeador arriba del cuadrilátero?
—Es una cosa muy dramática cuando uno ve a ciertos boxeadores con una forma impresionante y saber qué tipo de preparación debe llevar para tenerla, y ver todo el desgaste físico que dejan allí.

Recuerdo mucho la pelea de “Chon” Zepeda contra Iván Baranchyk: se estaban dando durísimo y se tumbaron varias veces. Efectivamente, después de eso ninguno de los dos duró mucho: Baranchyk no duró más que un par de años más y se retiró.

Es muchísimo desgaste el que se llevan allí, incluyendo el emocional. Hay una serie de cosas que se quedan arriba del cuadrilátero y que ya no regresan. En el plano físico podemos hablar de las lesiones, de los dolores, de la manera en que el cuerpo envejece; si ves a un boxeador de veinticinco años, parece una persona de treinta o más por el desgaste al que se ha sometido. Pero también hay algo psicológico por la presión a la que se somete esta gente y algo de eso es lo que lo hace un deporte tan dramático.

Es gente que va a dejar algo allí, lo que es también una lección vital para lo que nosotros hacemos y amamos: si en el libro que uno escribe no deja algo, no vale la pena. También hay que dejar algo allí que no se pueda recuperar.

—De lo que hablabas al principio, de cómo ha sido contado el boxeo en México. Hay algún apunte crítico que hace Orlando Cano que llega a decir de los periodistas que “de todos esos que opinan, ¿quién se va a acordar después?”. A grandes rasgos, ¿cómo ha sido contado en México?, ¿qué problemas presenta la crónica en ese sentido?
—La crónica periodística más sencilla es lo que podríamos llamar el periodismo hegemónico, que siempre es hacia la tendencia: las grandes figuras, las peleas de taquillazo, etcétera, y se pierden las peleas interesantes, algunos de los pequeños grandes dramas.

El Rey. Ilustración del autor.

Recuerdo que en algún momento alguien me decía: “Qué tomadura de pelo es el boxeo”, pero veía sólo las peleas del “Canelo”. Yo respondía: “Es que puedes ver otros combates”, y recuerdo mucho que fue el mismo año en que “el Bronco” Lara tumbó a Warrington en Reino Unido, y yo le comentaba: “Eso es drama”.

Por eso uno ve el boxeo: porque de pronto un peleador tiene menos probabilidades de ganar, pero el matchmaker dice “es un peleador explosivo, con un estilo que va a favorecer a Warrington, que es la estrella. Lo traemos a la casa para que tengamos en el palmarés que le ganamos al mexicano”. Y no, resultó que le dio la vuelta: “el Bronco” Lara fue a ganar y lo reventó fenomenalmente. Entonces le dije a mi cuate: “Hay que ver un poquito detrás de lo que se está llevando las notas, hay que leer un poco más allá de la tendencia y del hashtag”.

Esto no nada más se aplica al periodismo sino a la generalidad de los temas con el bombardeo mediático de la red social. Normalmente la tendencia es ésa, pero no es necesariamente ni lo más importante ni lo mejor. Hay que aprender a mirar un poco hacia otro lado. ®

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Publicado en: Libros y autores

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