Del «buen» tono

O el “góber precioso” sí es un hijo de puta

No todos los personajes públicos merecen ser criticados con “buen” tono. ¿De veras no existen los políticos prostituidos, tipejos nefastos, bastardos o que “no tienen madre”, asesinos, individuos de la peor calaña?

El exgobernador de Puebla Mario Marín. Fotografía © Agencia Enfoque.

Octavio Paz escribió alguna vez en su poema «Las palabras» la frase “chillen, putas”,1 expresión dura, pero que no es una simple vulgaridad ni un llamado a maltratar mujeres. Paz se refería al lenguaje, su flexibilidad y sus posibilidades y, como no odiaba a las palabras ni las sometía a malos tratos, lo que opera es una resemantización: lo que se quiere dar a entender no es aquello coloquialmente inmediato o, de algún otro modo, superficial.

En su célebre Historia de Roma Montanelli llama “tipejo” a Apio Claudio y a Marco Antonio se refiere con un “insensato de su calaña”, siendo la calaña un énfasis de la bajeza marcoantoniana. De Agripina, la ambiciosa madre de Nerón, poderosa hasta que su hijo mandó matarla, dice que “fue, ciertamente, una mujer nefasta”. ¿Qué no podríamos decir de Nerón?

Adolfo Sánchez Rebolledo, cuando el escándalo Marín–Cacho, dijo que se trataba de una “lección bastarda y medieval”, esto es, llamó al gobernador Mario Marín bastardo y medieval. Sólo un zopenco absoluto podría ver en ese uso de la palabra “bastardo” un ataque personal y bajo a la madre del señor. Señor que, con independencia de su madre, es un criminal. Por lo que yo, con independencia política y dependencia de mi análisis, lo llamé “hijo de puta”, insisto, sin dejar de matizar analíticamente.

Las almas gazmoñas, las hipócritas, y las arrebatadas por algún interés grillo, pequeño y momentáneo, son las que se quejarían por el uso de formas escriturales “duras”, por más fuertes que sean los fondos de lo escrito. Queja que —repito, “preocupada” por la dureza del envoltorio sin importar la fuerza racioempírica de todo lo envuelto— equivaldría a un muy bobo y hueco formalismo “buenista”. Mi amigo (o examigo, ya no sé) Raúl HC se ha transformado en una de esas almas: le molesta que llame “hijo de puta” a Marín, supuestamente por estar fuera de lugar y tono. Es una molestia irracional, pero no por eso inexplicable: trabaja para un político que navega con bandera “transformadora” y que cometió el error de relacionarse con un hijo político del “góber precioso”, pareja que critiqué en el mismo texto; dado que esa relación es públicamente criticable, Raúl se siente criticable, y para sentirse un poco mejor se defiende quejándose, contra la dureza crítica. Pero se equivoca. Está muy equivocado por muchas razones.

Las almas gazmoñas, las hipócritas, y las arrebatadas por algún interés grillo, pequeño y momentáneo, son las que se quejarían por el uso de formas escriturales “duras”, por más fuertes que sean los fondos de lo escrito.

Para empezar, no todas las revistas son académicas, así como no todas ésas pecan de otro formalismo que es el academicismo. Hay revistas de crítica pública. Están hechas, exactamente, para criticar en público lo público, y son democráticamente vitales. Después, segunda razón, hay políticos muy criticables. Por su vida pública. Objetivamente criticables. Tercera, ser objetivo no es ni ser acrítico ni prescindir de los adjetivos. Algo mentalmente producido no es objetivo por el hecho de que no sea crítico o carezca de adjetivos calificativos. Esa creencia es signo de irreflexión, pose académica barata o plena ignorancia y desactualización. Hay críticas sin objetividad y críticas objetivas, tal y como hay adjetivación objetiva. En tanto los hechos sociales —no naturales, aunque no por eso necesariamente no objetivos en el otro sentido de la objetividad— NO tienden a la neutralidad, podemos ser objetivos, o más objetivos y más realistas, si usamos adjetivos.

La disyuntiva no es si adjetivar o no, lo que se entiende si al menos se entiende eso que escribió Adam Zagajewski sobre un melón comparado con otros; el problema es usar mal los adjetivos, o abusar de ellos, sin correspondencia con los hechos, como en el caso de John Ackerman, por ejemplo. Cuando el uso del adjetivo nace de los hechos, por los hechos —y la razón—, la adjetivación es objetiva, objetiva en algún grado por sí misma. Objetividad, como atributo del observador, no es neutralidad ninguna sino un apego racional y sistemático a lo que sea fáctico.2

En cuarto lugar, el buen uso de los adjetivos, es decir, su uso objetivo/con base empírica no puede demeritar un análisis puesto que a) el análisis ya estaría hecho, y presentado, siendo precedente, y b) la adjetivación con objetividad sería parte, o parte y consecuencia, del mismo análisis. Lo digo otra vez: el problema a resolver no es el uso o no de adjetivos; el problema es el uso gratuito o falso de adjetivos, como en el caso de los “frenistas” que “describen” críticamente a López Obrador como “comunista” o el de Abraham Mendieta diciendo que Vargas Llosa “es un pendejo”, constitutivamente, en vez de demostrar que en X o Y ocasiones dijo alguna pendejada; la crítica “frenista” es una crítica no objetiva con y por adjetivos (comunista es adjetivo al sustantivo de izquierda) a los que les falta correspondencia empírica, mientras Mendieta simplemente dice muchas pendejadas…

Por último, y por convergencia de razones, la crítica dura y el análisis pueden ser compatibles. No es cierto que todas las críticas idiomáticamente duras se deban al no–análisis ni que todos los análisis científicos lleven a la no–crítica. Es obvio que no se trata de mentir o exagerar, tampoco de insultar sin más a cualquier político, sino de no dejar sin la crítica justificable y merecida a los peores políticos. A los políticos criminales, a ésos a los que los “amables” y blandos, los “diplomáticos” y dizque objetivos, cuando son sus “asesores” o asistentes, no se atreven a pedirles que no cometan crímenes y durezas contra los gobernados.

No, no y no: no todos los personajes públicos merecen ser criticados con “buen” tono. ¿De veras no existen los políticos prostituidos, tipejos nefastos, bastardos o que “no tienen madre”, atrasados o medievales, asesinos, individuos de la peor calaña?

A los políticos criminales, a ésos a los que los “amables” y blandos, los “diplomáticos” y dizque objetivos, cuando son sus “asesores” o asistentes, no se atreven a pedirles que no cometan crímenes y durezas contra los gobernados.

Las quejas que he refutado son residuos de malas culturas políticas. Esos quejosos aparecen cuando —y sólo cuando— se critica duramente a políticos para los que trabajan o que se relacionan estrechamente con aquellos que son sus empleadores. En el camino mienten o yerran sobre una objetividad que de cualquier modo no practican. Su petición tácita de no usar expresiones duras en ningún caso (repito, se usan en algunos, no en todos) para ser “objetivos” son tan tontas y falaces como pedir “ve al Amazonas, pinta lo que ves, pero usa 95% de color blanco y cuando mucho 5% de negro”; debería ser una obviedad que no puedes pintarlo realistamente ni siquiera con 50% de blanco y 50% de negro, porque usas 0% de todos los demás colores de la realidad, lo que sería prescindir de los adjetivos. Bien puesto, un adjetivo indica la complejidad real y da el (sub)tipo de la cosa, y para mí el tipo puede ser co–sustantivo.

Criticar a ciertos políticos analíticamente, objetivamente, duramente, en espacios no académicos ni academicistas, es posible, necesario y debido. Pedir la no–crítica o una fantástica crítica sin adjetivo alguno es un pésimo truco para que los peticionarios sean más exitosamente funcionales a los políticos criticables. Lo demás es producir o reproducir una cultura política de súbditos. “Buena suerte” a quienes quieran o necesiten defender a Mario Marín: pésimo gobernante, corrupto, represor, violador de derechos humanos condenado internacionalmente, lavador de dinero: el “góber precioso” es un hijo de puta. ®

Notas

1 Dales la vuelta,
cógelas del rabo (chillen, putas),
azótalas,
dales azúcar en la boca a las rejegas,
ínflalas, globos, pínchalas,
sórbeles sangre y tuétanos,
sécalas,
cápalas,
písalas, gallo galante,
tuérceles el gaznate, cocinero,
desplúmalas,
destrípalas, toro,
buey, arrástralas,
hazlas, poeta,
haz que se traguen todas sus palabras.

2 El primer sentido de objetividad es lo que existe en realidad con independencia del observador, el segundo es lo que existe dentro del observador como capacidad suya, una capacidad sobre la observación misma y el pensamiento.

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Publicado en: Política y sociedad

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