Lo quería todo: ser poeta y hombre de acción, millonario y líder bolchevique, vivir cientos de existencias simultáneas y gozar los placeres del alma y del cuerpo con “una sublime hiperestesia humana”.
El vendedor de silencio (Alfaguara, 2019), de Enrique Serna, es una exitosa novela biográfica. Nace de reunir fragmentos de la leyenda del periodista Carlos Denegri, quien durante treinta años fue el líder de opinión más influyente de México. Denegri extorsionaba, difamaba, cobraba por publicar, y también por no publicar, sus expedientes. Era además una especie de vocero del presidente, quien mandaba mensajes políticos a través de la columna del periodista. La novela es producto de una amplia investigación de diversas fuentes: muchos escándalos en los que participó Denegri fueron del dominio público, como el hecho de que lazara a su sirvienta infiel y la arrastrara por avenida Insurgentes una madrugada, escena que parece de ficción, pero fue real.
Serna hace un magnífico retrato de las circunstancias históricas que forjaron al personaje: una época en que venderse al mejor postor generaba ganancias y portar un tarjetón de la presidencia te daba una licencia de impunidad. Denegri pensaba que podía ser prepotente con sus parejas porque sabía que gozaba de impunidad, tanta, que nunca lo meterían a la cárcel por golpear a la esposa. Si llegaba a la delegación le pedían disculpas y lo escoltaban a su casa.
Enrique Serna estructura la novela en tres partes y una posdata: I. El asedio, II. Contrapuntos, III. Encadenados. Se muestran los dos últimos años al principio y al final, la época más trágica de la vida del periodista: Denegri tiene 57 años cuando se enamora de su última esposa, intenta tener un buen amor y pretende redimirse de sus errores pasados con otras parejas. Entre esas dos partes de la novela hay un intermedio de cómo se fue gestando su carrera, cómo saltó a la fama y se volvió un personaje poderoso. En la estructura temporal hay analepsis y prolepsis, se empieza con el ocaso del personaje, luego se pasa a sus inicios de joven: “Lo quería todo: ser poeta y hombre de acción, millonario y líder bolchevique, vivir cientos de existencias simultáneas y gozar los placeres del alma y del cuerpo con ‘una sublime hiperestesia humana’, como diría el divino Rubén” (Darío, el autor hace un tributo a uno de sus poetas favoritos). Luego la tercera parte regresa al ocaso.
Creo que la novela El vendedor de silencio, narrada desde el punto de vista de Denegri, está muy bien lograda gracias a factores que tienen que ver con el enorme poder cognitivo del personaje. Enrique Serna logra dar vida propia al personaje de Denegri mediante tres recursos: primero, buenos diálogos, un lenguaje coloquial —chasquidos de lengua incluidos— que resulta creíble, tal como hablaría el periodista. En segundo lugar, Serna hace un perfil a profundidad de la personalidad y psicología de Carlos Denegri: se enamora de las mujeres, luego le importan tanto que las cela de manera patológica, “Mis celos son la mejor prueba de amor que puedo darte”. Luego martiriza a sus enamoradas.
A Denegri le importa más su orgullo, que lo hace incapaz de amar. De forma paradójica, era un misógino y machista que a ratos idolatraba a sus parejas. Serna dibuja un arquetipo del macho mexicano en su época de esplendor: tiempos en los que quienes detentaban el poder, si les gustaba una mujer, aunque fuera casada, iban por ella, y si se resistía la secuestraban. “Cuando alguien ejerce un poder sin límites, no vacila en emplear toda la fuerza del Estado para cumplir un capricho erótico”.
El arquetipo del personaje macho–Denegri es un charro, bebedor, mujeriego, infiel y enamoradizo apasionado y, al mismo tiempo, misógino, un celoso patológico. Es un golpeador de mujeres que sojuzgaba y humillaba a sus parejas: a una le arranca el sostén en público, a otra le clava una espada en el pie. “La novela nos ayuda a entender el machismo: Al maltratar a las mujeres se hacía daño a sí mismo, el machismo lo convierte en su propia víctima, condenándolo a ser infeliz”. Como Sísifo, antes de alcanzar la cima del amor en pareja, Denegri cae y vuelve a empezar el martirio de empujar una nueva roca–pareja.
El autor imagina una plática de cantina en la que sienta a Jorge Piñó con su examigo Denegri. Piñó funge ahí como su conciencia y le dice “Pasaste de lo sublime a lo grotesco…” (dice el autor que “grotesco es una categoría estética que nos hace reír y al mismo tiempo horrorizarnos de lo que nos reímos”). Continua Piñó: “La gente como tú cree que el mundo es un campo de batalla entre los malos y los peores. Pero ni tú mismo te crees esa mentira. A pesar de todo, en nuestro medio también hay gente honesta que no se vende al mejor postor”.
Los villanos también tienen su lado amable: “Fue una época de bonanza para la congregación de las madres clarisas, a quienes donaba fuertes sumas en cada resaca moral”. Denegri libra una lucha en su interior, sabe que actúa mal, anhela estabilidad. Tiene un propósito más o menos sincero de cambiar, pero no puede y muestra patrones de conducta arraigados y cíclicos con cada nueva pareja, “mataba todo lo que amaba”.
Serna se convierte en un psicoanalista; literalmente, hay escenas en las que Denegri acude al psiquiatra. Si acaso, es esta parte del monólogo en el diván la que me pareció un poco informativa. El autor logra una compenetración con su personaje digna de un actor stanislavskiano. El tercer recurso para darle vida al personaje es la trama que el autor hiló fino: una sucesión de causas y efectos que van llevando a Denegri a cometer actos deshonestos y violentos. El alcohol es el combustible que enciende en él llamaradas de violencia. “Llevaba dentro a un Míster Hyde que se apoderaba de su albedrío en momentos de ofuscación etílica.” La borrachera prende la peor parte del periodista, el fuego se acrecienta por la leña de los traumas que están en él. Se le inflama el orgullo, el humo del poder le nubla los sentidos, se siente todopoderoso e impune. Ahí empieza a golpear, humillar a sus parejas o a otros. El autor muestra gradualmente cómo Denegri llega a sus estados de ánimo, se mete dentro del alma y la conciencia negra del personaje. Intuye y deja ver que ciertas situaciones pueden motivar de pronto una respuesta emocional, que lo va orillando a eso.
Para hacer más esférico al personaje Denegri, Serna nos lo muestra con una faceta religiosa, una culpa sincera por sus malas acciones. También mediante el recurso del diálogo, en confesión con un sacerdote, se muestra la culpa que hay en la conciencia del protagonista. “Quizá lloraba en busca de alivio, no por un genuino arrepentimiento. Allá arriba sólo contaban las buenas acciones, no las lágrimas de cocodrilo”. Los villanos también tienen su lado amable: “Fue una época de bonanza para la congregación de las madres clarisas, a quienes donaba fuertes sumas en cada resaca moral”. Denegri libra una lucha en su interior, sabe que actúa mal, anhela estabilidad. Tiene un propósito más o menos sincero de cambiar, pero no puede y muestra patrones de conducta arraigados y cíclicos con cada nueva pareja, “mataba todo lo que amaba”.
El autor atribuye el éxito de la novela a que a la gente le gusta identificarse con los demás de manera inconsciente, hay una fascinación por los villanos. Además, coincidió con un timing de salida casi perfecto: un momento de auge feminista, el movimiento #metoo y las denuncias de periodistas que recibían dinero de gobiernos. En una entrevista Enrique Serna dijo que El vendedor de silencio le resultó a veces angustiosa: “Creo que es inevitable que a uno se le vaya pegando algo del personaje que está trabajando tres o cuatro años metido dentro de su alma. Ese proceso de autodestrucción que lleva Carlos Denegri me obligaba a explorar las zonas más oscuras de mi propia personalidad (…) Toda prisión se construye a partir de un yo potencial, al que colocamos en una circunstancia que puede ser diferente a la nuestra, pero que finalmente tiene algo de nosotros”. En ese sentido resulta angustiosa la personalidad de Denegri.
La lectura de la novela me acompañó durante las noches del encierro, a veces me resultaba difícil soltar el libro hasta que me vencía el sueño y lo tiraba de forma involuntaria. La lectura de la parte final fluyó más rápido. Me dejó con ganas de saber más del personaje y luego extrañé esa buena lectura nocturna. ®