La intimidad a la que nos adentra María Luisa Puga, la del cuerpo descomponiéndose, la del llanto y la autocompasión, también tiene espacio para el humor, los encuentros de escritores, las instrucciones para tender una cama, la idea de la próxima novela rondando en la cabeza.
No me maldigas.
En la herida la sal halle su suerte.
—Francisco Hernández
María Luis Puga fue diagnosticada con artritis reumatoide en 2001. Ante la enfermedad, que fue mermando su cuerpo y su espíritu hasta su muerte en 2004, la novelista tomó la única herramienta propia que tenía a mano para hacerle frente: la escritura.
Así surgió Diario del dolor (UNAM, 2020), libro que fue publicado originalmente en 2003 y que fue reeditado por la Universidad Nacional Autónoma de México para la colección Vindictas. Este diario fue lo último que escribió y publicó María Luisa Puga; no sólo eso, también grabó el texto en una cinta de audio para ser reproducido en hospitales con enfermos terminales.
Leer los cien fragmentos que integran este libro es hacer un recorrido no sólo por la vida de la autora —sabemos que tiene un gato, que lee a Julio Cortázar, que la silla de su escritorio tiene ruedas y “un respaldo que simula ser ortopédico, pero en realidad es maternal”—, también por la ingrata experiencia de ser un enfermo en el sistema de salud pública de México: citas pospuestas, enfermeras indolentes, médicos insensibles.
Puga relata que, en el encuentro con un doctor —siempre cambiantes, porque no se te asigna un especialista, se te asigna un expediente—, éste le dice que la operación que busca no es necesaria pues ella es escritora, por lo que no necesita volver a caminar:
¿Por qué no se compra una cama de hospital? Obliga a la cama a adaptarse a la movilidad de su cuerpo y sigue escribiendo. Dormirá mejor. Cierto, va a quedar un poco contrahecha, pero lo que usted hace es escribir, ¿no?
La autora confiesa que ante semejante propuesta su autoestima quedó por los suelos. Como lectora, este relato me produjo indignación y miedo. ¿Acaso nuestros cuerpos no están destinados a deteriorarse, fallar y perecer?
En su diario el interlocutor de la escritora es Dolor, así, con mayúscula, porque no es una sensación, sino el eterno compañero presente en todo, el cómplice, el “cuate”, el confidente, el marido. Aproximándose al cierre del libro, la autora tiene muy claro que Dolor no es humano, ni agresivo, ni malvado: “Sé que tú no eres el causante de mis males. Eres la consecuencia. Por eso me caso contigo y no con la artritis, a la que sí considero violencia”.
Me enteré de la reedición de los Diarios del dolor mientras leía Las posibilidades del odio (Siglo XXI Editores, 2014) como parte del círculo de lectura “La hora de la estrella”, que coordino desde hace un año y medio y en el que leemos obras de escritoras. Asombrada por esta novela coral que se desarrolla en África y por la soltura narrativa de María Luisa Puga, de inmediato busqué el octavo título de la serie Vindictas. No esperaba encontrarme con un texto tan poderoso que, en tiempos pandémicos, cuando la salud es el tema central de todos los días, adquiere un sentido más amplio.
Sí, la enfermedad puede parecer un mal destino, pero la autora reflexiona que, ante la avalancha de noticias sobre injusticias y abusos que llegan cada día por internet, ella se acomoda en su “lancha, artritis reumatoide inflamatoria y me digo que no se está tan mal aquí”.
La intimidad a la que nos adentra María Luisa Puga, la del cuerpo descomponiéndose, la del llanto y la autocompasión, también tiene espacio para el humor, los encuentros de escritores, las instrucciones para tender una cama, la idea de la próxima novela rondando en la cabeza. Sí, la enfermedad puede parecer un mal destino, pero la autora reflexiona que, ante la avalancha de noticias sobre injusticias y abusos que llegan cada día por internet, ella se acomoda en su “lancha, artritis reumatoide inflamatoria y me digo que no se está tan mal aquí”.
En el prólogo de la nueva edición Brenda Navarro escribe que “el gran problema que Puga expresa en su diario es el del dolor frente a su deseo de escribir y generar ideas”. Sí, el dolor se convirtió en una entidad omnipresente en la vida de la autora, pero al final decide que Dolor ya no será su interlocutor y que su lugar será tomado por la computadora. Pues gracias a esa máquina, que al igual que Dolor exige atención y no bajar la guardia, se pueden “inventar las palabras con las que voy a decir o a decirme”. ®