Los malabares retóricos y la confusión como método de análisis de Heinz Dieterich quedan al descubierto cuando trata de vender el gobierno de Hugo Chávez como el “socialismo del siglo XXI”.
No hay nostalgia peor que añorar lo que nunca jamás sucedió.
—Joaquín Sabina
De nueva cuenta Heinz Dieterich Steffan sale al mercado y trata de vender su formulita: el “socialismo del siglo XXI”, y nada mejor que recetárselo a los enfermos crónicos. Si bien tuvo resultado en los “socialismos” debutantes latinoamericanos y logró consolidarlos disimulando el inmenso abismo entre prédica y práctica —la larga e imparable serie de errores que hoy desemboca en la alianza “táctica” del chavismo con el paramilitarismo colombiano—, ahora puede ser muy efectivo para reanimar un muerto: el “socialismo” castrense castrista. Veamos lo que nos dice a manera de diagnóstico, en el marco de sus alabanzas a “la revolución más profunda que Karl Marx contemplaba” y que él identifica en la “Revolución post-soviética, post-castrista (fidelista) o post-Stalin” que lleva a cabo Raúl Castro en la isla caribeña:
El modelo de transición que Raúl pretende instalar descansa doctrinariamente sobre Oliver Cromwell y Friedrich List, e históricamente sobre las experiencias de China, Singapur y la Nueva Política Económica (NEP) de Lenin. Es un modelo de transición binario. Sólo puede tener dos desenlaces: el capitalismo salvaje o el Socialismo del Siglo XXI”1 [subrayados nuestros].
Consideramos imprescindible, para profundizar en la concepción dieterichniana de “socialismo del siglo XXI”, echar un rápido vistazo a las ideas contenidas en su libro homónimo. Ahí encontraremos que nos dice lo siguiente: “El conflicto entre los que tienen y acumulan y aquellos que no tienen y son empobrecidos, no se resolverá por teleconferencia y filantropismo de los ladrones globales sino sólo por la conquista del poder” (subrayado nuestro).2 O, en otras palabras, el problema sí se resolverá gracias a las convocatorias de masas presenciales en la plaza pública para escuchar por tiempo indefinido al mismo orador y también gracias al filantropismo de quienes ostenten el poder, encargados por propia voluntad y libre determinación de desparramar el bien y la justicia en los más alejados confines del planeta. Dieterich además plantea una suerte de inconfesable retorno a aquel punto teórico abracadabrante que se sitúa a una distancia aproximadamente equidistante del optimismo iluminista, del evolucionismo y de un positivismo que no encuentra modo de ocultarse detrás de sus palabras. Así, nos espeta sin anestesia que tanto los adelantos científico-tecnológicos como el conocimiento de “las variables que determinan la evolución de la sociedad” ponen a disposición —ahora sí— el “reino de la libertad” en tanto es posible apropiarse de los dos elementos clave del enigma humano: “su genoma y su sistema neuronal”. De tal modo, un Dieterich regocijado y pletórico de inminencias socialistas continúa con su derroche de esperanzas:
En la medida en que entendamos científicamente cómo funciona este sistema, su comprensión en términos nebulosos (cualitativos) —como humor, depresión, memoria, trauma, inteligencia, etcétera— cederá el lugar al conocimiento objetivo de sus potenciales y límites, proporcionando las bases para un planteamiento realista sobre las posibilidades de la sociedad futura.3
El “socialismo” de Dieterich, pues, ya no tiene nada que ver con esos “caprichos” cualitativos y neblinosos que caracterizan a la mente humana sino que bien pueden ser tratados en términos estadísticos y de laboratorio. ¿No tendrá esto algo que ver con aquellos dislates de Lenin en persona cuando asociaba el “socialismo” con la electrificación? No se trata de romper con Lenin, entonces, sino de complementarlo con los últimos adelantos de la ciencia:
¿Quiere decir esto, que lo que Marx, Engels, Lenin y otros socialistas desarrollaron, es obsoleto para la actualidad? ¿Que ya no puede aportar nada su obra? No, por supuesto que no. Sería como afirmar que Newton es obsoleto, porque existe Einstein. Para determinadas tareas de la realidad, las enseñanzas de estos próceres revolucionarios siguen siendo vigentes; pero, para otras nos faltan los Einstein, Planck, Heisenberg y Gell-Mann del socialismo teórico [subrayado nuestro].4
Pero he aquí que el “socialismo del siglo XXI” que pregona Dieterich no acaba de romper, como sí lo había hecho Marx, con una de las claves del capitalismo: el trabajo asalariado. La concepción de Dieterich sobre el salario queda explícita en los siguientes términos:
En pocas palabras: el salario equivale directa y absolutamente al tiempo laborado. Los precios equivalen a los valores, y no contienen otra cosa que no sea la absoluta equivalencia del trabajo incorporado en los bienes. De esta manera se cierra el circuito de la economía en valores, que sustituye a la de precios. Se acabó la explotación de los hombres por sus prójimos, es decir, la apropiación de los productos del trabajo de otros, por encima del valor del trabajo propio. Cada ser humano recibe el valor completo que él agregó a los bienes o a los servicios.5
El “socialismo” de Dieterich, pues, ya no tiene nada que ver con esos “caprichos” cualitativos y neblinosos que caracterizan a la mente humana sino que bien pueden ser tratados en términos estadísticos y de laboratorio. ¿No tendrá esto algo que ver con aquellos dislates de Lenin en persona cuando asociaba el “socialismo” con la electrificación?
Aparentemente lo dijo primero Quevedo y es seguro que luego lo confirmó Antonio Machado: los necios confunden valor y precio. Es así que el galimatías de Dieterich nos dice que los valores sustituyen a los precios pero que de todos modos ambos serán equivalentes, de donde se deduce que el fin de la explotación no es mucho más que una justa paga del trabajo; el que, por cierto, no perderá su condición asalariada y, por lo tanto, subordinada a quien realice por la vía y del modo que sea la fijación del monto correspondiente independientemente de que se le llame precio o valor. Esa paga se medirá en horas y da la impresión de que esas horas son las formadoras reales de los precios en estricta equivalencia con el trabajo incorporado en los bienes. Así, el “socialismo” de Dieterich no se evalúa según las relaciones de convivencia —una tontería “subjetiva”, al parecer— sino que sólo podrá ser sopesado mediante un cronómetro. ¡Bravo!: ¡que alguien nos proteja de la “ciencia”, que afortunadamente de la ignorancia podemos protegernos solos!
Pero Dieterich tiene bastantes más cosas que decirnos sobre el “socialismo” del siglo XXI:
Hoy, como en el siglo XIX, la superación del subdesarrollo en condiciones de una economía global neocolonial, sólo es posible con la estrategia de desarrollo proteccionista empleada por Alemania y Japón; después por los tigres asiáticos y en América Latina, por Cárdenas, Perón y Vargas. Esto con una diferencia vital: ya no se puede aplicar sólo a nivel nacional. El espacio mínimo para su exitosa implementación es un mercado y un Estado regional que pueda defender ante Estados Unidos y la Unión Europea el bloque proteccionista latinoamericano que permitirá el desarrollo de sus industrias, el rescate del campo, la conservación de sus recursos naturales, el fomento de las ciencias y tecnologías de punta y la defensa de una identidad propia.6
Dicho en otros términos, la estrategia de construcción del “socialismo” del siglo XXI —sobre todo teniendo en cuenta las familiaridades históricas que es posible trazar en esta región del mundo— no es otra que la de los conocidos populismos del siglo XX; los mismos que casualmente compartieran la inspiración provocadora de las políticas de “liberación nacional”, refrendadas por el Congreso del PCUS de 1956 y una vez superado el periodo correspondiente a los frentes antifascistas.7 Y el hecho de que Dieterich nos hable de un “Estado regional” y no del Estado-nación cambia poco y nada las cosas pues el proyecto populista de alcance continental también era parte de las orientaciones de la época, muy particularmente en lo que respecta al general Juan Domingo Perón.
Estas disquisiciones de Dieterich en realidad no hacen más que introducirnos a su propuesta política en tiempo presente. Por lo pronto, es importante destacar que el “socialismo” no es otra cosa que una promesa a cumplir en un futuro impreciso:
Plantear la implantación del socialismo regional hoy como alternativa a la balcanización o la anexión neoliberal a Estados Unidos, no sería más que un deseo. Porque es evidente, que un proyecto político sin programa y sin sujetos sociales, es una quimera [cursiva en el original].8
¿Y cuál es el dichoso programa?: “[El] Capitalismo proteccionista de Estado”, nos contesta Heinz, entusiasmado. Lo cual se fundamenta de este modo:
La única estrategia de desarrollo que en la historia moderna ha sido exitosa para salir del subdesarrollo neocolonial […] Esta estrategia fue inventada por el país de la revolución industrial, Gran Bretaña, a finales del siglo XVIII. Los alemanes —que vieron de cerca el avance de la industria, prosperidad, ciencia y poder inglés— temieron convertirse en un país subdesarrollado y una neocolonia económica de Inglaterra y, para impedirlo, copiaron la estrategia del capitalismo proteccionista de Estado para convertirse pronto en la tercera potencia mundial. Cincuenta años después, los japoneses, quienes corrieron el mismo peligro que los alemanes, adoptaron la estrategia inglesa-alemana y se transformaron en la segunda potencia del mundo. En este siglo, los “tigres asiáticos” siguieron el mismo ejemplo y con ello, superaron el subdesarrollo, la miseria y la dependencia [cursiva en el original].9
O, más aún:
Una economía nacional moderna en América Latina sólo es viable si se sustenta sobre cuatro columnas estructurales o polos de crecimiento: 1. las pequeñas y medianas empresas (PYMES); 2. las corporaciones transnacionales nacionales (CTN); 3. las cooperativas y 4. las empresas estratégicas del Estado. Esta verdad debe constituir el punto de partida de toda teoría y planificación económica en América Latina. Sin embargo, el tema es tabú porque contradice los intereses de Washington, de Japón y de la Unión Europea.10
La claridad de Dieterich es rotunda y sólo los ingenuos parecen no haberse percatado: el “socialismo del siglo XXI” no es más que un largo peregrinaje que termina no en la apropiación colectiva de los recursos productivos sino en un trabajo asalariado “justamente” retribuido y comienza —conquista del poder mediante, aunque ya ni siquiera en manos del “partido del proletariado”— por las políticas del “capitalismo proteccionista de Estado”; la consabida estación transicional de la cual nunca se sabe muy bien cuánto habrá de durar ni cómo se habrá de salir.
Si, en los hechos y según su principal expositor, el “socialismo del siglo XXI” ha quedado reducido en sus comienzos al “capitalismo proteccionista de Estado”, su realización más estridente en la Venezuela bolivariana no resulta ser mucho más que su grotesca caricatura. En efecto, el gobierno del “comandante” Hugo Rafael Chávez Frías no ha demostrado ser más que una parrafada de impronta militarista que, ampliamente favorecida por la acumulación financiera procedente de los altos precios internacionales del petróleo y luego de un oportuno aprovechamiento del descalabro del sistema de partidos venezolano, supo mantener su atractivo electoral y su predicamento “izquierdista” fuera de fronteras a partir de políticas de corte asistencialista sabiamente sazonadas con una estruendosa retórica “antiimperialista” y una limitada y polémica pero innegable proyección continental de su liderazgo.
La retórica “antiimperialista” de la ópera bufa “chavista” sustituye en el plano emotivo a las realizaciones propias del “capitalismo proteccionista de Estado”. Porque ¿de qué “capitalismo proteccionista” puede hablarse en un país que se ha mostrado especialmente generoso con la inversión extranjera, que ha transformado en sociedades mixtas aquello que ya estaba nacionalizado y cuyo principal socio comercial es precisamente Estados Unidos?11 ¿Qué “capitalismo proteccionista” es éste que no tiene ninguna estrategia productiva reconocible y que ni siquiera ha accedido a niveles razonables de sustentabilidad alimentaria o diseñado políticas de promoción industrial que le permitan reducir su alta dependencia de las importaciones? ¿Qué “capitalismo proteccionista” puede ser el de un país que sufre los embrujos de varios megaproyectos delirantes y que no obstante sólo se ha mostrado especialmente diligente en términos de una inversión concreta cuando se trata nada menos que de la modernización tecnológica de sus fuerzas armadas? En Venezuela no hay, pues, ni siquiera el “capitalismo proteccionista de Estado” que ha pergeñado Dieterich como el comienzo de la larga marcha hacia el “socialismo” del siglo XXI, pero sí hay a cambio un “antiimperialismo” declamatorio que ha colocado a Chávez como paladín de un enfrentamiento de tonalidades apocalípticas aunque no sea más que en el plano verbal mientras en los hechos se presta a hacer el trabajo sucio y a extender el Plan para la Paz, la Prosperidad y el Fortalecimiento del Estado (vecino), mejor conocido en la región como Plan Colombia. Eso, hoy por hoy, lo reconoce hasta el propio Dieterich.
La retórica “antiimperialista” de la ópera bufa “chavista” sustituye en el plano emotivo a las realizaciones propias del “capitalismo proteccionista de Estado”. Porque ¿de qué “capitalismo proteccionista” puede hablarse en un país que se ha mostrado especialmente generoso con la inversión extranjera, que ha transformado en sociedades mixtas aquello que ya estaba nacionalizado y cuyo principal socio comercial es precisamente Estados Unidos?
Pero desde la óptica dieterichniana lo importante no es la imposible exhibición de logros “socialistas” en la trayectoria “revolucionaria” sino esa insólita reputación con categoría de espejismo que intenta transformar al “socialismo del siglo XXI” en la nueva puesta en marcha de la historia hacia su destino manifiesto. Entonces, si desde fines de los ochenta del siglo pasado la debacle del “socialismo real” sumió en el mayor de los desconciertos a esos vastos contingentes de izquierda que en él depositaban con entusiasmo o de mala gana su fe en el futuro, el “socialismo del siglo XXI” no podía dejar de funcionar como una recuperación y un renacimiento de esa imperiosa necesidad de creer.
En tal sentido, Dieterich reconoce en la isla de los hermanos Castro a un cliente potencialmente urgido. El discurso “socialista” del gobierno de La Habana ha agotado su credibilidad. El fin del proteccionismo de Estado decretado en el recién concluido VI Congreso del Partido Comunista de Cuba cambia de manera radical las reglas del juego. Los drásticos límites al ya precario “asistencialismo”; la reafirmación de la explotación asalariada —ahora, además, desde el sector privado—; la creciente inversión extranjera —que ha convertido en sociedades mixtas a muchas de las empresas nacionalizadas desde la década de los sesenta—, y la ausencia de una estrategia productiva que al menos pudiera concretar la sustentabilidad alimentaria o disminuir la dependencia de las importaciones, ponen grotescamente de manifiesto los próximos pasos de la conducción “raulista”. En efecto, el camino está trazado. No es casual el veredicto dieterichniano:
Raúl Castro se encuentra, quiera o no, en el papel histórico de Deng Tsiao Ping, de tener que superar la crisis terminal del modo de producción soviético, so pena de colapso de la Revolución. No cabe duda, que Raúl es el único en la isla que puede realizar esa tarea. Es un revolucionario y comunista que tiene la audacia y el pragmatismo necesarios para salir de la dramática situación de precolapso del sistema. Y es el único que tiene suficiente poder para reemplazar el modo de producción soviético. Pese al idílico discurso oficial sobre reformas y profundización del socialismo, la verdad cubana es clara y excluyente: O es Raúl Castro, o es un Gorbachev con apellido cubano.12
Justo antes de emitir su juicio, Dieterich se esmera y hace verdaderos malabares dialécticos para justificar el viaje en círculo:
El Partido Comunista de China evitó ese fin [en referencia al final del “socialismo” soviético] mediante la política de “apertura y reforma” (1978), conducida por el veterano de la Larga Marcha, Deng Hsiao Ping. Sobre la base de los grandes logros del periodo de Mao Tse Tung, ese modelo de transición ha sido muy exitoso. Combina elementos del sistema soviético de planificación protosocialista y del monopolio de poder político unipartidista, con mecanismos económicos del capitalismo. El resultado es una configuración de dualidad de poderes, que es dinámica e inestable. Se trata de poderes antagónicos temporalmente obligados a coexistir en una fase de acumulación de fuerzas. Como en Cuba, no se sabe el desenlace final de esta transición. Pero, a diferencia de Moscú, el modelo evitó el estrepitoso colapso del sistema y le proporcionó al Partido Comunista una moratoria histórica13 [subrayado nuestro].
Como es obvio, desde la perspectiva de Dieterich lo importante no reside en el fortalecimiento de las autonomías sino en el monopolio del poder político: la clave de bóveda de la construcción “socialista” del siglo XXI.Cuba, sin que quepan dos opiniones al respecto, posee más de medio siglo de experiencia en el tema. Dieterich sabrá venderle la última Coca-Cola del desierto. ®
Notas
1 Heinz Dieterich Steffan,La Revolución de Raúl Castro.
2 Heinz Dieterich Steffan, El socialismo del siglo XXI, p. 11 (edición en pdf, disponible en algún momento en la página web www.rebelion.org).
3 Ibid., p. 27.
4 Ibid., p. 38.
5 Arno Peters, de acuerdo con la mención realizada por Heinz Dieterich en op. cit., p. 40.
6 Heinz Dieterich, op. cit., p. 66.
7 Al respecto, es especialmente curioso que en nuestro continente el incipiente anticipo teórico de esta estrategia se encuentre nada menos que en León Trotsky en persona, según la particular interpretación de una corriente trotsko-nacionalista argentina cuyo principal exponente fuera Jorge Abelardo Ramos. Véase, a propósito del tema, Por los Estados Unidos de América Latina, passim; selección de textos prologada por Dionisio Villar, Buenos Aires: Editorial Coyoacán, 1961.
8 Heinz Dieterich, op. cit., p. 69.
9 Ibidem, p. 70.
10 Ibidem, p. 71.
11 Desde una óptica anarquista, el mejor análisis sobre el carácter engañoso y de doble faz del “antiimperialismo” bolivariano se encuentra en el libro de Rafael Uzcátegui Venezuela, la revolución como espectáculo, disponible aquí.
12 Véase también del mismo autor Globalización a paso de vencedores.
13 Dieterich, La Revolución de Raúl Castro, op. cit.
Baltasar
No has entendido la economía de equivalencias. La abolición del trabajo asalariado en Marx hay que entenderla bajo la ley del valor. Hay que entender el concepto de plusvalía: la parte que se apropia el capitalista y que ha sido producida por el trabajador. Con el principio de equivalencia basado en valores-tiempo (y no en precios de mercado/valores de cambio) la explotación pierde su base. Por tanto esa asalarización del Capital desaparece. ¿O es que Marx proponía que el trabajador no recibiera un salario (ya sea percibido en dinero o en vales) por su trabajo? Por otro lado omites la Democracia Participativa que introduce Dieterich en su programa: la combinación del Desarrollismo Regional y la Democracia Participativa, introduciendo progresivamente la Economía de Equivalencias en la economía con aquellos países que pueda. Y esto estará fijado por los tiempos que marque la historia. ¿Qué piensas que es la política? ¿Matemáticas?
El Socialismo del siglo XXI es la única alternativa viable y empírica que tiene la humanidad frente al Capitalismo.